40: "Caín"

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Mirándose la una a la otra, podían sentir como el miedo trepaba por sus piernas hasta ascender a su pecho, anidando entre sus pulmones y quitándole todo el oxígeno existente. El frío helado del temor ahora carcomía su mente, haciendo que cada una olvidara sus males y se enfocara en aquella desgracia que ahora acontecía.

—Chicas... ¿Siguen ahí?— Desde el altavoz de la bocina, la reconocible voz pronunciaba su incógnita mientras que el silencio seguía atosigando los dos lados del teléfono.

—A... Aquí estamos— Mónica fue quien pronuncio aquella afirmación, aún presa de su estupor observaba a su amiga, quien, con su niño en brazos, parecía igual de perturbada que ella.

—Las pedí juntas por esto— María continuó lanzado sus palabras sintéticamente filtradas por el aparato. —Necesitamos estar unidas para ella... No tiene a nadie, está sola con Caro... Quiero que vengan y la hagan sentir acompañada—

Apretando a el niño aún más a su pecho, Amelia buscaba que la presencia del infante sea un ancla que mantuviera a flote su cordura. Se adelantó lo suficiente para que su voz sea oída por la locutora. —Pero, por favor explícame. ¿Qué pasó?—

Un suspiro se escuchó desde el parlante, acompañado por las calamitosas palabras pronunciadas. —Según lo que ella me dijo, intentaron robarle a Caro y ella la defendió... Eran tres, Ami. Tres hijos de puta que golpearon a una chica de sesenta kilos... Si ustedes llegan a venir, se los suplico, por favor... No hagan ningún comentario de su estado, las quebraduras y los hematomas se irán, pero el recuerdo no... De verdad las necesito—

Amelia desvió su mirada del teléfono a su amiga, ambas sabían lo que sus ojos querían transmitir, la respuesta ante esa duda ocular fue sencilla, no había titubeos. Mónica afirmó con un leve movimiento de cabeza, no había duda de su decisión. Amelia volvió a hablar. —¿Dónde está?—

—La derivaron al hospital central...—

—Entonces partiremos para ahí, te llamaré cuando estemos en la puerta así nos guías— Haciendo un planeamiento mental, Amelia se mostraba firme en sus palabras, ninguna de ellas podría mostrarse ajena a la situación.

La voz, ahora más serena, desde el teléfono volvió a sonar. —Moni, no lleves a Mateo. No lo dejaran entrar al hospital...—

Tomando la palabra, Mónica respondió. —No tengo con quien dejarlo, Mari—

—Ya nos encargaremos de eso nosotras, Moni...— Amelia mostraba un rostro que pocas veces tocaba la luz, la preocupación sumado a un halo de madurez teñía su mirada con un cálculo frio, casi milimétrico, de la situación.

—Entonces las espero. Y, chicas...—

—¿Sí?— La respuesta sonó al unísono por parte del dúo recién reconciliado.

María nuevamente habló desde la bocina. —Gracias...—

La llamada terminó y el silencio que había dejado tanta información ahora provocaba un surco en la garganta de cualquiera que la haya oído. Amelia solo caminó hasta el sillón principal y se sentó unos minutos, cerrando los ojos e intentando que los gorgojos del niño calmaran sus alterados pensamientos. Dejó caer su cabeza, esperando encontrar un poco de consuelo ante su ya perdida ignorancia hacia la situación.

—Ami...—

—¿Sí, Mónica?—

—Iré a preparar mi equipaje y el de Mateo... ¿Podrías...?—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora