Un giro inesperado

By MariaPadilla_

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Los caminos de Alice y Nicholas no estaban destinados a coincidir... o eso creía ella. Todo en ellos era dist... More

Sinopsis
Antes de leer
2. ¿Quieres ser monja?
3. Nicholas Blake
4. Primera sonrisa
5. La chica del capitán
6. ¿Prefieres el soccer?
7. Eres hermosa
8. ¿Has jugado Beer Pong?
9. Podría besarte
10. Cultura general
11. Siempre serás mi Lissie
12. Curaré tus heridas
13. ¿Te quedas a dormir?
14. Serás mi perdición
15. Necesito un abrazo
16. Prometo portarme bien
17. Diversión con alcohol
18. Precioso tormento
19. Gracias por ser tú
Especial: El secreto
20. Piano en miniatura
21. Te quiero mucho
Especial II: La chica del bar
22. Rendido por ti
Especial III: Clases de química
23. Me aterra arruinarlo
24. Te deseo
25. No quiero que te detengas
26. Jamás seré capaz de olvidarte
27. Primer baile contigo
28. La última c
29. Te retendría toda una vida
30. Siempre podrás refugiarte en mí
31. Eres una piedra
32. No me dejes

1. Amigo de un famoso

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By MariaPadilla_

19 de octubre, 2018.

Maldecí interiormente.

¿No podía transcurrir un solo día en el que despertara gracias a mi alarma? O en todo caso: ¿Un solo día en el que me despertara por voluntad propia y no gracias a los gritos de mi hermana?

—¡Apresúrate, Olivia!

—¡No encuentro a Daisy, papá!

Entreabrí un ojo. La niña correteaba toda la habitación mientras escaneaba todo a su paso. Me senté en la cama, estirándome un poco y bostezando.

—Adivinaré. —Me tallé un ojo—. Perdiste a Daisy otra vez.

Una expresión de angustia decoró su rostro.

—¡La dejé en mi armario!

—Claramente no lo hiciste si ahora no está, Olivia.

Sus ojos azules escrutaron el dormitorio que compartíamos otra vez. El labio inferior comenzó a temblarle y formó aquel mohín tristón que siempre la había ayudado a conseguir lo quería.

—Ayúdame a encontrarla, ¿sí?

Resoplé. No iba a intentar negarme. Me terminaría convenciendo de todas formas.

—Será la última vez que lo haga, ¿bien? Ya hay que encontrarle un lugar fijo a esa muñeca.

Dio saltitos en su lugar.

—Lo haré, lo prometo.

Rodando los ojos por la promesa que sabía que no cumpliría, me levanté de la cama. Tras varios minutos de búsqueda en cada rincón del reducido dormitorio... ¡Bingo! La muñeca de trapo apareció detrás de nuestro tocador. Su rostro se iluminó cuando se la entregué.

—¡Gracias, Allie! —Abrazó mis piernas con prisa—. Papá está esperando por mí, nos vemos. ¡Te quiero! —gritó, saliendo como un rayo por la puerta.

—Y yo a ti —murmuré.

No me agradaba despertar de esta forma todas las mañanas, pero era el precio a pagar de tener una hermana de cinco años revoltosa, necia y demasiado ingeniosa para su propio bien.

El primer grito vino de nuestro padre, Henry, apurándola porque iba a llegar tarde al taller y antes debía dejarla en la escuela. Vivíamos con él en un condominio de apartamentos. El piso era pequeño, su sueldo como mecánico no podía sustentar uno mejor, pero lo hacíamos funcionar. Al fin y al cabo, solo éramos nosotros tres. Mi madre se largó cinco años atrás, pocos meses después de que naciera Olivia.

Revolví mi cabello al sentir mi sueño esfumarse y decidí tomar una ducha. Recordarla no era de mis actividades favoritas.

Con solo trece años, cuidar a la bebé de apenas cinco meses fue mi trabajo cuando se marchó. Mi padre estuvo tan ensimismado en sí mismo y en su dolor durante meses, que todo el peso cayó sobre mí. Olivia era la niña más llorona del mundo y en muchas ocasiones, cuando no sabía qué hacer, terminaba acompañándola. A ese tiempo lo apodé como: Los meses en los que la vida me mostró lo miserable que podía ser.

