Perdóname, Amelia (BORRADOR)

De AnnStein5

952K 90.8K 59.5K

2° libro. Tomás Valencia, un hombre confinado al silencio de sus emociones, convive con el martirio de tener... Mais

Antes de leer
1: "Introducción"
2: "San Fernando"
3: "Muestra"
4: "Amistad"
5: "San Judas"
6: "Revelación"
7: "Tempestad"
9: "Ibiza"
10: "Valencia"
11: "Barcelona"
12: "Entierro"
13: "Santa Adriana"
14: "Soberbia"
15: "Lujuria"
16: "Gula"
17: "Envidia"
18: "Pereza"
19: "Ira"
20: "Avaricia"
21: "Farsa"
22: "Renacer"
23: "Paraíso"
24: "Alas"
25: "Pedazos"
26: "Propuesta"
27: "Aleluya"
28: "Nostalgia"
29: "Cristales"
30: "Pimienta"
31: "Alcohol"
32: "Santa Teresa"
33: "Miel"
34: "Edén"
35: "Aguja"
36: "Hilo"
37: "Hilo II"
38: "Hilo III"
39: "Hilo IV"
40: "Caín"
41: "Abel"
42: "Mártir"
43: "Navidad" (Más extra)
44: "Firma"
45: "Histeria"
Reparto
46: "Fraterno"
47: "Destrozada" + sorteo navideño
48: "Mortal" + Novedades
49: "Flores"
50: "Incrédulo" + Resultados del concurso.
51: "Año nuevo"
52: "Libertad"
53: "Auto"
54: "Galletas"
55: "Padre"
56: "Vida"
57: "Compañía"
58: "Fortuna"
59: "Muerte"
60: "Hambre"
61: "Guerra"
62: "Peste"
63: "Apocalipsis"
64: "Santa Amelia"
Epílogo
El repertorio del chelista: 1
El repertorio del chelista: 2
El repertorio del chelista: 3
El repertorio del chelista: 3II

8: "Tormenta"

15.3K 1.5K 946
De AnnStein5


¿En qué momento había pasado todo aquello? En un instante, con la intensidad de un funesto huracán, su vida nuevamente se había tambaleado a causa de unos ojos claros. Amelia Von Brooke y su fantasma ahora lo atormentarían diariamente aún más de lo que ya lo hacían en su propia soledad.

Augusto se había marchado, seguramente a compartir lecho con su flamante prometida. Aún estático en uno de los banquillos de la iglesia empezó a confabular teorías sumergidas en la dulce agonía de una pena. ¿El la tocará? ¿La besará con amor? ¿Sabrá que le gusta el chocolate caliente y tres cucharadas de azúcar en su té? No, seguramente no, esa era su Amelia, la vieja niña que el mismo había matado. Esta mujer que compartía rostro con su ángel solo era una enamorada de su doctor, Amelia había muerto para que naciera Vonnie. Y aquello dolía más que cualquier martirio soportado por un santo.

Melancólico, planeando estratagemas para alejarse lo más posible de ella, el piano resonó. Como una vieja filmografía sumergida en sepia, la imagen hace poco tiempo vivida volvía repetirse. Amelia tocaba el piano mientras que Augusto besaba su mejilla. Tocaba su canción, la que solo le pertenecía a ellos dos, la que bailaron en noches tapizadas de pasión dibujando estrellas con su nombre. No podía sacarse de su cabeza aquella melodía.

Sintiendo sus manos vibrar, un antiguo deseo olvidado volvió a surgir. Tanto tiempo había pasado desde que no sentía aquella dulce tentativa sensorial que le costó reconocerla. Ansioso, con algo de miedo ante una realidad, corrió a su habitación. Escondido en uno de los costados de las paredes de su cuarto el se encontraba. Con algo de polvo y quizás desafinado, lo esperaba desde hacía mucho tiempo, sumergido en un agónico silencio que ahora con la llegada de Amelia Von Brooke conocía su fin.

Lo extrajo con cuidado, sintiendo como sus dedos se deslizaban por la pulcra madera. Aquel instrumento siempre tocaría por su dueña, por Amelia, ahora que ella había vuelto las canciones nuevamente narrarían su pena. Tomó el arco y decidido retornó cargando su chelo a la iglesia.

Sentado en medio de la nave central gracias a una austera silla que el mismo había arrastrado, lo puso entre sus piernas, su cuerpo lo reconocía y su alma lo acobijaba. Como si estuviera intentando invocar a la mujer que yacía a pocos metros de él, empezó a tocar. No le hacía falta una partitura o alguna estricta postura, la pasión volvía y la bestia era dominada. El arco se movía siendo una extensión de su brazo y sus dedos apresurados bailaban sobre las cuerdas en una ya conocida danza. Tocaría todas las noches, tocaría para ella, porque no tenía la necesidad de que estuviera presente, se contentaba con la idea de que su presencia existiera.

La misma canción que ese ángel ajeno había tocado en el piano ahora era interpretada por él. Intentando que el tiempo no reconozca la barrera de las horas, quería formar un dúo. Amelia siempre tendría la delicadeza de una tecla mientras que él solo se limitaría a ser el soporte de sus arpegios con enredados movimientos de sus brazos.

Cerraba los ojos y suspiraba cada vez que el chelo gemía, llamaba a su sirena en cada melodía y clamaba su presencia en esa improvisada sinfonía. La canción era ejecutada mientras que contaba los minutos para que aquella quimera se marchara, debía respetarla, después de todo esa mujer ya no era su niña amada.

Sinatra había terminado, la canción había concluido. El silencio abalanzado sobre su pecho aún tenía ese sabor a olvido. Los truenos retumbaban en la cúpula de la iglesia mientras que el cielo se quebraba, amaba la lluvia, pero aquello era una tormenta, al igual que la mujer que había llenado sus venas de veneno mostrando su dulzura.

Como quien recuesta a su niño en su lecho intentando que crudas pesadillas no ataquen sus sueños, dejó el chelo sobre el altar. Aún con el arco en su mano caminó hasta la puerta principal y la abrió, curioso, observando como las gotas caían en lo que parecía ser un diluvio.

Intentando lavar todos sus males, caminó lentamente bajo la ventisca, dejándose empapar con aquella estela cristalina que el cielo despedía. Se sentó en la escalinata y dejó el arco suspendido entre sus rodillas aún agarrado a su mano. Las lágrimas se mezclaban con la lluvia y la tempestad con la tormenta de sus sentimientos, solo rezaba.

Clamaba a Dios porque dibujara su nombre entre los caminos y que le avisara de manera firme que Amelia ya no era su destino, pero aún así dolía. Quemaba como el acero fundido, tan lejos suyo y tan cerca en el plano físico.

Un violento rayo iluminó por completo el cielo, sorprendido por el impacto de esa centella elevó la mirada, solo para morir en ese mismo momento. Una silueta lo contemplaba desde la seguridad de su ventana, aquella figura femenina que sin verla la reconocería a base de su gracia. Amelia lo miraba, hasta juró que apoyó una de sus manos contra el cristal, como uniéndose a través del vidrio en su pesar. Ella no lo había olvidado, lo sabía. En cierta parte ella era la que más sufría de aquel encuentro, después de todo el mismo se había ganado todo eso.

La observaba como deseando que sus palabras llegaran a ser escuchadas por ella.

—Sé que no le tienes miedo a la lluvia, aprendiste a caminar bajo tormentas... Ven conmigo, solo por esta noche, un instante o un segundo... No importa, solo ven...—

—Daría mi vida entera por un último beso, moriría feliz y alegre marcharía a cumplir mi condena hacia el infierno... Una última vez, una última canción...—

—Te amé... Te amo... Te amaré, aunque me odies jamás lo entenderé—

Cuando pensaba que Dios nuevamente le había devuelto su gracia, ella cerró la cortina, sacándolo de su fantasía de alguna vieja película de romance. Ella corriendo a sus brazos buscando reconciliación bajo la lluvia, gritando su amor y necesitando ternura. Lo sabía, eso jamás pasaría.

... ... ...

—Tomás—

—¿Tomás?—

—¡Tomás! Sé que estás despierto no te salvarás de mí—

La voz de Augusto contra la puerta de la habitación que hasta hace poco ambos habían compartido, retumbó. No quería verlo, pero supo que su cambio de animo respecto a su único amigo en el mundo sería bastante evidente, resoplando, abrió el portal intentando que sus ojos comunicaran su cansancio.

—¡Buenos días! ¿Listo para el recorrido?—

—No... No lo sé, hoy no Augusto, no me siento bien—

Preocupado, el doctor elevó su visión ante los ojos de su compañero. Vislumbrando las ojeras que éste cargaba —Veo que no has dormido bien, vamos, te animará—

Dándose por vencido ante la tenacidad de aquel hombre comprendió que el no entendería un no como respuesta. —Está bien... ¿Quieres un poco de café?—

—Si, claro—

—Entonces pasa—

Permitiéndole la entrada, ambos nuevamente se localizaban en el viejo dormitorio donde nació su amistad. Augusto, por inercia, se sentó al margen del mesón principal viendo como su compañero organizaba unos cuantos papeles. Por curiosidad observó su antigua cama, en ella ahora un nuevo cuerpo yacía.

Prestándole atención y sonriendo, supo rápidamente que aquel instrumento era el que Tomás guardaba con tanto recelo. —Por fin lo conozco—

Tomás giró su cabeza, comprendiendo a lo que su amigo se refería. Sin darse cuenta había dejado su chelo fuera de su estuche. —Ah... Si, estaba afinándolo—

Sonriendo de manera amplia, el doctor casi le suplicó. —¿Podrías tocar algo? Nunca te escuché—

—Espera, me pondré una playera.—

Desabrochando su camisa, Tomás se disponía a solo cambiar la parte superior de su atuendo. Después de todo el recorrido que ambos realizaran solo garantizaba suciedad en cualquiera de sus ropas. El sol ahora brillaba con fuerza, amarillentos rayos se colaban por las nubes rotas, iluminando a través de los ventanales a ambos.

—¿Qué te sucedió allí?—

—¿A dónde?—

—¡Allí!— Augusto señalaba curioso el pecho desnudo del sacerdote, mientras que este reconocía lo que su amigo inquiría con preguntas bastantes cercanas.

—Ah... Esto— Las tocó con calma, eran las viejas cicatrices de los besos de cigarros que Amelia había marcado en su pecho, formando un constelación. —Quemaduras—

—¿Puedo preguntar cómo te las hiciste?—

—Un cigarro...—

—Oh, entiendo... Detesto cuando las mujeres hacen eso—

Aquel comentario le había dolido. ¿Amelia también lo habría marcado a él? Olvidando sus viejas posesiones seguramente su ángel lo había tomado como suyo. Volando en su propio cielo, dibujando estrellas a su paso lejos de su mártir olvidado. Apurándose en su accionar, terminó de vestirse, solo para dirigirse a la puerta. —Vámonos—

—Espera, toca algo—

—¿Es... Es realmente necesario?—

—Si no quieres, no hay problema, de verdad.—

Mirando como su compañero lo incriminaba con sus cristalinos ojos, no opuso resistencia, mientras más antes termine aquel agónico pedido más rápido se marcharían. —Está bien—

Se acercó a su instrumento y con el cuidado de un relojero, lo puso entremedio de sus piernas. Augusto se disponía a beber un poco del pocillo de café que acababa de servirse mientras que lo miraba expectante. ¿Qué tocaría? Su mente no tenía ninguna nota marcada que guiara a sus manos, mucho menos alguna sinfonía para deleitar a su amigo con su talento olvidado. Cerrando los ojos, nuevamente apareció ella, su ángel de la discordia, aquella que a ambos unía en el secreto de una letanía pasional. Imaginando el compas de sus teclas comenzó a tocar una melodía antigua, aquella que bañaba su paladar con sal de mar mientras que la única sirena que había conocido retornaba a su navío. El arco bailaba y las cuerdas eran apretadas, nuevamente el metal de su acero se fundía en su carne y los gemidos lo inundaban, por lo menos siempre cuando tocara, ella le pertenecería.

Abrió los ojos solo para escapar de su ninfa, dando por concluida aquella pequeña serenata. Augusto lo miraba con la boca abierta, al comprender que la canción había finalizado, aplaudió con todas sus fuerzas. —¡Bravo!—

—No... No es para tanto alarde—

—¿Qué no es para alarde? Tienes un talento terrible, deberías hacerlo más seguido, hasta cobrar por tocar—

—No lo creo, nunca le pondría precio a lo que disfruto haciendo gratis—

—Hombre de iglesia, todo un santo— Riendo, Augusto terminó su café solo para emprender retirada. —¿Sabes qué estaba pensando?—

—¿Qué?—

—Harías una excelente pareja con Vonnie—

—Si, seguro que sí...—

... ... ...

Luego de haber corrido el sendero marcado, ambos acostumbrados a su recorrido realizaron el cotidiano acto de sentarse a un costado de la vera del río. Augusto alzaba su vista al cielo, cerrando los ojos y dejando que el viento acariciara su cabello, pero Tomás por otro lado, solo miraba el agua pasar apresurada a su lado. Las cenizas de una vida consumida ante una pasión casi superada lo rodeaban.

—Oye...—

—¿Si?—

Augusto retornó al mundo de los mortales, tomando una piedra y lanzándola al caudal. —dime la verdad ¿No te sientes solo en la iglesia?—

Tomás no le mentiría a veces su soledad era su consuelo, pero en otras ocasiones, como ahora, lo hacía clamar un pronto retiro mortuorio. — A veces...—

—Cuando eso pase, ven a casa. Tengo unas cuantas cervezas en el refrigerador—

¿Ir a su casa y cruzarse con ella? No, ni en sus pesadillas o en las dulces fantasías de su ángel corrompida. —Claro, lo pensaré.—

Nuevamente el silencio se apoderó de ambos, haciendo que sus pesares tomaran la forma nítida de una criatura en el bosque circundante. Augusto pareció notar algo, apresurado se levantó con la mirada extraviada en la densa vegetación. —¿Escuchaste eso?—

—¿Qué cosa?—

El doctor, aún con su actitud sospechosa, comenzó a buscar algo que desconocía. Recorriendo los árboles y abriéndose paso entre los arbustos que con su craqueo parecían callar el murmuro del río, lo encontró.

—Tomás... Ven a ver esto—

Escuchando sus palabras y tomándolas como una orden, se levantó de la roca en la que se encontraba sentado. Llegó a su lado y fijó la vista en donde los ojos de Augusto lo guiaban entre medio de la maleza. Un pequeño gato que parecía ser blanco a pesar de estar terriblemente sucio y desnutrido se escondía dentro de un tronco hueco, por alguna razón la imagen de esa criatura tan indefensa lo hizo sonreír.

Con cuidado se puso de cuclillas y estiró su mano, mostrándole al felino que no tenía ninguna intención de hacerle daño. El gato salió de su escondite y con desconfianza olfateó su extremidad para pronto refregar su huesudo cuerpo en los dedos de ese hombre que no parecía una amenaza.

—Le caes bien—

—Si, eso parece— levantó al animal con sus manos y lo acobijó en su pecho, ganándose su atención. Sus ojos, pegados por alguna extraña sustancia viscosa en porciones, mostraban destellos azulinos mientras que sus pequeñas patas rosadas se movían con calma. Estaba cómodo en sus brazos.

—Pobre, parece que está a punto de morir de hambre. ¿Por qué no te lo quedas, Tomás?—

—No lo sé, nunca he tenido una mascota antes.—

—Piénsalo, tendrías compañía...—

Tenía razón, quizás una compañía sincera ayudara a despegar sus pensamientos de su nueva vecina. Con calma acarició la cabeza del felino, jugando con sus bigotes y despertando en su corazón una sensación cálida cada vez que el pequeño gato intentaba agarrar su dedo. —En la alacena tengo una lata de atún—

—Vamos, te ayudaré a bañarlo y a armarle una cama, solo necesito una playera vieja. ¿Cómo le pondrás?—

Tomás pensó unos momentos, recorriendo mentalmente las hojas de una biblia. —¿Timoteo? —

Augusto se acercó y sonriendo tocó al animal, mirando entre sus patas para luego reír. —Creo que es Timotea— La gata al sentirse invadida no tardó en morder su mano con una actitud salvaje, mostrando a simple vista su carácter. —Auch, mejor quédate con tu dueño angelita—

Tomás rio notando el comportamiento furtivo del animal —Es un excelente nombre—

—¿Cuál?—

—Angela...—

... ... ...

Regresando al pueblo, Tomás seguía encantado con su nueva compañía. Se sentía tentado a ponerla dentro de uno de sus bolsillos, pero prefería seguir cargándola en sus manos a pesar de que ella por momentos, en actitudes de juegos, decidiera morderlo, clavándole sus puntiagudos colmillos.

—¿Crees que debería comprarle un cartón de leche?—

—Si, la pobre apenas tiene fuerzas. Te puedo asegurar que si no la encontrábamos moriría pronto—

—¿Podrías tenerla unos momentos? Iré a la despensa—

—Si, claro— Tomás le había pasado su mascota a su amigo. La plaza principal se encontraba frente suyo y a uno de los costados de esta, la única tienda de abarrotes del pueblo.

Notando que aquel día los lugareños parecían más animados, saludó al grupo de hombres que se encontraban a un costado del local comercial. Los masculinos solo respondieron a sus palabras con suaves balbuceos.

Entro y salió de la tienda con anormal velocidad, parece que el motivo de el cúmulo de aquellos quince hombres no era la compra de víveres. Curioso, cargando el cartón de bebida láctea, se acercó a ellos.

Martín fue el primero en notarlo, golpeando su brazo, lo invitó a formar parte de la función. —Venga padre, mire que hermoso está hoy el paisaje en San Fernando—

Sin comprender a lo que ese joven se refería, solo miró a donde estaba el objeto que a todos parecía hipnotizar. Una joven vestida con prendas deportivas lucía su cuerpo recostada en una de las banquetas mientras que con uno de sus pies mecía lentamente la carriola que se encontraba cerca suyo. Con lentes de sol y su estómago descubierto reluciendo la misma perforación que años atrás el había besado con pasión, Amelia Von Brooke dejaba en claro a todos los presentes que ella jamás pasaría desapercibida.

—¿Será la madre?—

—No lo sé, ni me importa, me encantaría que me diera el pecho—

No pudo sopórtalo, por más que ella no fuera suya aquel ardor que sentía cuando alguien hablaba de manera tan despectiva de ella, volvía a nacer. Furioso, se puso delante del grupo de hombres que de manera libidinosa contemplaban a su ex amante, elevando la voz y mostrando un rostro serio nunca antes visto por ellos, los increpó. —¡OIGAN! ¿LES PARECE CORRECTO HABLAR ASÍ DE UNA DAMA? ¡DEBERÍA DARLES VERGÜENZA! ¡TODOS USTEDES TIENEN HIJAS Y HERMANAS! ¿LES GUSTARÍA QUE ALGUIEN HABLARA DE ELLAS ASÍ?—

Los hombres apenados, bajaron la cabeza, en esas tierras aún se respetaba la autoridad de la iglesia. Pero del local comercial, la única hija soltera de Cristina salió, cargando en su mano una gran bolsa repletas de verduras. —No debería defenderla padre, es solo una de esas putas de la capital.—

—¿Una puta de la capital? Lucia, nunca pensé que diría esto de ti, pero ahora entiendo porque tu madre no puede conseguirte marido— Martín reía logrando que esa mujer se avergonzase delante del religioso.

Tomás solo se acercó a ella, haciendo que sus palabras sonaran crueles ante tal comentario despectivo. —A esa que le dices puta, es la hija del gobernador... Es la prometida del hombre que curó a tu madre y trajo al mundo a tu sobrino. Cuida tus palabras, Lucía—

—Pero... Pero, padre—

Ignorando el balbucear de esa mujer, Tomás observó como Amelia se levantaba de la banqueta a causa del alboroto. Ella lo había mirado bajándose sus gafas, para murmurar algo entendible solo para sus propios oídos, emprendiendo su retirada con el niño que estaba cuidando.

Cuando ella volteó, sintió un súbito escalofrío correr su cuerpo. En la porción de piel que la joven mostraba se veía claramente un nuevo tatuaje. En la cintura baja de su espalda una cruz invertida, signo claro de una herejía, se veía dibujada a base de tinta.

—Que horrible tatuaje— Uno de los hombres se persignó ante la presencia que ahora todo el pueblo tomaría como sacrílega.

—Esa joven nos causará problemas—

... ... ...

Tres días había estado encerrada en el local que intentaba ensamblar a fuerza de sus manos. Cada día aquel lugar le repugnaba más al igual que sus pueblerinos. Constantemente acosada por los hombres y victima de las miradas juzgadoras de las mujeres, Amelia extrañaba más que nunca la capital.

Sosteniendo un aerosol de pintura en sus manos y pegando una silueta de plástico contra el muro. Ella dejaba estampas de mariposas rosas sobre las paredes, haciendo que poco a poco el lugar cobrara vida.

Luego de casi pelear con su socia, ambas concordaban que el color durazno sería el correcto para en galardonar la sala. Afiches y marquesinas de diversas marcas eran colgadas y quitadas bajo su ojo crítico. Pronto el local de San Sebastián abriría sus puertas al público.

—Oye ¿Por qué no vas a comprar unos refrescos?—

—¿Estás loca? Los estúpidos palurdos me prenderían fuego en la plaza principal—

—No es para tanto— Mónica se acercó a su amiga contemplando el trabajo que ésta realizaba, los meses en el instituto de rehabilitación con sus clases de pintura habían creado en su compañera una infinita paciencia con los pigmentos. —Además por lo que me constaste, la última vez, Tomás te defendió.—

Amelia cerró los ojos al escuchar aquel nombre nuevamente invadiendo sus ideas, solo quería hacer que su existencia no sea miserable a causa de ese sujeto. —Ni lo menciones...—

—¿Se lo dijiste a Barcelona?—

Rápidamente ella volteó increpando a su amiga con un rostro confuso ya habitual. —¿Qué quieres que le diga? "Hola Barcelona tu amigo, el cura, fue amante mío durante un tiempo y fue el causante de que casi muriera. Pero no te enojes con él, solo éramos dos jóvenes idiotas"—

—Creo que no deberías decirle nada—

—Opino igual...—

Con las vidrieras tapadas a base de cartones y papeles de periódico, aquellas jóvenes tenían la intimidad suficiente para tocar temas delicados. Mónica sabía que el estado mental de Amelia tambaleaba en dirección a la locura, desde que ese hombre volvió a aparecer, poco a poco se fue perdiendo su cordura.

La noche cubría el cielo de San Fernando, nuevamente retornaría tarde a su domicilio, pero no le importaba. Después de todo, Augusto tenía un amigo para compartir sus momentos de soledad y calmar en él la necesidad de presencia varonil que ella no podía llenar.

La puerta fue golpeada tres veces, Amelia bastante molesta, gritó lo mismo que había pronunciado más de veinte veces ese mismo día. —¡AUN NO ABRIMOS! ¡SEGUIMOS EN REFACCIONES!—

Los golpes volvieron a retumbar, ahora, intentando controlar el fuego de su furia se dirigió a la puerta tomando firmemente su perilla. —Estos idiotas parecen que no entienden— Abriendo el portal, una alegre visita ahora se cruzaba en su destino.

—¿Esa es la manera de recibirnos Von Brooke?—

—¿Qué le hiciste a tu cabello, Amelia?—

—¡Y trajimos alcohol!—

Amelia sonrió con la amplitud de un sol a media mañana, iluminando todo a su paso con la gran alegría que ahora sentía. —¡CHICAS!—

-.-.-.-.-.-.-.-.-

A causa de la falta de internet me vine a casa de mi mamá a subir capítulo.

Si eso no es amor ¿Qué es?

Ann se sienta en el piso: ¿Cómo están, chicas? ¿Qué cuentan de nuevo? ¿Alguien cometió algún delito que quiera compartir?

Disculpas desde ya a las personas que no les respondí los privados, pero como vuelvo a decirlo, no tengo internet.

Capítulo dedicado a: La señora Sue, quiero que sepa que aquí en Argentina tiene una sobrina un poco mayor ya, que la admira.

Sin otro motivo chicas, nos vemos seguramente mañana o pasado, el empezar una nueva historia me dio nuevamente el aliento que necesitaba para escribir.


Pd: Muchas me preguntaron quien es el hombre que utilizo en las fotos del fb de Tomás. Ese hombre es un chelista conocido, llamado Stjepan Hauser. Tiene instagram, si alguna quisiera... No sé... Decirle que tiene dos libros inspirados en él, alguien cof cof cof yo cof cof cof se sentiría muy feliz 7w7

Si lo llegan a hacer, etiquétenme: Nel_ann2223


Quien las quiere:


Angie

.

Continue lendo

Você também vai gostar

198K 17.9K 34
Hyunjin es el chico más guapo y coqueto de la preparatoria, Felix es un chico estudioso y el líder del club estudiantil. ¿Podrá Hyunjin lograr que Fé...
966K 26.2K 31
Cuando las personas que más amas, te rompen, es difícil volver a unir esos pedazos. Victoria Brown, creía que cuando amas, la brecha para perderte a...
275K 27.5K 25
Primera novela de la serie «Herederos». Derivada de «Un príncipe en apuros». El príncipe Simon, heredero al trono de Reino Unido, no cree tener tiemp...
6.5M 318K 104
El prominente abogado Bastian Davis conocido como "El Lobo de Minnesota" ha decidido casarse con unas de las hijas de Rob Walton y todo para unir fue...