XXIV

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Capítulo 24:
Es hora

Al día siguiente, estaba lista para comenzar mi entrenamiento. Esta vez, según me habían informado, sería un entrenamiento físico, de defensa. Moría de miedo. Jamás había sido hábil para nada físico, y los combates me producían rechazo. Pero según Mike, era totalmente necesario que supiera como mínimo manejar un arma y defenderme a mí misma.

Al cerrar la puerta de la sala de entrenamiento, vi unos cabellos naranjos y una nariz pecosa agitándose en el aire. Hannah estaba allí, haciendo una especie de calentamiento.

—Hannah —saludé feliz al darme cuenta de que no tendría que ver al pesado del día anterior—. Has vuelto, qué bueno. Tu suplente me quitaba las pocas ganas de entrenar.

—Buenos días, princesa. Lo siento por faltar ayer, no me encontraba en condiciones. —La noté cabizbaja.

Dudé si indagar más allá, quería preguntarle si estaba bien, pero en realidad no teníamos la confianza y no quería ser entrometida.

—Veamos —continuó, aclarándose la voz—, hoy entrenaremos la parte física.

—Será divertido —afirmé, tratando de sonar amable.

Tres horas más tarde, había aprendido lo más básico de manejar una daga, cómo atacar a mi oponente de manera oportuna y rápida, esperando a que se acercara para usar su propia fuerza para enterrar la daga.

Hannah era muy profesional, pero dejaba escapar una risita o dos cuando yo hacía algo muy estúpido, como resbalarme intentando lanzar el cuchillo.

—Ahora usaremos tu poder para dar unos golpes especiales —dijo entusiasmada—. Cuando entraste, me viste dando unos golpes con los pies, ¿verdad?

—Sí —respondí, secándome el sudor de la frente—. Las patadas voladoras. Las vi.

—Eso es lo siguiente que tienes que aprender. Con esa capacidad dentro de ti, puedes elevarte más de lo normal, confundiendo a tu enemigo y pateándolo desde la altura —explicó haciendo mímicas con su cuerpo—. Es muy útil.

—¿Has estado en batallas? —pregunté al imaginarme a la pequeña Hannah luchando en una batalla sangrienta como la que había presenciado en Séltora.

—No. —Sonrió tímida —. Pero podría servirte para darle su merecido a alguien que te falte el respeto.

Hubo un silencio incómodo y sabía que era el momento para preguntar el tema que había resonado en mi cabeza desde la noche anterior.

—Bueno... Tengo que preguntarlo —anuncié con sinceridad—. ¿Cómo conoces a Finn?

Hannah se mordió el labio. Era más fácil saberlo de Hannah que de Finn..., creo.

—Princesa, ¿por qué no se lo preguntas a él? —respondió sonrojándose y quedando como un ente todo color naranja entre su pelo, pecas y tez.

—Porque te aseguro que su versión será distinta a la tuya —repliqué decidida—. Además, si lo conoces, sabes que Finn no hablará de ninguna chica.

Hannah asintió, accediendo, y dio un suspiro antes de partir.

—Conocí a Finn hace cinco años, cuando ambos teníamos dieciséis. Él venía casi todos los veranos al reino Ava, ya que la hermana de su padre vivía aquí y venían a visitarla. Ese verano en particular, después de fallecer su tía, vino a una especie de intercambio entre reinos, para aprender técnicas de combate distintas a las que le enseñaban en Séltora. Ahí fue cuando lo conocí, en la escuela de combate. Yo iba a clases de poderes mentales y él estaba en las clases físicas, pero nos topamos muchas veces en los descansos. Al final del verano, todo resultó en que... —dudó, mordiéndose el labio y se dio vuelta hacia la ventana—, nos enamoramos. Fui su novia. Fue de esos amores rápidos e intensos. Nos juramos que nuestro amor perduraría en el tiempo.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora