Atanea I: Heredera dorada

PrincessGhia tarafından

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[Libro I Saga Atanea]. Mi vida habría sido como cualquier otra. Terminaría el colegio e iría a la universida... Daha Fazla

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXX
XXXI
XXXII FINAL
Agradecimientos
Segundo Libro

XXIX

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PrincessGhia tarafından

Capítulo 29:
La corona

Me tenían sentada frente a un ostentoso tocador. No tenía ninguna de mis extremidades libres, tampoco la cara, ni menos el pelo. Eran seis mujeres las que me arreglaban cada defecto del exterior.

Tamaña estupidez.

Mi habitación era tan lujosa como el resto de la mansión. La habitación de mi casa cabía cinco veces en mi habitación de Atanea. Pero no solo estaba sorprendida por el porte o por las delicadas terminaciones, ni tampoco por la gigante y cómoda cama, sino porque todo estaba armado y decorado especialmente para mí.

La cabecera de la cama tenía unas lindas letras blancas que formaban "Princesa Claire". La guarda del papel mural era de un campo, muy parecido al campo Olivander. Del techo caían diminutas estrellas doradas (mi color favorito). En el enorme closet, que estaba tras una puerta corrediza, había todo tipo de ropa y accesorios. Todo era de mi talla.

Pero sin duda, lo que más me sorprendió por lejos, fue que en una de las paredes había tres marcos con fotos de mi familia. No sé cómo las habían conseguido, pero se me apretujó el corazón al verlas.

Allí estaba, entre manicure, pedicura, peinado, maquillaje, depilación y masajes. Ya no era la princesa que estaba corriendo por su vida. Era una princesa normal, y no me gustaba.

En todos mis años, jamás imaginé que mi vida se podría transformar en esto, una delicada princesa.

Estaba callada. Ni un reclamo salió por mi boca por el hecho que estaba recién llegada a la casa de mis abuelos. No quería parecer una niñita malcriada.

Me limité a cerrar los ojos y pensar en mi familia. Así quizás el tiempo se pasaría más rápido. Pensé que, si Theo presenciaba esto, seguro se reiría de mí toda la semana.

—No la maquillen tanto, es hermosa al natural —ordenó una voz que entraba a la habitación.

Era la reina Eloise, mi abuela. Le sonreí a través del espejo agradeciendo sus palabras y su ayuda para no terminar como un payaso.

—Querida mía, si necesitas algo o quieres hacer una petición especial, solo pídelo —ofreció con ojos bondadosos acercándose al tocador—. Este lugar es tan tuyo como mío, y todos estamos preocupados por ti.

—Gracias... —titubeé. En esos momentos sentía un aguijón en mi estómago por extrañar a mi mamá. Con ella todo sería más fácil y natural—. Todo es más que suficiente, podría haber hecho todo esto sola, sin tener que molestar. —Sonreí agradecida.

—Oh, no, por favor. Has pasado un infierno desde que te separaste de tus papás. Ahora quiero que descanses y vivas en paz —respondió haciendo una mueca.

La observé un momento.

—Te pareces mucho a mi mamá —comenté.

A la reina Eloise no le importó quebrarse ahí mismo. Dos grandes lágrimas rodaron por sus mejillas mientras me sonreía con melancolía.

—Tú eres mucho más bonita que nosotras dos juntas —comentó, acariciándome el pelo. Las asistentes le hicieron espacio—. No sabes cuánto la extraño... Te prometo que estamos haciendo todo lo posible para que la veamos pronto.

—Lo sé —contesté, intentando contenerla. Lo último que quería era hacerla llorar.

—Claire, ¿te puedo pedir un favor? —preguntó tomándome la mano. Asentí un poco confusa. ¿Qué podía hacer yo por ella?—. ¿Podrías llamarme abuela? He soñado que me llames así desde que te fuiste cuando eras un bebé.

—Por supuesto, abuela —accedí rápidamente y le tomé la mano de vuelta.

Su rostro estaba tan lleno de conmoción que daban ganas de abrazarla y quitarle toda la angustia que podría estar sintiendo. En cada nuevo gesto, la encontraba más y más parecida a mamá.

—Ahora te dejo para que te terminen de arreglar. Primero tendremos una junta con el Consejo de Atanea para presentarte oficialmente.

—Suena intenso.

—Así es esta vida, corazón. Pero te aseguro que lo pasarás bien, estarás con nosotros. —Me animó con un último beso en el pelo y salió de la habitación.

Por más que me costaba asumirlo, todo esto era real. Era la nieta de los reyes de un mundo invisible para los humanos, y estaba en su mansión, arreglándome para que toda la ciudad me diera una bienvenida. Además de todo, tenía una fuente de poder en mi alma, la cual cada día aprendía a controlar más.

«¿Quién soy yo para pasar por todo esto? Soy solo una simple chica». Suspiré. Era más que oficial; mi vida había cambiado por completo. Si me preguntaban quién era yo, ya ni siquiera estaba segura de qué responder.

—Está lista, princesa —dijo una de las asistentes.

Me di vuelta en el largo espejo dentro del closet y casi no me reconocí a mí misma.

Me habían puesto un largo vestido blanco de caída natural, con pequeños brillos en la parte superior y con mangas hasta la muñeca. Mi pelo dorado tenía más ondas que las olas del mar y brillaba como nunca. Mi cara estaba perfectamente maquillada, se veía natural, pero habían tapado mis enormes ojeras y los rasguños.

Me sentía cómoda con esa ropa, no era nada exagerado, pero el sentimiento duró poco. Una de las chicas entró con un cofre, y al abrirlo, mis ojos se ampliaron y mi mandíbula cayó. Intenté encontrar alguna palabra.

—¿Una corona? ¿Es joda? —solté por fin, con el ceño fruncido y con la irritabilidad subiendo por mi garganta.

No estábamos en un cuento de princesas, ni en la época medieval, y había una guerra. La corona era innecesaria. Ya con solo estar en un carro de desfile con un vestido blanco saludando a la ciudad era suficiente.

—Princesa, la reina se la ha enviado. Es una costumbre de nuestro reino. Debe llevarla en el desfile —explicó la chica que trajo el cofre, incómoda ante mi reacción y con expresión de súplica.

—No pienso...

—Póntela y deja el berrinche. —Una figura familiar apareció en la puerta—. Te prometo que no te verás ridícula, ni me reiré. Te verás más guapa de lo que eres.

Llevaba puesto un traje azul con toques dorados. Una reluciente espada envainada colgaba de su lado izquierdo. Su pelo oscuro estaba peinado con cuidado, pero aun así algunos mechones se le veían alborotados, perfectos.

Mierda, es que siempre tenía que verse tan guapo.

—Déjennos —ordenó Theo.

—Pero debe llevar la corona... —intervino nerviosa la otra asistente.

—Yo me encargo —respondió tajante y les dedicó unas de sus miradas penetrantes que impedían llevarle la contra.

Las chicas bajaron la vista de sus ojos escrutadores y salieron haciendo una pequeña reverencia.

—No estás en Galveng, Claire. Llevar la corona para un desfile es una tradición —explicó, finalizando con un beso en mi frente.

—No crecí aquí, no tengo por qué hacer estas cosas de cinco siglos atrás. El reino ni siquiera es medieval, ya tienen que actualizarse —respondí ofuscada.

Theo tomó mi cara entre sus manos. Me calmé al instante. Era la primera vez que hacía algo tan delicado. Mis piernas se pusieron flácidas.

—Claire, es solo una estúpida corona. Llévala puesta y llamarás menos la atención que si vas sin ella —me animó, haciéndome cariño con sus pulgares en las mejillas.

—No lo sé... —dudé.

Era injusto, era imposible concentrarse así.

—Ven, gírate de espalda al espejo. Cierra los ojos.

Rodeé los ojos y obedecí resignada.

Sentí que Theo ponía la corona en mi cabeza. Estaba lista para abrir los ojos cuando noté que abrochaba algo en mi cuello. Apreté los labios, confundida.

—Listo, gírate. Debes ver que naciste para esto, princesa.

Le achiqué los ojos después de abrirlos.

—Bah. Lo dudo.

Con un suspiro, le hice caso y me enfrenté al reflejo.

La corona con cristales dorados encajaba perfecto con los brillos de mi vestido blanco. Parecía como si hubiesen hecho todo a la medida, estaba completamente armonizado. Casi no reconocía a la chica del espejo. Era una princesa de verdad, de esas que aparecen en las películas.

Un destello en mi cuello llamó mi atención. Era un collar. Miré hacia abajo; un collar de cristal con forma de corazón. Dentro del corazón había un pequeño punto dorado. Era reluciente y hermoso, tanto que casi no parecía real.

—El pequeño punto dorado representa tu valentía —explicó Theo cuando yo aún no podía dejar de ver el cristal.

—Tú... —balbuceé, intentando encontrar las palabras.

—Es la primera vez que le hago un regalo a una chica, pero si hay una chica en todo el miserable universo que merece un reconocimiento por haber sido fuerte y valiente, eres tú. —Al decir la última palabra reveló un tono nervioso en su voz—. Si lo odias, te entiendo, es una porquería. Quítatelo y regálaselo a alguien, si es que alguien lo quie...

Mientras él hablaba, me di vuelta y planté un suave beso en sus labios, acunándole el cuello con mis manos.

—Es precioso, Theo. Un tesoro —declaré, separándome un centímetro de sus labios—. Y no porque sea un costoso y lujoso cristal —reí—, sino porque viene de ti.

El verde de sus ojos pardos brillaba con intensidad.

Theo hizo una sonrisa torcida y me rodeó suave con sus brazos. Con la sonrisa aún puesta en su cara, continuó el beso. Enredé mis dedos en su pelo y él acarició mi espalda. Con la otra mano me sujetó firme de la cintura, atrayéndome hacia sí.

No sé cuánto tiempo pasó, pero no quería que terminara. Besarlo era como una droga.

Un golpeteo en la puerta fue lo único que detuvo el beso que cada vez aumentaba más su intensidad. Nos separamos rápido, acalorados. Sentía el rubor ardiendo en mis pómulos.

—Adelante —hablé con un hilo de voz, intentando recuperar el aire.

—Permiso... —pidió una voz tímida —. Oh, princesa, discúlpeme, no sabía que estaba ocupada.

—¿Hannah? —Atónita, me acerqué a ella mientras el aire volvía a mis pulmones—. ¿Qué haces aquí?

—Alguien tiene que entrenarla para que sepa controlar su poder al cien por ciento. En Atanea no hay nadie que pueda entrenarla en ese sentido —habló rápido, mirando el suelo, ruborizada hasta las orejas—. Mandaron a llamar a un entrenador al reino Ava, y el rey Tyrone me escogió, porque escuchó los buenos comentarios que hizo sobre mí. —Hannah se encogió de hombros, formando una pequeña sonrisa agradecida.

Le sonreí ampliamente y le extendí los brazos para darle un abrazo que recibió con gusto.

—Solo hay una condición —le advertí al soltarla. Ella me levantó las cejas, esperando—. Nunca, jamás, vuelvas a tratarme de usted, ni de princesa. Para ti soy Claire y nada más. Es una orden —finalicé con una carcajada.

—Así que ya das órdenes —interrumpió Theo, burlón—. Y dices que no naciste para esto.

—¿Quieres que empiece a darte órdenes? —lo desafié.

—Por favor, hazlo. Te verías caliente. —Theo se cruzó de brazos, arqueando una ceja.

Cielos.

Estaba preparando el contra ataque cuando otros dos golpes se escucharon en la puerta. Esta vez, no esperaron respuesta y la puerta se abrió.

—Claire. —La cabeza rubia de Finn se asomó—. Todos te están esperando para comenzar la reunión...

Finn disminuyó el tono de su voz al notar la presencia de Hannah. La incomodidad flotó en el aire.

Se saludaron con un rápido asentimiento.

—Me mandaron a buscarte. Por favor, date prisa. El Consejo está a punto de reunirse —explicó atropelladamente, sin respirar, y cerró la puerta de un golpe.

En un pestañear había desaparecido.

Entre los tres nos miramos. Hannah estaba roja como un tomate.

—Bien, eso fue ridículamente incómodo —comentó Theo—. Claire, tú tienes que darte prisa y yo... bueno, yo me iré a reír en la cara de Finn. Te veo después.

Theo me besó la frente y salió por la puerta.

El Consejo estaba formado por doce hummons. Inicialmente eran trece, pero el desagradable de John seguía en el reino Ava.

Cada hummon se acercó a presentarse. Estaba en un gran asiento entre mis abuelos. Me sentía pequeña sentada donde podían entrar tres traseros de Claire. Intentaba sonreír y parecer relajada. Cuando me sentía agobiada, miraba a mis abuelos y ellos me devolvían una sonrisa cálida que me reconfortaba. Había mucho de mamá en ellos.

El Consejo se puso en una hilera y comenzaron a recitar algo que parecía un poema. Era un juramento, en el cual, entre mucha palabrería bonita, juraban ante algunos dioses griegos y el rey que protegerían a la princesa.

Grandioso.

Una vez finalizada la ceremonia de juramento, el vocero se puso frente al rey y pidió permiso para hablar.

—Mi rey, queremos aprovechar la oportunidad de que estamos reunidos con la princesa, para poder discutir el tema de Theo Jatar. —Di un sobresalto al escuchar su nombre y me puse rígida—. Además, así aprovechamos que su padre no está presente... para no formar una situación incómoda. Aún no hemos encontrado la causa de su desmayo y no se ha comprobado que no sea un traidor.

Inspiré profundamente, esperando a que el hombre terminara de hablar para no ser tan impertinente. Mis dedos se convirtieron en puños.

Antes de que mi abuelo pudiera emitir alguna palabra, me puse de pie. No sabía muy bien lo que hacía, pero miré fijamente al vocero.

—Theo Jatar ha sido un agente ejemplar y un guardián irremplazable. —Aclaré mi garganta para que mi voz sonara más firme, quitándole espacio para un temblor—. Ustedes no estuvieron en el proceso, pero yo estuve presente cuando dio su vida por mí. No estuvieron cuando su existencia giró en mantenerme a salvo por el bien de todos los reinos. No vieron cuando ni siquiera pestañeó antes de matar a cada enemigo que podría capturarme. Aquí mismo puedo hacer un juramento. Yo —expuse, sin creer lo que iba a decir—, Princesa Claire Moore Relish de Atanea, juro por mi vida que Theo Jatar es un fiel servidor a Atanea, a sus reyes y a su pueblo. Por lo que, exijo que el juicio sea cancelado. Sea cual sea la razón, la palabra traidor no está en su definición.

Hubo un silencio y sentí todos los ojos clavados en mí. La mandíbula del vocero caía más a cada segundo y cambié mi mirada hacia mi abuelo, que, para mi sorpresa, me miraba con ojos de orgullo.

—Ya escucharon la declaración y juramento de la princesa. —El rey se puso de pie y habló con su voz propagadora—. No hay nada más que discutir en el caso Jatar. Ahí tienen a su testigo de primera fuente. Además, les aseguro que él está tan interesado como ustedes en saber la causa de su desmayo. Por favor, retírense. Nos vemos en el desfile.

El Consejo dio una reverencia unánime. Algunos tenían sonrisas en el rostro, otros permanecían serios. No pude descifrar cómo se sentían en cuanto a mi intervención.

—Mis genes corren por tus venas, mi querida Claire. Eres una Relish y lo acabas de demostrar. —Mi abuelo se levantó de su trono para darme un cariñoso beso en la mejilla.

—Mi querida Claire será la mejor reina —declaró mi abuela.

¿Reina?

Casi me atoré.

Alejé rápidamente esa palabra de mi cabeza. No podía pensar en eso ahora..., quizás nunca.

—Mis reinas, el desfile nos espera. —Mi abuelo le tendió la mano a la reina para ayudarla a bajar del trono—. Mañana tendremos una reunión y nos hablarán sobre tu mamá, Claire —comentó el rey con una voz esperanzadora.

«Mañana». Me llené de esperanza.

Pasé el desfile montaba sobre Zeus, el alicornio. Los habían traído en el mismo avión que a Hannah, ya que eran propiedad de Finn... Bueno, de Séltora.

A la cabecera iban los reyes en un carro tirado por caballos percherones. Después iba yo, y detrás marchaban mis tres guardianes, cada uno en un alicornio. Finn iba al medio por ser príncipe.

No pude evitar reír al ver la cara de Theo cuando les dieron esas instrucciones. No sé qué le hacía más "ilusión", si ir a un costado de Finn o montado sobre un alicornio.

Varios metros más atrás, después de la banda orquestal, marchaba el Consejo sobre un carro de desfile a motor.

El aroma a manzana de Zeus me relajó todo el trayecto por las calles de Atanea. La gente gritaba cosas que no lograba comprender y aplaudía eufórica. Todo eso me provocaba un poco de risa, y aunque estaba algo abrumada, me limité a sonreír y saludar con la mano. Sentía la corona cada vez más pesada y resbaladiza en la cabeza, y también pensaba que me veía ridícula, como si estuviera disfrazada en un lugar donde no había que disfrazarse.

Pude ver todo el lujo de la ciudad de Atanea. No había nada en construcción, ni tampoco nada deteriorado. Todo estaba hecho con materiales resistentes y lindos a la vista. Todo era armónico. Hasta la gente que presenciaba el desfile era extremamente educada, nadie se empujaba con nadie y abrían paso a los más pequeños para que se pusieran delante.

Una vez finalizado el desfile, me dirigí con Theo a una cena con los integrantes de la mansión real.

En el pasillo, camino al comedor, capté que al otro extremo una mujer agrandaba los ojos, emocionada al vernos, y se apresuraba hacia nosotros. Su pelo era negro y largo, tenía unas caderas de cantante pop y era bastante más baja que yo. Se acercó brincando como una pulga.

—¡Theo! —exclamó con una voz chillona mientras yo intentaba pestañear—. Theo eres tú... ¿Por qué...? ¿Por qué no me avisaste que ya habías llegado?

Antes de que pudiera pestañar, sus brazos rodearon el cuello de Theo.

Ya... ¿Una prima? ¿Su mejor amiga?

—Amber —dijo Theo y le puso las manos en los hombros, separándola de él.

Me miró de reojo.

—Oh, disculpa, no me he presentado. Soy Amber, y tú debes ser... ¿Claire? —La morena me estiró la mano con una sonrisa sensual.

—Princesa Claire Moore Relish —respondí antes de pensar lo que decía.

Era la primera vez que me presentaba a alguien utilizando ese nombre. Sentí una punzada en el pecho por temor a que hubiese sonado patético.

No estiré mi mano para saludarla de vuelta. Sabía que era algo de mala educación, pero podía jurar que mi cuerpo se negó a desenredar mis brazos.

—Amber, a las princesas no se les estira la mano —masculló Theo.

—Oh, mis disculpas, princesa. —Amber hizo una pequeña reverencia, poniéndose color tomate.

—¿Y bien? —me aventuré con una amplia sonrisa—. ¿Tú eres...? ¿Eres prima o familiar de Theo?

—Ay, no, princesa. —Amber se rio—. No soy familiar en ningún grado de Theo... gracias a todos los dioses. —Puso los ojos al cielo—. ¿No le hablaste sobre mí? —Amber se giró hacia Theo frunciendo el entrecejo, sin dejar de sonreír raro.

Me tuve que esforzar por seguir manteniendo mi sonrisa falsa.

—Amber, ¿por qué le hablaría sobre ti? —Sentía la rigidez que emanaba el cuerpo de Theo y la tensión en sus palabras.

—¿Disculpa? —Amber se giró en redondo hacia él, con la carnosa boca abierta—. Te estuve esperando todas estas semanas, aguardando tu regreso de la misión, y ahora llegas ¿y ni siquiera me avisas? ¿Y me preguntas por qué hablarías sobre mí? ¿Y todo lo que hablamos antes de irte?

Mi labio inferior tembló.

—Amber, creo que tienes una idea errónea de...

—Bien —interrumpí, ampliando mi sonrisa forzada—. Permiso, tengo que llegar al comedor. Al parecer ustedes tienen problemas nupciales que tratar.

—No, Claire, ¿de qué estás hablando? —La voz de Theo se puso más ronca.

—Bueno, no nupciales, pero... —Amber soltó una risita coqueta, sin terminar la frase.

Levanté las cejas en respuesta. Mi sonrisa se hizo más apretada y me di media vuelta antes de que la bomba de fuego que tenía en el pecho explotara.

Mientras dejaba a Theo y Amber atrás, sentí que mis ojos se humedecían.

No podía llorar, no. La dignidad siempre por delante.

Escuché pasos veloces detrás de mí y me apresuré, casi llegando al punto de trotar.

—Claire. —Theo me tomó el brazo con una mano y puso la otra en mi mejilla cuando me giró.

—No. —Le quité mi brazo de un tirón, mirándolo directo a los ojos.

Seguí caminando.

—Claire, ella confundió las cosas, yo no...

—Para —exclamé—. No quiero oírlo. Déjame sola. —Empujé la pelota que tenía en la garganta.

—Claire, no tienes comparación. Fue antes de conocerte, algo de unas semanas... —Su voz tenía súplica—. Tú eres... No tiene nada que ver contigo. No te pongas así...

Su voz me rompió el corazón, pero más me lo había roto lo que había tenido que escuchar. Theo estaba con Amber antes de estar conmigo, y no había cortado con ella antes de besarme. Eso no se hace. Podía merecerme muchas cosas, pero esto no era una de ellas.

—Déjame sola —enfaticé las dos palabras—. Lo digo en serio —mi voz se quebró al decir la última palabra.

Me di vuelta antes de que Theo pudiera ver el agua acumulándose en mis párpados y me apresuré hacia un baño. Algunas chispas escaparon de mis manos; el l descontrol de las emociones afectaba el poder.

«Debería haberlo sabido».


Nota:  Una vez más, los personajes tomaron el control. Sus comentarios son la mejor parte de hacer esto, LOS QUIERO y les agradezco infinitamente por cada palabra de apoyo. Claire, Theo, Finn y Mike los aman también. Nos vemos pronto. Princess G−.

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