✓ DRAGONS, harry potter [#1]

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░▒▓DRAGONS! ❛Ellos creen que pueden jugar contigo. Déjalos creer que tienen el control.❜ Lucy intenta enco... More

𝐃𝐑𝐀𝐆𝐎𝐍𝐒
𝐆𝐑𝐀́𝐅𝐈𝐂𝐎𝐒
c.000: La carta.
c.001: Invocación.
c.002: Sara McGregor.
c.003: Al tanto.
c.004: Harry Potter.
c.005: La selección.
c.006: Primer día.
c.007 (en proceso)
8. 𝗣𝗥𝗜𝗠𝗘𝗥𝗔 𝗔𝗩𝗘𝗡𝗧𝗨𝗥𝗔
9. 𝗟𝗨𝗖𝗬 𝗛𝗢𝗟𝗠𝗘𝗦
10. 𝗧𝗥𝗢𝗟
11. 𝗖𝗘𝗗𝗥𝗜𝗖 𝗗𝗜𝗚𝗚𝗢𝗥𝗬
12. 𝗙𝗨𝗘 𝗦𝗡𝗔𝗣𝗘
13. 𝗖𝗛𝗔𝗥𝗟𝗜𝗘 𝗪𝗘𝗔𝗦𝗟𝗘𝗬
14. 𝗡𝗔𝗩𝗜𝗗𝗔𝗗
15. ¿𝗠𝗔𝗠𝗔́? ¿𝗣𝗔𝗣𝗔́?
16. 𝗡𝗜𝗖𝗢𝗟𝗔𝗦 𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘𝗟
17. 𝗘𝗟 𝗣𝗔𝗥𝗧𝗜𝗗𝗢 𝗗𝗘𝗙𝗜𝗡𝗜𝗧𝗜𝗩𝗢
18. 𝗘𝗟 𝗗𝗥𝗔𝗚𝗢́𝗡 𝗗𝗘 𝗛𝗔𝗚𝗥𝗜𝗗
19. 𝗧𝗥𝗔𝗙𝗜𝗖𝗔𝗡𝗗𝗢 𝗨𝗡 𝗗𝗥𝗔𝗚𝗢́𝗡
20. 𝗖𝗔𝗦𝗧𝗜𝗚𝗔𝗗𝗢𝗦
21. 𝗔 𝗧𝗥𝗔𝗩𝗘́𝗦 𝗗𝗘 𝗟𝗔 𝗧𝗥𝗔𝗠𝗣𝗜𝗟𝗟𝗔
22. 𝗔 𝗧𝗥𝗔𝗩𝗘́𝗦 𝗗𝗘 𝗟𝗔 𝗧𝗥𝗔𝗠𝗣𝗜𝗟𝗟𝗔²
23. 𝗣𝗔𝗣𝗔́
━━━𝘼𝘾𝙏𝙊 𝘿𝙊𝙎
24. 𝗦𝗢𝗣𝗛𝗜𝗘
25. 𝗟𝗔 𝗠𝗔𝗗𝗥𝗜𝗚𝗨𝗘𝗥𝗔
26. 𝗔𝗗𝗜𝗢́𝗦, 𝗦𝗢𝗣𝗛𝗜𝗘
27. 𝗘𝗟 𝗖𝗨𝗠𝗣𝗟𝗘𝗔𝗡̃𝗢𝗦 𝗗𝗘 𝗦𝗔𝗥𝗔
28. 𝗛𝗔𝗥𝗥𝗬
29. ¿𝗤𝗨𝗘́ 𝗘𝗦 𝗘𝗦𝗢?
30. 𝗖𝗔𝗟𝗟𝗘𝗝𝗢́𝗡 𝗞𝗡𝗢𝗖𝗞𝗧𝗨𝗥𝗡
31. 𝗦𝗔𝗥𝗔 𝗔𝗟 𝗥𝗘𝗦𝗖𝗔𝗧𝗘
32. 𝗡𝗢 𝗠𝗘 𝗙𝗜́𝗢 𝗗𝗘 𝗘́𝗟
33. 𝗠𝗔𝗧𝗔𝗥𝗘́ 𝗔 𝗥𝗬
34. 𝗗𝗘𝗩𝗨𝗘𝗟𝗧𝗔 𝗔 𝗛𝗢𝗚𝗪𝗔𝗥𝗧𝗦
35. 𝗘𝗟 𝗙𝗔𝗡 𝗗𝗘 𝗥𝗬
36. 𝗗𝗨𝗘𝗡𝗗𝗘𝗖𝗜𝗟𝗟𝗢𝗦
37. 𝗘𝗟 𝗔́𝗟𝗕𝗨𝗠
38. 𝗦𝗔𝗡𝗚𝗥𝗘 𝗦𝗨𝗖𝗜𝗔
39. 𝗖𝗛𝗔𝗥𝗟𝗔 𝗖𝗢𝗡 𝗛𝗔𝗚𝗥𝗜𝗗
40. 𝗟𝗔 𝗜𝗡𝗩𝗜𝗧𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡
41. 𝗛𝗔𝗟𝗟𝗢𝗪𝗘𝗘𝗡
42. 𝗟𝗔 𝗦𝗘𝗡̃𝗢𝗥𝗔 𝗡𝗢𝗥𝗥𝗜𝗦
43. 𝗟𝗔 𝗖𝗔́𝗠𝗔𝗥𝗔 𝗗𝗘 𝗟𝗢𝗦 𝗦𝗘𝗖𝗥𝗘𝗧𝗢𝗦
44. 𝗔𝗥𝗔𝗡̃𝗔𝗦
45. 𝗔𝗗𝗜𝗢́𝗦, 𝗗𝗜𝗚𝗡𝗜𝗗𝗔𝗗 𝗗𝗘 𝗥𝗬
46. 𝗣𝗔𝗥𝗧𝗜𝗗𝗢
47. 𝗡𝗘𝗥𝗩𝗜𝗢𝗦
48. 𝗗𝗨𝗘𝗟𝗢𝗦
49. 𝗥𝗘𝗔𝗖𝗖𝗜𝗢𝗡𝗔, 𝗦𝗔𝗥𝗔
50. 𝗔𝗗𝗜𝗢́𝗦, 𝗛𝗢𝗚𝗪𝗔𝗥𝗧𝗦
51. 𝗠𝗔𝗠𝗔́
52. 𝗦𝗢𝗟𝗢 𝗘𝗦 𝗨𝗡𝗔 𝗠𝗨𝗡̃𝗘𝗖𝗔
53. 𝗗𝗔𝗥𝗜́𝗔 𝗠𝗜 𝗩𝗜𝗗𝗔 𝗣𝗢𝗥 𝗟𝗔 𝗧𝗨𝗬𝗔
54. ¡𝗡𝗢 𝗟𝗔 𝗧𝗢𝗤𝗨𝗘𝗦!
55. 𝗥𝗘𝗖𝗢𝗡𝗖𝗜𝗟𝗜𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡
56. 𝗗𝗜́𝗔 𝗗𝗘 𝗦𝗔𝗡 𝗩𝗔𝗟𝗘𝗡𝗧𝗜́𝗡
━━━𝘼𝘾𝙏𝙊 𝙏𝙍𝙀𝙎
57. 𝗥𝗔𝗪𝗥𝗔𝗤
58. 𝗡𝗢 𝗖𝗥𝗘𝗢 𝗤𝗨𝗘 𝗦𝗘𝗔 𝗧𝗢𝗡𝗧𝗢
59. 𝗨𝗡𝗔 𝗡𝗜𝗡̃𝗘𝗥𝗔
60. 𝗧𝗨́ 𝗟𝗢 𝗧𝗥𝗔𝗡𝗤𝗨𝗜𝗟𝗜𝗭𝗔𝗦
61. 𝗘𝗟 𝗧𝗘́ 𝗗𝗘 𝗟𝗨𝗖𝗬
62. 𝗘𝗟 𝗗𝗘𝗠𝗘𝗡𝗧𝗢𝗥
63. 𝗠𝗔𝗟𝗢𝗦 𝗔𝗨𝗚𝗨𝗥𝗜𝗢𝗦
64. 𝗛𝗜𝗣𝗢𝗚𝗥𝗜𝗙𝗢
65. 𝗕𝗢𝗚𝗚𝗔𝗥𝗧
66. 𝗛𝗢𝗚𝗦𝗠𝗘𝗔𝗗𝗘
67. 𝗟𝗔 𝗛𝗨𝗜𝗗𝗔 𝗗𝗘 𝗟𝗔 𝗦𝗘𝗡̃𝗢𝗥𝗔 𝗚𝗢𝗥𝗗𝗔
68. 𝗟𝗔 𝗗𝗘𝗥𝗥𝗢𝗧𝗔
69. 𝗝𝗔𝗠𝗘𝗦 𝗣𝗢𝗧𝗧𝗘𝗥 𝗬 𝗦𝗜𝗥𝗜𝗨𝗦 𝗕𝗟𝗔𝗖𝗞
70. 𝗧𝗘𝗥𝗖𝗢 𝗬 𝗚𝗥𝗨𝗡̃𝗢́𝗡
71. 𝗟𝗔 𝗦𝗔𝗘𝗧𝗔 𝗗𝗘 𝗙𝗨𝗘𝗚𝗢
72. 𝗘𝗟 𝗦𝗟𝗬𝗧𝗛𝗘𝗥𝗜𝗡 𝗜𝗡𝗧𝗘𝗥𝗘𝗦𝗔𝗗𝗢 𝗘𝗡 𝗟𝗨𝗖𝗬
73. 𝗬𝗢 𝗦𝗢𝗬 𝗟𝗔 𝗖𝗛𝗜𝗖𝗔 𝗗𝗘 𝗟𝗔 𝗖𝗔𝗥𝗧𝗔
74. 𝗖𝗟𝗔𝗥𝗢 𝗤𝗨𝗘 𝗠𝗘 𝗔𝗧𝗥𝗔𝗘 𝗛𝗔𝗥𝗥𝗬
75. 𝗘𝗟 𝗜𝗡𝗦𝗢𝗣𝗢𝗥𝗧𝗔𝗕𝗟𝗘
76. 𝗟𝗔 𝗙𝗜𝗡𝗔𝗟 𝗗𝗘 𝗤𝗨𝗜𝗗𝗗𝗜𝗧𝗖𝗛
77. 𝗟𝗔 𝗘𝗝𝗘𝗖𝗨𝗖𝗜𝗢́𝗡
78. 𝗘𝗟 𝗕𝗘𝗦𝗢 𝗔𝗖𝗖𝗜𝗗𝗘𝗡𝗧𝗔𝗟
79. 𝗘𝗟 𝗗𝗥𝗔𝗚𝗢́𝗡, 𝗘𝗟 𝗣𝗘𝗥𝗥𝗢, 𝗘𝗟 𝗚𝗔𝗧𝗢 𝗬 𝗟𝗔 𝗥𝗔𝗧𝗔
80. 𝗦𝗡𝗔𝗣𝗘 𝗘𝗦 𝗠𝗔𝗟𝗙𝗢𝗬
81. 𝗔𝗦𝗤𝗨𝗘𝗥𝗢𝗦𝗔 𝗥𝗔𝗧𝗔
82. 𝗩𝗔𝗟𝗘𝗡𝗧𝗜́𝗔
83. 𝗙𝗨𝗜́ 𝗬𝗢
━━━𝘼𝘾𝙏𝙊 𝘾𝙐𝘼𝙏𝙍𝙊
84. 𝗙𝗔𝗬𝗡𝗔 𝗙𝗜𝗡𝗡𝗜𝗚𝗔𝗡
85. 𝗙𝗢𝗥𝗧𝗔𝗟𝗘𝗖𝗜𝗘𝗡𝗗𝗢 𝗘𝗟 𝗩𝗜́𝗡𝗖𝗨𝗟𝗢
86. 𝗗𝗘 𝗥𝗘𝗚𝗥𝗘𝗦𝗢 𝗔 𝗟𝗔 𝗠𝗔𝗗𝗥𝗜𝗚𝗨𝗘𝗥𝗔
87. 𝗢𝗟𝗩𝗜𝗗𝗢
88. 𝗖𝗘𝗡𝗔 𝗘𝗡 𝗙𝗔𝗠𝗜𝗟𝗜𝗔
89. 𝗘𝗟 𝗧𝗥𝗔𝗦𝗟𝗔𝗗𝗢𝗥
90. 𝗘𝗡 𝗕𝗨𝗦𝗖𝗔 𝗗𝗘 𝗔𝗚𝗨𝗔
91. 𝗕𝗔𝗚𝗠𝗔𝗡 𝗬 𝗖𝗥𝗢𝗨𝗖𝗛
92. 𝗟𝗔𝗦 𝗠𝗔𝗦𝗖𝗢𝗧𝗔𝗦
93. 𝗟𝗢𝗦 𝗠𝗨𝗡𝗗𝗜𝗔𝗟𝗘𝗦 𝗗𝗘 𝗤𝗨𝗜𝗗𝗗𝗜𝗧𝗖𝗛
94. 𝗟𝗔 𝗠𝗔𝗥𝗖𝗔 𝗧𝗘𝗡𝗘𝗕𝗥𝗢𝗦𝗔
95. 𝗠𝗢𝗥𝗧𝗜𝗙𝗔𝗚𝗢𝗦
96. 𝗖𝗘𝗟𝗘𝗦𝗧𝗘, 𝗥𝗢𝗦𝗔 𝗬 𝗥𝗢𝗝𝗢
97. 𝗗𝗘 𝗖𝗔𝗠𝗜𝗡𝗢 𝗔 𝗛𝗢𝗚𝗪𝗔𝗥𝗧𝗦
98. 𝗘𝗟 𝗧𝗢𝗥𝗡𝗘𝗢 𝗗𝗘 𝗟𝗢𝗦 𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗠𝗔𝗚𝗢𝗦
99. 𝗥𝗔𝗪𝗥𝗔𝗤 𝗘𝗦 𝗨𝗡 𝗖𝗔𝗦𝗢 𝗘𝗦𝗣𝗘𝗖𝗜𝗔𝗟
100. 𝗧𝗘 𝗘𝗡𝗖𝗔𝗡𝗧𝗔
101. 𝗖𝗟𝗔𝗦𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗡 𝗠𝗢𝗢𝗗𝗬
102. 𝗦𝗘𝗡𝗧𝗜𝗠𝗜𝗘𝗡𝗧𝗢𝗦 𝗘𝗫𝗧𝗥𝗔𝗡̃𝗢𝗦
103. 𝗜𝗠𝗣𝗘𝗥𝗜𝗢
Interrogatorio exclusivo
104. 𝗟𝗔 𝗖𝗜𝗧𝗔
105. 𝗩𝗜𝗦𝗜𝗧𝗔𝗡𝗧𝗘𝗦
107. 𝗘𝗦𝗧𝗔́𝗦 𝗘𝗡𝗔𝗠𝗢𝗥𝗔𝗗𝗔 𝗗𝗘 𝗘́𝗟
108. 𝗟𝗔𝗥𝗚𝗢, 𝗜𝗠𝗕𝗘́𝗖𝗜𝗟
109. 𝗘𝗦 𝗣𝗢𝗥 𝗠𝗜 𝗦𝗔𝗡𝗚𝗥𝗘
110. 𝗘𝗟 𝗣𝗜𝗡 𝗗𝗘 𝗦𝗔𝗥𝗔
111. 𝗘𝗦𝗧𝗔́𝗦 𝗟𝗢𝗖𝗔
112. 𝗔𝗬𝗨́𝗗𝗔𝗠𝗘, 𝗟𝗨𝗖𝗬
113. 𝗣𝗘𝗥𝗩𝗘𝗥𝗧𝗜𝗗𝗔𝗦
114. 𝗖𝗢𝗡𝗖𝗘́𝗡𝗧𝗥𝗔𝗧𝗘, 𝗛𝗔𝗥𝗥𝗬
115. 𝗣𝗥𝗜𝗠𝗘𝗥𝗔 𝗣𝗥𝗨𝗘𝗕𝗔
116. 𝗟𝗔 𝗕𝗜𝗕𝗟𝗜𝗢𝗧𝗘𝗖𝗔
117. 𝗟𝗔 𝗙𝗜𝗘𝗦𝗧𝗔
118. 𝗗𝗘𝗦𝗖𝗔𝗡𝗦𝗔, 𝗣𝗢𝗧𝗧𝗘𝗥
119. 𝗗𝗢𝗕𝗕𝗬
120. 𝗟𝗔 𝗜𝗡𝗩𝗜𝗧𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡 𝗗𝗘 𝗨𝗡𝗔 𝗩𝗘𝗘𝗟𝗔
121. 𝗨𝗡𝗔 𝗣𝗔𝗥𝗘𝗝𝗔 𝗣𝗔𝗥𝗔 𝗟𝗨𝗖𝗬
122. 𝗟𝗔 𝗜𝗡𝗩𝗜𝗧𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡 𝗗𝗘 𝗥𝗢𝗡
123. 𝗘𝗟 𝗕𝗔𝗜𝗟𝗘 𝗗𝗘 𝗡𝗔𝗩𝗜𝗗𝗔𝗗¹
124. 𝗘𝗟 𝗕𝗔𝗜𝗟𝗘 𝗗𝗘 𝗡𝗔𝗩𝗜𝗗𝗔𝗗²
125. 𝗘́𝗟 𝗡𝗢 𝗧𝗘 𝗠𝗘𝗥𝗘𝗖𝗘
126. 𝗟𝗔 𝗣𝗥𝗜𝗠𝗜𝗖𝗜𝗔 𝗗𝗘 𝗥𝗜𝗧𝗔 𝗦𝗞𝗘𝗘𝗧𝗘𝗥
127. 𝗛𝗔𝗚𝗥𝗜𝗗
128. 𝗘𝗟 𝗕𝗔𝗡̃𝗢 𝗗𝗘 𝗣𝗥𝗘𝗙𝗘𝗖𝗧𝗢𝗦
129. 𝗔𝗟𝗚𝗢 𝗥𝗔𝗥𝗢
130. 𝗦𝗘𝗚𝗨𝗡𝗗𝗔 𝗣𝗥𝗨𝗘𝗕𝗔
131. 𝗟𝗔 𝗣𝗘𝗡𝗔 𝗦𝗘𝗖𝗥𝗘𝗧𝗔 𝗗𝗘 𝗛𝗔𝗥𝗥𝗬 𝗣𝗢𝗧𝗧𝗘𝗥
132. 𝗘𝗟 𝗥𝗘𝗚𝗥𝗘𝗦𝗢 𝗗𝗘 𝗖𝗔𝗡𝗨𝗧𝗢
133. 𝗔𝗠𝗘𝗡𝗔𝗭𝗔𝗦
134. 𝗡𝗢 𝗗𝗘𝗝𝗔𝗥𝗘́ 𝗤𝗨𝗘 𝗡𝗔𝗗𝗔 𝗠𝗔𝗟𝗢 𝗧𝗘 𝗦𝗨𝗖𝗘𝗗𝗔
135. 𝗡𝗢 𝗦𝗘 𝗔𝗣𝗔𝗥𝗧𝗘𝗡 𝗗𝗘 𝗣𝗢𝗧𝗧𝗘𝗥
136. 𝗨𝗡 𝗗𝗘𝗦𝗠𝗔𝗬𝗢
137. 𝗧𝗘𝗥𝗖𝗘𝗥𝗔 𝗣𝗥𝗨𝗘𝗕𝗔¹
138. 𝗧𝗘𝗥𝗖𝗘𝗥𝗔 𝗣𝗥𝗨𝗘𝗕𝗔²
139. 𝗟𝗔 𝗗𝗘𝗦𝗣𝗘𝗗𝗜𝗗𝗔
140. 𝗘𝗟 𝗖𝗢𝗠𝗜𝗘𝗡𝗭𝗢 𝗗𝗘𝗟 𝗙𝗜𝗡𝗔𝗟
━━━𝘼𝘾𝙏𝙊 𝘾𝙄𝙉𝘾𝙊
141. 𝗟𝗘𝗫𝗔 𝗖𝗨𝗡𝗛𝗔𝗢
142. 𝗟𝗔 𝗟𝗟𝗔𝗩𝗘
143. 𝗛𝗘𝗥𝗠𝗔𝗡𝗜𝗧𝗢𝗦
144. 𝗥𝗬 𝗘𝗫𝗣𝗨𝗟𝗦𝗔𝗗𝗢
145. 𝗟𝗔 𝗛𝗨𝗜𝗗𝗔
146. 𝗠𝗜 𝗥𝗘𝗬 (+18)
147. 𝗗𝗘 𝗥𝗘𝗚𝗥𝗘𝗦𝗢
148. 𝗣𝗥𝗘𝗦𝗘𝗡𝗧𝗜𝗠𝗜𝗘𝗡𝗧𝗢
149. 𝗨𝗠𝗕𝗥𝗜𝗗𝗚𝗘
150. 𝗥𝗢𝗡
151. 𝗟𝗔 𝗖𝗔𝗥𝗧𝗔
152. 𝗥𝗘𝗨𝗡𝗜𝗢́𝗡
153. 𝗘𝗟 𝗘𝗝𝗘́𝗥𝗖𝗜𝗧𝗢
154. 𝗟𝗔 𝗖𝗜𝗧𝗔
155. 𝗟𝗔 𝗛𝗜𝗦𝗧𝗢𝗥𝗜𝗔
156. 𝗡𝗔𝗩𝗜𝗗𝗔𝗗
157. 𝗩𝗜𝗦𝗧𝗢
158. 𝗦𝗡𝗔𝗣𝗘
159. 𝗚𝗥𝗔𝗪𝗣
160. 𝗟𝗔 𝗗𝗘𝗥𝗥𝗢𝗧𝗔 (𝗙𝗜𝗡)
SEGUNDA PARTE
NUEVA VERSIÓN

106. 𝗘𝗟 𝗖𝗔́𝗟𝗜𝗭 𝗗𝗘 𝗙𝗨𝗘𝗚𝗢

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.ciento seis

            —¡NO ME LO PUEDO CREER! —exclamó Ron asombrado cuando los alumnos de Hogwarts, formados en fila, volvían a subir la escalinata tras la comitiva de Durmstrang—. ¡Krum! ¡Es Viktor Krum!

—¡Ron, por Dios, no es más que un jugador de quidditch! —dijo Hermione.

—¿Nada más que un jugador de quidditch? —repitió Ron, mirándola como si no pudiera dar crédito a sus oídos—. ¡Es uno de los mejores buscadores del mundo, Hermione! ¡Nunca me hubiera imaginado que aún fuera al colegio!

— Podría ser un asesino encubierto y tú lo idólatras —dijo Lucy.

   Cuando volvían a cruzar el vestíbulo con el resto de los estudiantes de
Hogwarts, de camino al Gran Comedor, Lucy vio a Lee Jordan dando saltos en
vertical para poder distinguir la nuca de Krum. Unas chicas de sexto revolvían en sus bolsillos mientras caminaban.

—¡Ah, es increíble, no llevo ni una simple pluma! ¿Crees que accedería a
firmarme un autógrafo en el sombrero con mi lápiz de labios?

—¡Ay, por Dumbledore! —bufó Hermione muy altanera al adelantar a las chicas, que habían empezado a pelearse por el lápiz de labios.

  Lucy no podía comprender la emoción por conocer a Krum, para ella, él era un mago más.

—Voy a intentar conseguir su autógrafo —dijo Ron—. No llevarás una pluma, ¿verdad, Harry?

—Las dejé todas en la mochila —contestó.

—¿Lucy? —preguntó Ron, volteandose a verla.

—No, no traje ninguna —bufó Lucy. Ron soltó un suspiro.

  Se dirigieron a la mesa de Gryffindor. Ron puso mucho interés en sentarse
orientado hacia la puerta de entrada, porque Krum y sus compañeros de
Durmstrang seguían amontonados junta ella sin saber dónde sentarse. Los alumnos de Beauxbatons se habían puesto en la mesa de Ravenclaw y observaban el Gran Comedor con expresión crítica. Lucy observó a la rubia sentada junto a Sara y parecía estar diciendole algo, mientras Sara fruncía su ceño. Era raro ver a Sara enojada. Tres de los alumnos de Beauxbatons se sujetaban aún las bufandas o chales en torno a la cabeza.

—No hace tanto frío —dijo Lucy, molesta—. ¿Por qué no han traído
capa? —Hermione estuvo de acuerdo con ella y asintió.

—¡Aquí! ¡Ven a sentarte aquí! —decía Ron entre dientes—. ¡Aquí! Hermione, hazte a un lado para hacerle sitio...

—¿Qué?

—¡Ron! —exclamó Lucy, enojada.

—Demasiado tarde —se lamentó Ron con amargura. Lucy giró los ojos.

  Viktor Krum y sus compañeros de Durmstrang se habían colocado en la
mesa de Slytherin. Harry vio que Malfoy, Crabbe y Goyle parecían muy ufanos por este hecho. En el instante en que miró, Malfoy se inclinaba un poco para dirigirse a Krum.

—Sí, muy bien, hazte el bueno, Malfoy —dijo Ron de forma mordaz—. Apuesto algo a que Krum no tarda en ignorarte... Seguro que tiene montones de gente idolatrandolo todo el día... ¿Dónde creen que dormirán? Podríamos hacerle sitio en nuestro dormitorio, Harry... No me importaría dejarle mi cama: yo puedo dormir en una plegable.

  Hermione exhaló un sonoro resoplido.

—Ron, ya, pareces un loco —dijo Lucy—. Ni Sara haría tanto.

  Ron la ignoró y siguió observando a Krum, Lucy soltó un suspiro cansada.

—Parece que están mucho más contentos que los de Beauxbatons —
comentó Harry.

   Los alumnos de Durmstrang se quitaban las pesadas pieles y miraban con expresión de interés el negro techo lleno de estrellas. Dos de ellos agarraban los platos y las copas de oro y los examinaban, aparentemente muy
impresionados.
  En el fondo, en la mesa de los profesores, Filch, el conserje, estaba
añadiendo sillas. Como la ocasión lo merecía, llevaba puesto su frac viejo y
enmohecido. Lucy se sorprendió de verlo añadir cuatro sillas más.

—Pero sólo hay dos profesores más —se extrañó Lucy—. ¿Por qué Filch
pone cuatro sillas? ¿Quién más va a venir?

—¿Eh? —dijo Ron un poco ido. Seguía observando a Krum con avidez, Lucy estaba a nada de golpearlo para que saliera de su hechizo.

  Habiendo entrado todos los alumnos en el Gran Comedor y una vez
sentados a las mesas de sus respectivas casas, empezaron a entrar en fila los
profesores, que se encaminaron a la mesa del fondo y ocuparon sus asientos. Los últimos en la fila eran el profesor Dumbledore, el profesor Karkarov y Madame Maxime. Al ver aparecer a su directora, los alumnos de Beauxbatons se pusieron inmediatamente en pie. Algunos de los de Hogwarts se rieron. El grupo de Beauxbatons no pareció avergonzarse en absoluto, y no volvió a ocupar sus asientos hasta que Madame Maxime se hubo sentado a la izquierda de Dumbledore. Éste, sin embargo, permaneció en pie, y el silencio cayó sobre el Gran Comedor.

—Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente,
buenas noches a nuestros huéspedes —dijo Dumbledore, dirigiendo una
sonrisa a los estudiantes extranjeros—. Es para mi un placer darles la bienvenida a Hogwarts. Deseo que su estancia aquí les resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea.

  Una de las chicas de Beauxbatons, que seguía aferrando la bufanda con que se envolvía la cabeza, profirió lo que inconfundiblemente era una risa
despectiva.

—¡Nadie te obliga a quedarte! —susurró Hermione, irritada con ella.

  Lucy ahogó una risa, su amiga estaba que lanzaba humo por las orejas.

—El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete —explicó
Dumbledore—. ¡Ahora les invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si
estuvieran en su casa!

  Se sentó, y Karkarov se inclinó inmediatamente hacia él y trababan conversación. Como de costumbre, las fuentes que tenían delante se llenaron de comida. Los elfos domésticos de las cocinas parecían haber tocado todos los registros. Ante ellos tenían una gran variedad de platos, incluidos algunos que eran evidentemente extranjeros.

—Deja de jugar con la comida, Neville —ordenó Lucy, viendo al chico pinchar los tentáculos del calamar horneado que tenía en su plato.

—Es que no sé qué es —dijo Neville con una mueca de asco y volvió a pinchar un tentáculo.

—Es calamar, solo... Agh —Lucy se quejó al verlo tan confundido ante una comida como aquella.

—¿Por qué te lo has servido? —preguntó Ginny confundida.

—Pensé que era rico —contestó el chico.

  Lucy y Ginny intercambiaron miradas, para luego soltar suspiros agotadores.

—¿Qué es esto? —dijo Ron, señalando una larga sopera llena de una especie de guiso de marisco que había al lado de un familiar pastel de carne y
riñones.

—Bullabesa —repuso Hermione.

—Por si acaso, la tuya —replicó Ron.

—Es un plato francés —explicó Hermione—. Lo probé en vacaciones, este verano no, el anterior, y es muy rica.

—Te creo sin necesidad de probarla —dijo Ron sirviéndose pastel.

—Rawraq es el más emocionado aquí —aseguró Harry con una sonrisa, viendo al pequeño dragón en la mesa, mientras los estudiantes de Gryffindor le daban de comer de cada una de las cosas en la que él pequeño se interesaba.

  Lucy sonrió al ver a Dennis casi saltar del susto en cuanto Rawraq se posicionó junto a su plato y lo observaba, esperando a que el niño le diera un trozo de su carne. Colin lo animó a darle un trozo de carne, Rawraq ya era conocido por todo Hogwarts, hasta había veces en las que iba a la cabaña de Hagrid para pasar tiempo con el guardabosques. A Lucy le hacía felíz que pudiera hacer lo que otros dragones no estaban acostumbrados, también se dió cuenta de que Hagrid se había vuelto el mejor amigo de su hijo.
  
   El Gran Comedor parecía mucho más lleno de lo usual, aunque había tan
sólo unos veinte estudiantes más que de costumbre. Quizá fuera porque sus
uniformes, que eran de colores diferentes, destacaban muy claramente contra el negro de las túnicas de Hogwarts. Una vez desprendidos de sus pieles, los alumnos de Durmstrang mostraban túnicas de color rojo sangre.

  A los veinte minutos de banquete, Hagrid entró furtivamente en el Gran
Comedor a través de la puerta que estaba situada detrás de la mesa de los
profesores. Ocupó su silla en un extremo de la mesa y saludó a Harry, Ron, Lucy y Hermione con la mano vendada, hizo un gesto en dirección a Rawraq, que fue devuelto con un suave aleteo.

—¿Están bien los escregutos, Hagrid? —le preguntó Harry.

—Prosperando —respondió Hagrid, muy contento.

—Sí, estoy seguro de que prosperan —dijo Ron en voz baja—. Parece que
por fin han encontrado algo de comer que les gusta, ¿verdad? ¡Los dedos de
Hagrid!

  En aquel momento dijo una voz:

—«Pegdonad», ¿no «queguéis» bouillabaisse?

  Se trataba de la misma chica de Beauxbatons que se había reído durante el discurso de Dumbledore. Al fin se había quitado la bufanda. Una larga cortina de pelo rubio plateado le caía casi hasta la cintura. Tenía los ojos de un gris hermoso y los dientes muy blancos y regulares.

  Ron se puso colorado. La miró, abrió la boca para contestar, pero de ella no salió nada más que un débil gorjeo.

—Puedes llevártela —le dijo Harry, acercándole a la chica la sopera.

—¿Han «tegminado» con ella?

—Sí —repuso Ron sin aliento—. Sí, es deliciosa.

  La chica agarró la sopera, pero antes de irse miró a Lucy y se detuvo, sonrió levemente y dijo:

—Un «gugto», «algeza» —agregó una reverencia antes de irse y llevarse la sopera con cuidado a la mesa de Ravenclaw.

  Lucy bufó y siguió con su comida.

  Ron seguía mirándola con ojos desorbitados, como si nunca hubiera visto una chica. Harry se echó a reír, y el sonido de su risa pareció sacar a Ron de su ensimismamiento.

—¡Es una veela! —le dijo a Harry con voz ronca.

—¡Por supuesto que no lo es! —repuso Hermione ásperamente—. No veo que nadie más se haya quedado mirándola con la boca abierta como un idiota.

  Lucy casi se ahogó de la risa.

  Pero no estaba totalmente en lo cierto. Cuando la chica cruzó el Gran Comedor muchos chicos volvieron la cabeza, y algunos se quedaban sin habla, igual que Ron.

—¡Te digo que no es una chica normal! —exclamó Ron, haciéndose a un lado para verla mejor—. ¡Las de Hogwarts no están tan bien!

—Las de Hogwarts están muy bien —contestó Harry, sin pensar.

  Esta vez, Lucy si se ahogó con el jugo de calabaza. Harry la había observado en cuanto soltó ése comentario y seguía sin apartarla, como si estuviera hipnotizado por el cabello pelirrojo de Lucy.

—Cuando puedan apartar la vista —dijo Hermione—, verán quién acaba de llegar.

  Señaló la mesa de los profesores, donde ya se habían ocupado los dos
asientos vacíos. Ludo Bagman estaba sentado al otro lado del profesor Karkarov, en tanto que el señor Crouch, el jefe de Percy, ocupaba el asiento que había al lado de Madame Maxime.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Lucy sorprendida.

—Son los que han organizado el Torneo de los tres magos, ¿no? —repuso
Hermione—. Supongo que querían estar presentes en la inauguración.

  Cuando llegaron los postres, vieron también algunos dulces extraños. Ron examinó detenidamente una especie de crema pálida, y luego la desplazó un
poco a la derecha, para que quedara bien visible desde la mesa de Ravenclaw.

  Pero la chica que parecía una veela debía de haber comido ya bastante, y no se acercó a pedirla. Una vez limpios los platos de oro, Dumbledore volvió a levantarse. Todos en el Gran Comedor parecían emocionados y nerviosos. Unos asientos más allá, Fred y George se inclinaban hacia delante, sin despegar los ojos de Dumbledore.

—Ha llegado el momento —anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud
de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los tres magos va a dar
comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas
antes de que traigan el cofre...

—¿El qué? —murmuró Harry.

  Ron se encogió de hombros.

—... sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no los conocen, permítanme que les presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo un asomo de aplauso cortés—, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

  Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch, tal vez a causa de su fama como golpeador de quidditch, o tal vez simplemente porque tenía un
aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos con un jovial
gesto de la mano, mientras que Bartemius Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado.  El bigote de cepillo y la raya del pelo, tan recta, resultaban muy raros junto al pelo y la barba de
Dumbledore, que eran largos y blancos.

—Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los
últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos —continuó
Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame
Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones.

   A la mención de la palabra «campeones», la atención de los alumnos aumentó aún más. Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras
decía:

—Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre...

  Filch, que había pasado inadvertido pero permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parecía extraordinariamente vieja. De entre
los alumnos se alzaron murmullos de interés y emoción. Dennis Creevey se
puso de pie sobre la silla para ver bien, pero era tan pequeño que su cabeza
apenas sobresalía de las demás.

—Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para
las pruebas que los campeones tendrán que afrontar —dijo Dumbledore mientras Filch colocaba con cuidado el cofre en la mesa, ante él—, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro.

  Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio tan absoluto que nadie parecía respirar.

—Como todos saben, en el Torneo compiten tres campeones —continuó
Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante. Se puntuarála perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego.

  Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte
superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado. Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien.

—Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz —explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios. Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir.

  Lucy miró hacia la mesa de Hufflepuff, dónde Cedric escuchaba con atención cada una de las palabras de Dumbledore. Volvió a centrar su atención en Dumbledore.

  »Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la
tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del
cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años.

  »Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir
que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de
fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar
en el Torneo hasta el final. Al echar su nombre en el cáliz de fuego están firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Una vez convertido en
campeón, nadie puede arrepentirse. Así que deben estar muy seguros antes de ofrecer su candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.

—¡Una raya de edad! —dijo Fred Weasley con ojos chispeantes de camino hacia la puerta que daba al vestíbulo—. Bueno, creo que bastará con una poción envejecedora para burlarla. Y, una vez que el nombre de alguien esté en el cáliz, ya no podrán hacer nada. Al cáliz le da igual que uno tenga diecisiete años o no.

—Pero no creo que nadie menor de diecisiete años tenga ninguna
posibilidad —objetó Hermione—. No hemos aprendido bastante...

—Habla por ti —replicó George—. Tú lo vas a intentar, ¿no, Harry?

  Lucy observó a Harry, quién parecía pensarlo.

—¿Dónde está? —dijo Ron, que no escuchaba una palabra de la conversación, porque escrutaba la multitud para ver dónde se encontraba
Krum—. Dumbledore no ha dicho nada de dónde van a dormir los de Durmstrang, ¿verdad?

  Pero su pregunta quedó respondida al instante. Habían llegado a la altura de la mesa de Slytherin, y Karkarov les metía prisa en aquel momento a sus
alumnos.

—Al barco, vamos —les decía—. ¿Cómo te encuentras, Viktor? ¿Has comido bastante? ¿Quieres que pida que te preparen un ponche en las cocinas?

  Harry vio que Krum negaba con la cabeza mientras se ponía su capa de
pieles.

—Profesor, a mí sí me gustaría tomar un ponche —dijo otro de los alumnos
de Durmstrang.

—No te lo he ofrecido a ti, Poliakov —contestó con brusquedad Karkarov, de cuyo rostro había desaparecido todo aire paternal—. Ya veo que has vuelto
a mancharte de comida la pechera de la túnica, niño indeseable...

  Karkarov se volvió y marchó hacia la puerta por delante de sus alumnos.
Llegó a ella exactamente al mismo tiempo que Harry, Ron, Lucy y Hermione, y Harry se detuvo para cederle el paso.

—Gracias —dijo Karkarov despreocupadamente, echándole una mirada.

  Y de repente Karkarov se quedó como helado. Volvió a mirar a Harry y dejó los ojos fijos en él, como si no pudiera creer lo que veía. Detrás de su director, también se detuvieron los alumnos de Durmstrang. Muy lentamente, los ojos de Karkarov fueron ascendiendo por la cara de Harry hasta llegar a la cicatriz. También sus alumnos observaban a Harry con curiosidad. Por el rabillo del ojo, Harry veía en sus caras la expresión de haber caído en la cuenta de algo. El chico que se había manchado de comida la pechera le dio un codazo a la chica que estaba a su lado y señaló sin disimulo la frente de Harry.

—Sí, es Harry Potter —dijo desde detrás de ellos una voz gruñona.

  El profesor Karkarov se dio la vuelta. Ojoloco Moody estaba allí, apoyando
todo su peso en el bastón y observando con su ojo mágico, sin parpadear, al
director de Durmstrang. Ante los ojos de Harry, Karkarov palideció y le dirigió a Moody una mirada terrible, mezcla de furia y miedo.

—¡Tú! —exclamó, mirando a Moody como si no diera crédito a sus ojos.

—Sí, yo —contestó Moody muy serio—. Y, a no ser que tengas algo que decirle a Potter, Karkarov, deberías salir. Estás obstruyendo el paso.

  Era cierto. La mitad de los alumnos que había en el Gran Comedor
aguardaban tras ellos, y se ponían de puntillas para ver qué era lo que
ocasionaba el atasco. Sin pronunciar otra palabra, el profesor Karkarov salió con sus alumnos. Moody clavó los ojos en su espalda y, con un gesto de intenso desagrado, lo siguió con la vista hasta que se alejó. Como al día siguiente era sábado, lo normal habría sido que la mayoría de los alumnos bajaran tarde a desayunar. Sin embargo, Harry, Ron, Lucy y Hermione no fueron los únicos que se levantaron mucho antes de lo habitual en días de fiesta. Al bajar al vestíbulo vieron a unas veinte personas agrupadas allí, algunas comiendo tostadas, y todas contemplando el cáliz de fuego. Lo habían colocado en el centro del vestíbulo, encima del taburete sobre el que se ponía el Sombrero Seleccionador. En el suelo, a su alrededor, una fina línea de color
dorado formaba un círculo de tres metros de radio.

—¿Ya ha dejado alguien su nombre? —le preguntó Ron algo nervioso a una de tercero.

—Todos los de Durmstrang —contestó ella—. Pero de momento no he visto a ninguno de Hogwarts.

—Seguro que lo hicieron ayer después de que los demás nos acostamos —dijo Harry—. Yo lo habría hecho así si me fuera a presentar: preferiría que no
me viera nadie. ¿Y si el cáliz te manda a freír espárragos?

  Alguien se reía detrás de Lucy. Al volverse, vio a Fred, George y Lee Jordan que bajaban corriendo la escalera. Los tres parecían muy nerviosos.

—Ya está —les dijo Fred a Harry, Ron, Lucy y Hermione en tono triunfal—.
Acabamos de tomárnosla.

—No puede ser —murmuró Lucy.

—¿El qué? —preguntó Ron.

—La poción envejecedora, cerebro de mosquito —respondió Fred.

—Una gota cada uno —explicó George, frotándose las manos con júbilo—.
Sólo necesitamos ser unos meses más viejos.

—Si uno de nosotros gana, repartiremos el premio entre los tres —añadió Lee, con una amplia sonrisa.

—No estoy muy convencida de que funcione, ¿saben? Seguro que
Dumbledore ha pensado en eso —les advirtió Hermione.

—Es muy seguro, Dumbledore piensa en todo —dijo Lucy, cruzando sus brazos.

  Pero Fred, George y Lee no les hicieron caso.

—¿Listos? —les dijo Fred a los otros dos, temblando de emoción—. Entonces, vamos. Yo voy primero...

  Lucy observó cómo Fred se sacaba del bolsillo un pedazo de pergamino con las palabras: «Fred Weasley, Hogwarts.» Fred avanzó hasta el borde de la línea y se quedó allí, balanceándose sobre las puntas de los pies como un saltador de trampolín que se dispusiera a tirarse desde veinte metros de altura. Luego, observado por todos los que estaban en el vestíbulo, tomó aire y dio un paso para cruzar la línea.

  Durante una fracción de segundo, habían creído que el truco había
funcionado. George, desde luego, también lo creyó, porque profirió un grito de triunfo y avanzó tras Fred. Pero al momento siguiente se oyó un chisporroteo, y ambos hermanos se vieron expulsados del círculo dorado como si los hubiera echado un invisible lanzador de peso. Cayeron al suelo de fría piedra a tres metros de distancia, haciéndose bastante daño, y para colmo sonó un «¡plin!» y a los dos les salió de repente la misma barba larga y blanca.

  En el vestíbulo, todos prorrumpieron en carcajadas, Lucy no pudo contenerse la risa. Incluso Fred y George se rieron al ponerse en pie y verse cada uno la barba del otro.

—Se los advertí —dijo la voz profunda de alguien que parecía estar
divirtiéndose, y todo el mundo se volvió para ver salir del Gran Comedor al
profesor Dumbledore. Examinó a Fred y George con los ojos brillantes—. Les sugiero que vayan los dos a ver a la señora Pomfrey. Está atendiendo ya a la señorita Fawcett, de Ravenclaw, y al señor Summers, de Hufflepuff, que
también decidieron envejecerse un poquito. Aunque tengo que decir que me gusta más su barba que la que les ha salido a ellos.

  Fred y George salieron para la enfermería acompañados por Lee, que se partía de risa, y Harry, Ron, Lucy y Hermione, que también se reían con ganas, entraron a desayunar.

  Habían cambiado la decoración del Gran Comedor. Como era Halloween,
una nube de murciélagos vivos revoloteaba por el techo encantado mientras cientos de calabazas lanzaban macabras sonrisas desde cada rincón. Se encaminaron hacia donde estaban Dean y Seamus, que hablaban sobre los
estudiantes de Hogwarts que tenían diecisiete años o más y que podrían
intentar participar.

—Corre por ahí el rumor de que Warrington se ha levantado temprano para echar el pergamino con su nombre —le dijo Dean a Harry—. Sí, hombre, ese chico grande de Slytherin que parece un oso perezoso...

  Harry, que se había enfrentado a Warrington en quidditch, movió la cabeza en señal de disgusto.

—¡Espero que no tengamos de campeón a nadie de Slytherin!

—Y los de Hufflepuff hablan todos de Diggory —comentó Seamus con desdén—. Pero no creo que quiera arriesgarse a perder su belleza.

—Ja —soltó Lucy con una media sonrisa, consiguiendo que los cuatro chicos la observaran.

—¿Qué? ¿Qué sabes? —preguntó Dean interesado.

—Nada... —murmuró Lucy, antes de morder una tostada.

—¡Escuchen! —dijo Hermione repentinamente.

  En el vestíbulo estaban lanzando vítores. Se volvieron todos en sus
asientos y vieron entrar en el Gran Comedor, sonriendo con un poco de
vergüenza, a Angelina Johnson. Era una chica negra, alta, que jugaba como
cazadora en el equipo de quidditch de Gryffindor. Angelina fue hacia ellos, se
sentó y dijo:

—¡Bueno, lo he hecho! ¡Acabo de echar mi nombre!

—Genial —sonrió Lucy.

—¡No puedo creerlo! —exclamó Ron, impresionado.

—Pero ¿tienes diecisiete años? —inquirió Harry.

—Claro que los tiene. Porque si no le habría salido barba, ¿no? —dijo Ron.

—Mi cumpleaños fue la semana pasada —explicó Angelina.

—Bueno, me alegro de que entre alguien de Gryffindor —declaró
Hermione—. ¡Espero que quedes tú, Angelina!

—Coincido —dijo Lucy.

—Gracias, chicas —contestó Angelina sonriéndoles.

—Sí, mejor tú que Diggory el hermoso —dijo Seamus, lo que arrancó
miradas de rencor de unos de Hufflepuff que pasaban al lado.

  Lucy rodó los ojos.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Ron a Harry, Lucy y Hermione cuando
hubieron terminado el desayuno y salían del Gran Comedor.

—Aún no hemos bajado a visitar a Hagrid —comentó Harry.

—Sí, Rawraq está emocionado por hacelo —dijo Lucy, mientras Rawraq revoloteaba sus alas.

—Bien —dijo Ron—, mientras no nos pida que donemos los dedos para
que coman los escregutos...

  A Hermione se le iluminó súbitamente la cara.

—¡Acabo de darme cuenta de que todavía no le he pedido a Hagrid que se
afilie a la P.E.D.D.O.! —dijo con alegría—. ¿Quieren esperarme un momento
mientras subo y agarro las insignias?

—Pero ¿qué pretende? —dijo Ron, exasperado, mientras Hermione subía
por la escalinata de mármol.

—Eh, Ron —le advirtió Harry—, por ahí viene tu amiga...

  Lucy se volteó para ver también. Los estudiantes de Beauxbatons estaban entrando por la puerta principal,
provenientes de los terrenos del colegio, y entre ellos llegaba la chica veela. Los que estaban alrededor del cáliz de fuego se echaron atrás para dejarlos pasar, y se los comían con los ojos. Madame Maxime entró en el vestíbulo detrás de sus alumnos y los hizo colocarse en fila. Uno a uno, los alumnos de Beauxbatons fueron cruzando la raya de edad y depositando en las llamas de un blanco azulado sus pedazos de pergamino. Cada vez que caía un nombre al fuego, éste se volvía
momentáneamente rojo y arrojaba chispas.

—¿Qué creen que harán los que no sean elegidos? —le susurró Ron a Harry y Lucy mientras la chica veela dejaba caer al fuego su trozo de pergamino—. ¿Creen que volverán a su colegio, o se quedarán para presenciar el Torneo?

—No lo sé —dijo Harry.

—Supongo que se quedarán, porque Madame Maxime tiene que estar en el tribunal, ¿no? —dijo Lucy.

  Cuando todos los estudiantes de Beauxbatons hubieron presentado sus
nombres, Madame Maxime los hizo volver a salir del castillo.

—¿Dónde dormirán? —preguntó Ron, acercándose a la puerta y
observándolos.

  Un sonoro traqueteo anunció tras ellos la reaparición de Hermione, que
llevaba consigo las insignias de la P.E.D.D.O.

—¡Démonos prisa! —dijo Ron, y bajó de un salto la escalinata de piedra,
sin apartar los ojos de la chica veela, que iba con Madame Maxime por la mitad de la explanada.

  Al acercarse a la cabaña de Hagrid, al borde del bosque prohibido, el misterio de los dormitorios de los de Beauxbatons quedó disipado. El
gigantesco carruaje de color azul claro en el que habían llegado estaba aparcado a unos doscientos metros de la cabaña de Hagrid, y los de Beauxbatons entraron en él de nuevo. Al lado, en un improvisado potrero, estaban los caballos de tamaño de elefantes que habían tirado del carruaje.

  Harry llamó a la puerta de Hagrid, y los estruendosos ladridos de Fang
respondieron al instante.

—¡Ya era hora! —exclamó Hagrid, después de abrir la puerta de golpe y
verlos—. ¡Creía que no se acordaban de dónde vivo!

—Hemos estado muy ocupados, Hag... —empezó a decir Lucy, pero se detuvo de pronto, estupefacta, al ver a Hagrid.

  Hagrid llevaba su mejor traje peludo de color marrón (francamente
horrible), con una corbata a cuadros amarillos y naranja. Y eso no era lo peor: era evidente que había tratado de peinarse usando grandes cantidades de lo que parecía aceite lubricante hasta alisar el pelo formando dos coletas. Puede que hubiera querido hacerse una coleta como la de Bill y se hubiera dado
cuenta de que tenía demasiado pelo. A Hagrid aquel tocado le sentaba como a
un santo dos pistolas. Durante un instante Lucy lo miró con ojos de-
sorbitados, y luego Hermione, obviamente decidiendo no hacer ningún comentario, dijo:

—Eh... ¿dónde están los escregutos?

—Andan entre las calabazas —repuso Hagrid contento—. Se están poniendo grandes: ya deben de tener cerca de un metro. El único problema es que han empezado a matarse unos a otros.

—¡No!, ¿de verdad? —dijo Hermione, echándole a Ron una dura mirada para que se callara, porque éste, viendo el peinado de Hagrid, acababa de abrir
la boca para comentar algo.

—Sí —contestó Hagrid con tristeza—. Pero están bien. Los he separado en cajas, y aún quedan unos veinte.

—Bueno, eso es una suerte —comentó Ron. Hagrid no percibió el sarcasmo de la frase, Lucy le dió un codazo.

— Bienvenido, amigo —dijo Hagrid a Rawraq, en cuanto este voló alrededor de él y se posicionó en su hombro izquierdo.

  La cabaña de Hagrid constaba de una sola habitación, uno de cuyos rincones se hallaba ocupado por una cama gigante cubierta con un edredón de
retazos multicolores. Delante de la chimenea había una mesa de madera,
también de enorme tamaño, y unas sillas, sobre las que colgaban unos cuantos jamones curados y aves muertas. Se sentaron a la mesa mientras Hagrid comenzaba a preparar el té, y no tardaron en hablar sobre el Torneo de los tres magos. Hagrid parecía tan nervioso como ellos a causa del Torneo.

—Esperen y verán —dijo, entusiasmado—. No tienen más que esperar. Van a ver lo que no han visto nunca. La primera prueba... Ah, pero se supone que no debo decir nada —mientras acariciaba a Rawraq.

—¡Vamos, Hagrid! —lo animaron Harry, Ron, Lucy y Hermione.

  Pero él negó con la cabeza, sonriendo al mismo tiempo.

—No, no, no quiero estropearlo por ustedes. Pero les aseguro que será muy espectacular. Los campeones van a tener en qué demostrar su valía. ¡Nunca creí que viviría lo bastante para ver una nueva edición del Torneo de
los tres magos!

  Terminaron comiendo con Hagrid, aunque no comieron mucho: Hagrid
había preparado lo que decía que era un estofado de buey, pero, cuando
Lucy sacó una garra de su plato, sus tres amigos perdieron gran parte del apetito. Sin embargo, lo terminó y lo pasaron bastante bien intentando sonsacar a Hagrid cuáles iban a ser las pruebas del Torneo, especulando qué candidatos elegiría el cáliz de fuego y preguntándose si Fred y George habrían vuelto a ser barbilampiños.

  A media tarde empezó a caer una lluvia suave. Resultaba muy agradable
estar sentados junto al fuego, escuchando el suave golpeteo de las gotas de lluvia contra los cristales de la ventana, viendo a Hagrid zurcir calcetines y discutir con Hermione sobre los elfos domésticos, porque él se negó tajantemente a afiliarse a la P.E.D.D.O. cuando ella le mostró las insignias.

—Eso sería jugarles una mala broma, Hermione —dijo Hagrid gravemente, enhebrando un grueso hilo amarillo en una enorme aguja de hueso—. Lo de cuidar a los humanos forma parte de su naturaleza. Es lo que les gusta, ¿te das cuenta? Los harías muy desgraciados si los apartaras de su trabajo, y si intentaras pagarles se lo tomarían como un insulto.

—Pero Harry liberó a Dobby, ¡y él se puso loco de contento! —objetó
Hermione—. ¡Y nos han dicho que ahora quiere que le paguen!

—Sí, bien, en todas partes hay quien se desmadra. No niego que haya elfos raros a los que les gustaría ser libres, pero nunca conseguirías convencer
a la mayoría. No, nada de eso, Hermione.

  A Hermione no le hizo ni pizca de gracia su negativa y volvió a guardarse
la caja de las insignias en el bolsillo de la capa. Hacia las cinco y media se hacía de noche, y Ron, Harry, Lucy y Hermione decidieron que era el momento de volver al castillo para el banquete de Halloween. Y, lo más importante de todo, para el anuncio de los campeones de los colegios.

—Voy con ustedes —dijo Hagrid, dejando la labor—. Esperen un segundo.

  Hagrid se levantó, fue hasta la cómoda que había junto a la cama y empezó a buscar algo dentro de ella. No pusieron mucha atención hasta que un olor horrendo les llegó a las narices. Entre toses, Ron preguntó:

—¿Qué es eso, Hagrid?

—¿Qué, no les gusta? —dijo Hagrid, volviéndose con una botella grande en
la mano.

—¿Es una loción para después del afeitado? —preguntó Lucy con un
hilo de voz, su olfato era muy sensible, hasta Rawraq parecía desorientado por el olor.

—Eh... es agua de colonia —murmuró Hagrid. Se había ruborizado—. Tal vez me he puesto demasiada. Voy a quitarme un poco, esperen...

  Salió de la cabaña ruidosamente, y lo vieron lavarse con vigor en el barril
con agua que había al otro lado de la ventana.

—¿Agua de colonia? —se preguntó Hermione sorprendida—. ¿Hagrid?

—¿Y qué me dicen del traje y del peinado? —preguntó a su vez Harry en
voz baja.

—¡Miren! —dijo de pronto Ron, señalando algo fuera de la ventana.

  Hagrid acababa de enderezarse y de volverse. Si antes se había ruborizado, aquello no había sido nada comparado con lo de aquel momento. Levantándose muy despacio para que Hagrid no se diera cuenta, Harry, Ron, Lucy y Hermione echaron un vistazo por la ventana y vieron que Madame Maxime y los alumnos de Beauxbatons acababan de salir del carruaje, evidentemente para acudir, como ellos, al banquete. No oían nada de lo que decía Hagrid, pero se dirigía a Madame Maxime con una expresión embelesada que Lucy sólo le había visto una vez: cuando contemplaba a Norberto, el cachorro de dragón.

—¡Se va al castillo con ella! —exclamó Hermione, indignada—. ¡Creía que
iba a ir con nosotros!

—Me siento plantada —murmuró Lucy.

  Sin siquiera volver la vista hacia la cabaña, Hagrid caminaba pesadamente
a través de los terrenos de Hogwarts al lado de Madame Maxime. Detrás de
ellos iban los alumnos de Beauxbatons, casi corriendo para poder seguir las
enormes zancadas de los dos gigantes.

—¡Le gusta! —dijo Ron, incrédulo—. Bueno, si terminan teniendo niños,
batirán un récord mundial. Seguro que pesarán alrededor de una tonelada.

  Salieron de la cabaña y cerraron la puerta. Fuera estaba ya sorprendentemente oscuro. Se arrebujaron bien en la capa y empezaron a subir la cuesta.

—¡Miren, son ellos! —susurró Hermione.

  El grupo de Durmstrang subía desde el lago hacia el castillo. Viktor Krum
caminaba junto a Karkarov, y los otros alumnos de Durmstrang los seguían un
poco rezagados. Ron observó a Krum emocionado, pero éste no miró a ningún lado al entrar por la puerta principal, un poco por delante de Hermione, Lucy, Ron y Harry.

  Una vez dentro vieron que el Gran Comedor, iluminado por velas, estaba
casi abarrotado. Habían quitado del vestíbulo el cáliz de fuego y lo habían
puesto delante de la silla vacía de Dumbledore, sobre la mesa de los
profesores. Fred y George, nuevamente lampiños, parecían haber encajado
bastante bien la decepción.

—Espero que salga Angelina —dijo Fred mientras Harry, Ron, Lucy y Hermione se sentaban.

—¡Yo también! —exclamó Hermione—. ¡Bueno, pronto lo sabremos!

—¿Cuántos creen que hayan puesto sus nombres? —preguntó Lucy, Dean se encogió de hombros.

  El banquete de Halloween les pareció mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era su segundo banquete en dos días. Como todos cuantos se encontraban en el Gran Comedor —a juzgar por los cuellos que se giraban continuamente, las expresiones de impaciencia, las piernas que se movían nerviosas y la gente que se levantaba para ver si Dumbledore ya había
terminado de comer—, Lucy sólo deseaba que la cena terminara y anunciaran quiénes habían quedado seleccionados como campeones.

  Por fin, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando
Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido.

—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.

  Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De
inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las
calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había
nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor
de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacia daño a los ojos.
Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes.

—De un instante a otro —susurró Lee Jordan, cuatro asientos más allá de Lucy.

  De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir
chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito. Dumbledore agarró el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.

—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor
Krum.

—¡Era de imaginar! —gritó Ron, al tiempo que una tormenta de aplausos y
vítores inundaba el Gran Comedor.

  Lucy vio a Krum levantarse de la mesa de Slytherin y caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.

—¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó
incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú!

  Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de
pergamino.

—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore—es ¡Charlotte McGregor!

—¡Es ella, Ron! —gritó Harry, cuando la chica que parecía una veela se puso en pie elegantemente, sacudió la cabeza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, y caminó por entre las mesas de Hufflepuff y
Ravenclaw.

—¡Miren qué decepcionados están todos! —dijo Hermione elevando la voz
por encima del alboroto, y señalando con la cabeza al resto de los alumnos de
Beauxbatons.

  «Decepcionados era decir muy poco», pensó Harry.

  Dos de las chicas que no habían resultado elegidas habían roto a llorar, y sollozaban con la cabeza escondida entre los brazos. Una de ella, tan rubia y hermosa como Charlotte McGregor, aplaudía a su amiga.

  Lucy pudo ver cómo Sara no parecía nada felíz en la mesa de Ravenclaw.

  Cuando Charlotte McGregor hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...

  Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de
fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.

—El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Cedric Diggory!

—¡No! —dijo Ron en voz alta, pero sólo lo oyeron Harry y Lucy.

  Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff se habían puesto de repente de pie, gritando y pataleando, mientras Cedric se abría camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchaba hacia la sala que había tras la mesa de los profesores. Lucy aplaudió, con su rostro serio. Estaba preocupada y no sabía por qué, era un presentimiento, los mismos que sentía Rawraq.

  Naturalmente, los aplausos dedicados a Cedric se prolongaron tanto que
Dumbledore tuvo que esperar un buen rato para poder volver a dirigirse a la
concurrencia.

—¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se
apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos ustedes, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, darán a sus respectivos campeones todo el apoyo que puedan. Al animarlos, todos ustedes contribuirán de forma muy significativa a...

  Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se había interrumpido. El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro
trozo de pergamino. Lucy frunció su ceño, su presentimiento estaba haciendo que su corazón estuviera nervioso. Dumbledore alargó la mano y lo agarró. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore
contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de
la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:

—Harry Potter.

  Y fue ahí, cuando Lucy sufrió de una petrificación.

UFFF ME SALVÉ

¡CASI PIERDO LA CUENTA, CHICOS!

¡SI, ASÍ COMO LEEN! ¡CASI ME QUEDO SIN MI CUENTA Y USTEDES SIN HISTORIA!

Pero agradezcanle a Barb del pasado que decidió escribir los datos en un papel (todo marchitado, pero sirvió de algo) 😂😂

Casi me da un paro cardíaco, yobya estaba pensando en qué podía hacer: si suicidarme o irme al fin del mundo (lo cual es irónico porque Tierra del Fuego queda cerca xd)

¡Bueno! La cosa es que volví y pude salvar la cuenta. Es que cambié de celular y todo se vino a la... No diré malas palabras por respeto, pero créanme que ya iba a armar un funeral para Wattpad y todo 😂😂😂

Este capítulo es dedicado a -theserpentgirl por ser una maldita vidente XD

Todo tuyo bb 💘

Maratón 2/¿?

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