Lucy miró a Ginny y sonrió forzadamente, la niña de once la miró confundida y curiosa por saber lo que Lucy traía en manos. Lucy, al ver que Ginny dió unos pasos hacia ella, cerró rápidamente el cofre y lo tapó con una manta rápidamente.
—¿Qué era éso? —preguntó la pequeña pelirroja viendo con curiosidad lo que Lucy escondía bajo la manta.
—Nada —dijo secamente Lucy, tratado de tomar una postura despreocupada.
Ginny la miró unos segundos dudosa, se encaminó hasta su cama y sacó sus zapatos de debajo de ella, para luego mirar de reojo a Lucy y volver a salir.
Lucy soltó un suspiro de alivio al ver cerrarse la puerta nuevamente.
⟨—Estuvo cerca⟩. Pensó Lucy, sentándose sobre el cofre.
°•°
La vida en La Madriguera era de lo mejor para Lucy, estaba que desbordaba alegría por haber salido de aquél orfanato. Pero claro, no demostraba ésa alegría.
Su relación con Charlie era extraña, ya que ni una vez le había llamado papá, lo cual era la meta de Charlie. El pelirrojo se había prometido a sí mismo que algún día su hija lo llamaría así, por lo que era. Pero Lucy ahora lo llamaba Charlie o en ocasiones Char, haciendo desilucionar al pelirrojo.
Pero al menos era un avance. Acortó su nombre.
Harry se llevó un buen susto la primera vez que se miró en el espejo que había sobre la chimenea de la cocina, y el espejo le gritó: «¡Vaya pinta! ¡Métete bien la camisa!». Lucy había soltado una carcajada al escuchar aquello cuando estaba leyendo, sentada en el sofá de la sala.
⟨—Pobre Harry⟩. Había pensado Lucy, para luego volver a su lectura.
Las explosiones en el cuarto de Fred y George se consideraban completamente normales. Lucy sabía perfectamente lo que los gemelos intentaban hacer. Aquella vez que los había encontrado, escondían sustancias químicas que seguramente su abuela se enojaría si los viera con ellas.
Pero por otro lado, lo que Harry encontraba más raro en casa de Ron, no era el espejo parlante ni el espíritu que hacía ruidos, sino el hecho de que allí, al parecer, todos le querían.
Aunque Lucy resultara ser tan dura con él y no mostraba signos de perdonarlo, Lucy seguía siendo una gran amiga para James Jr.
Una mañana soleada, cuando llevaba más o menos una semana desde que Harry había llegado a la madriguera, cuando Ron y él bajaron a desayunar, encontraron al señor y la señora Weasley sentados con Lucy y Ginny en la mesa de la cocina. Los señores Weasley charlaban con Ginny sobre su primer año en Hogwarts, mientras que Lucy comía sus tostadas, apoyando su cabeza en su mano, viendo divertida las expresiones que hacía Ginny ante las palabras de sus padres.
Pero al ver a Harry, Ginny dio sin querer un golpe al plato de las tostadas de Lucy y éste se cayó al suelo con gran estrépito, pero Lucy no se salvó por uno, le había caído una tostada con mermelada en la remera. Ginny solía tirar las cosas cada vez que Harry entraba en la habitación donde ella estaba.
—Ginny... —murmuró Lucy entredientes, mientras miraba su remera blanca con dibujos de un paisaje, manchada.
Ginny se metió debajo de la mesa para agarrar el plato y se levantó con la cara tan colorada y brillante como un tomate, haciendo bufar a Lucy de la rabia. Había manchado su remera preferida.
Haciendo como que no lo había visto, Harry se apresuró hacia Lucy para extenderle un trapo.
—Lucy, ¿estás bien? —preguntó el azabache, viendo como Lucy maldecia en voz baja y trataba de quitarse la mancha con el trapo que le había dado.
—Sí —dijo Lucy, dejando el trapo de golpe en la mesa, sorprendiendo a Harry y Ginny que estaban más cerca de ella.
La señora y el señor Weasley prefirieron no intervenir en la reacción de Lucy. La niña podía llegar a asustar cuando se enojaba.
—Es sólo que distraes mucho, Ry —bufó Lucy, agarrado otra tostada y levantándose para irse.
—Lucy, cariño, tú carta —le dijo Molly, extendiendole la carta a la niña.
—Gracias —dijo Lucy, agarrado la carta de paso, antes de salir de la cocina.
Harry no comprendió la reacción de oa pelirroja, se sentó en el lugar de Lucy y agarró la tostada que le pasaba la señora Weasley. Luego sonrió al recordar que Lucy había comenzado a decirle Ry, lo cual era nuevo. Pero al igual que Charlie, pensaba que era un gran avance.
•°•
Al domingo siguiente, la señora Weasley los despertó a todos temprano. Charlie se había despedido un día antes, ya que tenía que regresar a Rumania pero prometió volver para las vacaciones y deseó Suert a su pelirroja hija de mal carácter. Después de tomarse rápidamente media docena de emparedados de beicon cada uno, se pusieron las chaquetas y la señora Weasley, agarrando una maceta de la repisa de la chimenea de la cocina, echó un vistazo dentro.
—Ya casi no nos queda, Arthur —dijo con un suspiro—. Tenemos que
comprar un poco más... ¡bueno, los huéspedes primero! ¡Después de ti, Harry, cielo!
Y le ofreció la maceta.
Harry vio que todos lo miraban.
—¿Qué... qué es lo que tengo que hacer? —tartamudeó el azabache.
—Él nunca ha viajado con polvos flu —dijo Lucy de pronto.
—Lo siento, Harry, no me acordaba —se disculpó Ron.
—¿Nunca? —le preguntó el señor Weasley—. Pero ¿cómo llegaste al
callejón Diagon el año pasado para comprar las cosas que necesitabas?
—En metro...
—¿De verdad? —inquirió interesado el señor Weasley—. ¿Había
escaleras mecánicas? ¿Cómo son exactamente...?
—Ahora no, Arthur —le interrumpió la señora Weasley—. Los polvos flu
son mucho más rápidos, pero la verdad es que si no los has usado nunca...
—Lo hará bien, mamá —dijo Fred—. Harry, primero míranos a nosotros.
—Egocéntricos —susurró Lucy a los gemelos, de brazos cruzados, los cuales le dieron una mirada divertida y la callaron.
—Shh —la shitó George.
Fred agarró de la maceta un pellizco de aquellos polvos brillantes, se acercó al fuego y los arrojó a las llamas. Produciendo un estruendo atronador, las llamas se volvieron de color verde esmeralda y se hicieron más altas que Fred. Éste se metió en la chimenea, gritando: «¡Al callejón Diagon!», y desapareció.
—Tienes que pronunciarlo claramente, cielo —dijo a Harry la señora Weasley, mientras George introducía la mano en la maceta—, y ten cuidado de salir por la chimenea correcta.
—¿Qué? —preguntó Harry nervioso, al tiempo que la hoguera volvía a
tronar y se tragaba a George.
—Solo no mueras en el intento —dijo Ron a Harry, poniendo una mano en el hombro de su mejor amigo. Lucy le dió un golpe en la cabeza para callarlo.
—¡Ronald! —lo reprochó su madre.
—¡Au! ¡¿Qué?! Sólo decía —dijo el niño.
—Bueno, ya sabes, hay una cantidad tremenda de chimeneas de magos
entre las que escoger, pero con tal de que pronuncies claro...
—Lo hará bien, Molly, no te apures —le dijo el señor Weasley, sirviéndose
también polvos flu.
—Pero, querido, si Harry se perdiera, ¿cómo se lo íbamos a explicar a sus
tíos?
—A ellos les daría igual —la tranquilizó Harry—. Si yo me perdiera aspirado por una chimenea, a Dudley le parecería una broma estupenda, así que no se preocupe por eso.
—No te preocupes, Molly, yo ayudaré a Harry —dijo Lucy, encogiéndose de hombros.
—Bueno, está bien..., ve después de Arthur —dijo la señora Weasley.
—Cuando entres dí fuerte y claro a dónde quieres ir —dijo Lucy.
—Y mantén los codos pegados al cuerpo —le aconsejó Ron.
—Y los ojos cerrados —le dijo la señora Weasley—. El hollín...
—Y no te muevas —añadió Ron—. O podrías salir en una chimenea
equivocada...
—Pero no te asustes y vayas a salir demasiado pronto. Espera a ver a
Fred y George.
Haciendo un considerable esfuerzo para acordarse de todas estas cosas,
Harry cogió un pellizco de polvos flu y se acercó al fuego. Respiró hondo, arrojó los polvos a las llamas y dio unos pasos hacia delante. El fuego se percibía como una brisa cálida. Abrió la boca y un montón de ceniza caliente se le metió
en la boca. Lucy hizo una mueca al ver a su pobre amigo toser un poco a causa de la ceniza.
—Ca-ca-llejón Diagon —dijo tosiendo.
Le pareció que lo succionaban por el agujero de un enchufe gigante y que
estaba girando a gran velocidad.
—Bien —dijo Molly, girando a ver a Lucy—. Tu turno cariño.
Y sin más, Lucy agarró un poco del polvo, para luego entrar en la chimenea y gritar:
—¡Al Callejón Diagon! —la gran llamarada la cubrió por completo y desapareció. Giró en el aire en una velocidad impresionante.
Cuando de la nada giró hacia otro lado, viendo imágenes que no reconocía, soltó un grito y sintió como chocaba contra algo, cayó de bruces sobre algo blando, pero éste chilló, confundiendo a la niña.
Mareada y cubierta de hollín, se puso de pie con cuidado. Lucy se fijó en la persona que seguía tirada en el suelo y se dió cuenta de que era Harry.
—¿Harry? —habló confundida, viendo como el chico se levantaba lentamente y se acomodaba sus gafas rotas.
—¿Dónde estamos? —preguntó Harry, ya de pie y al lado de la niña. Ambos vieron a su alrededor, pero no tenía ni idea de dónde estaban.
Lo único que sabían es que estaba en la chimenea de piedra de lo que
parecía ser la tienda de un mago, apenas iluminada, pero no era probable que lo que vendían en ella se encontrara en la lista de Hogwarts.
En un estante de cristal cercano había una mano cortada puesta sobre un cojín, una baraja de cartas manchada de sangre y un ojo de cristal que miraba fijamente. Unas máscaras de aspecto diabólico lanzaban miradas malévolas
desde lo alto. Sobre el mostrador había una gran variedad de huesos humanos y del techo colgaban unos instrumentos herrumbrosos, llenos de pinchos. Y; lo que era peor, el oscuro callejón que se podía ver a través de la polvorienta luna del escaparate no podía ser el callejón Diagon.
—Esto está mal —dijo Lucy, viendo la mano cortada.
Harry agarró a Lucy de la mano, cuanto antes saliera de allí, mejor. Con la nariz aún dolorida por el
topetazo, Harry se fue rápidamente y sigilosamente hacia la puerta, arrastrando a Lucy de la mano, pero antes de que hubiera salvado la mitad de la distancia, aparecieron al otro lado del escaparate dos personas, y una de ellas era la última a la que Harry y Lucy habrían querido encontrarse en esa situación. La pelirroja no se había percatado de los dos, ya que observaba con curiosidad las cosas a su alrededor.
Era Draco Malfoy.
Harry repasó apresuradamente con los ojos lo que había en la tienda y
encontró a su izquierda un gran armario negro, mientras Lucy extendió su mano para tocar un objeto que no parecía para nada para niños, Harry tiró del agarre y arrastró a Lucy hasta el armario, donde se metieron en él y cerró las puertas, dejando una pequeña rendija para echar un vistazo.
Lucy iba a decir algo, pero Harry le tapó la boca y con su dedo índice sobre sus labios, dijo:
—Shhh —la calló, para luego señalar la rendija que había dejado en la puerta.
Indignada por la situación, Lucy miró por la rendija al igual que el azabache.
Unos segundos más tarde sonó un timbre y Malfoy entró en la tienda.
El hombre que iba detrás de él no podía ser sino su padre. Tenía la misma cara pálida y puntiaguda, y los mismos ojos de un frío color gris. El señor Malfoy cruzó la tienda, mirando vagamente los artículos expuestos, y pulsó un timbre que había en el mostrador antes de volverse a su hijo y decirle:
—No toques nada, Draco.
Malfoy, que estaba mirando el ojo de cristal, le dijo:
—Creía que me ibas a comprar un regalo.
—Te dije que te compraría una escoba de carreras —le dijo su padre,
tamborileando con los dedos en el mostrador.
—¿Y para qué la quiero si no estoy en el equipo de la casa? —preguntó
Malfoy, enfurruñado—. Harry Potter tenía el año pasado una Nimbus 2.000. Y obtuvo un permiso especial de Dumbledore para poder jugar en el equipo de Gryffindor. Ni siquiera es muy bueno, sólo porque es famoso... Famoso por tener esa ridícula cicatriz en la frente...
Malfoy se inclinó para examinar un estante lleno de calaveras.
⟨—Como si fuera solo por eso⟩. Pensó Lucy, viendo de reojo a Harry.
—A todos les parece que Potter es muy inteligente sólo porque tiene esa maravillosa cicatriz en la frente y una escoba mágica...
—Me lo has dicho ya una docena de veces por lo menos —repuso su
padre dirigiéndole una mirada fulminante—, y te quiero recordar que sería mucho más... prudente dar la impresión de que tú también lo admiras, porque en la clase todos lo ven como el héroe que hizo desaparecer al Señor Tenebroso... ¡Ah, señor Borgin!
Tras el mostrador había aparecido un hombre encorvado, alisándose el
grasiento cabello.
—¡Señor Malfoy, qué placer verle de nuevo! —respondió el señor Borgin
con una voz tan pegajosa como su cabello—. ¡Qué honor...! Y ha venido
también el señor Malfoy hijo. Encantado. ¿En qué puedo servirles?
Precisamente hoy puedo enseñarles, y a un precio muy razonable...
—Hoy no vengo a comprar, señor Borgin, sino a vender —dijo el padre de Malfoy.
—¿A vender? —La sonrisa desapareció gradualmente de la cara del señor Borgin.
Lucy frunció su ceño. ⟨—¿Vender? ¿Vender, qué?⟩. Se preguntó. Mirando ella lcal podías imaginarte las clases de cosas que vendían allí.
—Usted habrá oído, por supuesto, que el ministro está preparando más
redadas —empezó el padre de Malfoy, sacando un pergamino del bolsillo
interior de la chaqueta y desenrollándolo para que el señor Borgin lo leyera—. Tengo en casa algunos... artículos que podrían ponerme en un aprieto, si el
Ministerio fuera a llamar a...
"Artículos que podrían ponerme en un aprieto", aquellas palabras resonaron en la mente de Lucy. ¿Qué tenía el señor Malfoy en su casa que no quería que el ministro se enterara?
El señor Borgin se caló unas gafas y examinó la lista.
—Pero me imagino que el Ministerio no se atreverá a molestarle, señor.
El padre de Malfoy frunció los labios.
—Aún no me han visitado. El apellido Malfoy todavía inspira un poco de respeto, pero el Ministerio cada vez se entromete más. Incluso corren rumores sobre una nueva Ley de defensa de los muggles... Sin duda ese rastrero Arthur Weasley, ese defensor a ultranza de los muggles, anda detrás de todo esto...
Lucy sintió que la invadía la ira. ¿Cómo se atrevía a hablar así de su abuelo?
—Y, como ve, algunas de estas cosas podrían hacer que saliera a la luz...
—¿Puedo quedarme con esto? —interrumpió Draco, señalando la mano cortada que estaba sobre el cojín.
—¡Ah, la Mano de la Gloria! —dijo el señor Borgin, olvidando la lista del
padre de Malfoy y encaminándose hacia donde estaba Draco—. ¡Si se
introduce una vela entre los dedos, alumbrará las cosas sólo para el que la sostiene! ¡El mejor aliado de los ladrones y saqueadores! Su hijo tiene un gusto exquisito, señor.
—Claro... —murmuró Lucy por lo bajo, y Harry, al estar a su lado, lo escuchó.
—Espero que mi hijo llegue a ser algo más que un ladrón o un saqueador,
Borgin —repuso fríamente el padre de Malfoy.
Y el señor Borgin se apresuró a decir:
—No he pretendido ofenderle, señor, en absoluto...
—Aunque si no mejora sus notas en el colegio —añadió el padre de
Malfoy, aún más fríamente—, puede, claro está, que sólo sirva para eso.
Lucy y Harry retuvieron una carcajada.
—No es culpa mía —replicó Draco—. Todos los profesores tienen alumnos
enchufados. Esa Hermione Granger mismo...
—Vergüenza debería darte que una chica que no viene de una familia de
magos te supere en todos los exámenes —dijo el señor Malfoy bruscamente.
—¡Ja! —se le escapó a Harry por lo bajo, encantado de ver a Draco tan
avergonzado y furioso. Lucy sonrió viendo a Harry, le encantaba aquél lado del niño. Era un lado malo que sacaba en ocasiones.
—En todas partes pasa lo mismo —dijo el señor Borgin, con su voz
almibarada—. Cada vez tiene menos importancia pertenecer a una estirpe de magos.
—No para mí —repuso el señor Malfoy, resoplando de enfado.
—No, señor, ni para mí, señor —convino el señor Borgin, con una
inclinación.
—En ese caso, quizá podamos volver a fijarnos en mi lista —dijo el señor
Malfoy, lacónicamente—. Tengo un poco de prisa, Borgin, me esperan
importantes asuntos que atender en otro lugar.
Se pusieron a regatear. Harry y Lucy espiaban poniéndose cada vez más nerviosos conforme Draco se acercaba a su escondite, curioseando los objetos que estaban a la venta. Se detuvo a examinar un rollo grande de cuerda de ahorcado y luego leyó, sonriendo, la tarjeta que estaba apoyada contra un magnífico collar de ópalos:
Cuidado: no tocar Collar embrujado.
"Hasta la fecha se ha cobrado las vidas de diecinueve muggles que lo
poseyeron".
Draco se volvió y reparó en el armario. Se dirigió hacia él, alargó la mano para coger la manilla...
—De acuerdo —dijo el señor Malfoy en el mostrador—. ¡Vamos, Draco!
Cuando Draco se volvió, Harry se secó el sudor de la frente con la manga y Lucy soltó un suspiro, si Draco no se detenía y abría la puerta, le iba a lanzar una patada por instinto.
—Que tenga un buen día, señor Borgin. Le espero en mi mansión mañana para recoger las cosas.
En cuanto se cerró la puerta, el señor Borgin abandonó sus modales
afectados.
—Quédese los buenos días, señor Malfoy, y si es cierto lo que cuentan,
usted no me ha vendido ni la mitad de lo que tiene oculto en su mansión.
Y se metió en la trastienda mascullando. Harry aguardó un minuto por si volvía, y luego, con el máximo sigilo y arrastrando aún a Lucy, salió del armario y, pasando por delante de las estanterías de cristal, se fue de la tienda por la puerta delantera.
—Uff... Estuvo cerca —dijo Lucy, miró el callejón en el cual se encontraban y por primera vez sintió verdaderamente miedo—. ¿Qué es éste lugar? —susurró, viendo a los vagabundos que los miraban.
¿Les gusta el #Larry?
¿Quién es parte del shipp?
¿Tienen algún otro shipp con Lucy?