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La fría noche nos recibió al pisar la acera de aquella transitada calle. Kislev me arrastró como un muñeco de trapo por todo el camino hasta que un coche negro se hizo visible junto a una farola con luz opaca. Seguramente el reloj marcó más de las once de noche, una hora gélida donde pocas personas caminaban por la calle con cigarrillos en los labios, mientras, yo veía cómo Kislev abría la maletera de ese coche y sacaba una gran sudadera.

—Ponte eso—me la tiró, la agarré de milagro con mala cara—. Rápido.

—No hace falta, estoy bien así.

—Vellty—alargó mi nombre sonando amenazador.

—Kislev—imité su acción, sin embargo la mirada asesina que dirigió me hizo cambiar de opinión y a regañadientes seguí su orden—. ¿Feliz?

—Algo—sonrió como un niño satisfecho.

—Capullo—blanquee los ojos—. ¿Qué esperas para hablar? ¿Qué ha pasado con Preston?

—¿Qué hacías allí dentro?—preguntó él haciendo a un lado mis palabras.

Fruncí mis cejas.

—No te debo explicaciones.

—Vellty—se acercó, intimidando a la personita dentro de mí—. ¿Qué hacías en ese lugar?

Silencio de mi parte, no hice más que verlo con una ceja elevada.

—Espero respuestas, niña.

Abrí y cerré la boca para decir algo, pero mi vena en la sien se marcó abriendo paso a la molestia.

—¿Pero quién te crees que eres, eh? Te desapareces por días y llegas de la nada exigiendo como un psicópata para que venga contigo a hablar de Preston y no haces más que preguntar estupideces.

Y era la realidad. No había visto a Kislev desde la noche de la carta, fui a la cabaña en varias ocasiones y no salió nadie, como si se fuese esfumado de la faz de la tierra.

Él no estuvo. Por días.

Tantas veces que me maté la cabeza por  querer hablar con alguien, ese alguien quería que fuera él. Sin importar su actitud de mierda. Quería hablar con Kislev.

—Estuve buscando soluciones, Vellty—por un momento pareció dolido, pero se recompuso al instante—, las sigo buscando.

—¡Pues sigue en lo tuyo!—mi tono era algo elevando, y cuando decidí caminar de regreso al antro, Kislev me lo impidió.

—¿Qué hacías allí dentro... bailando con ese?

Esto era inaudito.

Primero lo miré, seriamente; Kislev se veía igual de serio, aun más con ese traje elegante y cabello grisáceo.

Cabellos locos.

Luego comencé a reír de forma estruendosa, las carcajadas saliendo solas de mi garganta, como algo natural de la vida. No podía parar de hacerlo, me reía como psicópata.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora