.capítulo ochenta y nueve
—¿POR QUÉ DEBEMOS DESPERTARNOS TAN TEMPRANO? —preguntó Lucy adormilada, sentada en la mesa de la cocina, mientras peleaba para no dormirse.
—No queremos llegar tarde —respondió Arthur.
La señora Weasley removía el contenido de una olla puesta sobre el fuego, y el señor Weasley, sentado a la mesa, comprobaba un manojo de grandes entradas de pergamino.
Levantó la vista cuando los Harry, Ron y los gemelos entraron y extendió los brazos para que pudieran verle mejor la ropa. Llevaba lo que parecía un jersey de golf y unos vaqueros muy viejos que le venían algo grandes y que sujetaba a la cintura con un grueso cinturón de cuero.
—¿Qué les parece? —pregunto—. Se supone que vamos de incógnito...
¿Parezco un muggle, Harry?
—Sí —respondió Harry, sonriendo—. Está muy bien —luego miró a Lucy, que iba igual de simple para parecer una muggle—. Muy bien —susurró lo último, viendo a Lucy.
—¿Dónde están Bill, Katherine, Charlie y Pe... Pe... Percy? —preguntó George, sin lograr reprimir un descomunal bostezo.
—Bueno, van a aparecerse, ¿no? —dijo la señora Weasley, cargando con
la olla hasta la mesa y comenzando a servir las gachas de avena en los
cuencos con un cazo—, así que pueden dormir un poco más.
—O sea, que siguen en la cama... —dijo Fred de malhumor, acercándose
su cuenco de gachas—. ¿Y por qué no podemos aparecernos nosotros
también?
—Porque no tienen la edad y no han pasado el examen —contestó
bruscamente la señora Weasley—. ¿Y dónde se han metido esas chicas? —refiriendose a Ginny y Hermione.
—Oh, Ginny se encuentra ocupada con Nolan —soltó Lucy, ahogando sus palabras cuando bebió de su taza.
Molly salió de la cocina y la oyeron subir la escalera.
—¿Hay que pasar un examen para poder aparecerse? —preguntó Harry.
—Desde luego —respondió el señor Weasley, poniendo a buen recaudo
las entradas en el bolsillo trasero del pantalón—. El Departamento de
Transportes Mágicos tuvo que multar el otro día a un par de personas por
aparecerse sin tener el carné. La aparición no es fácil, y cuando no se hace como se debe puede traer complicaciones muy desagradables. Esos dos que les digo se escindieron.
Todos hicieron gestos de desagrado menos Harry.
—¿Se escindieron? —repitió Harry, desorientado.
—La mitad del cuerpo quedó atrás —explicó el señor Weasley, echándose
con la cuchara un montón de melaza en su cuenco de gachas—. Y, por
supuesto, estaban inmovilizados. No tenían ningún modo de moverse. Tuvieron que esperar a que llegara el Equipo de Reversión de Accidentes Mágicos y los recompusiera. Hubo que hacer un montón de papeleo, se los puedo asegurar, con tantos muggles que vieron los trozos que habían dejado atrás...
—¿Quedaron bien? —preguntó Harry, asustado.
—Sí —respondió el señor Weasley con tranquilidad—. Pero les cayó una
buena multa, y me parece que no van a repetir la experiencia por mucha prisa que tengan. Con la aparición no se juega. Hay muchos magos adultos que no quieren utilizarla. Prefieren la escoba: es más lenta, pero más segura.
—¿Pero Bill, Charlie, Katherine y Percy sí que pueden?
—Charlie tuvo que repetir el examen —dijo Fred, con una sonrisita—. La
primera vez se lo cargaron porque apareció ocho kilómetros más al sur de donde se suponía que tenía que ir. Apareció justo encima de unos viejecitos que estaban haciendo la compra, ¿se acuerdan?
Lucy ahogó una risa dentro de la taza.
—Bueno, pero aprobó a la segunda —dijo la señora Weasley, entre un
estallido de carcajadas, cuando volvió a entrar en la cocina.
—Percy lo ha conseguido hace sólo dos semanas —dijo George—. Desde
entonces, se ha aparecido todas las mañanas en el piso de abajo para
demostrar que es capaz de hacerlo.
Se oyeron unos pasos y Hermione, Ginny y Nolan entraron en la cocina, pálidos y somnolientos.
—¿Por qué nos hemos levantado tan temprano? —preguntó Ginny,
frotándose los ojos y sentándose a la mesa.
—Tenemos por delante un pequeño paseo —explicó el señor Weasley.
—¿Paseo? —se extrañó Harry—. ¿Vamos a ir andando hasta la sede de
los Mundiales?
—No, no, eso está muy lejos —repuso el señor Weasley, sonriendo—. Sólo hay que caminar un poco. Lo que pasa es que resulta difícil que un gran
número de magos se reúnan sin llamar la atención de los muggles. Siempre tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de viajar, y en una ocasión como la de los Mundiales de quidditch...
—¡George! —exclamó bruscamente la señora Weasley, sobresaltando a
todos.
—¿Qué? —preguntó George, en un tono de inocencia que no engañó a
nadie.
—¿Qué tienes en el bolsillo?
—¡Nada!
—¡No me mientas!
La señora Weasley apuntó con la varita al bolsillo de George y dijo:
—¡Accio!
Varios objetos pequeños de colores brillantes salieron zumbando del
bolsillo de George, que en vano intentó agarrar algunos: se fueron todos volando hasta la mano extendida de la señora Weasley.
—¡Les dijimos que los destruyeran! —exclamó, furiosa, la señora Weasley,
sosteniendo en la mano lo que, sin lugar a dudas, eran más caramelos
longuilinguos—. ¡Les dijimos que se deshicieran de todos! ¡Vacien los bolsillos, vamos, los dos!
Fue una escena desagradable. Evidentemente, los gemelos habían tratado de sacar de la casa, ocultos, tantos caramelos como podían, y la señora Weasley tuvo que usar el encantamiento convocador para encontrarlos todos.
—¡Accio! ¡Accio! ¡Accio! —fue diciendo, y los caramelos salieron de los lugares más imprevisibles, incluido el forro de la chaqueta de George y el dobladillo de los vaqueros de Fred.
—¡Hemos pasado seis meses desarrollándolos! —le gritó Fred a su madre, cuando ella los tiró.
—¡Ah, una bonita manera de pasar seis meses! —exclamó ella—. ¡No me
extraña que no tuvieran mejores notas!
El ambiente estaba tenso cuando se despidieron. La señora Weasley aún
tenía el entrecejo fruncido cuando besó en la mejilla a su marido, aunque no tanto como los gemelos, que se pusieron las mochilas a la espalda y salieron sin dirigir ni una palabra a su madre.
—Bueno, pasenlo bien —dijo la señora Weasley—, y pórtense como Dios
manda —añadió dirigiéndose a los gemelos, pero ellos no se volvieron ni respondieron—. Les enviaré a Bill, Katherine, Charlie y Percy hacia mediodía —añadió, mientras el señor Weasley, Harry, Lucy, Ron, Hermione, Nolan y Ginny se marchaban por el
oscuro patio precedidos por Fred y George.
Hacía fresco y todavía brillaba la luna. Sólo un pálido resplandor en el
horizonte, a su derecha, indicaba que el amanecer se hallaba próximo.
—Sabes, Harry no ha dejado de mírate —susurró Hermione a Lucy, mientras subían una colina.
Harry caminaba junto al señor Weasley, Ron, Ginny y Nolan venían detrás de ellas.
—Eres molestosa, Hermione —dijo Lucy, mientras daba una rápida mirada hacia Harry.
El chico la miraba de vez en cuando, mientras hablaba con el señor Weasley. Cuando sus miradas se encontraron, Lucy fingió ver cómo estaba Rawraq en su bolsillo.
—Esto estará fácil —escuchó susurrar a Hermione a su lado, pero no le dió importancia.
Caminaron con dificultad por el oscuro, frío y húmedo sendero hacia el pueblo. Sólo sus pasos rompían el silencio; el cielo se iluminaba muy despacio, pasando del negro impenetrable al azul intenso, mientras se acercaban al pueblo.
Lucy tenía la suerte de no sentir frío por nada, era porque su sangre y su vínculo con Rawraq ayudaba.
El señor Weasley miraba el
reloj continuamente. Cuando emprendieron la subida de la colina de Stoatshead no les quedaban fuerzas para hablar, y a menudo tropezaban en las escondidas
madrigueras de conejos o resbalaban en las matas de hierba espesa y oscura.
—Cuidado —dijo Harry, agarrando a Lucy de las manos, cuando la pelirroja casi tropieza con una de las madrigueras.
Lucy miró a Harey sorprendida por su atención y le agradeció con una leve sonrisa, antes de seguir su camino.
—¡Uf! —jadeó el señor Weasley, quitándose las gafas y limpiándoselas en el jersey—. Bien, hemos llegado con tiempo. Tenemos diez minutos...
Hermione llegó en último lugar a la cresta de la colina, con la mano puesta en un costado para calmarse el dolor que le causaba el flato.
—Ahora sólo falta el traslador —dijo el señor Weasley volviendo a ponerse las gafas y buscando a su alrededor—. No será grande... Vamos...
Se dispersaron para buscar. Sólo llevaban un par de minutos cuando un grito rasgó el aire.
—¡Aquí, Arthur! Aquí, hijo, ya lo tenemos.
Al otro lado de la cima de la colina, se recortaban contra el cielo estrellado dos siluetas altas.
—¡Amos! —dijo sonriendo el señor Weasley mientras se dirigía a zancadas hacia el hombre que había gritado. Los demás lo siguieron.
El señor Weasley le dio la mano a un mago de rostro rubicundo y barba
escasa de color castaño, que sostenía una bota vieja y enmohecida.
—Éste es Amos Diggory —anunció el señor Weasley—. Trabaja para el
Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Y creo que ya conocen a su hijo Cedric.
Cedric Diggory, un chico muy guapo de unos diecisiete años, era capitán y
buscador del equipo de quidditch de la casa Hufflepuff, en Hogwarts y sin mencionar que le interesaba Lucy.
—Hola —saludó Cedric, mirándolos a todos y se le regaló una sonrisa a Lucy, que la chica no devolvió.
Todos le devolvieron el saludo, salvo Fred y George, que se limitaron a
hacer un gesto de cabeza. Aún no habían perdonado a Cedric que venciera al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch del año anterior.
—¿Ha sido muy larga la caminata, Arthur? —preguntó el padre de Cedric.
—No demasiado —respondió el señor Weasley—. Vivimos justo al otro
lado de ese pueblo. ¿Y ustedes?
—Hemos tenido que levantarnos a las dos, ¿verdad, Ced? ¡Qué felicidad
cuando tenga por fin el carné de aparición! Pero, bueno, no nos podemos quejar. No nos perderíamos los Mundiales de quidditch ni por un saco de galeones... que es lo que nos han costado las entradas, más o menos. Aunque, en fin, no me ha salido tan caro como a otros...
Amos Diggory echó una mirada bonachona a los hijos del señor Weasley, a Harry, a Lucy, a Hermione y a Nolan.
—¿Son todos tuyos, Arthur?
—No, no, solo ellos cuatro —aclaró el señor Weasley, señalando a sus hijos—. Ésta Hermione, amiga de Ron, Lucy, mi nieta...
—Oh, eres la mujer de dragones —dijo Amos observando con una amplia sonrisa a la pelirroja. Lucy asintió en su dirección.
—Éste es Nolan, amigo de Ginny y Harry, otro amigo...
—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Amos Diggory abriendo los ojos—. ¿Harry? ¿Harry Potter?
—Ehhh... sí —contestó Harry.
—Ced me ha hablado de ti, por supuesto —dijo Amos Diggory—. Nos ha contado lo del partido contra tu equipo, el año pasado... Se lo dije, le dije: esto se lo contarás a tus nietos... Les contarás... ¡que venciste a Harry Potter!
A Harry no se le ocurrió qué contestar, de forma que se calló. Lucy, Fred y George volvieron a fruncir el entrecejo. Cedric parecía incómodo.
—Harry se cayó de la escoba, papá —masculló—. Ya te dije que fue un
accidente...
—Sí, pero tú no te caíste, ¿a que no? —dijo Amos de manera cordial,
dando a su hijo una palmada en la espalda—. Siempre modesto, mi Ced, tan caballero como de costumbre... Pero ganó el mejor, y estoy seguro de que Harry diría lo mismo, ¿a que sí? Uno se cae de la escoba, el otro aguanta en ella... ¡No hay que ser un genio para saber quién es el mejor!
—Claro... —susurró Lucy para si misma.
—Ya debe de ser casi la hora —se apresuró a decir el señor Weasley,
volviendo a sacar el reloj—. ¿Sabes si esperamos a alguien más, Amos?
—No. Los Lovegood ya llevan allí una semana, y los Fawcett no consiguieron entradas —repuso el señor Diggory—. No hay ninguno más de los nuestros en esta zona, ¿o sí?
—No que yo sepa —dijo el señor Weasley—. Queda un minuto. Será mejor que nos preparemos.
Miró a Harry, Lucy, Hermione y Nolan.
—Solo deben que tocar el traslador. Nada más: con poner un dedo será
suficiente.
Con cierta dificultad, debido a las voluminosas mochilas que llevaban, los once se reunieron en torno a la bota vieja que agarraba Amos Diggory. Todos permanecieron en pie, en un apretado círculo, mientras una brisa fría barría la cima de la colina. Nadie habló.
—Tres... —masculló el señor Weasley, mirando al reloj—, dos... uno...
Ocurrió inmediatamente: Lucy sintió como si un gancho, justo debajo del
ombligo, tirara de ella hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Harry, a Ron y a Hermione, uno al lado del otro, sus hombros golpeaban contra los de Harry y Hermione. Iban todos a enorme
velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que
aullaba en sus oídos. Tenía el meñique pegado a la bota, como por atracción
magnética. Y entonces...
Tocó tierra con los pies. Vio a Ron tambalearse contra Harry y lo hizo caer. El traslador golpeó con un ruido sordo en el suelo, cerca de su cabeza.
Harry levantó la vista. Cedric, Lucy y los señores Weasley y Diggory
permanecían de pie aunque el viento los zarandeaba. Todos los demás se
habían caído al suelo.
—Desde la colina de Stoatshead a las cinco y siete —anunció una voz.
—¿Necesitas ayuda, Ry? —preguntó Lucy con una sonrisa, extendiéndole su mano a Harry.
El chico sonrió y agarró su mano para levantarse del suelo.
Ya apareció Cedric :v
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