.ciento cinco
EL CARTEL DEL VESTÍBULO CAUSÓ UN gran revuelo entre los habitantes del castillo. Durante la semana siguiente, y fuera donde fuera Lucy, no había más que un tema de conversación: el Torneo de los tres magos. Los rumores pasaban de un alumno a otro como gérmenes altamente contagiosos: quién se iba a proponer para campeón de Hogwarts, en qué consistiría el Torneo, en qué se diferenciaban de ellos los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang...
Lucy notó, además, que el castillo parecía estar sometido a una limpieza
especialmente concienzuda. Habían restregado algunos retratos mugrientos, para irritación de los retratados, que se acurrucaban dentro del marco murmurando cosas y muriéndose de vergüenza por el color sonrosado de su cara. Las armaduras aparecían de repente brillantes y se movían sin chirriar, y Argus Filch, el conserje, se mostraba tan feroz con cualquier estudiante que olvidara
limpiarse los zapatos que aterrorizó a dos alumnas de primero hasta la histeria.
Los profesores también parecían algo nerviosos.
—¡Longbottom, ten la amabilidad de no decir delante de nadie de Durmstrang que no eres capaz de llevar a cabo un sencillo encantamiento permutador! —gritó la profesora McGonagall al final de una clase especialmente difícil en la que Neville se había equivocado y le había injertado a un cactus sus propias orejas.
Cuando bajaron a desayunar la mañana del 30 de octubre, descubrieron que durante la noche habían engalanado el Gran Comedor. De los muros colgaban unos enormes estandartes de seda que representaban las diferentes casas de Hogwarts: rojos con un león dorado los de Gryffindor, azules con un águila de color bronce los de Ravenclaw, amarillos con un tejón negro los de Hufflepuff, y verdes con una serpiente plateada los de Slytherin.
Detrás de la mesa de los profesores, un estandarte más grande que los demás mostraba el escudo de Hogwarts: el león, el águila, el tejón y la serpiente se unían en torno a una enorme hache.
Harry, Ron, Lucy y Hermione vieron a Fred y George en la mesa de Gryffindor. Una vez más, y contra lo que había sido siempre su costumbre, estaban
apartados y conversaban en voz baja. Ron fue hacia ellos, seguido de los
demás.
—Es una lastima de verdad —le decía George a Fred con tristeza—. Pero si
no nos habla personalmente, tendremos que enviarle la carta. O metérsela en la mano. No nos puede evitar eternamente.
—¿Quién los evita? —quiso saber Ron, sentándose a su lado.
—Me gustaría que fueras tú —contestó Fred, molesto por la interrupción.
—¿Qué te parece una lastima? —preguntó Ron a George.
—Tener de hermano a un imbécil entrometido como tú —respondió
George. Lucy sonrió y se sentó junto a Ron.
—¿Ya se les ha ocurrido algo para participar en el Torneo de los tres
magos? —inquirió Harry—. ¿Han pensado alguna otra cosa para entrar?
—Le pregunté a McGonagall cómo elegían a los campeones, pero no me
lo dijo —repuso George con amargura—. Me mandó callar y seguir con la
transformación del mapache.
—Me gustaría saber cuáles serán las pruebas —comentó Ron pensativo—.
Porque yo creo que nosotros podríamos hacerlo, Harry. Hemos hecho antes
cosas muy peligrosas.
—Es como preguntarle si quiere suicidarse, Ron —dijo Lucy, rodando los ojos.
—McGonagall dice que puntuarán a los campeones según cómo lleven a cabo las pruebas —dijo Fred.
—¿Quiénes son los jueces? —preguntó Lucy.
—Bueno, los directores de los colegios participantes deben de formar parte
del tribunal —declaró Hermione, y todos se volvieron hacia ella, bastante sorprendidos—, porque los tres resultaron heridos durante el torneo de mil setecientos noventa y dos, cuando se soltó un basilisco que tenían que atrapar los campeones.
Ella advirtió cómo la miraban y, con su acostumbrado aire de impaciencia
cuando veía que nadie había leído los libros que ella conocía, explicó:
—Está todo en Historia de Hogwarts.
—Debería leer de una vez ése libro —murmuró Lucy.
—Aunque, desde luego, ese libro no es muy de fiar —agregó Hermione—. Un título más adecuado sería «Historia censurada de Hogwarts», o bien «Historia tendenciosa y selectiva de Hogwarts, que pasa por alto los aspectos menos favorecedores del colegio».
—¿De qué hablas? —preguntó Ron.
—¡De los elfos domésticos! —dijo Hermione en voz alta—. ¡Ni una sola vez, en más de mil páginas, hace la Historia de Hogwarts una sola mención a que somos cómplices de la opresión de un centenar de esclavos!
Harry movió la cabeza a un lado y otro con desaprobación y se dedicó a
los huevos revueltos que tenía en el plato. Su carencia de entusiasmo y la de Ron no había refrenado lo más mínimo la determinación de Hermione de luchar a favor de los elfos domésticos.
—¿Son conscientes de que son criaturas mágicas que no tienen sueldo y trabajan en condiciones de esclavitud las que les cambian las sábanas, les
encienden el fuego, les limpian las aulas y les preparan la comida? —les decía furiosa.
George se aproximó a Hermione un poco.
—Escucha, Hermione, ¿has estado alguna vez en las cocinas?
—No, claro que no —dijo Hermione de manera cortante—. Se supone que
los alumnos no...
—Bueno, pues nosotros sí —la interrumpió George, señalando a Fred—, un montón de veces, para devorar comida. Y los conocemos, y sabemos que son felices. Piensan que tienen el mejor trabajo del mundo.
—¡Eso es porque no están educados! Les han lavado el cerebro y... —
comenzó a decir Hermione acaloradamente, pero las siguientes palabras quedaron ahogadas por el ruido de batir de alas encima de sus cabezas que anunciaba la llegada de las lechuzas mensajeras.
Al alzar su mirada, Lucy vió a Hedwig, que volaba hacia Harry. Hermione se calló de repente. Ella y Ron miraron nerviosos a Hedwig, que revoloteó hasta el hombro de Harry, plegó las alas y levantó la pata con cansancio.
Harry le desprendió la respuesta de Sirius de la pata y le ofreció a Hedwig
los restos de su tocino, que comió agradecida. Luego, tras asegurarse de que Fred y George habían vuelto a sumergirse en nuevas discusiones sobre el Torneo de los tres magos, Harry les leyó a Ron, a Lucy y a Hermione la carta de Sirius en un susurro:
Esa mentira te honra, Harry. Ya he vuelto al país y estoy bien escondido. Quiero que me envíes lechuzas contándome cuanto sucede en Hogwarts. No uses a Hedwig. Emplea diferentes lechuzas, y no te preocupes por mí: cuida de ti mismo. No olvides lo que te dije de la cicatriz.
Sirius.
—No lo puedes engañar —susurró Lucy.
—¿Por qué tienes que usar diferentes lechuzas? —preguntó Ron en voz
baja.
—Porque Hedwig atrae demasiado la atención —respondió Hermione de
inmediato—. Es muy llamativa. Una lechuza blanca yendo y viniendo a donde quiera que se haya ocultado... Como no es un ave autóctona...
Harry enrolló la carta y se la metió en la túnica.
—Gracias, Hedwig —dijo acariciándola.
Ella ululó medio dormida, metió el
pico un instante en la copa de zumo de naranja de Harry, y se fue, evidentemente ansiosa de echar una larga siesta en la lechucería.
Aquel día había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada
aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang. Hasta la clase de Pociones fue más llevadera de lo usual, porque duró media hora menos. Cuando, antes de lo acostumbrado, sonó la campana, Harry, Ron, Lucy y Hermione salieron a toda prisa hacia la torre de Gryffindor, dejaron allí las mochilas y los libros tal
como les habían indicado, se pusieron las capas y volvieron al vestíbulo.
Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.
—Weasley, ponte bien el sombrero —le ordenó la profesora McGonagall a
Ron—. Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo —Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza—. Winters, vigila a tu dragón, que no se coma a los visitantes.
Lucy asintió con su cabeza y miró de reojo a Rawraq en su hombro.
—Siganme, por favor —dijo la profesora McGonagall—. Los de primero delante. Sin empujar...
Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del
castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya
sobre el bosque prohibido. Lucy, de pie entre Harry y Hermione en la cuarta fila, vio a Dennis Creevey temblando de emoción entre otros alumnos de primer
curso.
—Son casi las seis —anunció Ron, consultando el reloj y mirando el
camino que iba a la verja de entrada—. ¿Cómo piensan que llegarán? ¿En el
tren?
—No creo —contestó Hermione.
—¿Entonces cómo? ¿En escoba? —dijo Harry, levantando la vista al cielo
estrellado.
—No creo tampoco... —dijo Lucy.
—¿En traslador? —sugirió Ron—. ¿Pueden aparecerse? A lo mejor en sus
países está permitido aparecerse antes de los diecisiete años.
—Nadie puede aparecerse dentro de los terrenos de Hogwarts. ¿Cuántas
veces se lo tengo que decir? —exclamó Hermione perdiendo la paciencia.
Observaron nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más. No se movía nada por allí. Todo estaba en calma, silencioso y
exactamente igual que siempre. Lucy tenía la suerte de ni tener frío gracias a la fortaleza de su vínculo con Rawraq.
Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores,
Dumbledore gritó:—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!
—¿Por dónde? —preguntaron muchos con impaciencia, mirando en
diferentes direcciones.
—¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.
Una cosa larga, mucho más larga que una escoba (y, de hecho, que cien
escobas), se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez
más grande.
—¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por
completo.
—No seas idiota, eso no se acerca a un dragón —dijo Lucy.
—¡Es una casa volante! —le dijo Dennis Creevey.
La suposición de Dennis estaba más cerca de la realidad. Cuando la
gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.
Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Entonces golpearon el suelo los cascos de los caballos, que eran más grandes que platos, metiendo tal ruido que Neville dio un salto y pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra,
rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos.
Antes de que la puerta del carruaje se abriera, Lucy vio que llevaba un
escudo: dos varitas mágicas doradas cruzadas, con tres estrellas que surgían
de cada una. Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces Lucy vio un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que había visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito.
En toda su vida, Lucy sólo había visto una persona tan gigantesca como
aquella mujer, y ése era Hagrid. Le parecía que eran exactamente igual de
altos, pero aun así aquella mujer—que ahora observaba desde el pie de la escalerilla a la multitud, que a su vez la miraba atónita a ella— parecía aún más grande. Al dar unos pasos entró de
lleno en la zona iluminada por la luz del vestíbulo, y ésta reveló un hermoso rostro de piel morena, unos ojos cristalinos grandes y negros, y una nariz afilada. Llevaba el pelo recogido por detrás, en la base del cuello, en un moño reluciente. Sus ropas eran de satén negro, y una multitud de cuentas de ópalo brillaban alrededor de la garganta y en sus gruesos dedos.
Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imitando a su director,
aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer.
Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela.
—Mi querida Madame Maxime —dijo—, bienvenida a Hogwarts.
—«Dumbledog» —repuso Madame Maxime, con una voz profunda—,
«espego» que esté bien.
—En excelente forma, gracias —respondió Dumbledore.
—Mis alumnos —dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto
lánguido.
Lucy, que no se había fijado en otra cosa que en Madame Maxime, notó
que unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje y se encontraban detrás de
ella, había una rubia que le recordó un poco a Sara. Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina, y ninguno de ellos tenía capa. Algunos se habían puesto bufandas o chales por la cabeza. Por lo que alcanzaba a distinguir (ya que los tapaba la enorme sombra proyectada por Madame Maxime), todos miraban el castillo de Hogwarts con aprensión.
—¿Ha llegado ya «Kagkagov»? —preguntó Madame Maxime.
—Se presentará de un momento a otro —aseguró Dumbledore—. ¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco?
—Lo segundo, me «paguece» —respondió Madame Maxime—. «Pego»
los caballos...
—Nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas se encargará de ellos
encantado —declaró Dumbledore—, en cuanto vuelva de solucionar una
pequeña dificultad que le ha surgido con alguna de sus otras... obligaciones.
—Con los escregutos —escuchó Lucy a Ron susurrarselo a Harry.
—Mis «cogceles guequieguen»... eh... una mano «podegosa» —dijo Madame Maxime, como si dudara que un simple profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas fuera capaz de hacer el trabajo—. Son muy «fuegtes»...
—Le aseguro que Hagrid podrá hacerlo —dijo Dumbledore, sonriendo.
—Muy bien —asintió Madame Maxime, haciendo una leve inclinación—. Y, «pog favog», dígale a ese «pgofesog Haggid» que estos caballos solamente
beben whisky de malta «pugo».
—Descuide —dijo Dumbledore, inclinándose a su vez.
—Allons-y! —les dijo imperiosamente Madame Maxime a sus estudiantes,
y los alumnos de Hogwarts se apartaron para dejarlos pasar y subir la
escalinata de piedra.
—¿Qué tamaño calculan que tendrán los caballos de Durmstrang? —dijo
Seamus Finnigan, inclinándose para dirigirse a Harry y Ron entre Lavender y Parvati.
—Si son más grandes que éstos, ni siquiera Hagrid podrá manejarlos —
contestó Harry—. Y eso si no lo han atacado los escregutos. Me pregunto qué le habrá ocurrido.
—A lo mejor han escapado —dijo Ron, esperanzado.
—¡Ah, no digas eso! —repuso Hermione, con un escalofrío—. Me imagino a todos esos sueltos por ahí...
Para entonces ya tiritaban de frío esperando la llegada de la
representación de Durmstrang. La mayoría miraba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los enormes caballos de Madame Maxime. Pero entonces... Rawraq y Lucy dirigieron sus miradas hacia el Lago.
—¿No oyen algo? —preguntó Lucy repentinamente.
Un ruido misterioso, fuerte y extraño llegaba a ellos desde las tinieblas. Era un rumor amortiguado y un sonido de succión, como si una inmensa aspiradora pasara por el lecho de un río...
—¡El lago! —gritó Lee Jordan, señalando hacia él—. ¡Miren el lago!
Desde su posición en lo alto de la ladera, desde la que se divisaban los
terrenos del colegio, tenían una buena perspectiva de la lisa superficie negra
del agua. Y en aquellos momentos esta superficie no era lisa en absoluto. Algo
se agitaba bajo el centro del lago. Aparecieron grandes burbujas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las embarradas orillas. Por último surgió en medio del lago un remolino, como si al fondo le hubieran quitado un tapón gigante...
Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un
asta negra, y luego vieron las jarcias...
—¡Es un mástil! —exclamó Harry.
Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando a la luz
de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas daban la impresión de ojos fantasmales. Finalmente, con un sonoro chapoteo, el barco emergió en su totalidad, balanceándose en las aguas turbulentas, y comenzó a surcar el lago hacia tierra. Un momento después oyeron la caída de un ancla
arrojada al bajío y el sordo ruido devuna tabla tendida hasta la orilla.
A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba. Cuando se aproximaron más, subiendo por la explanada hacia la luz que provenía del vestíbulo, vieron que su corpulencia se debía en realidad a que todos llevaban puestas unas capas de algún tipo de piel muy tupida. El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello.
—¡Dumbledore! —gritó efusivamente mientras subía la ladera—. ¿Cómo
estás, mi viejo compañero, cómo estás?
—¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! —respondió Dumbledore.
Karkarov tenía una voz pastosa y afectada. Cuando llegó a una zona bien
iluminada, vieron que era alto y delgado como Dumbledore, pero llevaba corto el blanco cabello, y la perilla (que terminaba en un pequeño rizo) no ocultaba del todo el mentón poco pronunciado. Al llegar ante Dumbledore, le estrechó la mano.
—El viejo Hogwarts —dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo. Tenía los dientes bastante amarillos, y Lucy observó que la sonrisa no incluía
los ojos, que mantenían su expresión de astucia y frialdad—. Es estupendo estar aquí, es estupendo... Viktor, ve para allá, al calor... ¿No te importa,
Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado...
Karkarov indicó por señas a uno de sus estudiantes que se adelantara.
Cuando el muchacho pasó, Lucy vio su nariz, prominente y curva, y las
espesas cejas negras. Sus miradas se encontraron por unos segundos, su mirada era tan segura y fría, la miró con curiosidad. Le llamaba la atención ver a una chica tan hermosa con un dragón en su hombro como si fuera lo más normal del mundo. Pero sus miradas se cortaron cuando Ron dijo:
—¡Es Krum!
«Genial».
Lo siento, la idea era empezar maratón desde temprano, pero me dieron una noticia fea y bueno, no tenía mucha inspiración.
¿Quién creen que sea la chica rubia?
Maratón 1/¿?