VIII

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Capítulo 8:
Hora de máscaras

En recepción no pusieron problema por conseguirnos un par de máscaras y una peluca para mí. Theo había dejado claro que mientras más precaución mejor, aunque no entendí por qué él no llevaría una estúpida peluca.

Dos horas después, una mujer del personal tocó la puerta para entregarnos los antifaces y una peluca de pelo negro.

Una de las máscaras era dorada, con un diseño de finas líneas alrededor de los ojos y la bordeaba un lazo trenzado del mismo color. En la parte de la frente, tenía una especie de cristal amarillo y hermoso. Era grande. Me la probé y me cubría los pómulos.

La otra máscara era negra con algunos detalles plateados. Por supuesto, aquella máscara tan simple quedaría para Theo. Y si no me gustara la dorada, no creo que a Theo le hubiera hecho ilusión ponerse algo tan delicado y con tanto detalle.

La fiesta era a las ocho de la tarde. A las siete y cincuenta ya estaba vestida y arreglada frente al espejo largo del baño. Llevaba puesto un vestido ligero y negro de verano que se ajustaba en la cintura y caía suelto hasta bajo los talones. Los zapatos eran negros con unas florecitas doradas que le hacían juego a la máscara y tenía un collar largo de estrellas brillantes.

Mi pelo rubio estaba oculto bajo la peluca. Había jugado con ella hasta lograr una trenza a cada lado de la cabeza, las cuales se juntaban atrás. Me maquillé sutilmente con dos capas de rímel. Antes de salir del baño me puse un labial rosa y sonreí al verme de morena, siempre había pensado en cómo me quedaría el pelo negro... y me gustó.

Cuando salí del baño, vi a Theo vestido con un pantalón negro de tela, una camisa blanca que le calzaba perfectamente a su cuerpo musculoso y una delgada corbata gris con un nudo desordenado y suelto.

—¿De dónde has sacado ese traje? —inquirí ladeando el rostro. Puso cara de pregunta—. No puede ser que algo tan estirado haya estado metido en tu maleta pequeña —me expliqué.

Sonrió de lado, abrochándose el penúltimo botón de la camisa. No me respondió.

—¿Tienes el bolso hechizado de Hermione Granger? —bromeé.

Theo arrugó la cara.

—¿Quién?

Caí en cuenta que quizás la saga más mágica de los humanos no era tan conocida entre los hummons. Me sentí ñoña.

—Uf. Nada —murmuré.

Theo movió el hombro una vez.

—Lo traje en el maletero del auto. —Arqueó una ceja y me escrutó, partiendo por el rostro y bajando lentamente hasta llegar a los zapatos.

—¿Qué miras? ¿No estoy bien para ir? —chasqueé, ampliando la falda del vestido con la mano.

—Estás bien. —Nos apreciamos mutuamente—. Aunque se ve mejor rubia, majestad, pero acepto ir con usted. —Hizo una reverencia de broma.

—Te estoy haciendo un favor, me insististe mucho —repliqué. Theo puso cara de arrogancia y me adelanté antes de que me respondiera algo que me haría ruborizar—: Ya, a ver, pongámonos las máscaras. —Hice un gesto con la mano.

Ambos nos paramos frente al mismo espejo. Theo se ató la máscara haciendo un nudo de forma hábil y rápida. Yo intenté anudar mi máscara con la mayor delicadeza posible para no arruinar el peinado, pero no tuve buenos resultados.

Al notar que la amarra se me enredaba con la peluca, Theo se puso detrás de mí, tomándome las manos con decisión y luego afirmando el listón. Hizo un nudo tan fácil como se lo había hecho a él mismo y me guiñó el ojo a través del espejo.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora