28: "Nostalgia"

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Encendida a base de su propia furia, Amelia caminaba con potencia, haciendo que el sonido de sus tenis impactando con las viejas escalinatas de la iglesia tuviera la fuerza de un trueno. La cólera se mostraba en su cara, mientras que el infortunio de un amor herido se transparentaba en su mirada. Tomando velocidad, empezó a alejarse del templo y de su dueño corrupto, aún no podía comprender aquel cuestionamiento absurdo.

¿Quién demonios se cree? Él es el amante y aun así tiene el tupé de tenerle celos a mí prometido. Si al idiota de Augusto le funcionaran sus encantos, Tomás no tendría razón de ser en mi mundo. Idiota, idiota, idiota, idiota y mil veces idiota.

Con su mente atormentada por sus propios pensamientos, seguía caminando por las antiguas calles, varios saludos fueron lanzados al aire teniendo como respuesta la nada. Ni todos los caminos de la provincia entera podrían saciar la ira de sus pasos, emprendiendo su destino al único lugar donde sabía que podría hablar sin tapujos, continuó maldiciendo en cada pisada.

Dos metros de pura señorita sensible es ese estúpido. ¿Con qué derecho quiere ponerme clausulas? ¿Con qué moral? Si yo no soy la idiota que utiliza un ridículo alzacuellos gritando pureza a los vientos.

Cuando se enfrentó al local comercial, respiró hondo intentando que su mal humor no llenara por completo el aire del lugar. Quiso girar la perilla y abrirse paso por ella misma, desafortunadamente ésta estaba cerrada. Cansada de los contratiempos, empezó a contar mentalmente del uno al cien, haciendo que así su mal ánimo se sosegara. Con la mirada perdida en el cielo, clamando libertad entre las nubes y consuelo en un igual, golpeó el vidrio del portal.

Pronto la vio acercase, su amiga al percatarse de su llegada, notándola por el transparente cristal, apresurada le permitió el paso. Mónica estaba feliz, su rostro lo anunciaba con una gran sonrisa encendida a bases de carcajadas, Amelia supo en aquel momento que su situación solo empañaría la tierna mirada de su amiga. Fingiendo, llamó al silencio y con un gesto cómplice le devolvió su misma alegre expresión.

—Disculpa, Ami... Debí cerrar unos momentos—Mónica se mostraba entusiasmada, como hacía mucho tiempo no la había visto. —Sube, te tengo una sorpresa— Ascendiendo por las escaleras, Mónica sentenció.

—Espero que sea un hombre viudo, sin crisis de identidad ni autoestima baja. Un tipo normal, común y corriente—

Mónica volteó unos momentos desde el barandal, mirando a la heredera.— ¿Problemas en el paraíso? O mejor dicho, ¿Problemas en la iglesia?—

—No te das una idea, pero no quiero hablar de eso— Terminando su asunción, Amelia se detuvo. —¿Qué sorpresa tienes para mí?—

—Abre la puerta y míralo por ti misma—

Sintiendo aquello como una provocación, sonrió con la malicia propia de una princesa Valaca, solo para lentamente abrir el portal. Al hacerlo, sus ojos se iluminaron en una sagaz centella, nuevamente su adolescencia revivía ante la presencia de lo que ella alguna vez amó. El grupo corrupto de puras samaritanas la miraba con la astucia de un águila contemplando al ratón.

—Miren lo que trajo el diablo— Pronunció María poniéndose de pie y dejando el sándwich que con voracidad comía a un lado, caminando hasta ella ambas se fundieron en un abrazo. —Te extrañé, Ami. Dime ¿Qué has hecho de interesante?—

Soltándola lentamente, Amelia rio de manera inconsciente al recordar sus fechorías sagradas. —Eso es una historia demasiada larga para contar— Volteando a un costado para observar a la pequeña joven tímida que esperaba su turno para saludarla, negó. —Esa chica sonriente no puede ser Caro, no... Eso es imposible, mi Caro es una tonta que casi jamás sonríe—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora