Indicio de Amistad

By Yuhakira25

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Ángel es un joven asalariado que ha trabajado como administrador en un supermercado desde que término de curs... More

Capitulo I (Primera parte)
Capitulo I (segunda parte)
Capitulo II
Capitulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII (segunda parte)
Capítulo VII (tercera parte)
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI (primera parte)
Capítulo XI (segunda parte)
Capítulo XI (tercera parte)
Capítulo XII
Capítulo XIII & XIV
Capítulo XV & XVI
Capítulo XVII (primera parte)
Capítulo XVII (segunda parte)
Capítulo XVIII & XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII & XXIII
Extra...
Capítulo XXIV

Capítulo VII (primera parte)

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By Yuhakira25

Los dos días en los que había evitado ir a trabajar para quedarse en la cama, le habían costado a Ángel una suspensión de su trabajo. A pesar de lo buen empleado en que se había convertido los últimos meses, el jefe había considerado necesario se tomará un descanso de sus labores, ya que repartiría sus funciones con los otros empleados. Quince días en total le habían valido el receso sin paga, quince días que le habían dado mucho tiempo para pensar, tiempo en que los pensamientos se desplazaban en su cabeza sin dejarlo llegar a ninguna clase de conclusión donde las conjeturas en su cabeza desencadenaron miles de emociones e interrogantes.

Cinco días luego de haber empezado su descanso obligatorio salió de su casa y tomó el primer autobús que pasó una vez se detuvo en la avenida principal, el cuál se dirigía al último centro comercial que habían construido y que había sido inaugurado seis meses atrás. Ángel sabía que a pesar de que Jeyko no ganara mucho y el sueldo de Andrea tampoco diera para tanto, él haría lo imposible por complacerla. El centro comercial cuenta con un salón de recepciones único en su clase. Desde el momento en que se inauguró todos los cupos en los próximos dos años habían sido ocupados. Era el único centro comercial en la ciudad que contaba con un espacio como ese. Ubicado en el último piso del enorme edificio de siete pisos, en una de las plantas del centro comercial, había un enorme salón de fiestas al que solo se podía acceder desde el sótano por un juego de ascensores que conducen todos a la recepción del salón, y por supuesto la escalera de incendios, utilizada únicamente por el personal del centro comercial. El salón tiene un área total de 250 metros cuadrados y comparte el espacio con una enorme terraza con dos fuentes de agua, un camino de piedras tipo San y espacios de esparcimiento con pisos en madera y jardines alrededor de la baranda en vidrio que permite plena visibilidad del centro y norte de la ciudad. El salón consta de una altura de 4.5 metros, donde se pueden colocar grandes candelabros, columpios e infinidad de cosas que los prestamistas del salón usan para su diversión.

Ángel se había enterado por boca de Juan —antes de que se enojaron con él—, de los deseos de Andrea por realizar la boda en ese lugar. Según las averiguaciones de Jeyko la única forma de hacerlo allí sin excederse mucho en su presupuesto habría sido mínimo en tres años, lo que había hecho desistir a Andrea, admitiendo no querer esperar tanto tiempo ni gastar tanto dinero en una boda. Sin embargo y luego de que todo el mundo dejase de dirigirle la palabra, había encontrado sobre la mesa en el recibidor de su casa un sobre blanco con bordes dorados que especificaba el lugar y el día de la ceremonia junto al lugar de recepción. Era la invitación a la boda para sus padres. Fue una gran sorpresa saber que la boda se llevaría a cabo en ese gran salón en tan pocos meses. No sabía cuáles eran los preparativos de la boda, no sabía si habían adquirido el salón antes de que Jeyko le propusiera ser su padrino o después, no sabía si por eso habían comprado los trajes tan pronto, no sabía cuánto dinero habían gastado hasta ahora ambas familias buscando hacer de esa la mejor ceremonia nunca antes vista, no sabía, ni estaba enterado de cómo se decorará el salón el día en que ellos se casen faltando solo 8 días para el gran día. No tenía ni idea de nada.

Finalmente. Luego de un gran recorrido por la ciudad se bajó del bus, entró en el centro comercial y bajó al sótano buscando los ascensores que sabían lo llevarían al salón. El flujo de gente por los mismos le permitió subir sin problema. Aún era temprano y ya empezaban los preparativos para lo que parecía ser una fiesta de quince años. Nadie se percató de su presencia. Jamás había estado allí pero se sentía como si conociera el lugar de pies a cabeza. Se dirigió hasta la terraza y se sentó en uno de los columpios de silla hechos en madera con moños rosa que decoraban el lugar. El manto amarillo del sol cubría por completo la ciudad, hacía calor. Estando ahí pudo imaginar los lazos blancos en las mesas, la pista de baile, las cintas blancas y amarillas rodeando las columnas, las luces en la tarima donde estaría la mesa principal, con los novios y sus familiares más cercanos. Pudo imaginar el brindis, las palabras de Alex que hacían reír a la multitud de la cual solo podía reconocer un poco. Incluso veía a Claudia, su mamá, empujándolo a decir algo mientras trataba de no usar los tragos que ya tenía en el cuerpo como excusa para decir cuántas barbaridades se le cruzaran en la cabeza. Así podría ser todo, él ahogándose en alcohol buscando cortejar alguna muchacha, mientras evitaba mirar de reojo a la hermosa pareja que para entonces ya serían marido y mujer y de ese modo no llorar cuando él la besara seguro de estar a su lado para siempre.

Respiró hondo. Ya llegaba el mediodía con la fuerza del sol que empezaba a sentirse en la piel. Los trabajadores habían empezado a mirarlo de reojo buscando saber quién era. Había llegado la hora de irse. Tenía hambre.

Fue a la zona de comidas del centro comercial y se compró una hamburguesa. La comió mientras miraba atentamente un partido de exhibición de un equipo local contra el último campeón. Por primera vez luego de saber la noticia de su casamiento podía disfrutar de un partido de fútbol, uno en el que solo pensó de qué estaba hecha la salsa que había en el envase pequeño de plástico que a duras penas le había alcanzado para mojar unas cuantas papas fritas, y en cómo era posible que ese equipo tan malo hubiera podido llevarse el título pasando en contadas ocasiones por encima de su equipo del alma. Mientras su voz se alzó en medio de la zona de comidas y la gente alrededor lo acompañó. Pudo sentir como recuperaba parte de esa masculinidad, esa que sentía había perdido en los últimos meses en los que su mente se había concentrado únicamente en esa verdad contra la que se había estrellado, esa verdad que posiblemente hubiera conocido desde siempre pero que hasta ahora era capaz de reconocer.

Había aprendido a aceptar que no era el tacto casual de Jeyko lo que extrañaba. Que no echaba en falta sus comidas y esa sazón que lo caracterizaba, porque era pastelero, pero cocinaba como el mejor chef de la ciudad. No era que se perdiera en sus ojos, que le encantaba mirarlos porque sí. No era que recordará con nostalgia los días en que se metía en su cama con la excusa de incomodarlo. No era que lo extrañaba. Era que se había dado cuenta que no podía vivir sin él. Era darse cuenta que entre más se alejaba de él, y ella se acercaba más a él, él necesitaba a alguien más cerca también. Era reconocer que nunca en su vida se había excitado tanto como el día en que lo vio desnudo. Era admitir que Jeyko, ese hombre que era su mejor amigo, era en realidad su amor platónico, ese que sabía jamás podría ser, ese que había lastimado, ese que el solo tenerlo cerca le ponía los pelos de punta. Lo más duro de todo había sido aceptar eso, mientras estaba sentado terminando un vaso de gaseosa en medio de una zona de comidas en un centro comercial. Aceptar que era gay, o que por lo menos le gustaba un hombre. Pero aceptar eso había aclarado también muchas incógnitas en su cabeza, había despejado muchas ideas, fue como si se hubiese quitado un peso de encima. No sería su padrino, se quería mucho para someterse a semejante tortura. Iría a su boda, pero solo a la ceremonia, trataría en lo máximo de disfrutar de su felicidad, solo hasta que el cuerpo lo soportara. Pero no se iba a torturar viéndolo celebrar. Había tomado la decisión de disfrutar de su amigo estos últimos días, porque después cuando ya estuviesen viviendo juntos no podría hacerlo.

Caminó hasta uno de los locales más elegantes del lugar y se midió un traje negro de corbata con una camisa blanca. Fue el primero que la vendedora le mostró, le gusto al verlo puesto, no le encajaba perfecto, es más podría decirse que no era de él, pero el precio era razonable y solo lo usaría un par de horas, así que no le importo. Fue la compra más rápida que había hecho en años.

Luego de salir del centro comercial con una única bolsa que contenía el traje, caminó alrededor de media hora hasta llegar a una plaza en la que había una serie de locales de muy alta gama ubicados alrededor de una pequeña fuente de agua. El pequeño almuerzo que se había comido en el centro comercial ya había desocupado su estómago y sentía hambre de nuevo, así que entró en uno de los locales de la plaza. Se acercó al mostrador y pidió que le acercaran a la mesa tres de los postres exhibidos. Se sentó en una de las mesas cercanas a la ventana y puso la bolsa a su lado sobre el suelo, minutos después se acercó el mesero con una bandeja donde llevaba los tres postres y delicadamente dejó uno a uno sobre la mesa.

—¿Los tres son para usted señor?

—Sí, sé que parece una exageración, pero amo los postres, podrías traerme un vaso de leche por favor.

—Con gusto. Que los disfrute.

—Gracias.

El primero era una porción de una torta de chocolate con tres capas de crema, una fresa cortada a la mitad, la primera mitad sobre la torta cubierta de chocolate caliente y la otra mitad cortada en rodajas alrededor de la porción con una línea circular de chocolate que las unía como si estuvieran amarradas de un hilo. Tomó la pequeña cuchara entre las manos y separó un pequeño trozo del pastel para luego llevarlo hasta su boca. El delicioso sabor del chocolate se impregnó en sus pupilas gustativas. Cerró por un momento los ojos y se maravilló con el sabor antes de llevar a su boca un segundo bocado. Para cuando terminó con el primer postre el mesero se acercó con el vaso de leche que había pedido. Dio las gracias antes de beber un poco y el mesero se alejó sin decir más. El segundo postre era una sencilla canasta de helado con tres tipos de fruta diferente cortadas en rodajas, con crema de chocolate y vainilla caliente por encima. Para el momento en que empezó a comerlo las cremas ya se habían endurecido y a pesar de no estar totalmente frías no lograban su cometido sobre las bolas del helado que empezaban a derretirse. Pero no importaba, así le gustaba. Por eso los comía en ese orden. Ángel comió con el mismo gusto con el que se había comido el anterior postre. Luego de haber terminado con el segundo postre y de tomar otro poco de leche, alguien se sentó frente a él en la silla sobrante en su mesa. El joven vestía un elegante traje de panadero blanco, con las mangas remangadas hasta los codos y los primeros botones del traje desabotonados. El joven cruzó ambos brazos sobre la mesa y lo miró fijamente.

—¿Cómo supiste que estaba aquí?

—Trabajo aquí como no me iba a enterar.

—Hace más de un año que no vengo, hay empleados nuevos no es posible que supieran quién soy —Jeyko sonrió un poco con el comentario.

—Aquí todo el mundo sabe quién eres, eres la única persona que pide los mismos tres postres —ahora fue Ángel quien sonrío— aún me quedan quince minutos para mi hora de salida ¿vas a esperarme?

—No sé, depende, porque si acabo antes me iré sin ti.

—Eso quiero verlo.

Jeyko se alejó riéndose. Sabía que estando ahí no se iría sin él, de lo contrario no habría perdido el tiempo para ir hasta allá. El tercer postre era sin duda su favorito Jeyko solía prepararlo en el apartamento cuando estaba de buen humor, y por sus propios comentarios sabía que lo preparaba únicamente para él, bueno, en realidad él solía acabarlo antes de que alguien más llegara. El postre constaba de tres capas de hojaldre, entre cada capa iba una mezcla de crema de frutos rojos con rodajas de frutas ácidas que hacía contraste entre sí, y en la capa superior una fina capa de arequipe. Recordó que recién lo había presentado a los dueños de la pastelería estos se habían rehusado a lanzarlo, era una mezcla extraña de sabores que había terminado por causar un extraño dolor de estómago a la señora, dolor que después fue señalado por su estado de embarazo y que no era en sí un dolor si no un rebote natural de los primeros días de gestación, del cual ella misma no estaba enterada. Sin embargo y gracias a la terquedad de Ángel, Jeyko había convencido al administrador de exhibir el postre, solo por curiosidad. En la primera semana el postre no se vendió muy bien, pero para la siguiente semana, su venta y la forma como los clientes lo recibieron bastaron para convencer a los dueños de hacer una presentación adecuada del postre. Jeyko solía llamarlo Postre de Ángel, porque había sido creado bajo sus propios caprichos. Ángel daba el último bocado al postre cuando Jeyko apareció de nuevo frente a él ya completamente cambiado.

—Vamos, ya pagué tu cuenta.

—Ok.

Salieron ambos del local y Jeyko hizo como si no hubiera visto la bolsa que cargaba Ángel en la mano. Había visto la marca y sabía de qué almacén se trataba, reconocía fácilmente lo que podría ser su contenido. No le interesaba saber qué clase de traje había comprado o si le había costado mucho, se alegraba con saber que estaba haciendo el esfuerzo y que de nuevo se acercaba a él sin tener que buscarlo o pedírselo. Caminaron un par de cuadras hasta llegar al edificio del apartamento de Jeyko. Pasaron la portería y el portero saludó a Ángel como si este no hubiera ido al edificio en muchos años. Los pocos meses parecían eso, muchos años. Entraron en el apartamento y Jeyko siguió el camino hasta la cocina mientras Ángel se sentaba en la sala, minutos después Jeyko apareció en la sala con dos vasos de gaseosa.

Ya eran alrededor de las cinco de la tarde. Estaba pronta a entrar la noche, y Ángel se preocupó de que Andrea apareciera en algún momento. No era temporada de fútbol, y a causa de su alejamiento no sabía que tanto había cambiado la rutina entre ellos. Ella ya podría estar viviendo allí, aunque por la decoración del apartamento podía imaginar que seguía él solo, pues tenía el mismo aspecto desarreglado con el que lo había dejado la última vez. Aún no tenía ese toque femenino del que las mujeres solían vanagloriarse.

—Andrea, ¿vendrá hoy?

—No, le mande un texto cuando estaba en la cocina, puedes estar tranquilo que no vendrá a molestarnos.

—No me molesta, es tu mujer.

—¿Quieres ver una película o qué quieres hacer?

—No me trates como si fuera una cita. Saca tu consola, tengo ganas de jugar un poco.

—Vale.

Eran alrededor de las ocho de la noche cuando alguien golpeó en la puerta. Hasta entonces Jeyko había ganado dos peleas, Ángel había asesinado el mayor número de zombis, y empataron el último partido del campeonato en el que se enfrentaban Brasil contra España.

Jeyko sonriente y pendiente de que Ángel no activará los controles fue y abrió la puerta. Su mirada brillaba, en el rostro llevaba una sonrisa que impresionó a los visitantes de inmediato. Alex contagiado de la aparente alegría de Jeyko le abrazó, sin estar consciente del motivo, Juan sonrió también, y sin abrazarlo entró en el apartamento y pudo ver la razón de todo. Ángel se asomó por un costado del sofá estando recostado sobre el suelo y con un ademán de mano lo saludo, este le respondió bajando un poco el rostro y disimulo una mueca de disgusto. La sonrisa de Alex también se borró en cuanto lo vio tirado en el suelo. Ángel trató de no darle mucha importancia, más cuando Jeyko se percató de todo.

—Ven y termina el juego antes de atender a tus invitados.

—Sí, espera les doy algo de beber —contestó Jeyko mientras se dirigía a la cocina.

—Que sea cerveza —indicó Alex.

Ángel recuperó su puesto sobre el suelo, y recostó la cabeza contra el sofá donde Alex lo miraba interrogante recostado hacia adelante en el espaldar.

—Parece que quieren golpearme.

En ese momento apareció Jeyko por la puerta de la cocina y luego de alcanzar las cervezas a los recién llegados se sentó en el suelo al lado de Ángel y destapando ambas latas le paso una a Ángel y dejó la otra a su lado. Tomó de nuevo el mando de la consola entre sus manos, sin embargo, Ángel no inició el juego. Jeyko desconcertado volvió a poner el mando sobre el suelo, y tomó parte del líquido en su lata. Luego volvió a mirar a Ángel que seguía bebiendo. Hasta ese momento no habían tomado absolutamente nada aparte del vaso de gaseosa una vez habían llegado al apartamento y luego de su empezarán a jugar el tiempo se les había pasado de modo que no se habían percatado ni de la hora.

—Jey, vamos al Gran Conejo, ¿vas a ir?

Jeyko se percató de que Ángel tomaba de nuevo el mando e interesado por volver al juego hizo lo mismo, al tiempo que Ángel iniciaba el juego. Ángel no pensaba ir, fue obvio que tampoco lo invitaban, y esa era la única manera que tenía de hacérselo saber. Si por el contrario Jeyko tomaba la decisión de ir una vez terminado el juego, él seguiría el camino de regreso a su casa. Ya eran suficientes los regaños de su madre como para aguantar los de Alex, quien no se mide en reclamaciones ni en vocabulario. Jeyko no se decidía decir que no, estaba disfrutando de sus últimos días como un hombre soltero, y quería hacerlo al máximo. Pero el estar con Ángel así, sin discusiones ni peleas en el medio era algo que le sobre acogía, y de lo que esperaba disfrutar en lo posible. Así que su decisión final fue no ir. Mientras el juego continuaba y Ángel anotaba otro tanto se los dejó saber.

—Suena bien, pero esta noche preferiría quedarme acá.

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