.capítulo noventa y siete
LUCY SE DESPERTÓ POR LOS REVOLTOSOS ruido que Hermione hacía mientras se cambiaba y trataba de recordar si le faltaba algo más para poner en su baúl. Ginny se había sentado en su cama, con el cabello revoltoso y un aire de tristeza, ya que las vacaciones llegaron a su fin.
Lucy escuchó como la lluvia chocaba contra la ventana, mientras se quitaba su remera de mangas larga (que usaba para dormir) y al no ver la remera que se iba a poner—, la cual había dejado sobre la mesita de luz,—, arrugó su frente, buscándola con la mirada por toda la había.
La mirada de Ginny cayó sobre los pechos y el brasier de la chica y frunció su ceño, para luego mirar los suyos.
¿Por qué Lucy había salido dotada y ella no?
¿Tal vez era porque tenía sangre de dragón? Todo apuntaba a que sí.
Pero eso no evitaba que la envidia de Ginny no pudiera aparecer. Su sobrina tenía más pecho que ella, lo cual era muy obvio, porque era la mayor, pero... solo le sacaba un año.
Los de ella apenas se notaban.
—Hermione, ¿has visto mi remera blanca con un dibujo del fénix en la parte de adelante? —preguntó Lucy frustrada, mientras se pasaba una mano por el cabello para aplastarlo un poco. Parecía un león pelirrojo—. Lo dejé anoche aquí —señaló la mesita, de dónde agarraba su jean celeste.
Hermione negó con su cabeza, mientras se colocaba las zapatillas. Ginny miró intencionalmente los pechos de Hermione—, que eran cubrimos por un brasier y una remera,— y volvió a fruncír su ceño.
Hasta Hermione tenía.
—No, tal vez no la dejaste ahí y... —peeo Hermione se calló al ver a Rawraq durmiendo sobre una tela blanca—. Oh, aquí está —señaló Hermione hacía el suelo, dónde Rawraq se había hecho una especie de cama con la remera de Lucy.
El olor de Lucy lo calmaba. En general, todo lo que fuera referido a si madre lo calmaba.
—Creo que cambiaré de remera entonces —dijo Lucy, viendo unos segundos a Rawraq y luego se quitó sus pantalones de pijama y se puso el jean celeste que estaba doblado en la parte baja—. Anoche durmió tarde, aún no entiendo lo que le sucede, está inquieto desde los mundiales —explicó Lucy, abrochándose el pantalón.
—¿Y si es algo parecido a lo que le está sucediendo a Harry? —preguntó Hermione, poniéndose un suéter arriba de su remera. Lucy la miró por unos segundos y se giró para abrir su baúl y sacar una remera negra normal—. Ya sabes, lo de su cicatriz —dijo Hermione, tratando de ser indirecta, ya que Ginny se encontraba con ellas—. Tal vez sea que tiene un mal presentimiento, ¿tú no lo sientes? —Lucy la miró confundida luego de haber pasado su cabeza por el agujero de la remera y se acomodó el cabello que quedó dentro de la ropa—. Ya que ahora su vínculo es más fuerte.
Lucy sabía que Hermione había desaprobado el hecho de que ella hubiera hecho la ceremonia con Rawraq, pero fue su decisión y ella había decidido que quería ser la primera en domar un dragón. Y tal vez eso la ayudaría en el futuro. Los ayudaría.
—No, solo siento sus emociones —explicó Lucy, ignorando las últimas palabras bruscas de Hermione—. Sé que está inquieto, es como si algo lo estuviera incomodando o algo así —dijo y luego de meter el final de su remera dentro de su pantalón, se sentó en la cama para ponerse sus zapatillas.
—¿Ustedes creen que la leche verdaderamente funcione? —preguntó Ginny momentos después, cuando Lucy se cerraba la cremallera de su cambera bordo.
—¿De qué rayos hablas? —preguntó Lucy confundida, viendo cómo Ginny se terminaba de peinar y se levantaba de su cama.
Hermione también miró confundida a la Weasley menor. El cambio de tema no entendió para nada.
—¿Ha qué te refieres, Ginny? —preguntó Herms peinandose el cabello enmarañado.
Ginny estaba sonrojada, mientras la castaña y la otra pelirroja parecían confundidas.
—Ya saben... —murmuró Ginny avergonzada. La de trece años hizo un ademán hacía sus pechos pequeños.
Hermione sonrió comprensiva y Lucy se incomodó rápidamente.
—¡Está bien, esto ya se volvió raro! —exclamó Lucy, haciéndose una cola de caballo sin desenredar su cabello—. Tú ten la charla con ella —le dijo a Hermione—. Yo me voy, no quiero oír esto —dijo la pelirroja agarrando rápidamente a Rawraq entre sus manos y salió de la habitación.
—¡Lucy! —exclamó Hermione pidiendo ayuda. Luego miró a Ginny con incomodidad.
Lucy bajó las escaleras cargando entre sus manos a un Rawraq que se iba despertando perezosamente.
Encontró a Molly haciendo el desayuno, siendo ayudada por Katherine—, aunque la primera le hubiera dicho que no hacía falta,—. Charlie daba de comer a mini Drogo y Bill leía El Profeta.
—Woah, no creí que serías la primera —dijo Bill, bajando el periódico y mirando a Lucy, la cual tenía mala cara.
—Malos días para tí también —saludó Lucy a Bill, para luego ser abrazada por Molly y saludada con un beso en la mejilla por Katherine. Se dejó caer en un silla al lado de Charlie, el cual le dió un rápido beso en el cabello, diciéndole «Buenos días, cariño»—. No me iba a quedar otro segundo con Ginny en esa habitación, están hablando sobre... partes íntimas —muemuró lo último, dándole un escalofríos.
Charlie casi escupió su té; Bill dejó los ojos en blanco; Molly pareció emocionada; y Katherine casi tira el sartén.
—¿Q-qué? —preguntó Charlie, pareciendo un tonto. Miró a Lucy, luego de compartir una mirada con Katherine.
—Nada —respondió Lucy, agarrando una tostada y su taza. Dándole un mordisco a su comida.
—¡Iré a darles un consejo! —exclamó Molly, pero antes de que saliera de la cocina, la chimenea se encendió. Salió rápidamente de la cocina, a la vez que Harry, Ron, Nolan y los gemelos bajaban las escaleras—. ¡Arthur! —llamó mirando hacia arriba—. ¡Arthur! ¡Mensaje urgente del
Ministerio!
Arthur bajó las escaleras y entró a la cocina, con la túnica puesta al revés. Cuando Harry y los demás entraron en la cocina, vieron a la Molly buscando nerviosa por los cajones del aparador («¡Tengo una pluma en algún sitio!», murmuraba) y al Arthur inclinado sobre el fuego, hablando con Amos Diggory
—¿A caso el fuego tiene rostro? —preguntó Nolan sorprendido.
—... Los vecinos muggles oyeron explosiones y gritos, y por eso llamaron a esos... ¿cómo los llaman...?, «pocresías». Arthur, tienes que ir para allá...
—¡Aquí está! —dijo sin aliento la señora Weasley, poniendo en las manos de su marido un pedazo de pergamino, un tarro de tinta y una pluma estrujada.
—... Ha sido una suerte que yo me enterara —continuó la cabeza del señor Diggory—. Tenía que ir temprano a la oficina para enviar un par de lechuzas, y encontré a todos los del Uso Indebido de la Magia que salían pitando. ¡Si Rita Skeeter se entera de esto, Arthur...!
—¿Qué dice Ojoloco que sucedió? —preguntó el señor Weasley, que abrió
el tarro de tinta, mojó la pluma y se dispuso a tomar notas.
La cabeza del señor Diggory puso cara de resignación.
—Dice que oyó a un intruso en el patio de su casa. Dice que se acercaba
sigilosamente a la casa, pero que los contenedores de basura lo cogieron por sorpresa.
—¿Qué hicieron los contenedores de basura? —inquirió el señor Weasley,
escribiendo como loco.
—Por lo que sé, hicieron un ruido espantoso y prendieron fuego a la
basura por todas partes —explicó el señor Diggory—. Parece ser que uno de los contenedores todavía andaba por allí cuando llegaron los «pocresías».
El señor Weasley emitió un gruñido.
—¿Y el intruso?
—Ya conoces a Ojoloco, Arthur —dijo la cabeza del señor Diggory,
volviendo a poner cara de resignación—. ¿Que alguien se acercó al patio de su casa en medio de la noche? Me parece más probable que fuera un gato asustado que anduviera por allí cubierto de mondas de patata. Pero, si los del Uso Indebido de la Magia le echan las manos encima a Ojoloco, se la hacargado. Piensa en su expediente. Tenemos que librarlo acusándolo de alguna cosa de poca monta, algo relacionado con tu departamento. ¿Qué tal lo de los contenedores que han explotado?
—Sería una buena precaución —repuso el señor Weasley, con el entrecejo fruncido y sin dejar de escribir a toda velocidad—. ¿Ojoloco no usó la varita? ¿No atacó realmente a nadie?
—Apuesto a que saltó de la cama y comenzó a echar maleficios contra
todo lo que tenía a su alcance desde la ventana —contestó el señor Diggory—, pero les costará trabajo demostrarlo, porque no hay heridos.
—Bien, ahora voy —dijo el señor Weasley. Se metió en el bolsillo el
pergamino con las notas que había tomado y volvió a salir a toda prisa de la cocina.
La cabeza del señor Diggory miró a la señora Weasley.
—Lo siento, Molly —dijo, más calmado—, siento haber tenido que
molestaros tan temprano... pero Arthur es el único que puede salvar a Ojoloco, y se supone que es hoy cuando Ojoloco empieza su nuevo trabajo. ¿Por qué tendría que escoger esta noche...?
—No importa, Amos —repuso la señora Weasley—. ¿Estás seguro de que no quieres una tostada o algo antes de irte?
—Eh... bueno —aceptó el señor Diggory.
La señora Weasley agarró una tostada untada con mantequilla de un montón que había en la mesa de la cocina, la puso en las tenacillas de la chimenea y se la acercó al señor Diggory a la boca.
—«Gacias» —masculló éste, y luego, haciendo «¡plin!», se desvaneció.
Arthur se despidió apresuradamente de Bill, Charlie, Katherine, Lucy, Percy —, que bajaba las escaleras junto a Hermione y Ginny,— y las chicas. A los cinco minutos volvió a entrar en la cocina, con la túnica ya bien puesta y pasándose un peine por el pelo.
—Será mejor que me dé prisa. Que tengan un buen trimestre, muchachos —les dijo el señor Weasley a Harry, Ron y los gemelos, mientras se echaba una capa sobre los hombros y se disponía a desaparecerse—. Molly, ¿podrás llevar tú a los chicos a la estación de King’s Cross?
—Por supuesto que sí —asintió ella—. Tú cuida de Ojoloco, que ya nos
arreglaremos.
Al desaparecerse el señor Weasley, Bill habló:
—¿Qué ha hecho ahora Ojoloco? —preguntó Bill.
—Dice que alguien intentó entrar anoche en su casa —explicó la señora Weasley.
—¿Ojoloco Moody? —dijo George pensativo, poniéndose mermelada de
naranja en la tostada—. ¿No es el chiflado...?
—Tu padre tiene muy alto concepto de él —le recordó severamente la
señora Weasley.
—Sí, bueno, papá colecciona enchufes, ¿no? —comentó Fred en voz baja, cuando su madre salió de la cocina—. Dios los cría...
—Moody fue un gran mago en su tiempo —afirmó Katherine.
—Es un viejo amigo de Dumbledore, ¿verdad? —dijo Charlie.
—Pero Dumbledore tampoco es lo que se entiende por normal, ¿a que no?
—repuso Fred—. Bueno, ya sé que es un genio y todo eso...
—¿Quién es Ojoloco? —preguntó Harry.
—Está retirado, pero antes trabajaba para el Ministerio —explicó Charlie—. Yo lo conocí un día en que papá me llevó con él al trabajo. Era un auror: uno de los mejores... un cazador de magos tenebrosos —añadió, viendo que Harry seguía sin entender—. La mitad de las celdas de Azkaban las ha llenado él. Pero se creó un montón de enemigos... sobre todo familiares de los que atrapaba... y, según he oído, en su vejez se ha vuelto realmente paranoico. Ya no confía en nadie. Ve magos tenebrosos por todas partes.
Bill, Katherine y Charlie decidieron ir a despedirlos a todos a la estación de King’s Cross, pero Percy, disculpándose de forma exagerada, dijo que no podía dejar de ir al trabajo.
—En estos momentos no puedo tomarme más tiempo libre —declaró—. Realmente el señor Crouch está empezando a confiar en mí.
—Sí, ¿y sabes una cosa, Percy? —le dijo George muy serio—. Creo que
no tardará en aprenderse tu nombre.
La señora Weasley tuvo que habérselas con el teléfono de la oficina de correos del pueblo para pedir tres taxis muggles ordinarios que los llevaran a Londres.
—Arthur intentó que el Ministerio nos dejara unos coches —le susurró a
Harry la señora Weasley en el jardín de delante de la casa, mientras observaban cómo los taxistas cargaban los baúles—. Pero no había ninguno libre... Éstos no parecen estar muy contentos, ¿verdad?
Harry no quiso decirle a la señora Weasley que los taxistas muggles no
acostumbraban transportar lechuzas nerviosas, y Pigwidgeon estaba armando un barullo inaguantable.
Por otro lado, no se pusieron precisamente más contentos cuando unas cuantas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que prendían con la humedad, se cayeron inesperadamente del baúl de Fred al
abrirse de golpe. Crookshanks se asustó con las bengalas, intentó subirse encima de uno de los taxistas, le clavó las uñas en la pierna, y éste se sobresaltó y gritó de dolor. Por otro lado, al menos Lucy había guardado a Rawraq en su bolsillo.
El viaje resultó muy incómodo porque iban apretujados en la parte de atrás con los baúles. Crookshanks tardó un rato en recobrarse del susto de las bengalas, y para cuando entraron en Londres, Harry, Ron, Lucy y Hermione estaban llenos de arañazos. Fue un alivio llegar a King’s Cross, aunque la lluvia caía aún con más fuerza y se calaron completamente al cruzar la transitada calle en dirección a la estación, llevando los baúles.
Lucy ya estaba acostumbrada a entrar en el andén nueve y tres cuartos. No había más que caminar recto a través de la barrera, aparentemente sólida, que separaba los andenes nueve y diez. La única dificultad radicaba en hacerlo con disimulo, para no atraer la atención de los muggles. Aquel día lo hicieron
por grupos. Harry, Ron, Lucy y Hermione—, los más llamativos, porque llevaban con ellos a Pigwidgeon y a Crookshanks,—pasaron primero: caminaron como quien no quiere la cosa hacia la barrera, hablando entre ellos despreocupadamente, y la atravesaron... y, al hacerlo, el andén nueve y tres cuartos se materializó allí mismo.
El expreso de Hogwarts, una reluciente máquina de vapor de color escarlata, ya estaba allí, y de él salían nubes de vapor que convertían en
oscuros fantasmas a los numerosos alumnos de Hogwarts y sus padres,
reunidos en el andén. Harry, Lucy, Ron y Hermione entraron a agarrar sitio, y no tardaron en colocar su equipaje en un compartimiento de uno de los vagones centrales del tren.
Luego bajaron de un salto otra vez al andén para despedirse de la señora Weasley, de Bill, de Katherine y de Charlie.
—Quizá nos veamos antes de lo que piensas —le dijo Charlie a Lucy,
sonriendo, al abrazarla.
Katherine depositó un beso en la sien de Lucy.
—¿Por qué? —le preguntó Fred muy interesado.
—Ya lo verás —respondió Charlie—. Pero no le digas a Percy que he dicho nada, porque, al fin y al cabo, es «información reservada, hasta que el
ministro juzgue conveniente levantar el secreto».
—Sí, ya me gustaría volver a Hogwarts este año —dijo Bill con las manos en los bolsillos, mirando el tren con nostalgia.
—¿Por qué? —quiso saber George, intrigado.
—Porque van a tener un curso muy interesante —explicó Bill, parpadeando—. Quizá podría hacer algo de tiempo para ir y echar un vistazo a...
—¿A qué? —preguntó Lucy.
Pero en aquel momento sonó el silbato, y la señora Weasley los empujó hacia las puertas de los vagones.
—Gracias por la estancia, señora Weasley —dijo Hermione después de que subieron al tren, cerraron la puerta y se asomaron por la ventanilla para hablar con ella.
—Sí, gracias por todo, señora Weasley —dijo Harry.
—El placer ha sido mío —respondió ella—. Los invitaría también a pasar la Navidad, pero... bueno, creo que prefieren quedarse en Hogwarts, porque con una cosa y otra...
—¡Mamá! —exclamó Ron enfadado—. ¿Qué es lo que saben ustedes cuatro
y nosotros no?
—Esta noche les contarán, espero —contestó la señora Weasley con una
sonrisa—. Va a ser muy emocionante... Desde luego, estoy muy contenta de
que hayan cambiado las normas...
—¿Qué normas? —preguntaron Harry, Ron, Nolan, Fred y George al mismo tiempo.
—Seguro que el profesor Dumbledore les lo explicará... Ahora, portense
bien, ¿eh? ¿Eh, Fred? ¿Eh, George?
El tren pitó muy fuerte y comenzó a moverse.
—¡Diganos lo que va a ocurrir en Hogwarts! —gritó Fred desde la
ventanilla cuando ya las figuras de la señora Weasley, de Bill, de Katheriney de Charlie empezaban a alejarse—. ¿Qué normas van a cambiar?
Pero la señora Weasley tan sólo sonreía y les decía adiós con la mano. Antes de que el tren hubiera doblado la curva, ella, Bill, Katherine y Charlie habían desaparecido.
Harry, Lucy, Ron y Hermione regresaron a su compartimiento. La espesa lluvia salpicaba en las ventanillas con tal fuerza que apenas distinguían nada del exterior. Ron abrió su baúl, sacó la túnica de gala de color rojo oscuro y tapó con ella la jaula de Pigwidgeon para amortiguar sus gorjeos.
—Bagman nos quería contar lo que va a pasar en Hogwarts —dijo
malhumorado, sentándose al lado de Harry—. En los Mundiales, ¿recuerdan? Pero mi propia madre es incapaz de decir nada. Me pregunto qué...
—¡Shh! —susurró de pronto Hermione, poniéndose un dedo en los labios y señalando el compartimiento de al lado.
Los cuatro agudizaron el oído y, a través de la puerta entreabierta, oyeron una voz familiar que arrastraba las palabras.
—... Mi padre pensó en enviarme a Durmstrang antes que a Hogwarts.
Conoce al director. Bueno, ya saben lo que piensa de Dumbledore: a ése le
gustan demasiado los sangre sucia... En cambio, en el Instituto Durmstrang no admiten a ese tipo de chusma. Pero a mi madre no le gustaba la idea de que yo fuera al colegio tan lejos. Mi padre dice que en Durmstrang tienen una actitud mucho más sensata que en Hogwarts con respecto a las Artes Oscuras. Los alumnos de Durmstrang las aprenden de verdad: no tienen únicamente esa porquería de defensa contra ellas que tenemos nosotros...
Hermione se levantó, fue de puntillas hasta la puerta del compartimiento y
la cerró para no dejar pasar la voz de Malfoy.
—Así que piensa que Durmstrang le hubiera venido mejor, ¿no? —dijo
irritada—. Me gustaría que lo hubieran llevado allí. De esa forma no tendríamos que aguantarlo.
—Concuerdo —dijo Lucy, mientras Rawraq salía de su bolsillo y se recostaba en su regazo.
—¿Durmstrang es otra escuela de magia? —preguntó Harry.
—Sí —dijo Hermione desdeñosamente—, y tiene una reputación horrible. Según el libro Evaluación de la educación mágica en Europa, da muchísima importancia a las Artes Oscuras.
—Creo que he oído algo sobre ella —comentó Ron pensativamente—.
¿Dónde está? ¿En qué país?
—Bueno, nadie lo sabe —repuso Hermione, levantando las cejas.
—¿Qué? —murmuró Lucy sorprendida.
—Eh... ¿por qué no? —se extrañó Harry.
—Hay una rivalidad tradicional entre todas las escuelas de magia. A las de
Durmstrang y Beauxbatons les gusta ocultar su paradero para que nadie les pueda robar los secretos —explicó Hermione con naturalidad.
—¡Vamos! ¡No digas tonterías! —exclamó Ron, riéndose—. Durmstrang tiene que tener el mismo tamaño que Hogwarts. ¿Cómo van a esconder un
castillo enorme?
—¡Pero si también Hogwarts está oculto! —dijo Hermione, sorprendida—. Eso lo sabe todo el mundo. Bueno, todo el mundo que ha leído Historia de Hogwarts.
—Sólo tú, entonces —repuso Ron.
—¿Cómo han hecho para esconder un lugar como Hogwarts? —preguntó Lucy interesada.
—Está embrujado —explicó Hermione—. Si un muggle lo mira, lo único que ve son unas ruinas viejas con un letrero en la entrada donde dice: «MUY PELIGROSO. PROHIBIDA LA ENTRADA.»
—¿Así que Durmstrang también parece unas ruinas para el que no pertenece al colegio?
—Posiblemente —contestó Hermione, encogiéndose de hombros—. O
podrían haberle puesto repelentes mágicos de muggles, como al estadio de los Mundiales. Y, para impedir que los magos ajenos lo encuentren, pueden haberlo convertido en inmarcable.
—¿Cómo? —preguntó Lucy.
—Bueno, se puede encantar un edificio para que sea imposible marcarlo en ningún mapa.
—Eh... si tú lo dices... —admitió Harry.
—Pero creo que Durmstrang tiene que estar en algún país del norte —dijo
Hermione reflexionando—. En algún lugar muy frío, porque llevan capas de piel como parte del uniforme.
—¡Ah, piensa en las posibilidades que eso tiene! —dijo Ron en tono soñador—. Habría sido tan fácil tirar a Malfoy a un glaciar y que pareciera un
accidente... Es una pena que su madre no quisiera que fuera allí.
La lluvia se hacía aún más y más intensa conforme el tren avanzaba hacia el norte. El cielo estaba tan oscuro y las ventanillas tan empañadas que hacia el mediodía ya habían encendido las luces. El carrito de la comida llegó traqueteando por el pasillo, y Harry compró un montón de pasteles en forma de caldero para compartirlos con los demás.
Varios de sus amigos pasaron a verlos a lo largo de la tarde, incluidos
Seamus Finnigan, Dean Thomas y Neville Longbottom, un muchacho de cara redonda extraordinariamente olvidadizo que había sido criado por su abuela, una bruja de armas tomar. Seamus aún llevaba la escarapela del equipo de Irlanda. Parecía que iba perdiendo su magia poco a poco, y, aunque todavía gritaba «¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!», lo hacía de forma muy débil y como fatigada. Por último apareció Sara McGregor, la chica que seguía a Lucy a todas partes—, hasta podría llamarse acosadora,—.
—¿Por qué estabas con Malfoy? —preguntó Ron, cuando Sara los fue a visitar, dándole chocolates a los cuatro y sentándose con emoción al lado de Lucy.
Aunque fuera una chica de catorce años y bella, Sara McGregor seguía siendo la misma niña que seguiría a Lucy hasta el fin del mundo.
—Los padres de Draco y mi papá son amigos —explicó Sara, comiendo un chocolate y manchandose la cara.
—Pobre de tí —soltó Ron, recibiendo una patada por parte de Hermione—. ¡Auh!
—¿Cómo fueron tus vacaciones, Sara? —preguntó Harry, tratando de cambiar de tema. Era más que obvio que hablar de Malfoy era incómodo para todos.
—Normales —respondió la rubia encogiéndose de hombros—. Pero me enteré de que mi jefa se convirtió en la primera bruja en volar en un dragón, ¿lo que dicen es cierto, jefa? —preguntó de emocionada Sara, volteando a ver a Lucy con sus ojos brillosos.
—Sí, yo lo decidí —asintió Lucy.
Después de una media hora, Hermione, harta de la inacabable charla sobre quidditch y que Lucy no hiciera caso a nadie, se puso a leer una vez más el Libro reglamentario de hechizos, curso 4º, e intentó aprenderse el encantamiento convocador.
Mientras revivían el partido de la Copa, Neville los escuchaba con envidia.
—Mi abuela no quiso ir —dijo con evidente tristeza—. No compró entradas. Supongo que habrá sido impresionante...
—Lo fue —asintió Ron, Sara asintió en aprobación—. Mira esto, Neville...
Revolvió un poco en su baúl, que estaba colgado en la rejilla
portaequipajes, y sacó la miniatura de Viktor Krum.
—¡Vaya! —exclamó Neville maravillado, cuando Ron le puso a Krum en su rechoncha mano.
—Lo vimos muy de cerca, además —añadió Ron—, porque estuvimos en la tribuna principal...
—Por primera y última vez en tu vida, Weasley.
—Ahora no, Draco —susurró Sara para si misma, rodando los ojos.
Draco Malfoy acababa de aparecer en el vano de la puerta. Detrás de él
estaban Crabbe y Goyle, sus enormes y brutos amigotes, que parecían haber crecido durante el verano al menos treinta centímetros cada uno. Evidentemente, habían escuchado la conversación a través de la puerta del compartimiento, que Dean y Seamus habían dejado entreabierta.
—No recuerdo haberte invitado a entrar, Malfoy —dijo Harry fríamente.
Y en ése momento, algo hizo click en la memoria de Lucy y un pensamiento llegó a su mente: "Harry es lindo de esa forma".
Ese pensamiento era el mismo que había pensado en primer año cuando decidió elegir a Ron antes que a Draco. Se acordó que Harry la atraía cuando defendía algo de aquella manera, le encantaba cuando era grosero o frío.
Era digno de ver y oír.
—¿Qué es eso, Weasley? —preguntó Malfoy, señalando la jaula de
Pigwidgeon.
Una manga de la túnica de gala de Ron colgaba de ella balanceándose con el movimiento del tren, y el puño de puntilla de aspecto enmohecido resaltaba a la vista. Ron intentó ocultar la túnica, pero Malfoy fue más rápido: agarró la manga y tiró de ella.
—¡Miren esto! —exclamó Malfoy, encantado, enseñándoles a Crabbe y a Goyle la túnica de Ron—. No pensarás ponerte esto, ¿eh, Weasley?
—Ya basta, Draco —dijo Sara frustrada, su novio era un tarado y de los peores tarados.
—Fueron el último grito hacia mil ochocientos noventa... —siguió Malfoy, ignorando la petición de su prometida.
—¡Vete a la mierda, Malfoy! —le dijo Ron, con la cara del mismo color que
su túnica cuando la desprendió de las manos de Malfoy.
Malfoy se rió de él sonoramente. Crabbe y Goyle se reían también como tontos.
—¿Así que vas a participar, Weasley? ¿Vas a intentar dar un poco de
gloria a tu apellido? También hay dinero, por supuesto. Si ganaras podrías comprarte una túnica decente...
—¿De qué hablas? —preguntó Ron bruscamente.
—¿Vas a participar? —repitió Malfoy—. Supongo que tú sí, Potter. Nunca
dejas pasar una oportunidad de exhibirte, ¿a que no?
—Malfoy, una de dos: explica de qué estás hablando o vete —dijo Lucy con irritación, mientras Hermione veía por encima de su Libro reglamentario de hechizos, curso 4º.
Una alegre sonrisa se dibujó en el pálido rostro de Malfoy.
—¡No me digas que no lo saben! —dijo muy contento—. ¿Tú tienes en el
Ministerio a un padre y un hermano, y no lo sabes? Dios mío, mi padre me lo dijo hace un siglo... Cornelius Fudge se lo explicó. Pero, claro, mi padre
siempre se ha relacionado con la gente más importante del Ministerio... Quizá el rango de tu padre es demasiado bajo para enterarse, Weasley. Sí... seguramente no tratan de cosas importantes con tu padre delante.
—Mejor vete a la pu... —pero Hermione tapó rápidamente la boca de Lucy con sus manos.
Volviendo a reírse, Malfoy hizo una seña a Crabbe y Goyle, y los tres se
fueron. Ron se puso en pie y cerró la puerta corredera del compartimiento dando un portazo tan fuerte que el cristal se hizo añicos.
—¡Ron! —le reprochó Hermione. Luego sacó la varita y susurró—:
¡Reparo! —Los trozos se recompusieron en una plancha de cristal y regresaron a la puerta.
—Bueno... ha hecho como que lo sabe todo y nosotros no —dijo Ron con
un gruñido—. «Mi padre siempre se ha relacionado con la gente más
importante del Ministerio...» Mi padre podría haber ascendido cuando hubiera querido... pero prefiere quedarse donde está...
—Por supuesto que sí —asintió Hermione en voz baja—. No dejes que te moleste Malfoy, Ron.
—¿Él? ¿Molestarme a mí? ¡Como si pudiera! —replicó Ron agarrando uno de los pasteles en forma de caldero que quedaban y aplastándolo.
—Ajá —soltó Lucy sin creerle ni un poco.
A Ron no se le pasó el malhumor durante el resto del viaje. No habló gran cosa mientras se cambiaban para ponerse la túnica del colegio, y seguía sonrojado cuando por fin el expreso de Hogwarts aminoró la marcha hasta detenerse en la estación de Hogsmeade, que estaba completamente oscura.
Cuando se abrieron las puertas del tren, se oyó el retumbar de un trueno. Lucy puso a Rawraq en el bolsillo de su túnica, Hermione envolvió a Crookshanks con su capa, y Ron dejó la túnica de gala cubriendo la jaula de Pigwidgeon antes de salir del tren bajo el aguacero con la cabeza inclinada y los ojos casi cerrados. La lluvia caía entonces tan rápida y
abundantemente que era como si les estuvieran vaciando sobre la cabeza un cubo tras otro de agua helada.
—¡Eh, Hagrid! —gritó Harry, viendo una enorme silueta al final del andén.
—¿Todo bien, Harry? —le gritó Hagrid, saludándolo con la mano—. ¡Nos veremos en el banquete si no nos ahogamos antes!
Era tradición que los de primero llegaran al castillo de Hogwarts
atravesando el lago con Hagrid.
—¡Ah, no me haría gracia pasar el lago con este tiempo! —aseguró
Hermione enfáticamente, tiritando mientras avanzaban muy despacio por el oscuro andén con el resto del alumnado.
—¡¿Cómo es que no tienes frío?! —preguntó Ron, pero se retractó rápido al recordar lo que Lucy les había explicado en las vacaciones.
Cien carruajes sin caballo los esperaban a la salida de la estación, aunque para Lucy, habían caballos se tonalidades oscuras y raros, pero pasó de largo aquella parte. Harry, Ron, Lucy, Hermione, Sara y Neville subieron agradecidos a uno de ellos, la puerta se cerró con un golpe seco y un momento después, con una fuerte sacudida, la larga procesión de carruajes traqueteaba por el camino que llevaba al castillo de Hogwarts.
¡AHORA SÍ!
¡FESTEJEMOS QUE TODOS JUNTOS LLEGAMOS A LOS 100K!
Loco, todo lo que se viene es tan... Ufff (culpen a mi amiga si algo no les gusta, hoy le conté hasta el final del libro y entre las dos pensamos en muchas cosas).
Solo digo que preparen bien sus ojos para llorar... Ndeaaah mentira, era joda
... (?