Atanea I: Heredera dorada

By PrincessGhia

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[Libro I Saga Atanea]. Mi vida habría sido como cualquier otra. Terminaría el colegio e iría a la universida... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII FINAL
Agradecimientos
Segundo Libro

XXVII

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By PrincessGhia

Capítulo 27:
Theire

Cubiertos de sangre y adoloridos después de la sangrienta situación que habíamos enfrentado, seguimos caminando colina abajo.

La noche ya se había apoderado del cielo y una brillante luna llena relucía sobre nuestras cabezas, alumbrando nuestro camino.

El lumbiano rehén iba sujetado por una cuerda. A veces caminaba, a veces se arrastraba. Mike lo llevaba sin prestarle la mínima atención, como si arrastrara un saco.

Yo iba adelante con Theo, no quería darme vuelta y ver al rehén. Entendía que era el enemigo y que había amenazado mi cuello con un cuchillo, pero ver la tortura de un ser viviente me debilitaba y no podía soportarlo. Apenas podía aguantar estar allí.

Después de un tumulto de espesos árboles que arañaron mi piel, llegamos a un enorme claro, donde había una laguna con una pequeña cascada.

El claro estaba rodeado de carpas y de guerreros uniformados de gris con armas en sus manos. En el centro había un enorme y reluciente helicóptero; era un campamento de Atanea.

Varios guerreros se acercaron rápido, hablando y preguntando cosas de manera frenética. No tenía fuerzas para prestarles atención. Miré alrededor y tuve una enorme oleada de alivio. Ya no caminaríamos más.

Los tres guardianes le relataron lo sucedido a los guerreros, y luego nos llevaron a una carpa enorme donde había sillas, botiquines de primeros auxilios y una camilla. Me sentía tan agotada que no había dicho nada, más que unos cuantos "gracias" a las personas que me curaban mis rasguños y me ofrecían agua. Después de tanta acción, el cuerpo me pedía a gritos un descanso.

Aún no estábamos en Atanea, pero ya estábamos más a salvo y más cerca de lograr entrar al reino.

Me recostaron en la camilla para examinar mejor mis heridas. Era la única acostada, Theo, Mike y Finn recibían sus curaciones de pie, lo cual lo encontraba absurdo, pues ellos estaban mil veces peor heridos que yo, pero eran ellos mismos quienes se negaban a recostarse. 

Mientras una muchacha me ponía parches herida por herida, mis ojos se hicieron cada vez más pesados y me rendí ante ellos, cayendo en un profundo sueño.

Eran las cinco de la mañana cuando miré la hora en un pequeño reloj que había en una silla junto a la camilla. Me había quedado dormida desde el día anterior cuando me curaban.

Me dolían los músculos de las piernas y me ardían un poco los rasguños que ahora estaban cubiertos por parches. La carpa estaba vacía. Había una mesita con un vaso de agua junto a un sándwich que decía "come y bebe". Me acerqué y le hice caso a la pequeña nota del agua. Al ver la escritura más de cerca mientras bebía, reconocí la letra: Theo.

Después de unos segundos me di cuenta de que alguien me había cambiado de ropa, estaba con un traje gris de dos piezas, que me quedaba ridículamente enorme. Esperaba que hubiese sido alguna enfermera la que hizo el cambio de ropa, cualquier otra opción era demasiado vergonzosa. Yo con mis bragas de florecitas.

Me lavé la cara y me cepillé los dientes en un cuenco de agua que había allí junto a un cepillo dental nuevo. Después me asomé afuera y vi a alguien sentado al lado de la entrada de la carpa. El pelo castaño claro comenzaba a iluminarse por el amanecer y sus ojos avellana se fijaron en mí. Mike tenía unas ojeras como platos azules.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, sintiéndome mal al verlo con ese aspecto.

—Es mi turno de cuidar a la princesa. —Mike sonrío lo mejor que pudo, pero su cara se seguía viendo trasnochada por hacer guardia a mi carpa. Menuda estupidez—. Comencé hace una hora.

—¿No podía otro hacerles relevo por una noche? —pregunté incrédula.

Me molestaba cuando una persona se veía tan cansada y no podía hacer algo tan simple y humano como descansar.

Bueno, no eran humanos, pero igual.

Mike negó con la cabeza y soltó una carcajada.

—Sabes que Theo no dejaría a cualquier hombre a cargo de su princesa. Nos hemos turnado entre los tres.

Su princesa.

Rodeé los ojos y miré alrededor. Había guerreros patrullando ciertas zonas del límite del claro.

—¿Por qué no nos fuimos en seguida en el helicóptero a Atanea? —indagué mientras me frotaba los brazos por el frío aire de la mañana.

—El Consejo tomó la responsabilidad de llevarte al reino. —Sus grandes ojos avellana  brillaron con orgullo—. Lo harán en cuánto sepan que es seguro volar en helicóptero contigo. No quieren arriesgarse después de lo que pasó con  el avión. —Se escogió de hombros—. Primero se llevaron al rehén a la prisión de Atanea para tantear terreno aéreo. Y según dicen, el helicóptero debería volver hoy por ti.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar la sangrienta escena de ayer. La imagen de todos esos cuerpos de lumbianos sin vida de seguro sería algo que me perseguiría por siempre en forma de pesadillas. O todos los cuerpos sin vida que ya había visto hasta entonces en un tiempo tan corto.

—Esto me sigue pareciendo increíble —comenté, negando con la cabeza y soltando un suspiro—. Todo esto. La guerra, el peligro, las muertes... Todo es por un maldito poder.

—Un poder que podría destrozar muchos reinos inocentes y causar aún más muertes en manos de los lumbianos —me recordó Mike, elevando sus cejas.

—Lo sé —gruñí—. ¿Dónde está Theo? —pregunté de repente.

Sentía la necesidad de verlo. La ansiedad de llegar pronto a Atanea y la nostalgia de extrañar a mi familia se hacían peor cuando no estaba con él. Siempre me sentía más segura a su lado. Era un poco dependiente de mi parte, pero vamos, no me iba a juzgar dentro del infierno en el que estaba metida.

—Debería hacerte volver a esa camilla para que descanses, pero... —Mike torció la boca.

—Pero ¿qué?

—Estoy seguro de que él se muere por verte —admitió, soltando una risita—. Está allá atrás, detrás de los árboles, en el borde de la laguna. No ha podido dormir sabiendo que estamos rodeados de lumbianos y que estás indefensa aquí. Suspira por ti.

Eso tenía sentido para Theo. Siempre sobreprotector, cumpliendo su misión al máximo. Incluso si eso significaba no dormir o comer o cumplir cualquier necesidad básica.

Mi corazón se encogió al pensar en todo lo cansado que debía estar.

—No inventes cosas de telenovela —me reí y giré para encaminarme.

Detrás de unos pinos, un sendero se abría paso a la enorme laguna. Los primeros rayos de sol llegaban a la superficie, haciendo brillar pequeños destellos en la primera capa del agua. No soplaba una gota de viento. La hierba alta me llegaba a las rodillas. Vi una familia de patitos siguiendo a la mamá pata para dirigirse a la laguna en busca del primer baño del día.

Todo parecía estar en calma. Pero la realidad era totalmente diferente. En los alrededores de ese claro, y también en otros lugares, se estaban produciendo muertes y más muertes. Aquello me aterraba de una forma que no alcanzaba a explicar.

Unas voces me distrajeron y giré la cabeza hacia el origen del ruido.

Theo y Finn estaban a unos metros de mí, en lo que parecía una ardua discusión.

Sí..., qué raro, ellos dos discutiendo.

Tomé una bocanada grande de aire antes de ir en su dirección.

Ambos callaron al escucharme llegar. Me detuve a unos cuantos metros. Finn, que estaba de espaldas, se giró. Theo estaba un poco más lejos, viéndome en diagonal.

—¿Qué discuten? —pregunté cansada.

—La razón de por qué llegaste a ese avión que te trajo desde el reino Ava hasta acá, en el que casi mueres —siseó Theo entre dientes, con rabia, y después miró a Finn.

—Theo, te dije que te contaría después —lo regañé. Sentí que se formaban arrugas en mi frente por mi expresión molesta—. Finn no tenía opción y Mike tampoco. Los obligué, iba a venir de todas formas. Era tu juicio, no podía quedarme de brazos cruzados esperando a que te declararan sospechoso, o peor, como traidor. Los lumbianos no sabían que iría en ese avión. Nadie sabía. —Solté un suspiro—. Fue mala suerte. Yo misma le pedí ayuda al rey Tyrone.

—¡¿El rey Tyrone?! —rugió—. ¡¿Qué les pasa?! ¡Las coronas les aplastan el cerebro! —bramó y sus manos formaron dos enormes puños—. Primero el mismísimo príncipe de Séltora, que se supone que es inteligente —sonrió falso—, te ayuda a escaparte en un avión donde casi mueres. Ahora sé que ese rey pecoso también los ayudó. ¡Qué mierda les enseñan cuando los preparan para ser reyes! —Sus ojos pardos centellearon—. Muchas fiestas y poca preparación, eso es lo que pasa.

—¡Basta! —exclamé—. Theo, no es su culpa, entiéndelo. Los puse entre la espada y en la pared. Y me alegra de haberlo hecho, sino quizá hubiese muerto cuando el avión cayó, al menos tenía a Finn conmigo y a Mike después.  Ellos también querían que te ayudara en el juicio, deberías agradecerles —rematé y me crucé de brazos.

—Claire... —Theo hizo un intento de respiración, sin buenos resultados—. ¡Casi mueres! ¡El maldito avión se estrelló! —bramó, pero su voz se rompió en la última sílaba—. Me importa una mierda si tú fuiste la que ideó todo, no te criaste en el lado hummon. Finn debería haberte atado a un poste de ser necesario.

—A un poste, claro.

—No debería darte todos los gustos solo porque tú lo presionas un poco o porque bates las pestañas —continuó, ignorándome—. Te puso en un maldito riesgo solo para impresionarte y para hacer como que siempre está de tu lado. —Miró de reojo a Finn, furioso.

Las palabras se me atoraron en la garganta.

Finn tenía los ojos cerrados, intentando mantener la calma. Pero esta vez, el paciente príncipe Finn no lo logró. Abrió los ojos azules de golpe y se giró en redondo hacia Theo.

—¡Ella se arriesgó por ti! ¿No lo entiendes? ¡Vino solo por ti! —Finn realzó cabreado cada palabra—. Ella estaba a salvo, pero tenía una necesidad de ayudarte, ¿sabes por qué? Porque dejaste que se involucraran los deseos, dejaste que eso la pusiera en riesgo. ¡Te dije que pasaría! —siseó con recelo—. Ella habría encontrado la forma de venir de todas formas, es demasiado obstinada y decidida. —Su rostro no tenía la misma mirada serena e indescifrable de siempre.

El sol aparecía imponente por el horizonte. La hierba alta revoloteaba en mis rodillas. Era como si el sonido de la cascada intentase calmar el ambiente.

Theo paseó su mirada entre Finn y yo, medio calculador, medio serio.

Sin decir otra palabra, pasó la correa del arma que llevaba colgando por encima de su pelo oscuro, soltó el rifle de un golpe y sonó hueco contra el suelo.

Posó brevemente sus ojos en Finn cuando pasó por su lado, desafiándolo intimidante. La advertencia chispeó en su rostro.

Luego sus ojos pardos se movieron hacia mí otra vez. Su expresión se suavizó de un golpe, ya no había furia ni desafío, pero seguía igual de intimidante.

Sus pasos sobre la hierba fueron más largos que antes y más decididos, como los de un tigre a punto de cazar.

Me quedé quieta, alucinada por cómo se acercaba tan sexi.

El sol, que comenzaba a aparecer justo detrás de él, bañó el paisaje en tonos rojos y anaranjados.

Sin despegar sus iris de los míos, llegó a centímetros de mi cara en segundos, ladeando levemente su rostro. Su mano voló a mi mejilla y pegó su cuerpo al mío.

Solo alcancé a oler su perfume antes de que sus labios estuvieran sobre los míos. De un golpe y sin permiso.

Con los ojos cerrados, me acerqué más a él por instinto. Su brazo me rodeó la cintura con decisión, atrayéndome más hacia sí, sin despegar su boca de la mía. Los movimientos de sus labios fueron lentos al comienzo, suaves, pero rápidamente todo se llenó de una energía más intensa.

Mientras echábamos chispas, sus labios se relajaron, disfrutando, empujándome ligeramente hacia atrás, pidiendo más. Una corriente agradable subió y bajó por mi columna. Mi estómago estaba repleto de mariposas aleteando. Todo lo demás desapareció. Solo éramos él y yo. Nuestro mundo, nuestro momento.

Una carcajada se soltó por parte de ambos entre nuestros labios después de un rato. Alcé la vista y lo observé. Theo era irresistible. Su pelo desordenado, su mandíbula marcada y sus facciones perfectas me desarmaban.

Su brazo me sujetó más, apretándome hacia sí, y pegó su frente contra la mía.

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