VI

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Capítulo 6:
El primer hummon

Jadeé.

—¡¿Qué?! Ay, no, traspasamos una frontera como ilegales, ¡nos van a llevar presos! —protesté.

—Te conté que eres una heredera importante, una hummon con un jodido poder en tu alma, ¿y tú todavía crees que puedes ir a cárcel de humanos?

—¡Obvio! Aquí no hay ningún ejército de extraterrestres para salvarnos —reproché.

—Uno —anunció de golpe, con una sonrisa reprimida en el rostro—, somos hummons, no extraterrestres. Y dos, ser una Relish directa trae consigo beneficios. No pasamos ilegalmente por la frontera, hay aliados que nos esperaban para hacernos entrar a México con otros nombres, tengo algunos documentos falsos. —Me guiñó el ojo.

—Eso suena ilegal de todas formas —rechisté y Theo puso ojos en blanco.

Relish. Una vez le pregunté a mi madre cuál era su apellido de soltera, a lo que me respondió Relish. No lo había escuchado en años. Además, Lucinda no era su verdadero nombre, era Isabella. Pensar en eso me dio asco.

—¿Entonces hay humanos que saben de la existencia de los hummons? —interrogué.

¿Cómo podría ser que algunos humanos supieran de esto, y que el secreto de los reinos en las supuestas extensiones no haya explotado aún a nivel mundial?

—Sí, algunos saben, pero estos no son humanos, hay pequeños grupos de hummons viviendo en el mundo humano, por voluntad propia. Se llaman embajadores, están en la mayoría de los países del mundo. Mientras más grande el país, más cantidad de embajadores. Los embajadores de Estados Unidos son los que alertaron a mi padre de que los lumbianos te habían encontrado.

—¿Y esos embajadores saben de mi existencia? ¿Eso es seguro?

—La chica con toda la fuente de poder está en movimiento porque el reino enemigo está cazándola para así desatar todo ese poder y conquistar a los otros reinos —murmuró, formando una sonrisa burlona antes de continuar—. Todo el maldito mundo está enterado y saben que están buscándote. —Se rio seco—. Por eso los embajadores son personas de confianza del rey, los cuales guardan absoluto silencio, incluso morirían antes de señalar tu paradero.

—¿Morir? —La palabra retumbó en mi mente.

—Sí, morir. Aún no te das cuenta de la importancia, ¿no? No es un mundo de mentira, Claire —pronunció mi nombre con un encanto distinto, con más confianza a como lo había pronunciado antes—. Es real y lo que está pasando es extremadamente peligroso.

Tenía la vista puesta en la carretera y me lanzaba cortas miradas a ratos, con ojos atentos y firmes, como había hecho cada vez que necesitaba que entendiera de forma precisa lo que me estaba explicando.

Me di cuenta de que tenía la boca entreabierta. Desvié la mirada hacia la carretera de un golpe, cerrando la boca. No quería nada de eso. No había valorado mi vida normal hasta entonces, no quería que nadie estuviera dispuesto a dar la vida por mí. Como dice la canción de Passenger "only hate the road when you're missing home".

No podía llorar de nuevo, Theo me había dicho que debía ser fuerte e iba a quedar como una maldita niñita llorona.

—Dijiste que pararíamos en un hotel. Hemos ido andando... ¿nueve o diez horas? Y todavía no hemos llegado a ninguna parte, ¿a dónde vamos, exactamente? Lo único que falta es que choquemos porque te quedes dormido —chasqueé, imitando su sonrisa burlona, pero me salió cínica.

—Jamás me subestimes. —Torció la cabeza para mirarme—. Estamos a menos de ciento cincuenta kilómetros. Es ahí a dónde vamos. —Apuntó con uno de sus largos dedos sin sacar la mano del volante.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora