Nos reímos del honor y luego nos sorprendemos de encontrar traidores entre nosotros.
(Clive Staples Lewis, escritor británico)
Ángeles y demonios habían estado en guerra desde el comienzo de los tiempos. Jamás habían formado alianzas o pactado acuerdos para intentar sostener la paz. La luz sobre la oscuridad reinó por muchos años y el poder del Cielo doblegó al infierno hasta que éste se rindió.
¿Qué tenía la humanidad de especial para que el Paraíso la protegiera y la Oscuridad luchara por derribarla? Ángeles y demonios no eran tan diferentes después de todo: ambos dependían de los mortales y daban su vida por ellos. Ambos, a fin de cuentas, habían quebrantado muchas reglas para llegar a ser tan humanos como les fuera posible.
Arsya jamás había dudado de su lealtad. No estaba dispuesto a confraternizar con el enemigo, pero su hogar estaba a punto de ser destruido y la única forma de salvarlo era dejar que el Hijo del Diablo luchara a su lado.
—Llegas tarde.
El demonio tenía la apariencia de un humano, pero era tan letal como el filo de la espada que acarreaba en su espalda. Su aura oscura y malévola lo mantenían en alerta, dudaba de su poder ante semejante oscuridad.
Se corrían rumores sobre él: que el hijo del diablo ahora era más fuerte, que se había aliado con humanos y que había renunciado al único deber para el que había sido creado. No tenía intensión alguna de ocupar el trono en el Infierno.
Arsya supo enseguida que no estaba tratando con un demonio cualquiera. Lo supo al observar aquellos ojos verdes intensos que cambiaron a un color negro por unos segundos, dejando su verdadera identidad a la luz.
El ángel movió un dedo en el aire y la silla frente a él se movió. Se dejó caer sobre ella y observó a su alrededor: olía a comida humana y a algo más que no pudo descifrar.
—Problemas en el Paraíso.
—¿Alguien te vio? ¿Te siguieron?
—Si me ven contigo, aquí, en tierra humana, me matarían. No me puedo arriesgar a que eso suceda.
El demonio de cabello negro sostuvo la tasa de café con una mano y se la llevó a los labios. Pero no bebió. Al igual que los ángeles, tenían que ingeniárselas para pasar desapercibidos entre humanos. Ninguno de ellos necesitaba alimentarse.
—¿Hiciste lo que te pedí? ¿La trajiste contigo?
—Sí—respondió luego—Pero no es seguro desenfundarla aquí. Los muertos tienen ojos y me temo que también un oído excelente.
—Mi hermano desapareció, creo que los tuyos lo saben.
—Lo tenemos presente.
—Bien, porque el Infierno viene en caída. No sé quién abrió las puertas, pero las hordas de demonios siguen en aumento y no es algo que se pueda detener fácilmente.
—El Cielo no se hace responsable de actos oscuros, lo sabes. No podemos interferir en eso. Si el abismo fue abierto, los únicos que pueden cerrarlo son ustedes. Y me refiero a los hijos del Diablo.
—No creo poder combatir al enemigo por mi cuenta. Necesito...
—Los ángeles no pueden ayudarte, Scott. Estás solo en esto.
Scott dio un puñetazo en la mesa. Como siempre, ninguno de los alados estaba dispuesto a romper las normas cuando se trataba sobre demonios. Sabía que pedir ayuda a los ángeles era un peligro. Ningún demonio ha luchado al lado de un alado y un alado jamás pondría su lealtad en juego.
Apoyó los antebrazos encima de la mesa y se inclinó hacia el ángel: tenía la apariencia de un ser hermoso de piel bronceada, de ojos claros y cabello rubio. El aura resplandeciente que los caracterizaba hacía que el color de su pelo se viera blanquecino.
—Me gustaría ofrecerte mi ayuda—Arsya susurró por lo bajo—pero ya he robado por ti. ¿En quién me convierte eso? ¿Enemigo o aliado? ¿Traidor o salvador?
—Estás dudando de tu Dios. No somos tan diferentes después de todo.
—Me temo que tenemos un enemigo en común. Aunque quisiera matarte ahora, si termino con tu vida, pongo en riesgo al único lugar al que puedo llamar hogar.
—Por favor, Arsya.
—Sabes que no puedo ayudarte más de lo necesario. Me tienes pendiendo de un hilo, demonio. Si saben que tú y yo...—hace una pausa, su voz tiembla—si saben que robé la Espada, será mi fin.
—Si caes, te daré un lugar en mi ejército.
—No me apetece convertirme en uno de ustedes.
—¿Qué quieres a cambio?
—Paz, demonio.
—Entonces lucha conmigo. Unamos fuerzas.
—¿Por qué no se lo pides a un arcángel? Seguro que te escucharán. Yo carezco del poder que buscas. No te seré útil.
Scott desvió la mirada hacia un lado y frunció el rostro. Su pierna derecha subía y bajaba a una velocidad sobrehumana, impaciente y nervioso.
Los ángeles siempre sacaban lo peor de él.
—Gabriel está concentrado en su ejército.
Scott parecía tantear las alternativas que tenía sobre la mesa. Si pedía ayuda a los arcángeles, no se la darían. Sabían lo que había hecho, sabían su historia con Sarah y podrían encerrarla por miles de años más hasta que perdiera su poder.
—Michael...me mataría sin dudar. No por nada lo llaman el Asesino de Demonios—ante el silencio del ángel frente suyo, prosiguió: —Tú y yo somos iguales, alado.
—Te equivocas. Tú asesinas a los humanos, yo los protejo. No hay nada que pueda hacerme cambiar de opinión.
—Si los demonios llegan al Paraíso, será muy tarde para detenerlos. No tienen piedad de nada, Arsya. Ni siquiera de mí.
—Tu hermano no tuvo piedad al matar a Príamos—Scott pareció sorprendido ante aquellas palabras. No había escuchado sobre el sacrificio de un ángel en años—lo sabes, ¿cierto? Xander mató a uno de los nuestros. Proclamó la guerra contra el Cielo. ¿Por qué confiaríamos en alguien como tú? No se puede esperar nada de los hijos del Diablo.
—Yo no soy Xander. No soy como él. No te atrevas a compararme.
—¿Puedes asegurarlo? —preguntó Arsya y Scott permaneció en silencio—Dame una única razón para confiar en ti y yo mismo lucharé a tu lado si es lo que deseas.
—Xander solo necesita de una vida humana para reinar, una vida que está bajo mi poder. No solo protejo el futuro del Infierno, recae en mí la obligación de defender al Cielo. Si mi hermano llega al trono, no solo destruirá la tierra humana, acabará con ustedes y el apocalipsis comenzará. Tienes dos opciones, alado: unirte a mí y luchar por lo que quieres, o abandonar tu deber por la humanidad y ver al Cielo caer. Tú elijes.
Arsya se levantó y, al hacerlo, el chirrido de la silla llamó la atención de los demás. Observó a aquella figura demoníaca con odio. Sabía que hablaba con sinceridad. Prefería unirse al enemigo y luchar por su hogar que dejar que el apocalipsis comenzara.
Chasqueó los dedos y el arma oculta bajo su largo abrigo de cuero apareció sobre la mesa, envuelta en una brillante funda color plata. Arsya había reducido el tamaño de la espada a una pequeña daga. Tenía una leyenda grabada a fuego en el idioma de los ángeles.
Cuando dejó que el demonio la sostuviera entre sus manos, dio un paso atrás y distinguió un destello en aquellos ojos verdes, un destello de fe y seguridad que jamás había visto en un demonio.
—Si Michael se entera de que robé su espada para ti—habló luego, tan seguro de sus palabras que hasta su cuerpo tembló por la advertencia—yo mismo te cortaré la cabeza.
Arsya retrocedió. Sacudió el largo abrigo negro hacia atrás, y al hacerlo, Scott emitió una sonrisa de medio lado.
—Te debo una, ángel.
—Asesina a Xander y estaremos a mano.