22: "Renacer"

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En puntas de pies y con los brazos levantados, Amelia intentaba llegar al objeto que arriba suyo se encontraba. Aquella vieja valija fuera de su alcance no tenía ni la más mínima intención de retornar a sus manos, arriba de su armario ella seguía allí, esperando que esa joven tuviera el coraje suficiente para tomarla y volver a salir con su verdad a las calles.

Pegaba saltos y sus pies por momentos flotaban en el aire, la posición del elemento no cambiaba y sus manos seguían vacías. Suspirando, pensó en Tomás, en cómo éste la ayudaría en un instante con su causa. Pensó en Augusto, en como éste pasaba a su lado sin ofrecerle su atención y, sintiéndose casi invisible, su silencio.

Cansada de tanta maniobra innecesaria, buscó la sensatez de una superficie más elevada. Arrastrando una silla con sus manos, se subió a ella, tomando así el objetivo de tanto arduo trabajo. La Valija cayó al suelo de manera estrepitosa, quería hacerse notar, después de todo aquel reencuentro era el inicio de algo nuevo. Con su presencia la historia volvía a cobrar vida y los diversos caminos nocturnos renacían en el clic metálico que esta producía al abrir sus seguros.

Arrodillada a su lado, Amelia sonrió al ir sacando poco a poco su historia. Como si de una antigua reunión se tratara, delante suyo desfilaban en herméticas bolsas su adolescencia. Prendas cortas, temerarias que a más de una causarían estupor coreaban su nombre, pidiendo nuevamente libertad. Faldas tan pequeñas como trozos de tela y vestidos los suficientemente cortos como para desmayar a cualquier cardiaco, se reencontraban con ella y veneraban su presencia. Una a una comenzó a sacar sus antiguas vestimentas, recordando la historia que éstas traían consigo. Las noches de desvelo montada en un auto rojo, las charlas etílicas que rozaban la filosofía de una vida marchita, el amor penado socialmente... El romance.

Sabiendo que no podría ocultar mucho más tiempo su necesidad de lucirlas, sacó aquello que hoy la haría feliz. Del interior de una de las bolsas apareció aquella larga blusa de tirantes que moldeada a su cuerpo y agasajaba al mundo con sus curvas, todo revestido en un solemne gris. Acompañada quizás con los diminutos pantaloncillos negros que Facundo siempre les atribuía un poder sobrenatural. Estaba lista, el cambio comenzaba y retornaría a sus orígenes.

Fingiendo no estar herida, salía de su crisálida. Renaciendo en la sinfonía de los tragos de colores chispeantes y deseando nuevamente caer en los brazos de un viejo amante. Lo temerario resurgía y con él, el vértigo de todo lo prohibido que antes consumía con avidez, bebiendo directamente de la botella de todos los males sociales. Convirtiendo el odio de su generación en un somnífero que lanzaría al aire con una última canción... Allí no se encontraba la esposa perfecta, no había recetas de como hornear complicados pasteles y como vestir acorde a la decoración de la mesa. Allí se encontraba solamente Amelia Von Brooke, surgiendo gracias a las cenizas de su romance, avivando las llamas con su propio calor. Volviendo a su mundo, agasajando a los pobres mortales con su candor. La humanidad se perdía y lo celestial volvía, el ángel mutaba bajo su carne y rompía las prisiones de hueso y etiqueta, volviéndose etérea en su melodía. El cielo podría ser suyo, solo si su pecador favorito la acompañaba en el vuelo de su silencio.

Con su armadura ya puesta, se dirigió a su última batalla no sin antes anunciar la guerra en sus ojos. Sombras negras y rubores acompañaban a las pálidas tonalidades de los labiales. Arrimada al espejo, Amelia sonreía ante su imagen, encontrándose nuevamente después de tanto tiempo perdida en la sobriedad. Con su cabello revuelto e incontables versos de lujuria aun naciendo de su cabeza y pereciendo en sus rizos, supo que estaba lista para caminar nuevamente por la cornisa y jamás caer al precipicio.

—Vonnie, ¿Por casualidad viste mi corbata azul?— Augusto aparecía desde el marco de la puerta, notándola como alguna vez la conoció. No podía negarse a sí mismo la impresión de aquella estampa, la mujer que antes había desaparecido en reuniones de té ahora se encontraba frente suyo de pie. —¿Y ese atuendo?—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora