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Como bien decían por ahí: demostrar felicidad, traerá la desgracia ¿era así? Oh, no, por supuesto que no. El camino de la locura ya me estaba acogiendo entre sus brazos.

Un momento.

Tu locura viene desde antes.

Nuestra locura, Vellty.

Desde que salí de aquella cabaña no hice más que estar en la habitación con inspiración de Van Gogh.

El veintiuno de diciembre no salí de esas paredes, solo me tiré en la cama y dejé que el tiempo pasara. Me encontraba desanimada, recordando momentos felices mientras me hundía en mi propia miseria.

El veintidós alguien tocó mi puerta... la puerta del lugar donde me mantenía encerrada ¿qué hacía metida en el internado? Ojalá existiera un botón para regresar en el tiempo. Durante todo ese día tampoco salí, me sentía mucho más débil que el día anterior y la voz en mi cabeza me regañó por ser tan estúpida.

El siguiente iba por el mismo curso. No quería saber de clases. De armas. O muertes. Y mucho menos de sangre. Seguro nadie notó mi ausencia. Seguro estaban considerando mandar al pozo a la hija de Danforth.

Y hubiese seguido alargado mi tristeza improvisada sino fuese aparecido Wilre, que prácticamente partió la puerta en dos para reñirme.

Entonces amaneció, y la noche buena arrastró consigo al día de los perdidos.

— ¡El vestido rojo! ¡Que te lo digo yo, mujer!

—¿No es un poco... exagerado?

Wilre bufó.

Se había alisado el cabello y maquillado un poco. Y si antes parecía una diosa, ahora lo era en niveles subnormales.

— ¡Nada es exagerado aquí! ¡Por el amor a satanás!—pasó sus dedos por el vestido de lentejuelas negro que tenía puesto—. Anda, a ver si puedo hacer un milagro con la cara de fantasma que te cargas.

—Sí, señora mamá—blanqueé los ojos y saqué el vestido rojo del armario.

Ella se rió antes de encargarse de mi cara, que pasó de ser la de la niña de aro a la de una adolescente normal. Que lástima que solo era superficial.

El festín se iba a llever a cabo en uno de los salones del internado, que quedaba al aire libre por el jardín principal. Ese día se la pasaron decorando y organizando todo porque unas personas especiales iban a asistir. Según Wilre, unos embajadores de la Orden Red.

Solo me quedaba sonreír y esperar que las horas pasaran.

Pese que a que Wilre se tardó una eternidad retocando su maquillaje porque el labial se le corrió, pudimos llegar a tiempo, encontrando a los licaones fuera del salón esperando por nosotras. Los chicos se lucieron esa noche al vestir de trajes, todos muy guapos y presentables.

— ¡Que bellezas! Ni eso porque la palabra se queda corta—rió Lenintog cuando nos vio aparecer.

La chica a mi lado caminaba con destreza viéndose mas diva. Mientras tanto, yo me preocupaba por no tropezar.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora