LOST | 2da TEMPORADA

By kidrauhlshawtys

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Holaa❤ Esta es la segunda temporada de "Lost" y espero que les guste muchísimo. Les recuerdo que es adaptada... More

Capítulo 1 "No puedes ser joven por siempre"
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Nota
Capitulo 21 "Saber esperar"
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27

Capítulo 2

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By kidrauhlshawtys

Querido cuaderno de páginas amarillas que toco cuando me aburro en clases de psicología:

Algo horrible va a suceder hoy.

Um, yo… No sé por qué escribí eso. Es de locos. No hay ningún motivo para que me sienta inquieta y todos para que sea feliz, pero…
Pero aquí estoy a las ocho de la mañana, despierta y asustada. Jenna ni siquiera ha llegado a la escuela y no hago más que decirme que simplemente sucede que estoy hecha un lío debido a que besé a mi ex novio que no he visto en dos años enteros. Pero eso no explica por qué me siento tan asustada. Tan perdida.
Ayer, mientras Kate conducía hacia mi casa en su coche, tuve una sensación muy extraña. Y toda la noche en general. No podía dejar de pensar en él. Y de repente, todos los recuerdos de la niña de diecisiete años y el niño de diecinueve volvían a mi mente; era como un caleidoscopio de recuerdos ahogados, que desquitaban dos años de haber sido lanzados al abismo para salir a flote de nuevo. Y eso dolía.

Lo sé. Es de locos.

Ahora mismo, siento como que ni siquiera soy yo, y como que tampoco quiero serlo. Todo me parece tan extraño. Ayer, cuando regresé de la fiesta, me hundí en la cama que ni siquiera me parecía que fuera mía. El tocador de madera me parecía recién comprado, como si nunca antes lo hubiera visto en mi vida, y la televisión cubierta de peluches era como ver un montón de muñecas diabólicas mirándome directamente a los ojos.

Pero era imposible que yo ni siquiera estuviera en mi casa. Quiero decir, ahora era mía, también. Mi mamá se había mudado aquí con mi padrastro, Byron, y se iban a casar en unos prontos meses. No tiene sentido nada de lo que digo.

Tengo un grupo de amigos nuevos en la Universidad, estoy cursando el primer semestre de periodismo. ¿Desde cuándo les tengo miedo también a ellos? Y exactamente, ¿por qué estoy tan asustada?

Dejé de escribir. Contemplé fijamente la última línea que había escrito y luego sacudí la cabeza, con la pluma cerniéndose sobre el libro de rayas. Luego, arrojé la pluma dentro de mi bolso, y tomé otro sorbo de café latte.

Todo era tan totalmente ridículo…

¿Desde cuándo, ____ Dayne, tiene miedo de reunirse con gente? ¿De hacer cosas? Me puse de pie, y llena de enfado, apreté el vaso transparente de café y me encaminé hacia el campus. Era extraño que Jenn no se hubiera reunido conmigo ya. Entrábamos en una hora.

Sentí unos brazos enredarse alrededor de mis caderas, y un húmedo beso en mi mejilla. Giré la vista, y me encontré con los ojos de Nathan mirándome con apreciación. Sin decir nada, me alejé de él y sonreí con sorna.

-Nathan –sonreí aún más. ¿Por qué mis mejillas dolían cuando le sonreía precisamente a él? Era como tener que fingir todo el tiempo.
-Um, hola –sonrió, y me entregó una caja azul con un lazo impreso en ella. La tomé con vacilación, y detallé la tapa. Había algo pesado y caliente dentro. Lo miré con expectación, esperando una respuesta. El aire olía a Sol y a café, y a lo lejos, sonaba una canción de Bruno Mars.
-Escuché por ahí que te encantan los brownies –sonrió más ampliamente, enseñándome sus dientes ultra-blancos.
-Gracias –me ruboricé. –Es dulce de tu parte.
-Estás preciosa esta mañana –me aduló, dando pasos hacia mí. Su camisa estaba desabotonada un poco, dando a relucir su pecho pálido.
-¿Esta mañana? –me burlé, arqueando una ceja.
-Bueno, siempre –se corrigió, y soltamos una risita al unísono. Aunque yo, por supuesto, había sonado incómoda.

Apreté los labios y sonreí. Él continuó acercándose a mí. Olía a un caro perfume de Gucci y su aliento era como si se hubiera tragado tres cajas de Trident. Posicionó sus manos en mis caderas, enviando un leve, casi inexistente, impulso eléctrico por mi espina. Sus ojos azules descendieron hasta mis labios, y apenas rozó sus labios con los míos, cuando un estruendo nos hizo girar la cabeza hacia la acera de enfrente.

El estruendo se produjo de nuevo. Miré a un sujeto acomodado sobre su moto, haciendo sonar el motor audiblemente insoportable. Achiqué los ojos, y él estaba mirando para acá, también. Su cabello levantado hacia arriba y sus manos estaban posicionadas fuertemente sobre el manubrio de la monstruosa motocicleta negra. Allí estaban esos ojos que yo no podía dejar de mirar. Una chaqueta de cuero cubría su espalda, y con satisfacción, hizo sonar el motor de nuevo, y se alejó como alma que lleva el diablo a través de la calle. Lo observé alejarse a través del umbral de rejas plateadas de la Institución. Era él.

-Así que me ha invitado a salir, pero no lo sé, no me agradan los que estudian medicina. De repente se vuelven sangrientos –Jenn arrugó la nariz mientras bajábamos las infinitas escaleras del edificio de la Universidad de Arizona. Hacía diez minutos, el timbre de salida había tocado, y ahora Jenna y yo nos dirigíamos hacia su auto para regresar a casa. Yo todavía no tenía un auto. Amanda consideraba un gasto innecesario a los diecinueve, y más cuando tienes amigas que pueden pasearte por Phoenix en sus BMW.

-¿Por qué no te arriesgas? –sonreí. –Andrew se ve buen chico.
-Porque no lo sé –insistió, mientras nos dirigíamos hacia el estacionamiento. Jenn era una testaruda por naturaleza, al igual que yo. Tal vez por eso éramos mejores amigas.

Ella encendió su auto, y abrí la puerta del copiloto, arrojando allí mi mochila verde militar y quedándome fuera por un momento. Las últimas horas el Sol hacía su trabajo sobre el coche reluciente de Jenn, que sus padres sí habían decidido comprarle, sin habérseles pasado por la mente que viajar en el coche de tus padres y de tus amigas no era una humillación.
Jenn y yo reímos del trasero de Eric Kahn, el chico que vimos el primer día de clases y automáticamente pensamos que era gay. Lo seguíamos pensando, de todos modos. Pero sí tenía un lindo y pequeño trasero de tenista.

Escuché un ruido familiar relampaguear en mis oídos. Sonaba como… el rugido del motor de alguna motocicleta. Pero aquí nadie tenía una motocicleta, a menos que…

Me giré hacia el umbral que separaba las calles lisas del estacionamiento de la Universidad. Unos ojos color mieles me miraban destellantes, como si hubiera miles de diamantes incrustados en ellos, o como si el Sol hiciera eco en ellos. Había una chaqueta de cuero encima de sus hombros, remangada hasta sus antebrazos, pantalones sueltos de color negros en sus piernas, y unas supras de color blancas. Una sonrisa se extendía por su rostro, formando hoyuelos en sus mejillas. Mirando a mi alrededor, nadie se daba cuenta de que un ex presidiario había aparcado su motocicleta fuera del campus, para acechar a una inocente estudiante del primer semestre de periodismo. ¿Qué acaso ninguno de estos imbéciles miraba los noticieros? ¿CNN? ¿Algo?

Me metí de golpe en el auto, sintiendo mi corazón retumbar dentro de mi pecho. Jenna se subió también, aparentemente sin darse cuenta de la situación. Estaba muy ocupada revisando su iPhone con una gran sonrisa extendida en sus labios. A continuación, mientras yo apretaba mi mochila con las uñas, Jenn comenzó a conducir, y la moto se fue quedando atrás.

***

-Andrew es un idiota –rodó los ojos, con los puños ligeramente rodeando el volante negro. Miré por la ventana, agobiada, y emití un “hmmm”.
-No vas a creer que ya invitó a Kate Marshall a bailar –rodó sus ojos grises, y yo asentí.
-Oh –farfullé, y apoyé mi frente en el vidrio. De alguna manera, yo consideraba imposible que Justin buscara encontrarme de nuevo. Era algo tan surreal después de tanto tiempo. Ni siquiera lograba mantener contacto visual con él.

Deslicé mi dedo en el botón de la ventana, abriéndola, y dejando el aire seco inundar mis pulmones. En la radio sonaba mi canción favorita de Lenny Kravitz. Pero ahora mismo, más bien me parecía un presagio, o algún tipo de “señal”. Casualmente, la canción se llamaba “I’ll be waiting”, y tenía la letra menos reconfortante del Universo. Cerré los ojos y suspiré. Jenn tenía razón. Yo me estaba dejando llevar por el abatimiento. Y no podía darme el lujo de caer en ello tras haber estado así por dos largos años, desde los diecisiete.

Si quería comenzar una nueva vida, yo tenía que dejarlo ir.

-¡Fea! –gritó una voz rasposa desde afuera. Me giré, sintiendo el corazón atascado en mi garganta. Era él, de nuevo. ¡Maldita sea, era él!
Me erguí en el asiento y apreté la mandíbula, nerviosa. Esto no me podía estar ocurriendo.
-¡Sí, tú! –volvió a gritar. Desvié la vista hacia Jenn, quien tenía una radiante sonrisa en su rostro y reía incontrolablemente. Justin se igualó a la velocidad del coche, y se apoyó en mi ventana, sonriente.
-¿Qué se supone que estás haciendo? –grité, aterrada. -¡Vas a matarte!

Él rió.

-¿Qué dijiste? –dijo, fingiendo que no me había escuchado. Su mano descansaba tranquilamente en la ventana, peligrosamente cerca de mí, y la otra apenas sostenía el manubrio de su motocicleta.
-¡Dije que te vas a matar! –le grité de vuelta. Mi corazón retumbaba dentro de mi pecho, y una capa de sudor se estableció en la parte de atrás de mi cuello. Él se volvió a reír, y los hoyuelos aparecieron de nuevo.
-Entonces sálvame la vida –dijo. Su voz ronca había sonado seria, pero en su rostro seguía esa sonrisa burlona. Tragué saliva. ¿Por qué le gustaba tanto jugar conmigo? Su mano cada vez era más precaria en su manubrio, y Jenn dio un girón para esquivar un auto rojo. Justin siguió con nosotras.
-¡Para! –grité a Jenn, quien me miró con ojos grandes.
-¡Para! –volví a gritar guturalmente. Jenn apretó sus manos en el volante, y se desvió de la carretera, aparcándose a un lado. Hecha una furia, abrí la puerta de sopetón, tropezándome con Justin, y él bajó de su moto. Los autos pasaban como relámpagos frente a nosotros, dando corrientazos de aire que me sacudían los cabellos, golpeándome el rostro.
-¿Cuál es tu problema? ¡Pudieron darnos una infracción! –le grité, pero esa sonrisa seguía en su rostro, encogiéndome la boca del estómago. No sé qué quería este tipo de mí.
-Verás, ____, mi problema es que no puedo quitarte los ojos de encima –sonrió, acercándose a mí, y sonrió más ampliamente. El viento sacudía sus cabellos castaños claro por encima de su rostro y su camisa blanca descubría parte de su pecho.
-Muy chistoso –solté, hecha una furia. Intenté darme la vuelta, pero él me tomó del brazo, impidiéndome moverme de ahí. Nuestros rostros de repente estaban peligrosamente cerca. Su aliento era cálido y húmedo sobre mi rostro.
-¿Qué quieres? –espeté, intentando mirarlo con odio. Pero apostaba a que me veía como tarada.
-Pues, tú me salvaste la vida. Yo debería agradecértelo –susurró, rozando su nariz con la mía.
-Lo siento. Ya he quedado. Tal vez otro día, ¿vale? –sonreí con sorna, y traté de irme de nuevo, pero él volvió a tomarme del brazo. Sus ojos mieles eran brillantes.
-No. Yo no lo creo –sonrió. A continuación, guiñó un ojo hacia el auto, y unos instantes después, el mismo arrancó, alejándose por la carretera. Entonces, él soltó mi brazo, y se subió a la moto.
-¡Jenn! –grité, pero ella ya no me estaba escuchando. Me giré hacia Justin, quien se acomodaba la chaqueta burlonamente, y sonreía brillantemente hacia mí. “Bastardo”.
-Bueno, ¿y ahora cómo regreso yo a mi casa? –le reclamé, agitando los brazos. Él dio toques con sus dedos el asiento trasero de la moto.
-¡Ah, no! ¡De ninguna manera! –agité el dedo índice frente a él. –Me niego a ir en esa cosa.

Él hizo rugir el motor, frotando sus manos en el manubrio. Su rostro era tan hermoso que quemaba.

-Bueno, entonces, me despido –me guiñó un ojo, y subió sus piernas sobre la motocicleta, arrancando el motor.
-¡No! –grité. -¡Espera!

Él se detuvo, y me sonrió de nuevo. Tragué saliva, y pensé en las posibilidades, sopesándolas. Podría pedir el recorrido a alguien, si sacaba mi pulgar en medio de la carretera. Pero nadie iba a detenerse. Estaba en medio de la carretera, y no podría llegar a casa a pie. La moto de Justin era el único medio. Vacilante, me eché hacia delante, obligándome a subirme, y él se acomodó en la moto. Rodeé mis manos por debajo de su chaqueta, palpando sus bíceps en su abdomen, y apretando los puños. Él volteó a mirarme con una sonrisa, y yo recosté mi cabeza sobre su espalda, apretando los párpados.

Seguidamente, la moto se puso en movimiento, y emití un grito ahogado.

-Justin’s POV (punto de vista)-:

Detuve la motocicleta frente a la catedral. Sus pequeños brazos se apretaban alrededor de mi abdomen fuertemente. Su cabeza seguía recostada en mi espalda, y se negaba a moverse de ahí. Volteé a verla. Sus ojos estaban apretados y su boca fruncida con aterro. Reí en voz baja. No podía creer que ella seguía igual.

-¿Quieres que estemos así todo el día? –susurré, y ella abrió sus ojos de sopetón, desenrollando sus brazos de mi abdomen rápidamente.
-L-lo siento. E-es que y-yo nunca había viajado en una antes –titubeó, bajándose, como si la motocicleta fuera algún tipo de monstruo. Miró a su alrededor confundida, y su rostro volvió a ser inescrutable.
-Al menos me hubieras pedido la dirección de mi casa –rodó los ojos. Yo había escuchado que ella ya no vivía allí, que se había mudado con su madre a una enorme casa en otra urbanización. Ella era feliz sin mí.
-Yo nunca dije que iba a llevarte a tu casa –me excusé, manteniendo una sonrisa en mi rostro. Ella volvió a mirar a los lados, y sus ojos claros se dilataron al darse cuenta de donde estábamos. Muy lejos de su casa.

Me bajé de la motocicleta, y me acerqué a ella. Su respiración era superficial, y sus brazos estaban cruzados sobre su pecho. Ella lucía tan hermosa. Tanto que todavía ahuecaba mi pecho de un suspiro cuando la miraba a sus grandes ojos verdes oliva.

-_____'s POV:

Se acercó a mí una vez se hubo bajado de la moto. Su rostro de ángel lucía exactamente igual a hacía dos años, sólo que un poquito más maduro. Pero sólo un poquito. Seguía siendo el mismo idiota de siempre. Las venas rodeaban notoriamente sus antebrazos, pero su sonrisa era la misma. Conservaba sus tatuajes, muestra de que todavía era la misma persona.

Él se acercó a mí. Su aliento de nuevo en mi rostro, lo aspiré profundamente con los labios entreabiertos. Sus manos se deslizaron por mi cintura, acariciando mi piel cubierta por una frágil camisa de cuadros. Nuestros pechos apretados. Jadeé cuando su nariz recorrió la mía y acaricié su pecho.

-Me ha encantado el beso que me diste la otra noche –susurró cerca de mi oreja, como él siempre solía hacer antes. Abrí mis ojos. Los suyos eran brillantes y burlones. Sus hoyuelos se derramaban en sus mejillas rosadas como la porcelana.
-Bromeas –bufé, y me aparté de él, caminando hacia la motocicleta con paso vacilante. Se sentía raro estar tan cerca de él después de tanto tiempo, y aún más cuando yo no podía hacerme esto. Era de masoquistas intentar entrar al túnel oscuro donde se había desarrollado mi vida. Y no después de lo que pasó. Porque si algo he aprendido en esta vida, es que mientras más te encariñas con algo, más te duele cuando lo pierdes. Y siempre, siempre, vas a perderlo.

Y ahora él volvía de repente, incitándome a mandar todo a la mierda. ¿Por qué se supone que yo debería hacer eso?

Y apenas me di cuenta, yo estaba llorando. Las lágrimas caían amargamente sobre mis mejillas, y mis gimoteos me recordaron a la ____que se encerraba en el baño a llorar cuando tenía problemas. La ____ de diecisiete años que intentaba dejar atrás costara lo que me costara. Cada quien debía hacer su vida ahora.

-¿Por qué lloras? –preguntó en una voz extremadamente-demasiado-seductora.
-Cierra la boca –respondí con amargura. Él apoyó su mano en el asiento de la moto. Sus manos todavía seguían siendo jóvenes y no había ninguna cicatriz en ellos. Él quizá no hubiera tenido una mala vida en la cárcel. Quizá estaba ahí dentro gobernando las celdas como gobernaba el exterior.

Agarró mi cintura, introduciendo sus manos por debajo de mi camisa, y acariciando dulcemente mi vientre. Sus manos eran suaves y cálidas y su respiración revoloteaba en mi cuello. Me mordí el labio inferior, aspirando las lágrimas. Me di cuenta, de que eran todos los recuerdos que se derramaban pesadamente sobre mis mejillas.

Me volteé para mirarlo a los ojos. La catedral dio tres fuertes campanazos durante el silencio que hubo. Mi yo interno me decía que debía seguirlo a donde quiera que él se fugara, ¿pero cómo? ¿Cómo después de lo que me ocurrió? ¿Y cómo después de lo que le ocurrió a él?

-¿Para qué armaste todo esto? –arqueé una ceja, con la mandíbula apretada, conteniendo el odio dentro de mí. Sin embargo, su rostro seguía siendo dulce. Era como intentar apuñalar a un gato bebé. O ese hámster en tu clase de Biología.
-Tengo una proposición que hacerte –sonrió, acercándose tanto que me acorraló contra la motocicleta.
-Suéltalo –espeté, y su sonrisa se amplió.
-Quiero que nos escapemos esta noche –dijo, apretando su pecho contra el mío.
-¿Estás demente? –escupí, alejándome de él con torpes pasos en retroceso. El aire era seco y fuerte, alborotándome la camisa de Rugby. -¿En esa cosa? –señalé la motocicleta y arrugué la nariz. –Bastante soporté al venirme tambaleando todo el camino.
-¿Le tienes miedo? –él dio palmaditas amistosas en la motocicleta. –Oh, vamos. Yo de verdad creí que eras más valiente que eso.
-¡Lo soy! –me llevé una mano al pecho. –Q-quiero decir, sí, pero… -sacudí la cabeza. Él se estaba riendo de mí. –Mira, ¿sabes qué? Ni siquiera sé por qué vine contigo. Y lo mejor es que me lleves a casa. No quiero tener problemas.

Sin pensarlo dos veces, me encaminé fuera del alcance de Justin, acomodándome la camisa azul a cuadros, y me subí a la moto, mirando hacia otra parte.

-¿Por qué tan aburrida? –se quejó, caminando hacia mí. –Mira que puedes encontrarte a alguien conocido ahí.
Volví mi vista hacia él. Tenía esa sonrisa de yo-te-gané-de-nuevo dibujada en su rostro.

-¿Sí? ¿Cómo quién? –lo reté, sonriendo con sorna. Él tragó saliva y se rió, muy cerca de mi rostro. Sus dientes eran relucientes y perfectos. Acarició mi clavícula con sus dedos.
-Tu amiga sí que sabe divertirse –susurró, y yo salté.
-¡No te atrevas a tocar a Jenn! –grité, hecha una furia.
-Paso por ti a las diez –susurró, y esquivé un beso en los labios al voltear la cara. Él siguió sonriendo, y se subió a la moto. Giré la vista.

Sin embargo, él conservaba su lindo trasero muy bien.

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