.la tercera prueba
(segunda parte)
Llegaron al campo de quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un
seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos: era la entrada al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.
Cinco minutos después empezaron a ocuparse las tribunas. El aire se llenó
de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios. El cielo era de un azul intenso pero claro, y empezaban a aparecer las primeras estrellas. Hagrid, el profesor Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su
chaleco de piel de topo.
—¡VAMOS, JEFE! ¡USTED PUEDE!
A Lucy casi se cae al escuchar el grito de Sara a su lado, muy cerca de su oreja, la rubia agitaba dos banderines, uno decía Harry y el otro decía Potter. Colin estaba a su lado con otros dos banderines más.
Esos dos eran muy parecidos.
—Mira, ya va a comenzar —dijo Hermione a Lucy.
Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!», y su
voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:
—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y el señor Harry Potter, ambos del colegio
Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro—. En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! —Más aplausos—. Y, en tercer lugar, ¡la señorita Charlotte McGregor, de la Academia Beauxbatons!
Lucy se sorprendió de que Sara también aplaudiera, o era bipolar o ya de habían solucionado sus problemas.
Harry observó a Bill, la señora Weasley, Katherine, Ron, Hermione, Lucy, Sara y Colin, saludándolos con la mano, ellos le devolvieron el gesto con una sonrisa.
—¡Entonces... cuando sople el silbato, entrarán Harry y Cedric! —dijo Bagman—. Tres... dos... uno...
«Suerte.» Pensó Lucy, no se los había podido decir a ninguno de los dos, pero confiaba en que ambos estarían bien.
Dio un fuerte pitido, y Harry y Cedric se adentraron rápidamente en el laberinto.
Un segundo pitio les hizo saber que era la hora de Viktor y Charlotte, ambos se adentraron al laberinto, causando que los aplausos y los silbidos cesaran.
—¿Crees que el jefe estará bien? —preguntó Sara, sentándose lentamente y mirando a Lucy, la cual observaba con una seriedad el laberinto, esperando alguna señal.
Habían pasado unos minutos y el aire se volvió algo silencio, todos pendientes del laberinto. Pero antes de que Lucy respondiera algo, oyó claramente el grito de Charlotte y por último unas chispas rojas se elevaron.
—¡La señorita McGregor queda fuera! —exclamó Bagman.
Algunos murmullos se hicieron escuchar, Lucy pensó que fue la única que escuchó el grito de Charlotte, pero al girar su rostro y ver la mueca en el rostro de su madre, supo que no había sido la única.
—¿Qué sucede? —preguntó Hermione al ver la mirada de Lucy.
La pelirroja la miró por unos segundos y volvió a mirar el laberinto.
—Escuché el grito de Charlotte —explicó Lucy.
—¿Crees que haya sido un boggart o algo por el estilo? —preguntó Ron en un susurro.
—Eso o que alguien está jugando sucio —dijo Katherine, sorprendiendo a los chicos, su mirada neutra se centraba en la entrada del laberinto.
Sin duda, Katherine estaba escuchando algo que los demás no, tal vez era porque fue entrenando su audición elevada durante años, por su sangre de dragón, mientras que Lucy solo había pasado sus vacaciones entrenando.
Pero las miradas se apartaron de Katherine al escuchar y ver cómo otras chispas rojas se elevaban en el cielo.
—¡El señor Krum queda fuera! —gritó Bagman.
Los alumnos de Durmstrang comenzaron un bullicio. Solo quedaban los dos alumnos de Hogwarts.
—¡Listo, ganamos! —festejó Ron.
—No es tan fácil —lo detuvo Bill, consiguiendo que los chicos lo vieran, mientras que las dos mujeres observaban el laberinto con preocupación—, eso quiere decir que Cédric y Harry compiten por la copa. Si lograron pasar cada uno de los obstáculos, solo les queda la copa y la pregunta es...
—¿Quién la agarrará? —murmuró Lucy, volviendo a ver el laberinto con preocupación.
No sé pelearían por una copa, ¿no?
Pero el sorpresivo suspiro de Katherine llamó la atención de ellos, la peliblanca observaba el laberinto con el ceño fruncido.
—¿Qué sucedió? ¿Qué escuchas? —preguntó la señora Weasley con preocupación.
—Ya no escucho ni a Harry, ni tampoco a Diggory —habló Katherine, apartando su mirada del laberinto.
—¿Qué...? —soltaron Hermione, Ron y Sara a la vez.
Lucy volvió a mirar el laberinto y trató de concentrarse, ignorando los murmullos de su alrededor y concentrándose en los ruidos del laberinto. Rawraq, en su hombro, parecía muy inquieto. Logró escuchar las hojas moverse y algunos ruidos extraños, pero su madre tenía razón. No sé escuchaban voces.
—¿Jefa...?
—No los puedo oír tampoco.
Y así pasaron los minutos, Ron preguntando cada segundo si escuchaban algo y la misma respuesta era soltada por ambas Winters.
Pero entonces algo sucedió, Harry cayó de la nada contra el césped del campo, sugetando la copa con una mano y sosteniendo algo con la otra, algo que no podía ver desde allí. Era Cedric.
Los gritos no de hicieron esperar y Dumbledore se acercó rápidamente a Harry. Tanto Lucy como los demás, se levantaron de sus asientos para ver aturdidos la escena. El cuerpo inerte de Cedric Diggory estaba tendido en el suelo.
La multitud bajó de las gradas y rodeó al chico, los oídos de Harry retumbaban por los gritos y las pisadas, soltó la copa y se aferró con más fuerza al cuerpo de Cedric.
Levantó la mano que le quedaba libre y agarró la muñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba por momentos.
—Ha retornado —susurró Harry—. Ha retornado. Voldemort.
—¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?
El rostro de Cornelius Fudge apareció sobre Harry vuelto del revés. Parecía blanco y consternado.
—¡Dios... Dios mío, Diggory! —exclamó—. ¡Está muerto, Dumbledore!
Aquellas palabras se reprodujeron, y las sombras que los rodeaban se las repetían a los de atrás, y luego otros las gritaron, las chillaron en la noche: «¡Está muerto!», «¡Está muerto!», «¡Cedric Diggory está muerto!».
Sara había comenzado a llorar por lo asustada y consternada que estaba, Hermione se aferró al brazo de Ron y este no podía ver el cuerpo, Lucy solo estaba estática, sin poder creer lo que veía, observó a Cho llorar descontroladamente al ver a su novio muerto.
¿Qué mierda había pasado? ¿Por qué todo se había descontrolado de un momento a otro?
—Suéltalo, Harry —oyó que le decía la voz de Fudge, y Harry notó dedos que
intentaban separarlo del cuerpo sin vida de Cedric, pero Harry no lo soltó.
Entonces se acercó el rostro de Dumbledore, que seguía borroso.
—Ya no puedes hacer nada por él, Harry. Todo acabó. Suéltalo.
—Quería que lo trajera —musitó Harry: le parecía im portante explicarlo—. Quería que lo trajera con sus padres...
—De acuerdo, Harry... Ahora suéltalo.
Dumbledore se inclinó y, con extraordinaria fuerza para tratarse de un hombre tan viejo y delgado, levantó a Harry del suelo y lo puso en pie. Harry se tambaleó. Le iba a estallar la cabeza. La pierna herida no soportaría más tiempo el peso de su cuerpo.
Alrededor de ellos, la multitud daba empujones, intentando acercarse, apretando contra él sus oscuras siluetas.
—¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ocurre? ¡Diggory está muerto!
—¡Dumbledore! —Katherine se acercó al director— . Deben sacarlo de aquí ahora.
—¡Tendrán que llevarlo a la enfermería! —dijo Fudge en voz alta—. Está enfermo, está herido...
—Dumbledore, los padres de Diggory están aquí, en las gradas... —dijo Katherine.
—Yo llevaré a Harry, Dumbledore, yo lo llevaré...
—No, yo preferiría...
—Amos Diggory viene corriendo, Dumbledore. Viene para acá... ¿No crees que tendrías que decirle, antes de que vea...?
—Quédate aquí, Harry.
Había chicas que gritaban y lloraban histéricas. La escena vaciló ante los ojos de Harry...
—Ya ha pasado, hijo, vamos... Te llevaré a la enfermería.
—Dumbledore me dijo que me quedara —objetó Harry. La cicatriz de la frente lo hacía sentirse a punto de vomitar. Las imágenes se le emborronaban aún más que antes.
—Tienes que acostarte. Vamos, ven...
—¡Harry!
Lucy iba a ir tras él, pero el profesor Moody se apresuró en llevárselo.
Las cosas no podían estar más raras.
—Lucy, sal de aquí —dijo Katherine, llegando a ella, pero Lucy seguía mirando por dónde habían desaparecido Moody y Harry.
—¿A dónde se lo lleva? —preguntó Lucy aturdida.
—Lucy, estás mal por ver a tu amigo muerto, pero...
—¡¿A dónde se lleva a Harry?! —preguntó Lucy con severidad, volteando a ver a su madre, Katherine se enderezó y la observó—. Necesito saber si está bien, madre... Por favor.
—Bien, iré a ver cómo está —dijo Katherine, soltando un suspiro—. Ahora ve con los demás.
(...)
Tanto Bill, como la señora Weasley, Ron, Sara, Hermione y Lucy se encontraban rodeando a la señora Pomfrey en la enfermería, que parecía agobiada. Le estaban preguntando dónde se hallaba él y qué le había ocurrido.
Todos se abalanzaron sobre ellos cuando entraron, y la señora Weasley soltó una especie de grito amortiguado:
—¡Harry!, ¡ay, Harry!
Fue hacia él, pero Dumbledore se interpuso.
—Molly —le dijo levantando la mano—, por favor, escúchame un momento. Harry ha vivido esta noche una horrible experiencia. Y acaba de revivirla para mí. Lo que ahora necesita es paz y tranquilidad, y dormir. Si quiere que estén con él —añadió, mirando también a Lucy, Ron, Hermione y Bill—, pueden quedarse,
pero no quiero que le pregunten nada hasta que esté preparado para
responder, y desde luego no esta noche.
La señora Weasley mostró su conformidad con un gesto de la cabeza. Estaba muy pálida. Se volvió hacia Lucy, Ron, Sara, Hermione y Bill con expresión severa, como si ellos estuvieran metiendo bulla, y les dijo muy bajo:
—¿Han oído? ¡Necesita tranquilidad!
—Dumbledore —dijo la señora Pomfrey, mirando fijamente el perro grande y negro en el que se había convertido Sirius—, ¿puedo preguntar qué...?
—Este perro se quedará un rato haciéndole compañía a Harry —dijo
sencillamente Katherine—. Te aseguro que está extraordinariamente bien educado. Esperaremos a que te acuestes, Harry.
—Volveré en cuanto haya visto a Fudge, Harry —dijo Dumbledore—. Me
gustaría que mañana te quedaras aquí hasta que me haya dirigido al colegio.
Salió. Mientras la señora Pomfrey lo llevaba a una cama próxima, Harry
vislumbró al auténtico Moody acostado en una cama al final de la sala. Tenía el ojo mágico y la pata de palo sobre la mesita de noche.
—¿Qué tal está? —preguntó Harry.
—Se pondrá bien —aseguró la señora Pomfrey, dándole un pijama a Harry
y rodeándolo de biombos.
El se quitó la ropa, se puso el pijama, y se acostó. Lucy, Ron, Hermione, Sara, Bill y la señora Weasley se sentaron a ambos lados de la cama, mientras Katherine se mantenía de pie a un lado, y el perro negro se colocó junto a la cabecera. Lucy, Ron, Sara y Hermione lo miraban casi con cautela, como si los asustara.
—Estoy bien —les dijo—. Sólo que muy cansado.
A la señora Weasley se le empañaron los ojos de lágrimas mientras le
alisaba la colcha de la cama, sin que hiciera ninguna falta.
La señora Pomfrey, que se había marchado aprisa al despacho, volvió con una copa y una botellita de poción de color púrpura.
—Tendrás que bebértela toda, Harry —le indicó—. Es una poción para dormir sin soñar.
Harry tomó la copa y bebió unos sorbos. Enseguida le entró sueño: todo a su alrededor se volvió brumoso, las lámparas que había en la enfermería lehacían guiños amistosos a través de los biombos que rodeaban su cama, y
sintió como si su cuerpo se hundiera más en la calidez del colchón de plumas. Logró sentir la mano de Lucy atrapando la suya y pudo darle un apretón leve de respuesta. Antes de que pudiera terminar la poción, antes de que pudiera añadir otra palabra, la fatiga lo había vencido.
(...)
Harry despertó en medio de tal calidez y somnolencia que no abrió los ojos,
esperando volver a dormirse. La sala seguía a oscuras: estaba seguro de que
aún era de noche y de que no había dormido mucho rato.
Luego oyó cuchicheos a su alrededor.
—¡Van a despertarlo si no se callan!
—¿Por qué gritan así? No habrá ocurrido nada más, ¿no?
Harry abrió perezosamente los ojos. Alguien le había quitado las gafas.
Pudo distinguir junto a él las siluetas borrosas de la señora Weasley, de Katherine y de Bill.
La señora Weasley y Katherine estaban de pie.
—Es la voz de Fudge —susurraba ella—. Y ésa es la de Minerva McGonagall, ¿verdad? Pero ¿por qué discuten?
Harry también los oía: gente que gritaba y corría hacia la enfermería.
—Ya sé que es lamentable, pero da igual, Minerva —decía Cornelius
Fudge en voz alta.
—¡No debería haberlo metido en el castillo! —gritó la profesora McGonagall—. Cuando se entere Dumbledore...
Harry oyó abrirse de golpe las puertas de la enfermería. Sin que nadie se
diera cuenta, porque todos miraban hacia la puerta mientras Bill retiraba el biombo, Harry se sentó y se puso las gafas.
Fudge entró en la sala con paso decidido. Detrás de él iban Snape y la
profesora McGonagall.
—¿Dónde está Dumbledore? —le preguntó Fudge a Katherine.
—Aquí no —respondió ella, enfadada—. Esto es una enfermería, ministro.
—¿No cree que sería mejor...? —iba a decir la señora Weasley.
Pero la puerta se abrió y entró Dumbledore en la sala.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió bruscamente, pasando la vista de Fudge a la profesora McGonagall—. ¿Por qué están molestando a los enfermos? Minerva, me sorprende que tú... Te pedí que vigilaras a Barty Crouch...
—¡Ya no necesita que lo vigile nadie, Dumbledore! —gritó ella—. ¡Gracias al ministro!
Harry no había visto nunca a la profesora McGonagall tan fuera de sí: tenía las mejillas coloradas, los puños apretados y temblaba de furia.
—Cuando le dijimos al señor Fudge que habíamos atrapado al mortífago
responsable de lo ocurrido esta noche —dijo Snape en voz baja—, consideró
que su seguridad personal estaba en peligro. Insistió en llamar a un dementor para que lo acompañara al castillo. Y subió con él al despacho en que Barty Crouch...
—¡Le advertí que usted no lo aprobaría, Dumbledore! —exclamó la profesora McGonagall—. Le dije que usted nunca permitiría la entrada de un dementor en el castillo, pero...
—¡Mi querida señora! —bramó Fudge, que de igual manera parecía más
enfadado de lo que Harry lo había visto nunca—. Como ministro de Magia, me
compete a mí decidir si necesito escolta cuando entrevisto a alguien que puede
resultar peligroso...
Pero la voz de la profesora McGonagall ahogó la de Fudge:
—En cuanto ese... ese ser entró en el despacho —gritó ella, temblorosa y
señalando a Fudge— se echó sobre Crouch y... y...
Harry sintió un escalofrío, en tanto la profesora McGonagall buscaba palabras para explicar lo sucedido. No necesitaba que ella terminara la frase, pues sabía qué era lo que debía de haber hecho el dementor: le habría
administrado a Barty Crouch su beso fatal. Le habría aspirado el alma por la
boca. Estaría peor que muerto.
—¡Pero, por todos los santos, no es una pérdida tan grave! —soltó Fudge—. ¡Según parece, es responsable de unas cuantas muertes!
—Pero ya no podrá declarar, Cornelius —repuso Dumbledore. Miró a Fudge con severidad, como si lo viera tal cual era por primera vez—. Ya no puede declarar por qué mató a esas personas.
—¿Que por qué las mató? Bueno, eso no es ningún misterio —replicó
Fudge—. ¡Porque estaba loco de remate! Por lo que me han dicho Minerva y Severus, ¡creía que actuaba según las instrucciones de Voldemort!
—Es que actuaba según las instrucciones de Voldemort, Cornelius —dijo Dumbledore—. Las muertes de esas personas fueron meras consecuencias de un plan para restaurar a Voldemort a la plenitud de sus fuerzas. Ese plan ha tenido éxito, y Voldemort ha recuperado su cuerpo.
Fue como si a Fudge le pegaran en la cara con una maza. Aturdido y
parpadeando, devolvió la mirada a Dumbledore como si no pudiera dar crédito a sus oídos. Entonces, sin dejar de mirar a Dumbledore con los ojos
desorbitados, comenzó a farfullar:
—¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Absurdo. ¡Dumbledore, por favor...!
—Como sin duda te han explicado Minerva y Severus —dijo Dumbledore—, hemos oído la confesión de Barty Crouch. Bajo los efectos del suero de la
verdad, nos ha relatado cómo escapó de Azkaban, y cómo Voldemort, enterado
por Bertha Jorkins de que seguía vivo, fue a liberarlo de su padre y lo utilizó
para capturar a Harry. El plan funcionó, ya te lo he dicho: Crouch ha ayudado a Voldemort a regresar.
—¡Pero vamos, Dumbledore! —exclamó Fudge, y Harry se sorprendió de ver surgir en su rostro una ligera sonrisa—, ¡no es posible que tú creas eso! ¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Vamos, vamos, por favor... Una cosa es que Crouch creyera que actuaba bajo las órdenes de Quien-tú-sabes... y otra
tomarse en serio lo que ha dicho ese lunático...
—Cuando Harry tocó esta noche la Copa de los tres magos, fue transportado directamente ante lord Voldemort —afirmó Dumbledore—.
Presenció su renacimiento. Te lo explicaré todo si vienes a mi despacho. —Miró a Harry y vio que estaba despierto, pero añadió: Me temo que no puedo consentir que interrogues a Harry esta noche.
La sorprendente sonrisa de Fudge no había desaparecido. También él miró
a Harry; luego volvió la vista a Dumbledore, y dijo:
—¿Eh... estás dispuesto a aceptar su testimonio, Dumbledore?
Hubo un instante de silencio, roto por el grañido de Sirius. Se le habían erizado los pelos del lomo, y enseñaba los dientes a Fudge.
—Desde luego que lo acepto —respondió Dumbledore, con un fulgor en los ojos—. He oído la confesión de Crouch y he oído el relato de Harry de lo que ocurrió después de que tocara la Copa: las dos historias encajan y explican todo lo sucedido desde que el verano pasado desapareció Bertha Jorkins.
Fudge conservaba en la cara la extraña sonrisa. Volvió a mirar a Harry
antes de responder:
—¿Vas a creer que ha retornado lord Voldemort porque te lo dicen un loco
asesino y un niño que...? Bueno...
Le dirigió a Harry otra mirada, y éste comprendió de pronto.
—Señor Fudge, ¡usted ha leído a Rita Skeeter! —dijo en voz baja.
Lucy, Ron, Hermione, Sara, Bill y la señora Weasley se sobresaltaron: ninguno se había dado cuenta de que Harry estaba despierto, a excepción de Katherine. Fudge enrojeció un poco,
pero su rostro adquirió una expresión obstinada y desafiante.
—¿Y qué si lo he hecho? —soltó, dirigiéndose a Dumbledore—. ¿Qué
pasa si he descubierto que has estado ocultando ciertos hechos relativos a este niño? Conque habla pársel, ¿eh? ¿Y conque monta curiosos numeritos por todas partes?
—Supongo que te refieres a los dolores de la cicatriz —dijo Dumbledore con frialdad.
—¿O sea que admites que ha tenido dolores? —replicó Fudge—. ¿Dolores
de cabeza, pesadillas? ¿Tal vez... alucinaciones?
—Escúchame, Cornelius —dijo Dumbledore dando un paso hacia Fudge, y volvió a irradiar aquella indefinible fuerza que Harry había percibido en él después de que había aturdido al joven Crouch—. Harry está tan cuerdo como tú y yo. La cicatriz que tiene en la frente no le ha reblandecido el cerebro. Creo que le duele cuando lord Voldemort está cerca o cuando se siente especialmente furioso.
Fudge retrocedió medio paso para separarse un poco de Dumbledore, pero no cedió en absoluto.
—Me tendrás que perdonar, Dumbledore, pero nunca había oído que una cicatriz actúe de alarma...
—¡Mire, he presenciado el retorno de Voldemort! —gritó Harry. Intentó volver a salir de la cama, pero la señora Weasley se lo impidió—. ¡He visto a
los mortífagos! ¡Puedo darle los nombres! Lucius Malfoy...
Snape hizo un movimiento repentino; pero, cuando Harry lo miró, sus ojos estaban puestos otra vez en Fudge.
—¡Malfoy fue absuelto! —dijo Fudge, visiblemente ofendido—. Es de una
familia de raigambre... y entrega donaciones para excelentes causas...
—¡Macnair! —prosiguió Harry.
—¡También fue absuelto! ¡Y trabaja para el Ministerio!
—Avery... Nott... Crabbe... Goyle...
—¡No haces más que repetir los nombres de los que fueron absueltos hace trece años del cargo de pertenencia a los mortífagos! —dijo Fudge enfadado—. ¡Debes de haber visto esos nombres en antiguas crónicas de los juicios! Por las barbas de Merlín, Dumbledore... Este niño ya se vio envuelto en una historia ridícula al final del curso anterior... Los cuentos que se inventa son cada vez más exagerados, y tú te los sigues tragando. Este niño habla con las serpientes, Dumbledore, ¿y todavía confías en él?
—¡No sea necio! —gritó la profesora McGonagall—. Cedric Diggory, el señor Crouch: ¡esas muertes no son el trabajo casual de un loco!
—¡No veo ninguna prueba de lo contrario! —vociferó Fudge, igual de
airado que ella y con la cara colorada—. ¡Me parece que están decididos a sembrar un pánico que desestabilice todo lo que hemos estado construyendo durante trece años!
Harry no podía dar crédito a sus oídos. Siempre había visto a Fudge como
alguien bondadoso: un poco jactancioso, un poco pomposo, pero básicamente bueno. Sin embargo, lo que en aquel momento tenía ante él era un mago pequeño y furioso que se negaba rotundamente a aceptar cualquier cosa que supusiera una alteración de su mundo cómodo y ordenado, que se negaba a creer en el retorno de Voldemort.
—Voldemort ha regresado —repitió Dumbledore—. Si afrontas ese hecho,
Fudge, y tomas las medidas necesarias, quizá aún podamos encontrar una
salvación. Lo primero y más esencial es retirarles a los dementores el control de Azkaban.
—¡Absurdo! —volvió a gritar Fudge—. ¡Retirar a los dementores! ¡Me echarían a puntapiés sólo por proponerlo! ¡La mitad de nosotros sólo dormimos tranquilos porque sabemos que ellos están custodiando Azkaban!
—¡A la otra mitad nos cuesta más conciliar el sueño, Cornelius, sabiendo que has puesto a los partidarios más peligrosos de lord Voldemort bajo la custodia de unas criaturas que se unirán a él en cuanto se lo pida! —repuso Dumbledore—. ¡No te serán leales, Fudge, porque Voldemort puede ofrecerles muchas más satisfacciones que tú a sus apetitos! ¡Con el apoyo de los dementores y el retorno de sus antiguos partidarios, te resultará muy difícil evitar que recupere la fuerza que tuvo hace trece años!
Fudge abría y cerraba la boca como si no encontrara palabras apropiadas
para expresar su ira.
—El segundo paso que debes dar, y sin pérdida de tiempo —siguió Dumbledore—, es enviar mensajeros a los gigantes.
—¿Mensajeros a los gigantes? —gritó Fudge, recuperando la capacidad de hablar—. ¿Qué locura es ésa?
—Debes tenderles una mano ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde —repuso Dumbledore—, o de lo contrario Voldemort los persuadirá, como hizo antes, de que es el único mago que está dispuesto a concederles
derechos y libertad.
—No... no puedes estar hablando en serio —dijo Fudge entrecortadamente, negando con la cabeza y alejándose un poco más de Dumbledore—. Si la comunidad mágica sospechara que yo pretendo un acercamiento a los gigantes... La gente los odia, Dumbledore... Sería el fin de mi carrera...
—¡Estás cegado por el miedo a perder la cartera que ostentas, Cornelius!
—dijo Dumbledore, volviendo a levantar la voz y con los ojos de nuevo resplandecientes, evidenciando otra vez su aura poderosa—. ¡Le das demasiada importancia, y siempre lo has hecho, a lo que llaman «limpieza de sangre»! ¡No te das cuenta de que no importa lo que uno es por nacimiento,
sino lo que uno es por sí mismo! Tu dementor acaba de aniquilar al último
miembro de una familia de sangre limpia, de tanta raigambre como la que más... ¡y ya ves lo que ese hombre escogió hacer con su vida! Te lo digo ahora: da los pasos que te aconsejo, y te recordarán, con cartera o sin ella,
como uno de los ministros de Magia más grandes y valerosos que hayamos
tenido; pero, si no lo haces, ¡la Historia te recordará como el hombre que se
hizo a un lado para concederle a Voldemort una segunda oportunidad de destruir el mundo que hemos intentado construir!
—¡Loco! —susurró Fudge, volviendo a retroceder—. ¡Loco...!
Se hizo el silencio. La señora Pomfrey estaba inmóvil al pie de la cama de
Harry, tapándose la boca con las manos. La señora Weasley seguía de pie al lado de Harry, poniéndole la mano en el hombro para impedir que se levantara. Lucy, Bill, Ron, Sara, Hermione y Katherine miraban a Fudge fijamente.
—Si sigues decidido a cerrar los ojos, Cornelius —dijo Dumbledore—, nuestros caminos se separarán ahora. Actúa como creas conveniente. Y yo... yo también actuaré como crea conveniente.
La voz de Dumbledore no sonó a amenaza, sino como una mera
declaración de principios, pero Fudge se estremeció como si Dumbledore
hubiera avanzado hacia él apuntándole con una varita.
—Veamos pues, Dumbledore —dijo blandiendo un dedo amenazador—.
Siempre te he dado rienda suelta. Te he mostrado mucho respeto. Podía no
estar de acuerdo con algunas de tus decisiones, pero me he callado. No hay muchos que en mi lugar te hubieran permitido contratar hombres lobo, o tener a Hagrid aquí, o decidir qué enseñar a tus estudiantes sin consultar al Ministerio. Pero si vas a actuar contra mí...
—El único contra el que pienso actuar —puntualizó Dumbledore— es lord
Voldemort. Si tú estás contra él, entonces seguiremos del mismo lado,
Cornelius.
Fudge no encontró respuesta a aquello. Durante un instante se balanceó hacia atrás y hacia delante sobre sus pequeños pies, e hizo girar en las manos el sombrero hongo. Al final, dijo con cierto tono de súplica:
—No puede volver, Dumbledore, no puede...
Snape se adelantó, levantándose la manga izquierda de la túnica.
Descubrió el antebrazo y se lo enseñó a Fudge, que retrocedió.
—Mire —dijo Snape con brusquedad—. Mire: la Marca Tenebrosa. No está tan clara como lo estuvo hace una hora aproximadamente, cuando era de color negro y me abrasaba, pero aún puede verla. El Señor Tenebroso marcó con
ella a todos sus mortífagos. Era una manera de reconocernos entre nosotros, y también el medio que utilizaba para convocarnos. Cuando él tocaba la marca de cualquier mortífago teníamos que desaparecernos donde estuviéramos y aparecernos a su lado al instante. Esta marca ha ido haciéndose más clara durante todo este curso, y la de Karkarov también. ¿Por qué cree que Karkarov ha huido esta noche? Porque los dos hemos sentido la quemazón de la Marca. Entonces, los dos supimos que él había retornado. Karkarov teme la venganza del Señor Tenebroso porque traicionó a demasiados de sus compañeros mortífagos para esperar una bienvenida si volviera al redil.
Fudge también se alejó un paso de Snape, negando con la cabeza. Daba
la impresión de que no había entendido ni una palabra de lo que éste le había
dicho. Miró fijamente, con repugnancia, la fea marca que Snape tenía en el brazo. A continuación, levantó la vista hacia Dumbledore y susurró:
—No sé a qué están jugando tú y tus profesores, Dumbledore, pero creo
que ya he oído bastante. No tengo más que añadir. Me pondré en contacto
contigo mañana, Dumbledore, para tratar sobre la dirección del colegio. Ahora tengo que volver al Ministerio.
Casi había llegado a la puerta cuando se detuvo. Se volvió, regresó a zancadas hasta la cama de Harry.
—Tu premio —dijo escuetamente, sacándose del bolsillo una bolsa grande de oro y dejándola caer sobre la mesita de la cama de Harry—. Mil galeones.
Tendría que haber habido una ceremonia de entrega, pero en estas circunstancias...
Se encasquetó el sombrero hongo y salió de la sala, cerrando de un portazo. En cuanto desapareció, Dumbledore se volvió hacia el grupo que rodeaba la cama de Harry.
—Hay mucho que hacer —dijo—. Molly... ¿me equivoco al pensar que
puedo contar contigo y con Arthur?
—Por supuesto que no se equivoca —respondió la señora Weasley. Hasta
los labios se le habían quedado pálidos, pero parecía decidida—. Arthur conoce a Fudge. Es su interés por los muggles lo que lo ha mantenido relegado en el Ministerio durante todos estos años. Fudge opina que carece del adecuado orgullo de mago.
—Entonces tengo que enviarle un mensaje —dijo Dumbledore—. Tenemos que hacer partícipes de lo ocurrido a todos aquellos a los que se pueda convencer de la verdad, y Arthur está bien situado en el Ministerio para hablar con los que no sean tan miopes como Cornelius.
—Iré yo a verlo —se ofreció Bill, levantándose—. Iré ahora.
—Muy bien —asintió Dumbledore—. Cuéntale lo ocurrido. Dile que no
tardaré en ponerme en contacto con él. Pero tendrá que ser discreto. Fudge no debe sospechar que interfiero en el Ministerio...
—Déjelo de mi cuenta —dijo Bill.
Le dio una palmada a Harry en el hombro, un beso a su madre en la mejilla, se puso la capa y salió de la sala con paso decidido.
—Katherine —Dumbledore volteó a ver a la platinada que se mantenía en silencio, analizando la situación con cuidado—. ¿Cuento contigo?
Las miradas se clavaron en la reina, la cual miraba a Dumbledore con seriedad.
—No lo dudes —asintió Katherine.
Daría hasta lo último que tenía para dar, solo para salvar a todos y a su hija. Dumbledore asintió agradecido.
—Minerva —dijo Dumbledore, volviéndose hacia la profesora
McGonagall—, quiero ver a Hagrid en mi despacho tan pronto como sea posible. Y también... si consiente en venir, a Madame Maxime.
La profesora McGonagall asintió con la cabeza y salió sin decir una palabra.
—Poppy —le dijo Dumbledore a la señora Pomfrey—, ¿serías tan amable
de bajar al despacho del profesor Moody, donde me imagino que encontrarás a una elfina doméstica llamada Winky sumida en la desesperación? Haz lo que puedas por ella, y luego llévala a las cocinas. Creo que Dobby la cuidará.
—Muy... muy bien —contestó la señora Pomfrey, asustada, y también salió.
Dumbledore se aseguró de que la puerta estaba cerrada, y de que los
pasos de la señora Pomfrey habían dejado de oírse, antes de volver a hablar.
—Y, ahora —dijo—, es momento de que dos de nosotros se acepten. Sirius... te ruego que recuperes tu forma habitual.
El gran perro negro levantó la mirada hacia Dumbledore, y luego, en un
instante, se convirtió en hombre.
La señora Weasley soltó un grito y se separó de la cama.
—¡Sirius Black! —gritó.
—¡Calla, mamá! —chilló Ron—. ¡Es inocente!
Snape no había gritado ni retrocedido, pero su expresión era una mezcla
de furia y horror.
—¡Él! —gruñó, mirando a Sirius, cuyo rostro mostraba el mismo desagrado—. ¿Qué hace aquí?
—Está aquí porque yo lo he llamado —explicó Dumbledore, pasando la
vista de uno a otro—. Igual que tú, Severus. Yo confió tanto en uno como en otro. Ya es hora de que olviden sus antiguas diferencias, y confien también el uno en el otro.
Lucy pensó que Dumbledore pedía un milagro. Sirius y Snape se miraban
con intenso odio.
—Me conformaré, a corto plazo, con un alto en las hostilidades —dijo
Dumbledore con un deje de impaciencia—. Dense la mano: ahora están del mismo lado. El tiempo apremia, y, a menos que los pocos que sabemos la verdad estemos unidos, no nos quedará esperanza.
Muy despacio, pero sin dejar de mirarse como si se desearan lo peor, Sirius y Snape se acercaron y se dieron la mano. Se soltaron enseguida.
—Con eso bastará por ahora —dijo Dumbledore, colocándose una vez
más entre ellos—. Ahora, tengo trabajo que darle a los dos. La actitud de Fudge, aunque no nos pille de sorpresa, lo cambia todo. Sirius, necesito que salgas ahora mismo: tienes que alertar a Remus Lupin, Arabella Figg y
Mundungus Fletcher: el antiguo grupo. Escóndete por un tiempo en casa de Lupin. Yo iré a buscarte.
—Pero... —protestó Harry.
Quería que Sirius se quedara. No quería decirle otra vez adiós tan pronto.
—No tardaremos en vernos, Harry —aseguró Sirius, volviéndose hacia él—. Te lo prometo. Pero debo hacer lo que pueda, ¿comprendes?
—Claro. Claro que comprendo.
Sirius le apretó brevemente la mano, asintió con la cabeza mirando a
Dumbledore, volvió a transformarse en perro, y salió corriendo de la sala,
abriendo con la pata la manilla de la puerta.
—Severus —continuó Dumbledore dirigiéndose a Snape—, ya sabes lo
que quiero de ti. Si estás dispuesto...
—Lo estoy —contestó Snape.
Parecía más pálido de lo habitual, y sus fríos ojos negros resplandecieron
de forma extraña.
—Buena suerte entonces —le deseó Dumbledore, y, con una mirada de
aprehensión, lo observó salir en silencio de la sala, detrás de Sirius.
Pasaron varios minutos antes de que el director volviera a hablar.
—Katherine —volvió a mirar a la platinada—. Debes avisar a las potencias mágicas y a cada aliado que tengas, cuantos más mejor.
—Cuanta con ello —asintió Katherine.
Lucy observó a su madre, no comprendía a qué se refería Dumbledore con potencias mágicas.
—Tengo que bajar —dijo Dumbledore, por fin—. Tengo que ver a los Diggory. Tómate la poción que queda, Harry. Los veré a todos más tarde.
Mientras Dumbledore se iba, Harry se dejó caer en las almohadas. Lucy, Hermione, Ron, Sara y la señora Weasley lo miraban. Nadie habló por un tiempo.
—Te tienes que tomar lo que queda de la poción, Harry —dijo al cabo la señora Weasley. Al ir a coger la botellita y la copa, dio con la mano contra la bolsa de oro que estaba en la mesita—. Tienes que dormir bien y mucho.
Intenta pensar en otra cosa por un rato... ¡piensa en lo que vas a comprarte con el dinero!
—No lo quiero —replicó Harry con voz inexpresiva—. Agarrenlo ustedes.
Quien sea. No me lo merezco. Se lo merecía Cedric.
Aquello contra lo que había estado luchando por momentos desde que
había salido del laberinto amenazaba con ser más fuerte que él. Sentía una
sensación ardorosa y punzante por dentro de los ojos. Parpadeó y miró al
techo.
—No fue culpa tuya, Harry —susurró la señora Weasley.
—Yo le dije que agarraramos juntos la Copa —musitó Harry.
En aquel momento tenía aquella sensación ardorosa también en la
garganta. Le hubiera gustado que Ron desviara la mirada. La señora Weasley posó la poción en la mesita, se inclinó y abrazó a Harry. Él no recordaba que nunca ningún ser humano lo hubiera abrazado de aquella manera, como a un hijo. Todo el peso de cuanto había visto aquella noche pareció caer sobre él mientras la señora Weasley lo aferraba. El rostro de su madre, la voz de su padre, la visión de Cedric muerto en la hierba, todo empezó a darle vueltas en la cabeza hasta que apenas pudo soportarlo y su rostro se tensó para contener el grito de angustia que pugnaba por salir.
Se oyó un ruido como de portazo, y la señora Weasley y Harry se separaron. Hermione estaba en la ventana. Tenía algo en la mano firmemente agarrado.
—Lo siento —se disculpó.
—La poción, Harry —dijo rápidamente la señora Weasley, enjugándose las
lágrimas con el dorso de la mano.
Harry se la bebió de un trago. El efecto fue instantáneo. Lo sumergió una
ola de sueño grande e irresistible, y se hundió entre las almohadas, dormido sin pensamientos y sin sueños.
La señora Weasley se alejó de él y fue hasta Katherine, la cual seguía inexpresiva, estaba preocupada.
—¿Crees que podrás hacerlos entender? —preguntó entre susurros la señora Weasley.
—No lo sé, son muy difíciles, últimamente creen que Lucy no es digna de gobernar —susurró Katherine, observando como Lucy acariciaba la mano de Harry—. Los salvajes se quedarán del lado de los más fuertes y creen que Lucy será una reina débil.
—¿Quieres que los salvajes se unan a nosotros? —preguntó sorprendida—. Katherine, sabes que eso es casi imposible, los salvajes ma...
—Matan sin piedad, lo sé —asintió Katherine—. Pero serían el as bajo la manga de Dumbledore.
¡Hola!
Qué rabia me da Cornelius... ¡DIOSES!
Ya nada para el final...
Pd: Me robo a Katherine, sorry not sorry, Charles jajajaja