Mis hombros se relajaron cuando el agua caliente cayó sobre ellos. Vendería mi alma por permanecer bajo este grifo todo el día.

(...)

Mi zapato tamborileaba la acera frente a mi edificio. Si Stella no saparecía en menos de cinco minutos, era muy probable que traspasara el concreto.

Odiaba llegar tarde a clases.

Era una lástima que de las dos, la que acostumbraba a llegar tarde a todas partes fuera la que tenga auto.

Cinco minutos más tarde, el auto rojo estuvo frente a mí. No demoré en adentrarme al asiento de copiloto.

—Tendré canas a temprana edad y será tu culpa —refunfuñé. Ella me dedicó una corta mirada ofendida antes de arrancar el coche.

—¿En serio? ¿Ni un hola a tu mejor amiga? —Chasqueó la lengua—. Tengo que buscar mejores amistades.

—Tienes que aprender a ser puntual.

—Y tú a relajarte un poco y a dejar de estresarte por pequeñeces, pero no todo en la vida se puede. —Se encogió de hombros.

Mordí el lado interno de mi mejilla. Tenía razón.

—¿Hoy por qué llegaste tarde?

—Nada nuevo, me trasnoché discutiendo con Charlie y no escuché la alarma. Lo siento.

Resoplé.

Charlie Graham, su novio. Llevaban tres meses de relación y por lo que auguraban esas discusiones, su cuarto mesiversario no tendría cabida. Me sorprendía lo mucho que podía aguantarlo.

Él era un celópata y Stella muy enamoradiza. La base de ello eran la inmensidad de libros románticos que leía, y en consecuencia, me obligaba a leer también. No me quejaba, gracias a eso podía olvidarme de mi monótona vida por breves momentos, pero ella no se conformaba con leer esos romances dulces, también los buscaba; razón por la que su tiempo soltera era limitado.

—Está bien, solo apúrate, ¿sí?

A pesar de que vivía cerca de nuestra universidad —Denver University, o DU para nosotros—, el tráfico de la ciudad era una mierda. Teníamos que darnos prisa o llegaríamos para nuestra segunda clase. Stella y yo ingresamos a la escuela de medicina recientemente.

—No tienes que pedirlo dos veces —contestó, pisando el acelerador.

Con la mirada fija en la ventanilla, me detuve a observar mi reflejo en ella por primera vez en día.

Un suéter rosa pálido cubría mi torso y un jean ajustado azul mis piernas. El largo y ondulado cabello castaño descansaba en mi hombro. Los ojos azules heredados de mi madre ausente lucían apagados. De no ser por el toque de rubor que apliqué en mis mejillas, mi piel pálida casi podría pasar por cadavérica.

Consecuencias de estudiar hasta tarde y odiar el sol.

Antes de darme cuenta, el auto de Stella aparcó en uno de los estacionamientos del campus. Me fijé en la hora. ¡Podíamos llegar a tiempo!

Y lo logramos justo cuando nuestra maestra, la Señora Russell, se disponía a cerrar la puerta.

La mujer soltó un suspiro desganado al vernos.

—Señorita Cooper y Señorita Smith... ¿Por qué no me sorprende? Ya pasen y no se molesten en hacerme perder el tiempo con sus excusas mileniales.

(...)

Saliendo de nuestra última clase del día, le pedí a Stella cubrirme en el bar hoy. Debía cuidar de Olivia porque papá tenía una reunión importante con un viejo amigo. Lucía emocionado cuando me lo informó ayer.

Una vez en casa, la imagen de Olivia tarareando y bailando una canción que se reproducía en la radio me recibió. Sonreí, dejé mi bolso a un lado e imité sus pasos descoordinados. En una de sus tantas vueltas, sus ojos lograron vislumbrarme y, emocionada, corrió a abrazarme.

—¡Qué bueno que llegaste, Allie! —Apoyó su rostro en mi vientre—. Papá no quiso bailar conmigo.

—Es un amargado. Descuida, tendremos toda la noche para hacerlo —Revolví su melena rubia. Me agaché a su altura—. ¿Hiciste todas tus tareas?

La culpabilidad se asomó en su rostro.

—Aún no.

—¿Qué hablamos sobre jugar antes de hacerlas?

Sus labios formaron un mohín y miró el suelo.

—Que no me hornearías más galletas si lo hacía —murmuró.

Asentí con una mirada acusadora que terminó siendo un fiasco al no evitar depositar un beso en su mejilla.

—Vamos, ve comenzándolas. Yo iré en un rato a ayudarte. —Palmé suave su espalda y la vi perderse en el pasillo que daba a los dormitorios.

Me dirigí a la cocina y sorprendentemente, el olor que emanaba era agradable. Sonreí al divisar a mi padre preparar la cena. Me asomé sobre su hombro.

—¿Estás cocinando tortillas francesas? ¿Sí sabes que eso normalmente se sirve en el desayuno?

Dio un respingo en su lugar, no esperando que apareciera. Enarqué una ceja.

—Es eso o nada, Alice. Tú decides.

—Me retracto —Reí—. Mientras no tengan el sabor de ese chili de la semana pasada todo estará bien. —Sonreí como niña pequeña.

Con indignación impregnando su voz, contestó:

—Tu padre es mejor cocinero de lo que crees. Era la primera vez que lo hacía y salió un poco...

—¿Asqueroso? —completé, molestándolo.

Él entrecerró los ojos hacia mí y continuó con su labor.

Sentándome en la barra de desayunar, me perdí en Instagram. No era muy apegada a las redes sociales. Especialmente porque era muy insegura para publicar una foto mía y esperar a que las personas indicaran que tanto les gustó. La ansiedad de ver crecer esos números me carcomería de hacerlo.

La mano de papá paseándose por mi cara me trajo de vuelta a la realidad.

—¿Qué pasa? —me extrañé.

—¿No escuchaste nada de lo que dije?

Negué con la cabeza, avergonzada. Papá resopló.

—Te decía que el amigo con el que tendré la reunión lo conocí cuando éramos niños. Mi mente no termina de asimilar que volví a encontrármelo. —Se dedicó a servir la cena.

—¿Ah, sí? ¿Cuál es su nombre?

—Marcus Blake.

Me atraganté con mi propia saliva. Él me miró con preocupación cuando comencé a toser, más no hizo el amago de ayudarme.

—M-Me estás jodiendo.

Papá frunció el ceño.

—Preferiría que utilices una palabra menos grosera, jovencita.

—¡Lo siento! Es que... ¡Mierda, papá! ¿El dueño de Blake Communications? Si esto es una broma, no me parece nada graciosa. —Fruncí los labios.

—Voy a fingir que no me dolió que creas que mis bromas son tan malas. No bromearía con algo como eso, amor.

Entreabrí los labios.

—Entonces eres amigo de un famoso y exitoso empresario —necesité repetir, sin creérmelo.

—Supongo. —Se encogió de hombros—. Era un chico bastante problemático de joven, pero el destino parece obrar a favor de muchos que lo merecen, él es uno de ellos. Me alegra que haya podido cumplir sus sueños. —Posó varios platos en la mesa.

—Tal vez eso habría pasado contigo de terminar tu carrera.

Mis padres provenían de familias adineradas que le importaban más las apariencias que sus hijos. Ambas se opusieron a la idea de concebir un bebé a temprana edad, pero ellos no estuvieron de acuerdo en terminar con el embarazo. Se desligaron de ellas y salieron a flote solos, sin títulos universitarios, pues su última reprimenda fue dejar de sustentar sus carreras a medio período de culminarlas.

Papá se dedicó a lo que aprendió a hacer en sus veranos de adolescente a escondidas de sus padres: reparar autos. Y al cumplir los diecisiete, a pesar de que no me lo pidió, conseguí empleo en un pequeño bar para saldar, al menos, una de las facturas mensuales y mis gastos personales.

De la universidad, afortunadamente, nunca tuvo que preocuparse. Me quemé las pestañas en la escuela para que mis calificaciones me ayudaran a obtener la beca que hoy sustentaba mis estudios.

—Tal vez, pero prefiero abrazar mi presente e intentar mejorarlo, que perder el tiempo pensando en cosas inciertas del pasado. Ya te lo he dicho.

Inhalé con lentitud.

—Te amo.

—Lo sé.

Bufé, divertida.

—Hombre vanidoso.

Lanzó una carcajada. Se acercó a depositar un beso en mi frente.

—Olivia y tú son lo mejor que me pasó, lo sabes.

Tiempo después, las tortillas estuvieron en la mesa y la hora de la dichosa reunión llegó.

(...)

Detallé a Olivia mientras organizaba las tazas de juguete frente a mí.

Desde que nació los juegos infantiles se habían vuelto parte de mi diario vivir. No importaba que tan triste, enojada o cansada me encontrara; la niña me obligaba a jugar con ella, y en el proceso, lograba mejorar mi día.

A casi medianoche, cuando la película animada reproduciéndose en el televisor del salón estaba a punto de acabar, la presencia de nuestro padre irrumpió la estancia con una sonrisa enorme en la cara.

—Adivinen —fue lo único que dijo.

—¿Nos trajiste chocolates? —Olivia se talló un ojo. Se estaba quedando dormida.

—Mejor que eso.

Arrugué las cejas. La felicidad en su rostro era contagiosa... y sospechosa.

—¿Qué es?

Respiró hondo antes de soltar:

—Marcus me ofreció dirigir el proyecto de su nuevo edificio en Nueva York.

Ni bien la oración salió de sus labios, a pesar del desconcierto, mis brazos envolvieron su cuello en automático. La impresión y felicidad no me cabían en el pecho. ¡Era una oportunidad enorme! ¿Cómo es que acaso eso era posible?

—Me alegra mucho escuchar eso, papá. —Lo abracé mas fuerte. El rio en mi hombro.

—Bueno, no es exactamente dirigirlo porque sería ilegal hacerlo sin una titulación, pero seré la mano...

—Los detalles no importan, aún sigue siendo impresionante.

Al separarme, su cara denotó angustia. Fruncí el ceño por el cambio repentino de actitud.

—¿Qué sucede?

—Hay algo que tienen que saber respecto a eso... —Se sentó en el sillón. Lo seguí, cautelosa.

—Continúa.

Él cerró los ojos por un breve momento.

—Para poder hacer el trabajo, tendré que viajar a Nueva York por un tiempo.

—¿Qué? —El desconcierto me invadió.

—Sé que se escucha alarmante, pero...

—¿Por qué? —lo interrumpí—. ¿No puedes hacerlo desde aquí?

Ni bien la pregunta brotó de mis labios, me arrepentí de formularla. ¡Era más que obvio que tendría que hacerlo si el edificio no sería construido aquí!

—No, amor, no puedo dirigir un equipo de...

—Yo... sí, sí, lo entiendo —lo detuve—. Pero... Si tú te vas, ¿tendré que hacerme cargo de Olivia yo sola? ¿Cómo haré para distribuir mi tiempo entre la universidad, el bar y ella? ¿Y la renta? Mi salario no...

—No habrá ninguna renta que pagar.

—¿Qué?

—El hijo de Marcus tiene una casa a las afueras de la ciudad. No suele utilizarla y ustedes pueden permanecer ahí un tiempo. Hay espacio y habitaciones suficientes.

Mi mente comenzó a maquinar ideas deprisa.

—¿Viviremos con el chico?

Negó con la cabeza.

—No está en la ciudad. Marcus me comentó que tiene varias semanas en Miami, no regresará hasta el próximo año. Junio, específicamente.

Estábamos en octubre, eso era bastante tiempo.

—Bien y... ¿Cuándo te marchas? —Miré a Olivia acomodarse mejor en el sofá. Se había dormido otra vez.

—¿Por qué haces tantas preguntas? —Una risa nerviosa brotó de sus labios. Fruncí el ceño, viéndolo levantarse del sillón.

Me preocupé. Mierda. Por supuesto que me preocupé. Este hombre solo evadía preguntas cuando la respuesta sería nefasta. Dudaba que esta vez sea la excepción.

—Responde, papá.

—Pasado mañana —dejó caer.

Mis ojos se abrieron como plato. ¿¡Qué!?

—¡Pasado mañana! —repetí en voz alta. Olivia se despertó sobresaltada y miró a ambos lados de la habitación—. Quieres decir que ¡pasado mañana! Olivia y yo estaremos viviendo solas en la casa de un desconocido. ¡Un completo desconocido, papá!

—¿Cómo? ¿Solas? ¿Dónde estarás tú, papá? —preguntó Olivia, desorientada.

El hombre que contribuyó a mi creación me dirigió una mirada asesina antes de dirigirse a Olivia.

—Me iré de viaje por un tiempo, amor. No te preocupes, estarás con Alice en un lugar mejor que este y voy a llamarlas cada día. —Con Olivia más relajada, volvió a posar sus ojos en mí. Me encogí en mi lugar—. Deja los gritos, es tarde.

—Es que... ¡Es muy pronto! —mascullé. Respiré hondo—. Dime que al menos no será tanto tiempo, por favor —supliqué. Papá tragó.

—Serán seis meses —soltó con rapidez.

La bilis me subió a la garganta.

—¿¡Acaso quieres matarme!? ¡Eso es demasiado tiempo!

Comencé a dar vueltas por el salón.

Tenía dieciocho años. ¡Dieciocho! Era muy poco el tiempo que llevaba siendo adulta. ¿Cómo podría estar a cargo de Olivia por tanto tiempo? Era demasiada responsabilidad para mis hombros. Llevarla a la escuela, cuidar de ella, preparar sus comidas, asistir a las reuniones mensuales con sus maestros...

—Tranquilízate, Alice. El tiempo pasa volando. Cuando menos te lo esperes, estaré aquí otra vez. —Tomó a la pequeña en brazos. Se quedó dormida otra vez—. Les dejaré mi auto para que sea más sencillo llevarla a la escuela y puedas ir a la universidad sin necesidad del aventón de Stella. También contrataré a una niñera para que se haga cargo de ella mientras tú estés en el bar.

Se dirigió al pasillo que daba a las habitaciones. Lo seguí, meditando una forma en la que no me diera una crisis nerviosa cuando se marchara.

—Le pedirás a Stella que te cubra en el bar mañana para que así puedas empacar todo junto a Olivia. —Depositó a esta última en su cama.

—Mañana es sábado, el bar estará...

—No te lo estoy preguntando. Tú la has cubierto muchas veces antes, ella no tendrá problemas en aceptar cubrirte una vez más.

Lo vi tomar asiento en la cama frente a la de Olivia; la mía. Suspiré, rendida.

—Bien. —Me senté junto a él. No demoré en apoyar la cabeza en su hombro.

—Sé que esto no será sencillo para ti —comenzó, varios segundos más tarde—. Para mí tampoco será fácil estar tan lejos de ustedes, pensando que podría sucederles algo y que yo no estaré aquí para protegerlas. La mera idea me carcome, pero... Olivia y tú merecen algo mejor. Quiero darles más que esto, y si eso significa estar lejos por un tiempo, creo que el sacrificio valdrá la pena.

Los últimos cinco años sólo habíamos sido nosotros tres. Olivia, papá y yo ante todo lo que se nos interpusiera. Podía existir perfectamente sin una madre, pero no sabía si podía hacerlo sin él.

Mordí la parte interna de mi mejilla y lo miré.

Supongo que ahora tendría que averiguarlo.

—Te amo, papá —me vi diciendo por segunda vez en el día.

Él me regaló una sonrisa cálida y me abrazó. Yo se lo devolví al instante, refugiándome en los únicos brazos que consideré un lugar seguro, hasta que los de aquel desconocido me envolvieron por primera vez.

—Yo te amo más. Nunca lo olvides.

—No lo haré.

•••

Primer capítulo de mi primera historia, espero que no les disguste demasiado. Gracias por llegar hasta aquí, prometo que se pone mejor <3

Pueden encontrarme en Instagram y en Twitter como: @cuerpolector 🤍

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