XXVIII

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Capítulo 28:
La sangre hace parientes, el amor hace familia

Theo me abrazaba protector. Mi rostro descansaba en su pecho. Su mano derecha se movía por mi pelo, acariciándolo.

Había felicidad, mucha, y también algo de nervios y un pelotón de cosquilleos desenfrenados en mi estómago.

El sol ya casi salía por completo y yo aún intentaba asimilar lo que había ocurrido hace unos minutos.

Sí, había besado a mi guardián. Nuestros labios juntos. Moviéndose.

Lo habíamos intentado. Quizá no con mucha fuerza, pero intentamos no mezclar los deseos con la misión para no arriesgarnos a que no lo desplacen del cargo, pero... no lo pudimos evitar, el nosotros. Besarlo era un deseo oculto que se había cocinado muy rápido.

Creo que en estas situaciones uno tiene dos opciones, o dejas que el cerebro te gobierne o lo hace el corazón. Habíamos escogido obedecer al segundo, pese al riesgo que suponía. El corazón manda a callar a la racionalidad y los impulsos son la caballería que provoca la acción.

La atracción que sentía por él era lo más palpable que había experimentado, incluso desde el primer día, aunque no quisiera admitirlo ni para mí. Esa energía latente que quemaba mis fibras cuando estaba cerca solo había crecido de forma exponencial con el paso de los días.

Rodeada de los brazos enormes y cálidos de Theo, con la brisa del amanecer acariciándome la piel, me sentí más fuerte y segura que nunca. No sabía bien qué implicaba esto, pero ya estábamos casi en Atanea...

Y entonces recordé dónde estaba. En el campamento al borde del reino, en medio de una guerra, rodeada por lumbianos que querían asesinarme.

Di un último suspiro que sonó ridículo y alcé la vista sin salirme de sus brazos. Observé por sobre su hombro... Y recordé otra cosa: Finn había estado justo ahí, a unos escasos metros antes de que Theo me diera el mejor beso. Y ya no estaba.

Me sentí mal al pensar lo incómodo que debió ser para él presenciar eso. Ver gente besándose no es muy agradable..., o quizá solo había querido darnos privacidad.

—¡Oigan, tórtolos! —interrumpió Mike a mis espaldas—. El helicóptero ya viene, tenemos que alistarnos.

Le sonreí una última vez a Theo y, antes de soltarme, me dio un beso en la frente.

Me encaminé al sector del campamento dejando a Mike y Theo más atrás.

—Oye, baboso, buena suerte explicándole al Consejo que eres un agente caído por los ojos de la princesa —escuché a mis espaldas que Mike le susurraba burlón a Theo. Luego sentí el ruido de un golpe y un "auch" de Mike.

En la carpa había una enfermera ordenando y sobre la mesita había fruta fresca.

—Coma, princesa, hoy le toca un día largo —ofreció antes de salir rápido.

Ella tenía razón. Hoy era el día. El día en que si el universo nos dejaba, llegaría a Atanea. Con mis abuelos que jamás había visto. El reino de mi madre. El reino que me convirtió en lo que sea que fuera hoy.

Mi estómago se estrujó de solo pensar en eso. El ansia creció y mi mente estaba nublada sobre qué decir o qué hacer una vez que llegara. Tampoco sabía qué esperar.

Me alisé el pelo con las manos, no quería llegar como una cavernícola. Me lavé la cara otra vez en un nuevo cuenco de agua y solté un largo resoplido que terminó en una liberación de aire entrecortado.

—Tranquila, es tu familia, solo tienes que ser tú —intenté calmarme a mí misma, hablando sola como las locas.

—No tienes nada de qué preocuparte, una vez ahí, ellos se encargarán de todo. —La voz de Finn apareció por la entrada de la tienda y me giré despacio—. Y tus abuelos te amarán, no se atreverían a odiarte. Nadie cuerdo podría. —Entornó los ojos.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora