XXXII FINAL

4.4K 441 146
                                    

Capítulo 32:
Las doce campanadas

Cincuenta minutos después, el reloj en la muñeca de Finn marcaba las once cuarenta y cinco.

Subimos por la parte trasera de la mansión, por un sendero boscoso, lleno de flores y con un piso de una tierra clara y fina.

En lo alto, detrás de los ventanales de la mansión, la gente corría de aquí para allá, y suponía la razón.

Genial.

«Ojalá al menos tuviera a mi familia», me lamenté. Extrañaría los pasteles de Betty.

Cuando casi llegábamos a la cima para entrar por la ostentosa entrada de vidrio trasera, un potente ruido de motor se escuchó a nuestras espaldas.

Nos giramos al mismo tiempo hacia el origen del ruido. No era normal que camiones o vehículos pesados circularan dentro del terreno de la mansión a esa hora.

Después de un conjunto de voluminosos sauces, un carro Humvee apareció en el horizonte. Era enorme y venía demasiado veloz para su tamaño, incluso se veía imprudente que una máquina así anduviese a tal velocidad por un camino tan estrecho y cerca de personas que podrían estar circulando en el exterior de la mansión.

El Humvee se detuvo en seco frente al inicio del sendero que habíamos recorrido. Seis personas se bajaron rápido, descargando algunos equipos. Aunque estaba oscuro, gracias a la potente luz que emanaba la mansión, podía ver los rostros con claridad, pero eran desconocidos para mí.

La puerta del piloto se abrió. Lo vi.

Oh, cielos.

El oxígeno dejó de distribuirse correctamente dentro de mi cuerpo.

—Llegó —musité casi para mí misma.

Una corriente cosquillosa comenzó en mis manos, se abrió camino en mis brazos y se instaló en mi garganta y bajo las orejas.

El poder en mí zumbaba constantemente, porque ya había despertado, pero también había aprendido a controlarlo cuando me enfrentaba a emociones fuertes, así que cerré los puños de un golpe e inspiré hondo.

Theo no levantaba la vista, no tenía cómo saber que lo estábamos observando.

Escuché a Finn y Mike parlotear algunas cosas, incluso creí escuchar un grito ronco proveniente desde la mansión, pero mi sentido auditivo estaba totalmente aplacado por el visual.

Noté por la periferia que Finn desapareció de mi lado abruptamente, pero no le di importancia. No podía. Estaba concentrada en el rostro que había rechazado por dos semanas, y ese día estaba desesperada por verlo.

Pretendía verse fuerte, como el perfecto, implacable y resistente agente que era, pero yo podía ver más allá.

Cuando lo conocí pensé que tenía más de veinticinco años. Cuando me dijo que tenía veintiuno, me sorprendí y casi no le creí. Pero ahora, viéndolo así, tan cansado e incluso pareciendo indefenso, no solo parecía el chico de veintiuno años, sino que podía ver en sus ojos pardos aquel niño que tuvo que crecer sin su madre, mirando las estrellas en las noches pensando que su mamá estaba en el cielo.

Era demoledor. Lo peor de todo era que esa maldita perra estaba viva.

No sé si esas últimas palabras las dije en mi mente o si salieron de mi boca, pero Theo elevó su vista hacia la mansión, como si buscara algo. Pasaron dos segundos antes de que me encontrara.

Sonó la primera campanada.

Atanea tenía una enorme catedral famosa con un gran campanario en su parte más alta. Todos los días a la misma hora daba doce campanadas que retumbaban en toda la ciudad, incluso en la mansión. Era medianoche.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora