XXV

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Capítulo 25:
Por ella

La oscuridad era inmensa. Navegando en un eterno vacío. Quería gritar y moverme.

Me sentía más pesada, más cansada. No podía respirar profundo. No recordaba por qué estaba allí, tampoco recordaba quién era ni a dónde tenía que ir. No era nada. Era un átomo en el oscuro y solitario universo, sin destino y sin retorno.

De pronto, la pesadez me soltó y me elevé a lo que creí que era una superficie. Una luz cegadora me encandiló. De repente sí podía moverme. Escuché a alguien gritar. Me desplacé cada vez más arriba, hacia la luz, hacia la voz...

Claire... Claire, despierta..., reacciona...

Entonces el aire entró a mis pulmones de un golpe, como si hubiese estado ahogada en el mar durante horas. No estaba dentro del agua, sin embargo, estaba mojada y tenía mucho, mucho frío.

—¡Claire! ¡Vamos, despierta! —La voz era conocida, y percibí una mano en mi mejilla.

Sentí dolores punzantes en varias partes de mi cuerpo, pero no lograba localizar bien el dolor. Me dolía todo.

Al abrir los párpados me encontré con un cielo azul profundo encerrado en un par de iris.

—Eso, abre los ojos, Claire. Tenemos que movernos. —Finn habló ronco, con una mirada expectante.

Una de sus manos acunaba mi cara. Estaba tan frío como yo.

Abrí más los ojos y vi sus risos rubios cayendo mojados sobre la frente. Múltiples rasguños le decoraban el rostro, pero lo más notorio era una contusión en la frente, la cual expulsaba un líquido escarlata. Sangre.

Al ver su herida, reaccioné y me incorporé de golpe.

Los recuerdos llegaron como una inhalación.

Theo. El avión. Llegando a Atanea. Yo mirando expectante por la ventana. Finn a mi lado.

El golpe.

Lo miré frenética, tal como él me observaba.

—El avión fue atacado —explicó como si hubiese leído mi mente—. El piloto tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia, el avión apenas funcionaba. Te pegaste en la cabeza y quedaste inconsciente. —Hubo una oleada de preocupación en su rostro—. Te tuve que sacar en brazos. No reaccionabas, estaba tan preocupado, tan... —Dejó la frase sin terminar.

Me di vuelta inconscientemente, aún sentada en el suelo, sabiendo que el avión estaba justo detrás de mí. Percibía el olor a quemado.

El avión estaba más lejos de lo que creía. La imagen era como de película. La máquina estaba quebrada en dos. Pequeñas fuentes de humo surgían de diversos puntos. Había trozos de la nave esparcidos por todo el campo de visión. También había una silueta humana inmóvil en el suelo.

Estábamos en un pequeño claro, hacia un lado había una enorme colina rocosa y hacia el otro, comenzaba un espeso bosque. Los árboles del límite estaban chamuscados.

Del cielo caía una lluvia fuerte e incesante, lo que dejaba un olor a pino y hojas que se mezclaba con lo quemado. El cielo era gris, lo cual le quitaba color a todo. Todo era en tonos opacos y sin vida.

—Finn... —pronuncié por fin, y mi voz sonó irreconocible. Estaba ronca y afónica como si tuviera un resfriado. Me dolía la garganta al hablar—. ¿Dónde está Mike?

—Tranquila, está vivo.

Mi boca soltó una exhalación de alivio y una nube se formó frente a mí por el aire caliente que salía de mi garganta.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora