88 - Besos Robados

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Mi mejor amigo Max dijo que le gustaba, y desde ese día nuestra relación de amistad cambio. Antes de la confesión, él siempre fue un amigo que no se preocupaba por bromas pesadas que para algunos eran poco comunes. Era un adolescente que trataba de vivir la vida sin preocupaciones, por eso no estaba pendiente de lo que la gente decía o iba a decir de él. Yo estaba acostumbrado a la forma de ser de Max, por eso nunca había tomado en serio su comportamiento inusual conmigo.

Max me susurraba, me tocaba las manos, me abrazaba cariñosamente; él me decía "Me gustas" con su bonita sonrisa. Todo aquello me hacía sentir muy especial. Me consideraba incluso más especial que las chicas con quienes había salido, ya que él siempre me mostró su preferencia. Max me malcriaba porque solo quería que sus atenciones fueran mías.

Él dijo "Te quiero" con seriedad, y desde entonces nuestra amistad no volvió a ser la misma.

Un día estábamos jugando con mi videojuego en su habitación después de haber hecho la tarea. Me alegró el ambiente tan pacífico que nos envolvía, pues pensé que nunca más sería el mismo después de la declaración. Esa calma era lo mejor para nosotros.

—Me ganaste otra vez —dijo tirando el mando.

—Eres muy malo en los videojuegos —le dije feliz de ganarle como siempre.

—No es que me importe que me ganes en los juegos. Eso lo de menos —dijo relajado.

Me puse de pie para buscar otro juego que había dejado en el escritorio de mi amigo. Max me miró durante el transcurso. Me puso muy nervioso, porque su mirada se había vuelto muy perturbadora después de haberme dicho que le gustaba.

Max me jaló del brazo, y sin darme tiempo para reaccionar, él me beso cerca de la comisura de mis labios. Aquel movimiento lo había repetido desde que dijo que le gustaba, pero no solo habían sido besos incompletos, porque Max se había aprovechado de mi paciencia con besos reales. El sabor de sus labios me dejaba en un estado paralizante, por eso él me despertaba de la impresión mordiéndome delicadamente.

Lo miré muy serio. Nuestra amistad ya no existía, había muerto, Max lo destruyó con sus palabras de amor y sus besos robados. Le advertí que no lo volviera hacer, pero sus manías continuaron a pesar de prometerlo.

—Ya no podemos ser amigos —le dije saliendo de su habitación.

Nuestra amistad ya no era la misma, una normal como debería de ser. Mi decisión había sido tan brusca e impactante incluso para mí, por eso me detuve en la puerta principal de la casa de Max cuando me di cuenta del significado de mis palabras. Me volteé y ahí estaba él, mirándome sin ninguna expresión en su rostro.

—Juguemos —me dijo arrinconándome contra su puerta.

—Te quiero —dije sin mirarlo—, pero haces que todo sea difícil. Por qué me obligas a que te diga algo que no quiero, Max. Quiero seguir siendo tu amigo, pero no me ayudas. Ya no sé qué hacer...

—Juguemos que nos queremos, y luego, cuando cruces esta puerta, olvídalo todo para que te sientas bien. Cuando regreses volvamos a jugar que nos amamos, y nuevamente olvídate que me amas —me susurró en el oído.

Lo miré perplejo. El cubrió mis ojos con la palma de su mano. No hice nada, solo me quedé quieto.

—Voy a olvidarlo —susurre.

—Olvídalo Caramel —dijo haciéndome sentir su aliento.

Max rozó sus labios con los míos y yo permití que lo hiciera. Mis cabellos se me crisparon por el tibio contacto de sus labios húmedos. Debí desaparecer de la faz de la tierra por traicionarnos, porque una amistad de amigos que se besan no era una amistad fiel y pura entre dos chicos. Mis manos temblaron torpes sin saber que hacer mientras él me besaba como si fuera una chica. Su manera de sostenerme era tan cariñosa y su forma de besarme, tan suave. Muy dentro de mí pedía auxilio, porque Max me estaba arrastrando con él y no quería.

EL timbre...

Aquel timbre me regresó a la realidad, me salvó de mí mismo, del hechizo de Max. Sentí miles de miradas sobre nosotros, pero estábamos solos, aunque saberlo no me tranquilizó. Nada me iba a tranquilizar después de permitirle que se acercara demasiado. Había sido el miedo de perderlo luego de haberle dicho que ya no podíamos ser amigos. Es que lo quería mucho y me dolía.

—Iré a abrir la puerta —dijo saliendo tan tranquilo como siempre, haciendo un contraste notable con mi rostro color carmesí.

Solo asentí sin mirarlo. El regresó de inmediato después de atender a quien había tocado. Fue el tiempo suficiente para enfriar mi mente y tratar de ordenar mis ideas. Lo único que necesitaba era determinación para no ser débil frente a él.

—Max —lo llamé apenas regresó—, vamos a deja de ser amigos —le dije seriamente, aunque por dentro me estaba muriendo.

—No, Caramel, no puedes ni puedo —dijo muy serio.

—Tengo que poder, porque si continuamos siéndolo, te voy a odiar aunque no quiera hacerlo.

El bufó divertido. Max no estaba tomando en serio mis palabras pese al esfuerzo que estaba haciendo por no desviar mi mirada de la suya. Su actitud era comprensible después de mis incontables quiebres frente a sus besos sorpresivos.

— Siempre voy a ser tu amigo, aunque te alejes. Mis amistades suelen destruirse, pero no voy a dejar que pase contigo. Eres único, Caramel, por ti cambiaría a todos mis amigos tan solo para mantenerte conmigo.

Ese intento iba a ser en vano como siempre. Me sentía cansado emocionalmente, por eso solo suspiré y luego sostuve la perilla de la puerta para irme.

—Me voy a mi casa. Quiero descansar, además, ya es tarde —dije resignado.

—Descansa, Caramel, mañana nos veremos —Max se acercó, lo cual provocó que retrocediera, pero él me jaló y me dio un beso en la frente.

— Solo por esta vez lo olvidaré todo cuando cruce la puerta de tu casa. Mañana nos veremos como siempre. Me gusta ser tu amigo —le dije con una sonrisa—, pero respeta mi decisión. Nunca voy a aceptarte como algo más que amigos, Max, porque sabes cómo pienso.

—Lo sé, mi adorable Caramel.

Al día siguiente mamá me dijo que Max había amanecido con una leve fiebre. Fui a su casa para acompañarlo como siempre lo hacía cuando se ponía mal. Lo acompañe todo el día para que no se aburriera solo en casa. Max fue el mismo de siempre, tan alegre, sonriente y amable. Nos olvidamos de lo que había sucedido el día anterior y lo agradecí.

Max no volvió a insistir, él solo fue mi amigo de siempre, el que a veces solía despedirse de mí con un beso en la frente.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora