53: "Auto"

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Los días habían transcurrido de maravilla, a pesar de guardar un recato íntimo, la cercanía con Amelia era avasallante. Luego de acompañarla a comprar diversas prendas de uso personal y de pasar tardes enteras en su compañía, volvía a la casa de su sangre con el anochecer para luego llamarla al amanecer. Diariamente su voz sonaba en el teléfono. A veces bastante furibunda por despertarla tan temprano, otras tantas las palabras cálidas nacían y así el día arrancaba con alegría. Poco a poco el ciclo natural volvía.
Amelia había decidido aislarse del mundo para así construir el suyo propio. Emparedada en la casa de su padre, solo dos personas sabían de su regreso, Facundo y él, por supuesto. Desconocía el presente de sus amigas, pero en su razonamiento, ellas estaban mejor sin conocer la historia de su cruel encierro. Al pasar de los días ella prometió contactarlas, así liberar su pesar y desatar su ira solo en una de ellas, las palabras que pronunciaría debían ser pensadas con tiempo.
Enérgico y lleno de polvo de cemento, Tomás continuaba con la labor asignada en la casa de su hermano. Las paredes, ahora dos de ellas, ya mostraban sus nuevos trajes grises recién hechos. El concreto las revestía y así se ocultaba su desnudo crudo de ladrillos, realmente estaba orgulloso de su trabajo detallado, por más que este fuera realizado con lentitud.
El trabajo avanzaba y con él la mañana seguía, pronto sería hora de llamarla y anunciarle los buenos días mientras que ella divagaba entre palabras planeando un nuevo insulto por despertarla. Amaba eso, verla despojada del porte aristócrata de su apellido, para solo escucharla ser su versión humilde, aquella que dormía tarde y amanecía con frio.
Abriendo la puerta de su cuarto, Héctor entró con una sonrisa. —Oye, ven a comer algo. No vaya a ser que a mi adorable hermana se le baje la azúcar a causa de tan duro trabajo—
—Ya desayunamos— Respondió Tomás sin elevar la vista de la pared que alisaba. —Ahora entiendo por qué Zulema se queja tanto de tu peso—
—Yo no tengo hambre una sola vez al día, además pronto vendrá Flavio a traerte más materiales, se comerá todo sí no aprovechas ahora—
Recordando el apetito voraz de su hermano, Tomás se levantó sacudiéndose con ayuda de sus manos el polvo de su playera. —Odio admitirlo, pero tienes razón—
—Entonces ven, pero quítate esa cosa, ya te daré ropa limpia. No quiero que llenes todo de cemento.— Mencionando, Héctor cerró la puerta con la idea de ser acompañado en la pequeña comida que realizaría.
Tomás pensó unos momentos, no parecía una buena idea divagar por la casa con el torso descubierto, más teniendo a dos niñas pequeñas y a la esposa de su hermano en el mismo techo. Pero luego lo recordó, todas las féminas de la vivienda dormían a esas horas, no habría problema en dejar que su piel respirara unos momentos.
Se sacó su remera, haciendo que esta arrasase con todo el polvillo que dormía en su cabello. Pronto su pecho estuvo descubierto, revelando su piel blanca con algunas heridas de amores aún presentes, mientras que sus brazos tostados por el sol hacían un gran contraste con el resto de la superficie.
Despreocupado, salió de la habitación encaminado al baño para lavar sus mugrientas manos. Luego de esto, se direccionó hasta la cocina donde lo esperaba su hermano con una taza de té sostenida y la mesa ensamblada. Se sentó a su lado, sacando de la mesa un gran trozo de pan y untándolo con mermelada, pronto le dio una gran mordida, mostrando la necesidad de calorías que requería luego de haber trabajado toda el alba.
—Oye, despacio o te comerás los dedos—
Dándose el tiempo suficiente para tragar y limpiar las migajas de su boca, Tomás respondió. —Lo siento, me acabo de dar cuenta que tenía hambre—
—Claro, después yo soy el gordo— Riendo, Héctor rellenó la taza de su hermano con té, para luego extendérsela acompañada por el frasco donde guardaba los terrones de azúcar. —¿Piensas qué terminarás antes de la próxima navidad?—
—Sí… Terminaré antes de la próxima navidad— Cansado ante las constantes burlas dirigidas hacia su lentitud, Tomás dio el brazo a torcer. —Disculpa por no tener la experiencia que ustedes tienen para revocar las paredes, no es mi culpa haber aprendido cosas más interesantes.—
—No te preocupes, Tomás, tendrás todo el tiempo del mundo para aprender a hacerlo bien. Además, aprenderás a lijar y a pintar como es debido cuando termines—
Suspirando, Tomás cerró los ojos unos momentos lanzando una pregunta que esperaba una respuesta negativa. —¿También tengo que lijar y pintar?—
—Claro, por supuesto, aunque aún no me decido el color— Riendo, Héctor disfrutaba con el sufrimiento ajeno que causaba. Luego de una larga carcajada, su atención fue puesta en una de las manchas pálidas que adornaban el torso de su hermano. —¿Qué te pasó allí?—
—Oh… ¿Aquí?— Señalando una de sus cicatrices, Tomás supo que debería inventar una mentira creíble. Después de todo, el origen de esas dulces marcas no eran un tema agradable a esa hora de la mañana. —Me picaron unas abejas—
—¿Seguro? Esas no parecen picaduras— Acercándose más para obsérvalo, Héctor respondió.
Pronto Tomás lo apartó de delante suyo con un ligero movimiento de su mano. —Sí, son picaduras—
—¡Oye! ¡Qué mal carácter!— Sorprendido por la rudeza de su hermano, Héctor continuó hablando. —Sé nota que te hace falta “vaciar” tus males para que no te desquites conmigo—
Apenado por lo que su hermano acababa de mencionar, Tomás entendió perfectamente su mensaje. El temor de que alguien ajeno escuchara esa charla, lo obligó a susurrar. —No hables así, una de las niñas puede levantarse y justo escuchar tus barbaridades—
Héctor, bebiendo un poco de su té, rio ante la modestia de su hermano, para luego sincerarse. —Amo a las niñas, no pienses lo contrario. Pero desde que nacieron los únicos temas que se tocan aquí son las princesas de cuentos y las canciones infantiles que aman, extraño las charlas privadas— Dejando su taza apoyada en la mesa, continuó. —Además, lo entendiste, creo que me darás la razón—
—Amarillo, las paredes quedarían bien de amarillo—
—No me cambies de tema, no seas infantil— Riendo, Héctor tiñó su mente con una duda. —¿No me digas que tú y ella no…?—
Ofuscado, Tomás respondió elevando su voz a una escala superior. —¡Claro que no, está enferma, hace poco salió de su internación, necesita recuperarse!—
—Pero… ¿Antes de eso, ustedes se despidieron como era debido?—
—Sí. ¿Está bien? Sí, ahora por favor dejemos de hablar de eso— suspirando, Tomás mostró su incomodidad, aquellos temas no le resultaban nada agradable.
—Ufss… Tranquilo, no sabía que estabas con tus cambios hormonales.— De pronto, tres certeros golpes se escucharon en la puerta principal de la casa. —De seguro el muy idiota de Flavio olvidó sus llaves, iré a abrirle, hasta eso mejora un poco tu carácter— Levantándose de la mesa, Héctor dejó a su hermano mayor solo.
Tomás tuvo unos momentos de pensar en soledad, aquellas ideas que Héctor había plantado ahora echaban sus raíces entre sus pensamientos más oscuros. Su hermano tenía razón, hacía ya un largo tiempo que no tenía un contacto privado con la piel de su amada. Aquello jugaba con sus demonios y nublaba a su recato, cada recuerdo era inyectado a su cerebro como morfina, atontando sus sentidos. No necesitaba la intimidad para vivir, había sobrevivido mucho tiempo sin el tacto de otro ser encima suyo, pero sí la deseaba, añoraba su sabor y sus espinas… Pero aquello tendría que esperar un prudente tiempo, sí no quería herirla con su torpeza.
Pronto los pasos de retorno retumbaron por el piso, sin elevar su mirada de la taza turbia, espero con calma. Sus hermanos seguramente se acoplarían a la mesa y así la mañana continuaría. Él ya había logrado acostumbrarse a ellos y a su singular ritmo de cariño fraternal, ya no imaginaba su vida sin su presencia ni su calidez. Las pisadas se hicieron más notorias y con ellas dos presencias se introdujeron en el comedor, llenando el aire de un inusual perfume dulce.
—Oye, Tomás— La voz de su hermano sonó trémula, con un ligero decibel de gracia, seguramente una nueva broma estaba siendo formulada. —Esta señorita te estaba buscando, espero que no te importe que la haya hecho entrar. ¿La conoces?—
Al escucharlo, el pánico atacó su cuerpo. Delante suyo se encontraba parada la más imponente mujer que había conocido en su vida, provocando envidia al sol por su sola presencia. Revestida en un vestido azul que remarcaba su silueta y erguida en tacones, Amelia Von Brooke había inundado la casa entera con su perfume. Aún en su persona persistían las vejaciones a las cuales había sido sometida; Lucía cicatrices en sus brazos y manchones violáceos donde antes la aguja había penetrado, pero eso no restaba valor a su porte, ella, imperdurable como siempre, sonreía sosteniendo una pequeña caja. Sin saber qué hacer, Tomás solo balbuceaba preso del canto silencioso de una sirena urbana.
—Oye… Tomás… ¿La conoces?— Al percatarse que su hermano en cualquier momento empezaría a escurrir saliva, Héctor lo devolvió al mundo con esa frase.
—Sí… Sí… Ella es Amelia, mi novia— Saliendo del letargo del que era poseso, Tomás rápidamente se puso de pie, sin percatarse de su actual aspecto. En un rápido movimiento buscó la mano de la joven y la apretó con cariño.
Amelia respondió de manera positiva ante tan dulce gesto, para luego sonreír y pronunciar con un halo de inocencia una certera frase ante el hombre que amaba, ahora con su torso descubierto. —Lindos pechos—
—Oh…—En ese preciso momento, Tomás lo recordó, estaba mugriento y semidesnudo enfrentándose a un ser celestial que merecía pulcritud y una presencia digna de su compañía. Apenado, más aún al ver una gran risa muda en la boca de su hermano, el rubor no tardó en adueñarse de su cara. —Disculpa, Ami… Iré a cambiarme rápidamente— Apurándose para retornar a su cuarto a asearse velozmente, antes de partir, Tomás volvió a hablar. —Héctor, por favor, hazle compañía—
Ambos extraños quedaron parados mientras que el tercer integrante huía despavorido. Sin saber qué hacer, Héctor hizo que sus modales relucieran ante la pareja de su hermano. —¿Amelia, verdad?— Al notar como la joven asentía con la cabeza, continuó hablando. —Siéntate, por favor, te serviré una taza de té—
—Claro, encantada— Extendiéndole la pequeña caja que cargaba en sus manos, Amelia prosiguió. —Traje unos cuantos panecillos de betún, espero que sean de tu agrado.— al desconocer el nombre de su cuñado, ella solo se sentó en el lugar que antes Tomás ocupaba.
—No te hubieras molestado— Intentando ser lo más amable posible, Héctor rellenó una nueva taza. —Yo soy Héctor, el hermano de Tomás—
—Ya lo había notado, tienen casi la misma mirada— Notando ese parecido, Amelia bebió un poco de su té para luego empezar a echar en él una cantidad considerable de azúcar.
Mirando la puerta por donde Tomás había partido, un fuerte golpe desde la habitación donde su hermano se albergaba resonó. —Disculpa a Tomás, Amelia, él… Él es un poco quisquilloso con algunas cosas, justamente ahora se acaba de partir la cabeza de un golpe, seguramente—
Riendo ante el comentario de Héctor, Amelia respondió simulando una buena educación. —Disculpas sí llegué sin anunciarme, solo venía de pasada—
—¿De pasada? No, señorita, de pasada usted no andará. Me tuve que soportar a Tomás hablar de ti desde que llegó. Qué Amelia esto y que Amelia lo otro. Tenerte en frente es sorprendente, con mi otro hermano, Flavio, empezábamos a suponer que Tomás andaba metido en alguna secta y que tu realmente no existías. Ahora quiero conocerte—
—¿Tomás habla mucho de mí? Bueno, eso es un poco incómodo. En cuanto a lo otro; ¿Qué te gustaría saber?— Enternecida porque Tomás la tuviera presente, disimuló perfectamente la dulzura que le provocaba.
—Uhm… No lo sé. ¿Cómo conociste con Tomás?—
Cuando Amelia quiso responder, una nueva voz interrumpió sus palabras, un extraño había entrado a la casa. —Tito, ¿Viste el tremendo compacto que está afuera? ¿Cuánto tiempo le das antes de qué le roben las ruedas?—Introduciéndose al comedor, Flavio hacía alarde del automóvil que había visto estacionado en la entrada, pronto su mirada cambió cuando notó la presencia femenina de esa desconocida. En una pose galante, haciendo una voz que seguramente le había hecho conquistar a más de una mujer desprevenida, el menor de los hermanos la saludó desde la distancia. —Disculpe, señorita, no me había percatado de su presencia. Yo soy Flavio Valencia, un gusto en conocerla—
Al notar esa actitud ya conocida en su hermano, Héctor se paró a su lado y ligeramente le dio un codazo imperceptible. Mostrando en su mirada una disimulada advertencia. —¿A qué no adivina quién es ella?—
—No, no lo sé, pero encantado la conoceré, señorita— Aún sin entender la indirecta que le era constantemente lanzada, Flavio prosiguió mostrando su encanto.
—Bueno, ella es Amelia… Ya sabes, ESA Amelia, la novia de Tomás— Reluciendo un brillo furtivo en sus ojos, Héctor intentaba que su hermano menor se controlase.
Este, al entender la identidad de la joven, rápidamente cambió de postura. —Oh… Por fin te conocemos, no te puedes imaginar la cantidad de veces que escuché nombrarte—
Riendo ante la evidente escena que había vivido, Amelia mencionó. —También soy la dueña del compacto de afuera. Por casualidad; ¿No conocen algún estacionamiento cerca? De verdad no quiero que me roben las ruedas—
Sintiéndose avergonzado por el comentario de su hermano, Héctor reaccionó. —Puedes meterlo en nuestro garaje, no hay problema. Ven, lo abriré para ti— Invitando a la joven a pararse, de manera educada Héctor espero a que ella saliera de la vivienda para así evitar que la integridad de su automóvil no sea violada.
Al encontrarse solo, Flavio se sentó a un costado de la mesada sintiéndose apenado por sus actitudes anteriores. Desde uno de los cuartos una puerta fue abierta, para luego sentir como una rápida ráfaga de viento salía despedida desde allí. Tomás había aparecido con una camisa almidonada y su cabello tontamente peinado, dejando a su paso una fuerte estela de perfume. Él, apresurado, habló. —¿Y Amelia? ¿Se marchó? ¿La viste?—
—No— Respondió Flavio de manera rápida. —Héctor la está ayudando a meter el auto en el garaje, ya volverá—
Sintiendo como su cuerpo se calmaba, Tomás respiró hondo, reconfortado. —Pensaba que se había ido. Bueno, ¿Qué opinas?—
—Parece una buena chica, bastante simpática—
Riendo, Tomás recordó cada una de las bromas a las cuales sus hermanos lo habían hecho mártir. —Ahora que corroboraste qué ella existe. ¿Te quedas callado? ¿Ya no soy la señorita? ¿Ya no debo conseguirme un buen marido? ¿Qué pasó? ¿Te comió la lengua el gato? Tengo la novia más bonita de todas y no estoy loco. ¡Vamos, dime algo!—
—Lo único que diré es que lamento haber intentado cortejar a tu novia—
—¿Qué intentaste qué?— Una expresión seria se dibujó en su rostro, Tomás rápidamente le dejó un suave golpe en el brazo. —Es igual, ella nunca estaría interesada por ti—
—¿Tan seguro estás de tu encanto, hermano? Mira que ella es muy joven y tú, bueno…  Ya te suenan las rodillas—
Sonriendo ante esa pregunta, Tomás respondió lo más sensato e incorrecto que se le pudo ocurrir en ese momento. —Tengo un gran encanto y mis rodillas no suenan en momentos inoportunos, quédate tranquilo—
Haciendo una leve mueca de asco fingida, Flavio respondió. —No hacía falta tanta información—
—¿Seguro? ¿No quieres tocar mi gran encanto, hermanito? Tranquilo, no muerde— Continuando con su broma, Tomás disfrutaba cada instante de su venganza.
—¿Qué quieres hacer que toque tu hermano, Tomás?—Retornando a la vivienda, Amelia había llegado en el momento preciso para escuchar tal desfachatez de los labios del hombre que amaba.
Mitigando la sonrisa que ahora sus labios lucían, Flavio intentaba no quebrarse en una violenta carcajada al ver la expresión desconfigurada de su hermano en todo su rostro. Sabiendo que debería actuar de manera rápida para escapar de los detalles de esa censurable charla, habló. —Él hablaba de su chelo. Siempre es bueno tener un poco de música a estas horas de la mañana—
Con la certeza de que Amelia no se tragaría tan infantil respuesta, Tomás ingenió una proposición vaga. Teniendo la excusa perfecta para iniciar una nueva conversación, pronunció. —Ven, Ami. Siéntate, ponte cómoda.— Intentó levantarse de su silla para cederle su lugar, pero la joven era más rápida, en un acto natural ella tomó lugar en su regazo. El olor de su cabello comenzó a infestar cada centímetro de su rostro con la fragancia a lirios de algún acondicionador costoso, mientras que la falda de su vestido se abría majestuosa sobre sus piernas. Intentó no pensar en aquello, en su estampa y como ella contaminaba su mente; También procuró no sentir sus roces, el peso de su cuerpo depositado en aquella zona púdica que ahora parecía renacer. Luchando contra sus impulsos y desafiando la naturaleza de su virilidad, Tomás levantó la vista del escote que ahora era fácilmente visible sólo para deleitarse con el rostro sorprendido de sus fraternos. No pudo negárselo a sí mismo, ahora sonreía con orgullo, la burla no debía ser pronunciada porque no hacía falta, él tenía el cielo encima suyo.
—Bueno, podría decirles millones de cosas, pero en éste preciso instante no se me ocurre nada— Levantando la taza que le pertenecía, Amelia hablaba con la naturalidad que la caracterizaba.
Algo sorprendido por la situación en la cual estaba inmerso, Héctor fue el primero en demandar información. Pidiéndole a la joven que iniciase su relato. —Creo que nos estabas por contar cómo conociste a nuestro hermano, Amelia—
—Oh, sí, perdón. A veces tengo la memoria muy dispersa— Bebiendo de su cuenco, Amelia entre sorbos hablaba. Tomás sintió una correntada eléctrica descender por su espalda, él sabía muy bien que su historia no podía ser contada con lujo de detalles. Pero supuso que Amelia también comprendería eso.
Dejando su infusión en la mesa, Amelia nuevamente empezó a hablar. —A Tomás lo conocí en un internado al cual mis padres me enviaron hace unos años. Allí el señor daba clases de música y bueno… Sus labores de aquellas épocas. Al principio solo compartíamos pocas palabras, pero una situación desafortunada con mi novio de ese entonces hizo que Tomás me tuviera bastante vigilada. Lo pillé varias veces fisgoneando más allá de lo debido, pero en cierta parte se negaba a sí mismo a sucumbir ante mis encantos. Al principio solo se contentaba con manosearnos en el cuarto del conserje, pero luego, una noche…—
Tomás no sabía a quién rezar para que en ese instante un rayo cayera encima suyo. Nunca creyó, ni en sus más oscuras pesadillas, que Amelia no censuraría su boca y que contaría su verdad sin pronunciar, aunque sea, una encubridora mentira. Con el fuego más calcinante inundando sus mejillas y una sudoración continúa bajando por su frente, intentó detener aquella declaración. —Luego nos enamoramos y aquí estamos—
—Tomás, no seas maleducado. ¿Dónde están tus modales? Deja que la señorita termine su relato— Aún sorprendido por las palabras de la joven, Flavio se mostraba entusiasmado ante la narrativa. Buscando la mirada de su fraterno sobrante, Flavio entendió que Héctor estaba igual de curioso que él ante las hazañas vividas por esa pareja.
—¿Dónde me quedé?—Cuestionó Amelia de manera inocente, como quien cuenta la historia de un sábado en el parque. Ella notaba perfectamente como el mundo giraba ante sus oraciones y eso, en parte, le gustaba.
—En lo que pasó una noche, Amelia— Disfrutando de sus palabras y de por fin tener una merecida charla entre adultos. Héctor respondió.
—Ah, sí— Tomás bajó la cabeza, sabía perfectamente lo que continuaba y el caos que Amelia desataría cuando su boca se abriera. Deseando que la tierra lo cubriera, escuchó las palabras sepulcrales de su amada. —Esa noche me escabullí en la iglesia, Tomás estaba solo. Luego de hablar un poco, ambos sucumbimos ante nuestros deseos. Ya saben, el encierro no es un buen condimento para una mente atormentada. Allí, en uno de los banquillos de la primera fila, empezó nuestra relación, luego el señor inventó unas supuestas clases de catecismo para estar más tiempo conmigo. Pasaron los años y aquí estoy— Sorbiendo un poco de su té, Amelia concluyó.
—Es… Es una interesante historia.— Sin saber que más decir, Héctor reveló sus pensamientos.
—Pero más interesante debe haber sido vivirla. ¿O no, Sámot?— Riendo ante el porte moribundo de su hermano, Flavio intentaba hacer que éste muriera en ese instante, pero Tomás se mostraba imperdurable con su rostro bajo.
Amelia tomó la caja que estaba en la mesa, aquella misma que había traído, para luego ofrecer su contenido. —Por favor, coman. Están frescos—
Cada uno de los hermanos tomó uno de los pastelillos que la joven ofrecía, aguardando un ligero silencio ingirieron el dulce. Una ligera risa brotó de Flavio, la misma que se empezó a contagiar por toda la mesa. La situación era cómica y la tensión poco a poco se disolvía entre comentarios espontáneos.
—Oye, Amelia. ¿Te gustaría ver fotos de Tomás cuando era pequeño?—
Con un ápice de malicia, Amelia respondió. —No sabía que ya existían las cámaras cuando tú eras niño— Bromeando en las piernas del hombre que ahora era el blanco de sus burlas, las carcajadas brotaron y pronto la situación comenzaba a sentirse con una estela familiar.
—Claro que existían— Mencionó Héctor poniéndose de pie. —Tiene una en donde sale acompañando a Cristóbal Colón en una de sus carabelas. De seguro te encantará—
… … …
La mañana había concluido con un manojo de emociones entreveradas. Como lo suponía, Amelia se adaptó fácilmente a la compañía de sus hermanos y podría jurar que ella hasta disfrutó de su estancia. Conoció a las gemelas y ellas con un poco de timidez la invitaron a su próximo cumpleaños y Zulema, esposa y compañera de vida de Héctor, le propuso compartir recetas de cocina. Amelia, en su nula experiencia culinaria, empezó a enumerar los teléfonos que conocía de cada casa de comida que realizasen envíos.
—Bueno, creo que ya es hora de que parta— Sin levantarse de las piernas del hombre atormentado que yacía debajo suyo, Amelia lanzó el comunicado al aire mientras que un susurro solo era destinado a su acompañante. —Quiero hablar contigo—
—Ahora mismo te abriré el garaje— Poniéndose de pie, Héctor esperó a que la joven lo acompañara. —Fue un placer conocerte, Amelia. Espero verte más seguido en esta casa—
—Claro que lo haré, son personas amenas. Hoy en día el buen humor es un regalo del cielo—
—Oye… Amelia— Flavio había inquirido, haciendo que su voz temblante le resultase levemente conocida. —¿Te molestaría sí veo el motor de tu auto? Es que es un coche maravilloso—
Amelia rio ante tan inocente propuesta, sacando la llave del interior de su sostén, ella se la lanzó directamente a sus manos. —Claro, es más, te agradecería sí lo pudieras sacar. Realmente soy pésima en la marcha atrás. Date una vuelta sí quieres—
Entusiasmado, Flavio se levantó de un solo salto. —¿Escucharon eso, niñas? ¿Quién quiere acompañarme a dar un corto paseo en el auto de la señorita?— Las gemelas allí presentes, Blanca y Alba, respondieron efusivas. Pronto los dos hermanos sin dotes musicales y las niñas salieron de la vivienda con gran alegría.
Sabiendo que debería despedirse de la mujer de su ahora cuñado, la cual se encontraba arreglando sus plantas en el jardín que ella misma le había presentado, Amelia se puso de pie e intentó realizar unos cortos pasos, pero una mano aferrada a su muñeca la detuvo.
—¿Qué sucede?—
—Vuelve aquí— Tocando una de sus piernas, donde antes ella había reposado, la invitó nuevamente a sentarse. Ella así lo hizo, haciendo que el calor de sus muslos traspasase la tela del vestido y llenaran por completo la piel ajena. Tomás no pudo negarse a sí mismo lanzar un pequeño suspiro, después de todo, ese ligero contacto bastaría para contener sus necesidades. —¿Qué querías decirme, Ami?—
—Ah… Yo, yo ya no estoy en casa de papá. Volví a mi departamento… Quería preguntarte, sí, no sé: ¿Te gustaría pasar el día conmigo y ayudarme con algunas cajas? De paso me dices sí te gusta el lugar…—
—Espera…— Sonriendo ante la propuesta que se leía entre líneas, Tomás se sentía amparado por el cálido amor que solo ella podía brindarle. —¿Quieres qué me fije sí el lugar me gusta para luego mudarme contigo?—
—Sí, idiota. ¿Feliz?— Cohibida al sentirse expuesta, Amelia se levantó. —Además te ayudaría con ese pequeño asunto que casi me apuñala el culo durante toda la mañana—
La gracia brotaba y con ella la esperanza surgía, no podía negar sus instintos, pero tampoco su necesidad era algo primordial a la hora de puntualizar. Sonriente, resaltando concretad en sus palabras, Tomás habló. —Oye… Sé que a veces nos dejamos llevar, más en ese sentido. Pero no quiero presionarte a hacer algo que realmente podría lastimarte. Estás mucho mejor a comparación de cuando estabas en la clínica, pero aún falta bastante para recuperarte, Ami.—
—Tomy, no creo que lo entiendas… Yo también tengo necesidades, pero sí no quieres no puedo obligarte— Poniéndose de pie nuevamente, Amelia recordó el pasado. —Bueno, puedo obligarte, sí. Pero ya no tendría el mismo sabor que antes. Seguramente ya no me consideras linda, debe ser eso— Riendo ante su ultimo comentario, Amelia sacudió las migas que reposaban aún entre los pliegues de su vestido para luego caminar. —Iré a despedirme de Zulema—
—Yo prepararé una muda de ropa para llevar—Entusiasmado ante el nuevo mundo que se abría delante suyo, Tomás supo que no debía responder ante tan desfachatada mentira que ella pronunciaba. La realidad avanzaba ante la dulzura y la verdad era tan avasallante como un grito de rebeldía.
Dándose una última sonrisa nociva, ambos se desviaron dentro de la misma vivienda. Pronto sus objetivos fueron cumplidos, Zulema la invitó a nuevamente visitarla, mientras que Tomás ensamblaba en un pequeño morral una sencilla muda de ropa que consistía en una camiseta, un pantaloncillo, su cepillo de dientes y un juego doble de calzoncillos.
Confidentes, salieron del hogar. A fuera ya su auto aguardaba siendo constantemente acelerado por uno de los hermanos mientras que las niñas reían por alguna humorada que este realizaba.
Héctor, al percatarse que su hermano cargaba consigo un ligero equipaje, sonrió ante la obviedad. —¿Tú también te vas?—
—Sí— Respondió Tomás. —Amelia se está mudando y quiero ayudarle a desempacar—
—Claro… A desempacar, no sabía que los jóvenes le decían así— Con complicidad Héctor seguía hablando, pronto Flavio los acompañó, dejando el automotor tranquilo por un momento. —¡Oye, Amelia!—
—¿Sí?—
—¿Podrías pedirle a Tomás que se apure con la reparación del cuarto? Realmente hace muy lento su trabajo y estoy cansado de que siempre haya cemento en toda la casa— Riendo en compañía de su hermano menor, Héctor cuestionó.
—Qué raro…— Respondió Amelia. —Sí hay algo que caracteriza a Tomás es su velocidad—
La carcajada mal intencionada fue escuchada por toda la calle, no hacía faltar tener mucha imaginación para comprender tan sutil junta de palabras digna de un salón. Solo la testosterona podía entender con prisa tan conclusiva afirmación.
Acercándose a las pequeñas, Amelia se despidió de cada una de ellas, con la promesa de un retorno en su boca seguida por un cuestionamiento. —Díganme, muñecas. ¿Qué les gustaría que les regale para su cumpleaños?—
Alba y Blanca se miraron unos momentos, susurrando entre ellas, quedando de acuerdo en una respuesta para tan grande propuesta. —Un poni—
—Muy bien, no necesito saber más— Con una sonrisa adornando su cara, Amelia subió al auto, esperando a que su acompañante imitara su accionar.
Pronto Tomás de despidió ligeramente de sus fraternos, susurrando palabras inentendibles para la piloto del automotor, para luego besar a sus sobrinas y ascender al coche, sentándose a su lado. La bocina resonó en señal de su partida, las ruedas giraron en su eje y así el camino empezó a circular debajo suyo.
—Ami, dime que no les comprarás un poni—
Atenta al camino, Amelia respondió. —¿Por qué no?—
—Bueno, la casa es pequeña y Zulema moriría sí ve a un pequeño caballo destrozar sus plantas—
—Pero ya se los prometí— Doblando en cruce, Amelia continuaba con sus ojos apuntando a la nueva calle que ahora transitaban. —¿Qué debo hacer?—
—Podrías regalarles un peluche de un poni, así no faltarías a tu promesa y le ahorrarías a mi hermano un problema cuadrúpedo—
—A veces tienes respuestas muy inteligentes. ¿Lo sabías?— Soltando una mano del volante, Amelia tanteó el asiento trasero del vehículo, agarrando su bolso y pasándoselo a su acompañante. —Allí están los cigarrillos, saca uno—
Él no tardó en obedecerla, revolvió el contenido de la gigantesca cartera encontrando un universo inexplorado a su paso; Anteojos de sol, cremas, maquillajes y cosas que realmente no sabían que propósito tenían se cruzaron en su camino, al final de todo, la etiqueta negra del tabaco resaltó, albergando en su interior un metálico mechero. Lo llevó a su boca y con ayuda de la sintética llama formo una braza en el mismo, dándole una profunda calada dejó que el humo bañara sus sentidos. La magia de la neblina había sido perdida, allí ya no había satisfacción ni mucho menos un recuerdo, solo un ligero mareo que ahora lo atacaba. Con los ojos cerrados a causa de la mala sensación, le pasó el cigarro y pronunció. —Tómalo, yo no quiero—
—Se nota que no habías fumado en mucho tiempo, eso pasa cuanto te desacostumbras— Abriendo la ventanilla de su lado, pulsando un botón, Amelia tomó el cigarro y fumando del mismo habló con él entre sus labios. —No me dijiste nada del auto—
—Es muy lindo, algo pequeño, pero lindo. ¿Es de tu padre?— Notando que no se había percatado del nuevo vehículo, Tomás empezó a notar los detalles del elegante tablero. Acarició su revestimiento y también hizo descender el cristal de su ventana un poco, ahora el coche ya no tenía la fragancia del humo.
—Sí, hasta que el muy hijo de puta de Augusto me devuelva el mío papá me prestó este—
—¿Sabes algo de…?— Intentó buscar información, pero Tomás desistió en el preciso momento en que la oración salió de sus labios. —No, mejor no hablemos de él, hoy es un día sumamente bello. ¿Cómo te cayó mi familia?—
—Parecen ser personas buenas, de verdad te digo esto, no tengo problema en volver las veces que quieras— Volteando para verlo un instante, ella concluyó. —Sé que te interesa… Les quitaron la matricula a todos, será lo único que te diré—
La satisfacción no era escondida, algo de consuelo había hallado en sus palabras. La justicia de los humanos era lenta, pero sin duda alguna la de Dios era excesiva, tarde o temprano pagarían por sus fechorías.
—Pero fue raro…—
Saliendo de su regocijo, Tomás no entendió a lo que Amelia se refería. —¿Qué fue raro?—
—Escucharte llamarme delante de todos tu novia.—
—Sí eso eres, Ami—Sonriente ante la sinceridad de la mirada escondida por sombras matizadas que la joven relucía, supo que había dado en el punto exacto donde la ternura brotaba.
—Idiota…—
Aquella inusual muestra de cariño la conocía a la perfección, sin alargar su calvario, el tema fue rápidamente cambiado. —¿Queda muy lejos tu departamento?—
—Un poco, es en la zona sur. Pero no te preocupes, nos desviaremos en la carretera nueva. No pasa nadie por allí, pero hará más corto el camino. Estaba pensando que sería muy útil que aprendas a conducir.—
—No sería una mala idea, pero primero necesito conseguirme un coche—
—¿Este acaso no es de su gusto, señor?—
Sabiendo que aquello podría ser mal entendido, Tomás actuó rápido. Del bolsillo delantero de su bolso, luego de revolver un poco, sacó un modesto rosario de hilo trenzado que siempre cargaba como recuerdo de una misión a la que había asistido. Estirándose, lo colgó en el retrovisor, para luego sonreír. —Ahora sí es de mi gusto, señorita—
El tiempo pasó y con él la zona urbana había comenzado a desvanecerse. La radio sonaba y algunas viejas canciones eran cantadas por ambos mientras que a su costado solo la maleza seca se hallaba.
—Papá dice que sí es reelecto por aquí pondrá una piscina pública— 
—¿Tú crees que sea elegido de nuevo?—
—Con Gascolde en el otro lado, no lo creo. Ese tipo se apaña de su imagen para así ganar más seguidores. Sí todos supieran el semejante hijo de puta que es nadie en su sano juicio lo votaría—
Tomás resopló, aquello le parecía una realidad inaudita. —Concuerdo… Hizo un trabajo terrible en el obispado, no quiero imaginarme lo que hará con la provincia—
—Pero me alegro que sea así— Respondió Amelia de manera sorpresiva. —Juan ya necesita tomarse unas merecidas vacaciones, ya sabes, rearmar su vida. No digo que lo de mi madre lo afectó, pero todos necesitamos algo de compañía.— Mirándolo unos escasos momentos, Amelia murmuró. —No quiero que te tomes a mal esto, Tomy. Lo nuestro se lo diremos con tiempo, todo en su debido momento, tardará en procesarlo, pero lo entenderá—
—¿Y sí no lo entiende?—
—Bueno, se hará follar por toda Uganda, porque yo no pienso dejarte por un largo tiempo.—Riendo, Amelia aumento el volumen de la radio, una estridente canción sonaba en ella. —Adoro ese tema—
Pronto la observó sacudirse ligeramente al compás rítmico de la melodía, bailando en su asiento, ella sacudía su cabello y por instantes golpeaba el volante simulando una batería. La imagen era libre, esa era la mejor palabra para describirla, ella mostraba la mejor faceta de sí misma y no temía a despeinarse. Coreaba y, por momentos, gritaba la letra en un perfecto idioma extranjero que parecía dominar. Entre uno de sus tantos movimientos, pecó de indiscreto, notando más allá de lo debido. El vestido que llevaba puesto revelaba en movimientos una ligera porción de sus pechos que en cada vaivén realizaban una pequeña danza hipnotizante. Quiso reprenderse a sí mismo, pero aquello era arte, tanto para un museo como para quien la mirase.
—Oye; ¿Sabes qué me doy cuenta cuando me miran el escote?—
Sacando su mirada de los pechos de su acompañante y dirigiéndola al camino, Tomás rio levemente, en aquello ya no había nada de malo. —¿Debo disculparme?—
—No, para nada— De pronto, el auto frenó haciendo que las correas resonasen, la palanca del coche fue corrida, quedando estático en el camino.
Los cinturones de seguridad fueron desabrochados y acompañados por el estallido metálico de estos sonando, el ruido ensordecedor de un beso apasionado casi revienta los cristales. Ambos se desesperaron por degustarse mutuamente, jalando su cabello y bebiendo su saliva. Desde un costado de la carretera dos amantes exploraban sus sentidos recuperando el tiempo perdido.
Las sonrisas lanzadas entre sus labios y las miradas acarameladas no se hicieron esperar entre el torbellino de pasión que empezaba a levantar el polvo en los senderos circundantes. Ella mordió su boca y el solamente respondió como un ser carnal necesitado, aferrándose a su sabor y cortando las distancias a su lado. Las caricias masculinas cayeron en la piel rosada, tocó su cabello y descendió por sus hombros con una preocupante calma. Pronto algo de cordura retorno a su mente, esa clase de emociones no era las necesarias para una paciente en recuperación. —Discúlpame, me deje llevar—
Alejándose de él, Amelia anudó su cabello con la tira elástica que colgaba en su muñeca. Tomando aire y sonriendo en el proceso, una orden fue comandada. —Ve para tras—
Sin entender realmente sus intenciones, obedeció a sus palabras. Descendió del coche solo para volver a subir, esta vez en el asiento trasero. Correctamente sentado, notó como ella traspasaba los asientos y tomaba lugar a su lado. El beso continuó haciendo que el motivo del cambio de asiento sea obvio, su lengua lo exploraba y el correspondía gustoso tocando todo aquello que su respeto le permitiese. Una mano forajida empezó a desprender su camisa, mientras que los besos se transformaban en lamidas y los dolores ahora mutaban en cenizas. —Oh… Ya entendí— Animándose a alimentar la hoguera que ahora ambos encendían, bajó el bretel de vestido y besó con dulzura el pequeño hueco que había arriba de su clavícula.
Ella se subió encima suyo, demostrando una curiosa flexibilidad para las relaciones en cuatro ruedas, agradecido por ello, la exploración continuó hasta el abismo de sus deseos. Con el vestido renegado a una simple falda, contempló sus pechos como hacía mucho tiempo no los veía, desnudos y turgentes, listos para el disfrute. Hambriento por la soledad, como un niño desesperado, engulló uno de ellos haciendo succión con sus labios y acariciándolo con su lengua, ganándose así unos cuantos suspiros de ella.
—Tomy, recuéstate—
Intento nuevamente obedecerla, pero aquello lo puso en un predicamento. En el preciso instante en que su espalda tocó el asiento supo perfectamente que allí no entraría. —Ami… No quepo—
—Solo a mí se me ocurre follar contigo en un compacto… Espera, lo resolveré— Riendo ante la cómica escena de ver su amante con las rodillas casi presionando su pecho, ella estiró su mano y abrió una de las puertas. —Saca los pies—
Ahora con sus extremidades inferiores colgando fuera del auto, sentía una mayor comodidad, la que seguramente ayudaría próximamente a concretar un ansiado acto. —¿Estás segura de esto? ¿No te dolerá?—
—Tu tranquilo, créeme, ambos lo necesitamos—
Acariciando cada zona que sus manos quisieran, Amelia dedicó especial atención en estimularlo por encima de su pantalón. Una ligera fricción con su dedo en punta, subiendo y bajando, había sido suficiente para despertar todo aquello que aún se resistía a causa de una tambaleante moral.
Subiéndose arriba suyo nuevamente, sus piernas fueron acariciadas por dos gigantescas manos que trazaban en su piel un mapa imaginario que marcaba con una “X” el tesoro de un pronto orgasmo atrasado por el tiempo. El tacto continuó ascendiendo, mientras que ella abría el cierre de su pantalón y se maravillaba ante el encuentro de un viejo amigo, siempre duro para el saludo y rígido por su sola presencia. De repente las caricias llegaron hasta sus caderas, deteniéndose allí unos momentos.
—¿Por qué no me sorprende que no traigas pantaletas?—
—Bueno, creo que porque sabías desde el preciso momento en que te invité a venir conmigo que esto pasaría— Agachándose encima suyo, Amelia besó su pecho, para luego lamerlo obligándolo a cerrar los ojos y abrirlos cuando un mordisco cayó muy cerca de sus aureolas sensibles. Un quejido de placer salió despedido ante la marca de sus dientes, ella había unido las estrellas de sus cicatrices con el fulgor de su saliva.
Con el miembro de su pareja fuertemente sujeto entre sus manos en una continua oscilación, Amelia preguntó aún masturbándolo. —¿Qué quieres que te haga?—
Corriendo sus manos y acariciando el nacimiento de donde su espalda perdía el nombre, se animó a agarrar fuertemente su carne, demandando su conquista en aquella zona. —Lo que tú quieras—
Subiendo hasta su rostro y lamiendo su cuello, haciendo que cada vello se erizara, ella pronunció con una sonrisa. —Entonces no creo que te importe que vaya directamente al plato fuerte—
Bajó su mano y corrió su vestido, encaminando su miembro ya a un área conocida. Haciendo que cada tacto con su piel húmeda sea un suplicio, lentamente ella misma se introdujo su erección, haciendo que poco a poco esta se clavara en su carne, deslizándose con facilidad y apretando sus músculos más sensibles.
