XXI

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Capítulo 21:
Captura

Salté de un golpe hacia Theo, que estaba tirado de costado sobre el pasillo del avión. Mike, Finn y la enfermera se agacharon a mi lado.

—¿Qué diablos le pasó? ¿Se desmayó? ¿Lo envenenaron? —pregunté frenética mirando de par en par de Mike hacia Finn y viceversa.

No podía creer que Theo estuviera tirado en el suelo, inconsciente e indefenso. La imagen me aterrorizaba.

La enfermera le tomó el pulso y revisó sus signos vitales con una extraña maquinita que había sacado de un maletín.

—Sus signos están estables y fuertes —anunció la enfermera. Solté un suspiro de alivio.

—El ritual contra los lumbianos... ¿Le hizo efecto? —conjeturó Finn, juntando las cejas y mirando a Mike.

—No... No... No lo sé —respondió negando con la cabeza y con su rostro lleno de confusión. Paseaba su ojo sano color avellana con desconcierto de Theo hacia Finn.

—Piensa, Mike. Lo conoces desde siempre —le pedí.

—¿Su madre? ¿Abuelos? —preguntó Finn, ayudándolo a pensar.

—Su madre murió dándolo a luz —explicó Mike con tristeza—. Y por lo que sé, sus abuelos paternos eran de Atanea. De sus maternos ni él sabe.

—¿Entonces qué? —pregunté inquieta mientras sostenía la mano de Theo.

El asunto me estaba desesperando. Theo era demasiado Theo como para estar tirado en el suelo como un cachorro indefenso.

—Claire. —Finn puso su mano sobre mi hombro intentando darme tranquilidad—. Apenas lleguemos a Ava hablaremos con el embajador del Consejo de Atanea que se encuentra ahí y sabremos la razón. Solo está dormi...

—¿Que quieres hacer qué? —interrumpió Mike, con una seriedad que casi nunca se veía en él—. No. Si saben que Theo se desmayó justo para el sedante hacia los lumbianos, creerán que es uno de ellos —susurró—. Lo encerrarán mientras hacen una investigación. Imagínate el escándalo. —Alzó sus manos, exasperado—. "El guardián de la princesa tiene sangre lumbiana" —articuló con voz periodista—, sería el fin y le lloverían las críticas al rey Archibald por haberlo escogido como guardián.

La enfermera que controlaba los signos de Theo nos miraba ocasionalmente. Me pregunté cómo harían para que ella y los pilotos guardasen el secreto.

—Mike tiene razón —declaré, y Finn afirmó con la cabeza, convenciéndose—. No podemos contarle a nadie, pero —bajé la voz—, recuerden que hay tres personas más en este avión.

La enfermera levantó la vista con notable incomodidad.

—No se preocupen, esto no es asunto mío —se apresuró a decir—. Soy profesional y no iré por ahí contando cosas que no me incumben de un paciente —declaró—. Mi trabajo es sanar gente, no cuchichear. Bajaré de este avión y me iré al hospital sin decir nada. Mi lealtad está con la nieta del rey Archibald. No es necesario que me ordenen mantener esto en completa discreción —aclaró de manera firme y decidida.

No podía saber si lo que decía era verdad. Sonaba muy honesta, pero en medio de una guerra no puedes confiar en la palabra de un desconocido. Sin embargo, no teníamos otra opción que creer en la anciana. Se me revolvió el estómago al pensar que estábamos dejando algo tan delicado en la confianza que le teníamos a una desconocida.

Los tres nos giramos a mirar a los pilotos. Estaban detrás de una media pared, por lo que solo alcanzábamos a ver la mitad de uno. Ambos llevaban unos enormes audífonos puestos y conversaban entre sí a través de sus micrófonos.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora