—¿Así que no dirás nada más?—camino detrás de él.
Se detiene y se gira, observándome con el ceño fruncido.
—¿Acaso quieres que diga, Amber?
Escaneo su rostro, intentando encontrar alguna emoción en su rostro, pero nada.
—¿Quieres que diga que esto, lo nuestro—señala con su mano el espacio entre ambos—, no significó nada para mí? ¿Qué simplemente fuiste un pasatiempo para mí? ¿Eso querías oír?
No realmente, no quería escuchar aquello; quería que se abriera, que contará lo que le estaba ocurriendo. Pero no que fui simplemente alguien con quien pasó el tiempo.
—Amber—pronuncia mi nombre y noto que la máscara de indiferencia se rompe levemente, pero ya era tarde.
—No te molestaré nunca más, Calum—digo, alejándome.
Tomo mi campera y salgo de su departamento.
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Me remuevo en la cama, prendo la lámpara y tomo el teléfono que sonaba.
Las lagrimas vuelven a acumularse en mis ojos al ver el nombre del número; no tendría que atender, porque sería peor para los dos, pero atiendo de igual manera.
—Ashton, hermano—se había equivocado de número y no se había dado cuenta; iba a cortar, pero algo en su voz me lo impidió—. Ashton, soy un estúpido. Hice una estupidez—ríe, pero no es la risa de siempre; ríe con amargura y alcohol—. Estaba esta chica, Amber; ya sabes quién es, todos ustedes la conocen. Y también saben que me enamoré de ella, me enamoré tanto de ella que hay veces que me da miedo; nunca sentí algo así antes. Y la jodí, porque el miedo me dominó. La jodí a tal punto de decir cosas que la lastimaron, y tengo miedo de no poder recuperarla—su voz se quiebra levemente—. La entiendo si no quiere hablar conmigo nunca más o no verme, pero la amo y la necesito.
Cierro con fuerza los ojos, sintiendo como las lágrimas bajan por mi rostro.
—Y ahora me encuentro parado enfrente de la puerta de su casa, como un maldito estúpido—suspira—. La amo, Ashton. Y tengo miedo de haberla perdido.