El gemido fue compartido, uno de ellos abrió los ojos como sí tuviera delante de ellos al mismísimo Jesucristo mientras que el otro los mantenía fuertemente cerrado, sabiendo que Sodoma estaba adelante y su vida dependía de ello.
Fijó las manos a su cadera y marcó un ritmo, como un metrónomo ella empezó a sacudirse con el entusiasmo propio del deseo. Sus caderas subían y bajaban, haciendo que la erección quedara bañada en sus fluidos y desapareciera constantemente engullida por su carne.
La presión era mucha y la soledad vivida desesperante, ambos comprendían que en ese preciso momento un poco de salvajismo erótico era concedido. Su cuerpo actuó sin permiso, Tomás no sabía que extraño demonio se había apoderado de su razonamiento, sus propias caderas también se movían elevándola continuamente en repetidas envestidas que hacían sacudir el auto y temblar el rosario recientemente colgado.
El aire se dibujó en niebla gracias a la atmosfera que ellos mismos habían creado. Las penetradas eran reciprocas y las cuchilladas sin filo eran placenteras al punto tal de no esconder sus gritos. En un momento, la emoción lo había consumido, haciendo que sus caderas se elevasen más allá de lo que era debido. Un ruido metálico sonó como un estallido, él, en su pasión, había hecho que Amelia diera con la cabeza en el techo del vehículo.
Asustado por ese golpe recién proporcionado, llevó su mano a la cabeza de la joven y empezó a sobar donde había sido el golpe. —Di… Discúlpame, no fue mi intención, yo… yo…—
—Sh…— Siseó ella como una serpiente pidiendo silencio. —Ya tendremos tiempo para eso en otro momento, luego me pondrás hielo—
Sacando el único pie libre que tenía en el suelo del auto, que había quedado atorado entre los asientos debido a sus tacones. Ella se colocó en una postura ya muy conocida, montada arriba suyo lo obligó a confrontarla atrayéndolo a su pecho. Pronto se vio envuelto entre sus piernas y quemándose por el calor que despedía su sexo. Ya aprendido en repetidas lecciones ese movimiento, se aferró con sus manos a sus asentaderas, apretándolas al punto que seguramente alguna marca quedaría. —Eso es trampa, Ami… Sabes que no aguanto mucho en esta pose—
—Tranquilo, se puede repetir las veces que quieres este platillo—
Comenzando a moverla, como sí se tratara de un cometa que quiería remontar al viento, los enviones necesarios fueron dados para que el paraíso se abriera y cerrara encima suyo. —¿Sí quiero hacerlo diez veces más?—
—Entonces lo haremos diez veces, pero eso sí, no te mueras encima de mí—
—No me moriré— Haciendo que el ritmo aumentara gracias a su propia fuerza, continuaba empujándola hacia su miembro, mientras que ella seguía firmemente enroscada con sus piernas a él. —Pero… ¿Qué pasaría sí me muero?—
—Entonces yo me moriría a tu lado, tonto—
Aquellas palabras fueron suficientes como para que su sentimentalismo bailara con la sexualidad acumulada. Recostando su cabeza entre sus pechos y sintiendo como ella entrelazada sus brazos alrededor de su cuello, los plácidos calambres de la conclusión empezaron a aparecer. —¿Puedo…?—
—Sí, córrete dentro mío, pero tu luego me acompañaras a alguna farmacia— Con su rostro rojo ante tantas sensaciones encontradas, las palabras eran pronunciadas, pero el hilo conector entre ellas se tensaba, haciendo que el mensaje salga entre gemidos.
—Ami… Yo te acompaño hasta al infierno mismo—
Con aquella ultima oración susurrada por su garganta despedazada. La electricidad bajó desde el beso enchufado a sus labios recorriendo cada centímetro de su piel y cada órgano que se cruzara en el camino donde ambos se unían. Sintió el bombeo inconsciente e interrumpible, disfrutó cada chorro y suspiró en cada gota. Dejando que su cuerpo muriera y se elevase al cielo en compañía de su ángel.
Ambos se relajaron y permanecieron un momento unidos. La respiración se tranquilizaba y el sudor goteaba, sin meditar palabras los dos sonrieron.
—Ahora sí, vamos a casa—

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Chicas, disculpen la demora.
¿Qué creen? Llegué a casa luego de haber cuidado la vivienda de mi madre y “Oh, sorpresa” No tenía internet.
Pené mucho tiempo, pero se me encendió el farol que tengo en la cabeza. Detesto a mis vecinos, al punto que no nos saludamos, así que el crimen no tendría una víctima inocente. Con los pocos datos que tenía me bajé una app y me colgué del wifi de la vieja mala onda del lado. ¡Gracias, hermosa vecina!

Esto está subido desde mi celular (Un ladrillo con pantalla) Así que sí notan algún error me lo dicen, intento ser pulcra en ésta obra.

De allí no tengo mucho que contarles, todo anda inusualmente tranquilo.

Aunque ya no me dicen que me quieren muy a menudo como antes. -.- Ya no me hacen videos, ni dibujos, ni me saludan. ¿Qué pasa, chicas? Creí que teníamos una relación seria. ¿Qué acaso hay otra escritora en sus vidas? *Llanto desgarrador*

Con esto les quiero pedir que no se olviden en dejarme su estrellita, por favor. Así juntas creamos un firmamento.

Las quiero mucho y espero que todas estén pasando por un buen momento.
Sí estás en una mala situación y no tienes con quien hablar recuerda que la iglesia de Santo Tomás (El grupo) Está abierta para ti, no estás sola, esta extraña te quiere.

Sin más nada que decir, las he extrañado.

Quien se siente hacker:

Quien se siente hacker:

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Por mi casa siempre pasa un camión que vende verduras y va gritando con un altoparlante lo que tiene… Va pasando cuatro veces por frente de mi casa y hasta juro que le voy a hacer un ritmo trap a la cancioncita que tiene.
Papa, pera, naranja, sandíaaaaa….
Ya se imaginarán mi cara.
¡Viva Perón!
 







Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora