La Jugadora

By black_pink_des

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POV ROSÉ

Estaba haciendo el desayuno para mí y Lisa cuando la oí viniendo detrás de mí. Sonreí y volteé la salchicha que estaba friendo mientras ella envolvió sus brazos alrededor de mi estómago.

—Huele tan bien —dijo ella, apretándome y metiendo su cara en mi cuello.

—Estará listo en unos dos segundos —dije—. Si dejas de mover tus manos por mi cuerpo.

—Amas mis manos sobre tu cuerpo. —Las movió más abajo, metiendo una en el frente de mis shorts. Aguanté la respiración, mi frecuencia cardiaca incrementándose.

—Voy a quemar esto si no te detienes.

—Puedo irme sin comer.

Su mano se escabulló dentro de mis bragas, sus largos dedos moviéndose a lo largo de mis pliegues. Tiré mi cabeza hacia atrás con un gemido. Esta mujer definitivamente sabía cómo usar sus dedos. Y su lengua. Y su polla. Temblé contra ella.

—De verdad deberías detenerte —susurré, jadeando cuando tocó mi punto sensible.

Aunque después de los últimos dos días, todo era sensible. Continuó moviendo su boca a lo largo de su cuello, sus dedos sobre mi clítoris, su otra mano subiendo para ahuecar mis pechos desnudos bajo la camiseta de algodón que me había prestado para usar en la cama anoche. Sentí la acumulación viniendo antes de poder formar otra protesta. La espátula se cayó de mi mano en un ruido fuerte contra el sartén y gemí su nombre, mis rodillas debilitándose por el placer.

Lisa me sostuvo de pie y se inclinó sobre mi hombro para mover la sartén y apagar la estufa antes de empujar mis shorts de algodón hacia abajo y girarme para enfrentar la sala de estar.

Mis manos se ubicaron sobre la encimera mientras ella me inclinaba y separaba mis piernas más ampliamente. No dio ninguna advertencia antes de deslizarse dentro de mí con un lento y largo movimiento. Sentí su longitud todo el camino hasta mi pecho, su circunferencia tomando el resto del espacio dentro de mí, y yo jadeé fuerte. Dejó un beso sobre mi hombro, y luego comenzó a moverse de verdad.

—No me dejes —dijo, su voz un gemido junto a mi oído. Gimió profundamente cuando me apreté a su alrededor—. Dios. Jodidamente no me dejes, Rosé.

Mis ojos se cerraron pesadamente mientras la ola de mi segundo orgasmo empezó a llenarme, haciéndome cosquillear desde la punta de mis pies al tope de mi cabeza. Encontré sus empujes más profundo, más rápido, más duro, y gemí otra vez cuando sentí otra ola viniendo sobre mí. Mordió mi hombro, sus dedos enterrándose en mis caderas mientras me jalaba bruscamente hacia ella, encontrándome en dos empujes finales antes de vaciarse dentro de mí con un fuerte y gutural gemido de mi nombre.

—No se suponía que tuviera sexo antes de practica —exhaló, descansando su frente en mi hombro.

Puso una toalla de papel entre mis piernas y moví mi mano para sostenerla mientras caminaba hacia el baño.

—¿Por qué? ¿Tus rodillas se debilitan cuando corres? —pregunté mientras caminaba de regreso. Lisa estaba metiendo su jersey en sus shorts. Sus ojos se dispararon hacia los míos y se rio.

—Tienes una seria obsesión con mis rodillas. Sonreí.

—Por motivos puramente egoístas.

—Bueno, en ese caso. —Se acercó a mí, envolviendo un brazo a mí alrededor y jalándome hacia ella para besarme de nuevo—. Me aseguraré que mis rodillas estén sanas para tu apetito sexual.

Me alejé de ella y me giré hacia la cocina para esconder mi sonrojo, pero su risa me dijo que lo vio de todas formas. Desayunamos, salchichas quemadas incluidas, antes que se fuera.

—Si crees que puedas lidiar con manejar en el lado derecho de la carretera, toma uno de los autos. Todos tienen navegación —dijo mientras caminaba con ella hacia el garaje.

—No tengo licencia, ¿recuerdas?

—Ah. —Sonrió—. ¿Quieres que te lleve a la casa de Victoria ? Ella está muriendo por tiempo a solas contigo.

Sonreí. La había conocido brevemente cuando vino con su hija Penélope ayer, pero realmente no habíamos tenido oportunidad de hablar. Me agradaba. Probablemente era una de las únicas personas que en realidad me agradaba en Manchester hasta la fecha, así que acepté. Lisa estaba al teléfono cuando terminé de vestirme y caminé hacia el garaje, y en vez de ir hacia el asiento del conductor, ella camino hacia el del pasajero y colgó las llaves delante de mí. Me opuse.

–No puedo manejar. En serio.

–Hazlo por mí.

Miré alrededor del garaje, hacia los cuatro lujosos autos que tenía ahí. —¿Cuál de estos no costaría una fortuna para reparar si lo daño?

—¿Si lo dañas? —preguntó, sus ojos amplios. La sonrisa se deslizó de su rostro—. Mierda.

—Te lo dije, no puedo manejar.

—¿Nunca antes has manejado? ¿Nunca? —preguntó, lanzándome una mirada de incredulidad.

—¿Crees que te mentiría sobre algo tan... extraño?

—Esperaría que no mintieras en absoluto, pero no lo sé —dijo con un encogimiento de hombros.

Rodé mis ojos. —La única cosa que he manejado es un Vespa y eso fue en Australia cuando tenía catorce años. Eso ni siquiera cuenta ya que iba a cinco millas por hora y mi abuela estaba sentada detrás de mí, prácticamente manejando por mí todo el tiempo porque estaba muy asustada por su seguridad.

Lisa se rio ruidosamente, tirando su cabeza hacia atrás. Sonreí a la vista, a pesar que era a mis expensas... o a las de mi abuela. De cualquier forma, amé la forma en que su rostro se iluminó cuando se echó a reír descaradamente así. Me miró, la diversión brillando en sus ojos cuando lo hizo.

—Solo escoge un auto.

—Tú escoge un auto —dije severamente, mis ojos amplios—. No quiero que me odies si estrello alguno de ellos.

Su mirada se suavizó mientras caminaba hacia mí y me empujaba contra su pecho. Inhalé su aroma mientras masajeaba la parte de atrás de mi cabeza. — Nunca podría odiarte, nena.

—Dijiste que no dejabas a nadie manejar tus autos —dije de forma amortiguada contra su pecho. Se inclinó hacia atrás para mirarme a los ojos.

—Tú no eres nadie —dijo.

Sus ojos sostenían una seriedad que hizo a mi estómago hundirse. Quería preguntarle qué significaba eso, quién era yo, por qué dijo eso, por qué parecía ser inflexible en hacerme sentir de la manera que lo hacía, como si fuera la cosa más importante en el mundo para ella. Estaba tan asustada de preguntar, así que en su lugar, me puse de puntillas y la besé. Ella gimió y empujo contra mí, haciéndome tropezar con el lado del auto negro detrás de mí. Nos separamos con la respiración pesada.

—Vas a hacer que llegue tarde.

—Tú vas a hacerte llegar tarde–. Sonrió. –Escoge un auto.

Tragué y tomé la mano que me ofrecía para ponerme completamente recta. Giré alrededor y miré hacia los autos de nuevo, finalmente apuntando hacia la camioneta negra. No podría hacerlo mal con una camioneta, ¿cierto? Y si lo chocaba, no moriríamos... ¿cierto? Gemí mientras caminábamos hacia ella. Lisa se rio detrás de mí.

—Y para colmo, tengo que manejar en el lado equivocado de la carretera —dije mientras nos metíamos en el auto.

—Pero nunca antes has manejado —dijo ella, riéndose mientras abrochaba su cinturón de seguridad.

—¿Y?

—Y no notarás la diferencia.

Tomé una respiración realmente profunda y exhalé mientras encendía el auto y miraba el retrovisor mientras la puerta del garaje se abría detrás de nosotros. Agarré el volante.

—Tienes que quitar la P y ponerlo en la pequeña R —dijo. Mis ojos cortaron los suyos.

—Sé eso.

Se encogió de hombros. Si no fuera tan malditamente bien parecida, habría querido abofetear la sonrisa juguetona de sus labios.

Después de unos segundos, puse el auto en reversa y presioné el pedal. Mi corazón subió a mi garganta mientras el auto se movía hacia atrás y fuera del garaje. Iba lento y no había nada detrás de mí, así que todavía estaba bien. Logré manejar todo el camino hasta la puerta y me detuve mientras se abría. Y cuando giré fuera de la calzada, miré de nuevo hacia ella.

—Oh por Dios. No puedo creer que vaya a manejar en la calle de verdad —dije fuertemente—. ¿Estás jodidamente loca?

Lisa se echó a reír. —Y aquí estaba yo, sintiéndome afortunada porque sabía el secreto para hacerte gritar.

El calor subió a mis mejillas. —Técnicamente sigues siendo la única que me hace gritar.

No podía quitar mis ojos de la carretera por el miedo de hacer algo mal, pero pude sentir sus ojos en mi rostro. Lisa me dijo la dirección a la que ir, y resultó que no tenía que conducir en ninguna de las calles principales para llegar a la casa de Victoria y Sergio.

Estaba a tres caminos serpenteantes y una vuelta de distancia de la suya. Cuando llegué a la casa y por la calzada, puse el carro en freno y presioné mi espalda contra el asiento, cerrando mis ojos y dejando salir una pesada respiración de alivio.

—Manejaste —dijo Lisa, su voz baja. Su mano encontró la mía, todavía en el volante, y la soltó para llevarla hacia su boca. La besó suavemente—. Manejaste, nena.

Abrí mis ojos y giré mi rostro hacia ella suavemente. Sonreí. —Manejé. Su sonrisa se amplió.

—Sabía que podías.

—Gracias por dejarme hacerlo —dije, tomando otra respiración profunda.

Sentí mi ansiedad bajando con cada segundo que pasaba. Nuestros dedos se entrelazaron con los del otro, y nos movimos en nuestros asientos para enfrentarnos la una a la otra. Odiaba la cosa en el medio que nos separaba.

—¿Estás feliz? —preguntó. Por la forma como su voz bajó una octava y me miró, no estaba segura de si estaba hablando sobre manejar o de algo más. Asentí y sonreí.

—Mucho.

—Yo también.

Nos movimos una hacia la otra al mismo tiempo, nuestros labios encontrándose en un suave beso que pronto se volvió delirante. Hubo un fuerte golpe en la ventana que nos hizo separarnos rápidamente. Sergio estaba afuera con una sonrisa en su rostro. Lisa bajó la ventana.

—¿Alguna noticia para mí? —preguntó Sergio y Lisa suspiró.

—No todavía.

Sergio sacudió su cabeza, y miró hacia mí con una sonrisa. —Hola, Rosé. Victoria ha estado hablando sin cesar sobre su salida de compras. Ven adentro cuando estés lista.

—Gracias —dije, agradecida porque dejó sus idioteces... al menos por el momento.

Lisa me dio la llave de su casa, me explicó su sistema de alarma, el sistema de su puerta, y se fue a su práctica y yo fui adentro a esperar a Victoria. Fuimos al centro comercial más grande que he visto en mi vida llamado el Manchester Arndale, así ella podría comprar un traje de baño para el próximo viaje de vacaciones que iba a tomar con Sergio.

—¿Penélope estará sola cuando se vayan? —pregunté.

Victoria suspiró. —Lamentablemente. Cumplirá dieciocho la próxima semana  y quiere hacer sus propias decisiones.

—No es por ella por quien estoy preocupada —dijo Victoria, cortando su mirada con la mía mientras entrábamos en otra tienda—. Son los muchachos que alojamos.

Asiento lentamente. —Los jugadores de fútbol parecen ser un problema. Se echó a reír. —Tú lo sabrás.

—Lisa no es mala —dije sonriendo.

—No lo es —dijo con una sonrisa amable—. Parece enamorada de ti. Nunca la he visto tan... tranquila.

—¿Tranquila?

A pesar de mí misma, mi corazón dejó de latir. Instantáneamente pensé en las fotos que había visto de ella y sus pasadas formas de mujeriego. Me odié por tener esos pensamientos después que me había demostrado lo contrario.

—No de la forma que estás pensando. Solo tranquila en general. No ha ido a beber desde que ha regresado... es un buen cambio.

Miré a través de los trajes de baño distraídamente mientras hablábamos. —No es algo bueno si es un cambio repentino, o si cambió por mí. Eso nunca funciona.

—Creo que viene desde hace largo tiempo. Necesitaba bajar la velocidad. Incluso cuando estaba con... —Se detuvo, sus ojos ampliándose mientras se detenía a sí misma de continuar la oración. Quería saber más sobre su vida y cómo era antes, así que sonreí y la animé a continuar.

—No me importa. ¿Cuándo estaba con Nana? —dije.

—Con Nana —dijo, sacudiendo su cabeza y chaqueando sus dientes—. Esa relación era un desastre.

—Sé que la engañó con su compañera de equipo.

—Uno de sus compañeras de equipo. Quién sabe cuántos jugadores de los otros clubes de fútbol —dijo ella.

Elevé mis cejas. —¿Cómo reaccionó Lisa? Victoria rio una vez.

—Se volvió chiflada.

—¿Loca? —pregunté frunciendo el ceño.

—Sí. Absolutamente loca.

—No la culpo —dije.

—Ni yo tampoco, no que ella fuera una santa. —Hizo una pausa, ofreciéndome una sonrisa amable—. No estoy diciendo que alguna vez te haría eso. Tienes que darte cuenta que tú y Nana son como el día y la noche y parece que sacas sus mejores cualidades. —Se echó a reír — Cualidades que no tenía ni idea que tenía antes de conocerte.

—Parece estar muy ocupada todo el tiempo —dije, cambiando un poco de marcha. No quería ser el centro de la razón por la que ella supuestamente había cambiado—. Su vida es bastante abrumadora.

—No es para débiles —ofreció—. Tienes que realmente quererlo si quieres que tu relación sobreviva el escrutinio.

Asentí. Esa era la gran pregunta, pero para mí no era una pregunta en absoluto. Por supuesto que quería. Sabía que tendría que compartir mi tiempo con el mundo, y estaba de acuerdo con eso porque al final del día, me quedaba con ella. Era una aterradora realización, y una que me hizo cuestionarme mi propia cordura porque, ¿cómo funcionaría? Yo iba a regresar a Nueva York.

Lisa iba a quedarse aquí o iría a Barcelona. De cualquier forma, lejos, muy lejos de mí. ¿Me mudaría y dejaría todo atrás por ella? ¿Me mudaría lejos de mi papá? Apenas lo tenía de regreso. ¿Era un cambio que estaba dispuesta a hacer? ¿Lejos de mi hermana? ¿De mi vecindario y de todo lo que alguna vez había conocido?

La mirada en mi rostro debe haber sido igual de nublada que mis pensamientos, porque Victoria apretó mi hombro gentilmente y atrajo mi atención.

—Todo estará bien.

Sonreí agradecidamente y cambié el tema a la costa Almalfi, su próximo destino.

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