29: "Cristales"

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—¿Dónde pongo esto?—

—Lejos de María, no creo que llegue entero a la capital si lo dejamos a su alcance—

Sonriendo ante aquella frase pronunciada por Natalia, Amelia continuaba subiendo al coche de su amiga uno a uno los productos regionales comestibles que había comprado. El corazón convulsionaba en pena al fragmentarse, parte de su alegría se marchaba en ese auto, deseaba que ella también pudiera ser guardada y pasar desapercibida como un equipaje.

—¿Me extrañarás Von Brooke?— Cuestionó María.

—Claro que te extrañaré, tonta. Pero nos veremos de nuevo en unas semanas, prometo ir a visitarte—

Entre sonrisas cómplices y visualizaciones de futuras desventuras, María respondió. —Cuando llegues destruiremos la ciudad y cada una de sus calles—

—Te tomo la palabra—

El momento había llegado, los abrazos eran repartidos mientras que una tamizada despedida era llevada a cabo. Cada una de ellas pronunció sus bendiciones para el miembro de ese quinto que quedaba alojada en esas tierras.

—cuídate, Amelia—

—Sí, Amelia. No te metas en líos ni andes por la vida sacudiendo demasiado tu trasero—

—¡Oigan! ¡Déjenla mover su culo las veces que quiera!— En un último abrazo, María se despidió. —Lo tomo como una promesa, ven a verme—

—Es una promesa— Concluyó la heredera.

Abriéndole la puerta del automóvil a sus amigas, Amelia observaba como cada una de ellas era devorada por las grandes fauces de metal del coche. —Mo, ten cuidado conduciendo—

—Tu tranquila, solo cuida bien a Mateo.— Con una última sonrisa cómplice, Mónica recordó sus medidas de seguridad. —Si sucede algo, todos los números de la zona están pegados atrás del teléfono.—

—No pasará nada—

—Lo sé, Ami. Pero lo mejor es estar prevenida—

Cerro la puerta con parte de su alma destrozada dentro del vehículo, para luego pararse solemnemente en la seguridad de la acera. —Cuídense mucho—

—volveré mañana a la madrugada ¿si?—

—Tómate todo el tiempo que quieras, Mo.—

Sintió el rugido del motor al ser encendido y notó como poco a poco las ruedas comenzaban a girar desgastando su caucho. Los metros eran avanzados y por las ventanillas del coche diversas manos se despedían de ella, ahora nuevamente estaba sola.

Cuando sus amigas se perdieron en el horizonte, suspiró de manera audible al viento. Recordando su labor como tía de un ángel, con prontitud volvió al local comercial.

Abrió la puerta haciendo que la campanilla recibidora sonara, logrando que de manera instantánea tanto el pequeño niño, como la mujer que lo cargaba, voltearan a verla.

—¿Ya se marcharon sus amigas, señorita Amelia?—

—Sí, Adri. Parece que ésta noche solo seremos Mateo y yo. — Acercándose a su lado para tomar al niño, Amelia notó en aquella joven de su misma edad una pequeña mancha morada sobre la piel canela de su mano. —Oye... ¿Tu cómo estás con tu marido?—

Tratando de que su nerviosismo no se vislumbrara en su actuar, Adriana comenzó a doblar la ropa que estaba encima del recibidor. —¿Yo? Bien, no es que estar casada sea malo—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora