.capítulo ochenta y siete
—BIEN, QUIERO DOS DE TRES —dijo Ron, mientras jugaba ajedrez mágico contra Bill, pero el mayor le estaba ganando hace mucho.
—Te ves patético, Ron —dijo Lucy, leyendo su libro.
Ron seguía sin rendirse, Bill solo disfrutaba de ver a su hermanito colorado de furia.
—¡Ron, arriba, iremos por Harry! —informó Arthur, entrando al lugar.
Katherine, Bill y Charlie se encontraban sentados en la mesa, hablando sobre algo, Lucy leía sentada en una de las sillas, cerca de ellos, Hermione fingía leer a su lado, Nolan y Ginny reían sentados en los escalones de la escalera caracol.
Arthur contaba hacia la chimenea, mientras que Fred y George lo seguían, Ron se levantó de su asiento para ir tras ellos. El hombre mayor agarró el frasco con polvos flu.
—Iré primero, luego ustedes —señaló a los gemelos— y por último tú, Ron —señaló al menor de catorce años.
—Quiero ir con ustedes —dijo Lucy, viajando su libro.
—¡No! —exclamaron Hermione, Charlie, Katherine y Arthur a la vez, sorprendiendo a la pelirroja.
¿Por qué la emoción para que no fuera?
Lucy se encogió de hombros y volvió a concentrarse en su libro.
—Volveremos rápido —dijo Arthur.
Pero no fue cierto, cuando Ron fue el último en desaparecer, pasaron siete minutos y seguían sin volver.
—¿Crees que los tíos de Harry los reciban bien? —preguntó Hermione.
—No, no lo creo —respondió Lucy, negando con su cabeza.
—¿Sabes? La... —pero la chimenea interrumpió a Hermione.
Fred y George salieron de ella, cargando el baúl y la jaula de Hedwig, se reían de algo.
—¿Y Harry? —preguntó Hermione, levantándose de su silla y Lucy la imitó.
Pero la respuesta de Hermione llegó cuando, Harry cayó de la chimenea, pero logrando que sus manos evitarán el impacto de si cuerpo contra el suelo.
—¿Se lo lo comió? —preguntó Fred ansioso mientras le tendía a Harry la
mano para ayudarlo a levantarse.
—Sí —respondió Harry poniéndose en pie—. ¿Qué era?
—Caramelo longuilinguo —explicó Fred, muy contento—. Los hemos
inventado George y yo, y nos hemos pasado el verano buscando a alguien en quien probarlos...
Todos prorrumpieron en carcajadas en la pequeña cocina; Harry miró a su alrededor, y vio que Ron y George estaban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla, Bill y Charlie, los dos
hermanos mayores Weasley, sentados a un lado de ellos y una mujer de cabello blanco junto a Charlie Weasley.
Más allá estaba Lucy y Hermione, Harry no apartó sus ojos de los de Lucy y cuando dió un paso hacia ella, Charlie se metió en su camino.
—¿Qué tal te va, Harry? —preguntó Charlie, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó.
Bill también se levantó para saludar al muchacho, luego le siguió Katherine, la cual se presentó como la madre de Lucy y Harry no tardó en encontrar el parecido.
Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, se oyó un pequeño estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George.
—¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño
muggle?
—No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa maligna—. Sólo lo dejé
caer... Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.
—¡Lo dejaste caer a propósito! —vociferó el señor Weasley—. Sabías que se lo comería porque estaba a dieta...
—¿Cuánto le creció la lengua? —preguntó George, con mucho interés.
—Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de
un metro de largo.
Todos prorrumpieron de nuevo en una sonora carcajada.
—¡No tiene gracia! —gritó el señor Weasley—. ¡Ese tipo de
comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! Me paso la mitad de la vida luchando contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios hijos...
—¡No se lo dimos porque fuera muggle! —respondió Fred, indignado.
—No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón —explicó George—. ¿No es verdad, Harry?
—Sí, lo es —contestó Harry seriamente.
Lucy miró detenidamente a Harry, ¿en verdad no sentía nada por él? Porque su mente, su estómago y su corazón decían todo lo contrario.
—¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley—. Ya
veran cuando se lo diga a su madre.
—¿Cuando me digas qué? —preguntó una voz tras ellos.
Molly acababa de entrar en la cocina.
—¡Ah, hola, Harry! —dijo sonriéndole al advertir que estaba allí. Luego
volvió bruscamente la mirada a su esposo—. ¿Qué es lo que tienes que
decirme?
Arthur dudó. A pesar de estar tan enfadado con Fred y George, no había tenido verdadera intención de contarle a Molly lo ocurrido. Se hizo un silencio mientras Arthur observaba nervioso a su mujer.
Entonces aparecieron Nolan y Ginny por la puerta de la cocina, detrás de Molly. Los dos sonrieron a Harry, y él les sonrió a su vez, lo que provocó que Ginny se sonrojara: Harry le había gustado desde su primera visita a La Madriguera.
Lucy frunció su ceño indignada.
—Me había olvidado de eso —gruñó Lucy, viendo a Ginny con otra cara ahora.
Hermione la observó por unos segundos. ¿Olvidar?
—¿Qué tienes que decirme, Arthur? —repitió Molly en un tono de voz que daba miedo.
—Nada, Molly —farfulló Arthur—. Fred y George sólo... He tenido unas palabras con ellos...
—¿Qué han hecho esta vez? —preguntó Molly—. Si tiene que ver con los «Sortilegios Weasley»...
—¿Por qué no le enseñas a Harry dónde va a dormir, Ron? —propuso
Hermione desde la puerta, arrastrando a Lucy.
—Ya lo sabe —respondió Ron—. En mi habitación. Durmió allí la última...
—Podemos ir todos —dijo Hermione, con una significativa mirada.
—¡Ah! —exclamó Ron, cayendo en la cuenta—. De acuerdo.
—Sí, nosotros también vamos —dijo George.
—¡Ustedes se quedan dónde están! —gruñó Molly.
Harry y Ron salieron despacio de la cocina y, acompañados por Hermione, Lucy, Nolan y Ginny, emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por la desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores.
—¿Qué es eso de los «Sortilegios Weasley»? —preguntó Harry mientras subían.
Ron, Nolan y Ginny se rieron, pero Lucy y Hermione no.
—Mi madre ha encontrado un montón de cupones de pedido cuando limpiaba la habitación de Fred y George —explicó Ron en voz baja—. Largas listas de precios de cosas que ellos han inventado. Artículos de broma, ya sabes: varitas falsas y caramelos con truco, montones de cosas. Es estupendo: nunca me imaginé que hubieran estado inventando todo eso...
—Hace mucho tiempo que escuchamos explosiones en su habitación, pero nunca supusimos que estuvieran fabricando algo —dijo Ginny—. Creíamos que simplemente les gustaba el ruido.
—Lo que pasa es que la mayor parte de los inventos... bueno, todos, en
realidad... son algo peligrosos y, ¿sabes?, pensaban venderlos en Hogwarts para sacar dinero. Mi madre se ha puesto furiosa con ellos. Les ha prohibido seguir fabricando nada y ha quemado todos los cupones de pedido... Además está enfadada con ellos porque no han conseguido tan buenas notas como esperaba...
—Y también ha habido broncas porque mi madre quiere que entren en el Ministerio de Magia como nuestro padre, y ellos le han dicho que lo único que quieren es abrir una tienda de artículos de broma —añadió Ginny.
Entonces se abrió una puerta en el segundo rellano y asomó por ella una
cara con gafas de montura de hueso y expresión de enfado.
—Hola, Percy —saludó Harry.
—Ah, hola, Harry —contestó Percy—. Me preguntaba quién estaría armando tanto jaleo. Intento trabajar, ¿saben? Tengo que terminar un informe para la oficina, y resulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de subir y bajar la escalera haciendo tanto ruido.
—No hacemos tanto ruido —replicó Ron, enfadado—. Estamos subiendo
con paso normal. Lamentamos haber entorpecido los asuntos reservados del Ministerio.
—¿En qué estás trabajando? —quiso saber Harry.
—Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional —respondió Percy con aires de suficiencia—. Estamos
intentando estandarizar el grosor de los calderos. Algunos de los calderos
importados son algo delgados, y el goteo se ha incrementado en una
proporción cercana al tres por ciento anual...
—Eso cambiará el mundo —intervino Ron—. Ese informe será un bombazo. Ya me lo imagino en la primera página de El Profeta: «Calderos con
agujeros.»
Percy se sonrojó ligeramente.
—Puede que te parezca una tontería, Ron —repuso acaloradamente—,
pero si no se aprueba una ley internacional bien podríamos encontrar el mercado inundado de productos endebles y de culo demasiado delgado que pondrían seriamente en peligro...
—Sí, sí, de acuerdo —interrumpió Ron, y siguió subiendo.
Percy cerró la puerta de su habitación dando un portazo. Mientras Harry, Lucy Hermione, Nola y Ginny seguían a Ron otros tres tramos, les llegaban ecos de gritos
procedentes de la cocina. Arthur debía de haberle contado a su mujer lo de los caramelos.
La habitación donde dormía Ron en la buhardilla de la casa estaba casi
igual que el verano anterior: los mismos pósters del equipo de quidditch favorito de Ron, los Chudley Cannons, que daban vueltas y saludaban con la mano desde las paredes y el techo inclinado; y en la pecera del alféizar de la ventana, que antes contenía huevas de rana, había una rana enorme. Ya no estaba Scabbers, la vieja rata de Ron, pero su lugar lo ocupaba la pequeña lechuza gris que había llevado la carta de Ron a Privet Drive para entregársela
a Harry. Daba saltos en una jaulita y gorjeaba como loca.
—¡Cállate, Pig! —le dijo Ron, abriéndose paso entre dos de las cuatro camas que apenas cabían en la habitación—. Fred y George duermen con nosotros porque Bill, Katherine y Charlie ocupan su cuarto —le explicó a Harry—. Percy se queda la habitación toda para él porque tiene que trabajar.
—¿Por qué llamas Pig a la lechuza? —le preguntó Harry a Ron.
—Porque es tonto —dijo Lucy indiferente—. Su verdadero nombre es Pigwidgeon.
—Sí, y ése no es un nombre tonto —contestó sarcásticamente Ron—.
Ginny lo bautizó. Le parece un nombre adorable. Yo intenté cambiarlo, pero era demasiado tarde: ya no responde a ningún otro. Así que ahora se ha quedado con Pig. Tengo que tenerlo aquí porque no gusta a Errol ni a Hermes. En realidad, a mí también me molesta.
Pigwidgeon revoloteaba veloz y alegremente por la jaula, gorjeando de forma estridente.
Harry se volteó a ver a Lucy que estaba apoyada en el marco de la puerta.
—¿Dónde está Rawraq? —preguntó Harry.
—Fuera, en el jardín, ayuda a Crookshanks a perseguir gnomos —explicó Lucy.
Harry miró a Hermione.
—Es que nunca los había visto.
—Entonces, ¿Percy está contento con el trabajo? —inquirió Harry,
sentándose en una de las camas y observando a los Chudley Cannons, que entraban y salían como balas de los pósters colgados en el techo.
—¿Contento? —dijo Ron con desagrado—. Creo que no habría vuelto a casa si mi padre no le hubiera obligado. Está obsesionado. Pero no le menciones a su jefe. «Según el señor Crouch... Como le iba diciendo al señor Crouch... El señor Crouch opina... El señor Crouch me ha dicho...» Un día de éstos anunciarán su compromiso matrimonial.
—¿Has pasado un buen verano, Harry? —quiso saber Hermione—.
¿Recibiste nuestros paquetes de comida y todo lo demás?
—Sí, muchas gracias —contestó Harry—. Esos pasteles me salvaron la
vida.
—¿Y has tenido noticias de...? —comenzó Lucy, pero se calló en respuesta a la mirada de Hermione.
—Creo que han dejado de discutir —dijo Hermione para disimular aquel instante de apuro, porque Ginny miraba con curiosidad tan pronto a Lucy como a Harry—. ¿Qué tal si bajamos y ayudamos a su madre con la cena?
—De acuerdo —aceptó Ron.
Harry salió detrás de Lucy y cuando la llamó, las manos de Hermione taparon rápidamente su boca y lo volvieron a arrastrar hasta la habitación de Ron, cerrando la puerta.
El azabache la miraba confundido.
—¿Qué haces, Hermione? —preguntó Harry confundido.
—No debes hablar con Lucy sobre su beso, ni nada por el estilo —susurró Hermione, escuchando como Lucy llamaba a Harry.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Harry, frunciendo su ceño.
—¿No has leído El Profeta? ¿No te enteraste? —preguntó la castaña. El azabache negó con su cabeza—. Harry, Lucy hizo una ceremonia para fortalecer su vínculo con Rawraq, se supone que no tendría que tener emociones ahora, pero sacrificó algo importante para ella.
—¿De qué estás hablando, Hermione? ¿Qué es lo que ha sacrificado? —preguntó Harry, ya se estaba hartando de que Hermione diera tantas vueltas.
—Lucy sacrificó sus recuerdos románticos contigo solo para mantener sus emociones —explicó Hermione, luego de haber rodado los ojos.
—¿Qué? Pero...
—¡Harry! —lo calló Hermione en un susurro—. Lucy no se acuerda de los momentos románticos que pasaron entre tú y ella. ¡Entiende! ¡Lucy no recuerda lo que siente por tí!
Hermione parecía que se iba a desmayar en cualquier momento, ya que respiraba aceleradamente.
Alguien golpeó la puerta de la habitación, Harry se había quedado inmóvil.
—¿Harry, Hermione? —los llamó Lucy desde el otro lado de la puerta.
—Ya vamos —respondió Hermione, viendo como Harry desviaba la mirada hacia la puerta.
¿Se sentía mal?
—¿Qué diablos hacen allí adentro? —preguntó la voz de Ron, golpeando la puerta.
—¿Tú qué crees, Ron? ¡Están chismoseando sin nosotros! —dijo Lucy indignada, volviendo a golpear la puerta.
Harry volvió a ver a Hermione, la chica lo observaba con lástima y a él no el gustaba para nada que lo viera así, era como si hubiera perdido a Lucy para siempre...
—Lo siento, Harry —murmuró Hermione.
Pero Harry no iba a dejar que una ceremonia le arranque los recuerdos con él a Lucy.
No lo permitiría.
Uuuf ya era hora.
Ry se pondrá las pilas, wacho.
Pobres de Will y Cedric XD
¿Qué con el capítulo?