XXVII

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Capítulo 27:
Theire

Cubiertos de sangre y adoloridos después de la sangrienta situación que habíamos enfrentado, seguimos caminando colina abajo.

La noche ya se había apoderado del cielo y una brillante luna llena relucía sobre nuestras cabezas, alumbrando nuestro camino.

El lumbiano rehén iba sujetado por una cuerda. A veces caminaba, a veces se arrastraba. Mike lo llevaba sin prestarle la mínima atención, como si arrastrara un saco.

Yo iba adelante con Theo, no quería darme vuelta y ver al rehén. Entendía que era el enemigo y que había amenazado mi cuello con un cuchillo, pero ver la tortura de un ser viviente me debilitaba y no podía soportarlo. Apenas podía aguantar estar allí.

Después de un tumulto de espesos árboles que arañaron mi piel, llegamos a un enorme claro, donde había una laguna con una pequeña cascada.

El claro estaba rodeado de carpas y de guerreros uniformados de gris con armas en sus manos. En el centro había un enorme y reluciente helicóptero; era un campamento de Atanea.

Varios guerreros se acercaron rápido, hablando y preguntando cosas de manera frenética. No tenía fuerzas para prestarles atención. Miré alrededor y tuve una enorme oleada de alivio. Ya no caminaríamos más.

Los tres guardianes le relataron lo sucedido a los guerreros, y luego nos llevaron a una carpa enorme donde había sillas, botiquines de primeros auxilios y una camilla. Me sentía tan agotada que no había dicho nada, más que unos cuantos "gracias" a las personas que me curaban mis rasguños y me ofrecían agua. Después de tanta acción, el cuerpo me pedía a gritos un descanso.

Aún no estábamos en Atanea, pero ya estábamos más a salvo y más cerca de lograr entrar al reino.

Me recostaron en la camilla para examinar mejor mis heridas. Era la única acostada, Theo, Mike y Finn recibían sus curaciones de pie, lo cual lo encontraba absurdo, pues ellos estaban mil veces peor heridos que yo, pero eran ellos mismos quienes se negaban a recostarse. 

Mientras una muchacha me ponía parches herida por herida, mis ojos se hicieron cada vez más pesados y me rendí ante ellos, cayendo en un profundo sueño.

Eran las cinco de la mañana cuando miré la hora en un pequeño reloj que había en una silla junto a la camilla. Me había quedado dormida desde el día anterior cuando me curaban.

Me dolían los músculos de las piernas y me ardían un poco los rasguños que ahora estaban cubiertos por parches. La carpa estaba vacía. Había una mesita con un vaso de agua junto a un sándwich que decía "come y bebe". Me acerqué y le hice caso a la pequeña nota del agua. Al ver la escritura más de cerca mientras bebía, reconocí la letra: Theo.

Después de unos segundos me di cuenta de que alguien me había cambiado de ropa, estaba con un traje gris de dos piezas, que me quedaba ridículamente enorme. Esperaba que hubiese sido alguna enfermera la que hizo el cambio de ropa, cualquier otra opción era demasiado vergonzosa. Yo con mis bragas de florecitas.

Me lavé la cara y me cepillé los dientes en un cuenco de agua que había allí junto a un cepillo dental nuevo. Después me asomé afuera y vi a alguien sentado al lado de la entrada de la carpa. El pelo castaño claro comenzaba a iluminarse por el amanecer y sus ojos avellana se fijaron en mí. Mike tenía unas ojeras como platos azules.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, sintiéndome mal al verlo con ese aspecto.

—Es mi turno de cuidar a la princesa. —Mike sonrío lo mejor que pudo, pero su cara se seguía viendo trasnochada por hacer guardia a mi carpa. Menuda estupidez—. Comencé hace una hora.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora