64: "Santa Amelia"

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—¿En qué momento pasó tanto tiempo?— Apoyada contra el respaldar de la plástica silla, María refunfuñaba, el mundo a su alrededor rotaba en colores pastel y diversos llantos de infantes. Sin duda alguna ese control natal era la pesadilla más realista para quien no poseía el don de un deseo maternal. —Ya dejaste de ser Amelia para ser Ameba, eres un dulce y redondo caramelo.

—María, por favor…— Estirando su cabeza desde su lugar, Carolina obligó a la compostura a retornar. —Ella está subiendo lo adecuado, además, está en todo su derecho a comer lo que se le dé la regalada gana— Viendo como los números en el visor electrónico pasaban, la menor de ese grupo retornó a su pose cómoda.

—En dos meses bajarás todo lo que subiste, Ami… Tu tranquila— Natalia había tomado la palabra mientras que todas parecían perder la cordura por la espera. Tapando la cicatriz de su frente con un mechón de pelo, concluyó. —Eso no quita que sigas linda, hasta me atrevería a decir que mucho más que antes.

Riendo por cada comentario, Amelia permanecía quieta en su banca observando como el bebé frente suyo gimoteaba. En su cabeza había recuerdos de un niño intentando pronunciar su nombre que, a veces, la hundían en un letargo propio de la melancolía; Pero también había esperanza, buenos augurios y alegrías… Todo aquello recluso en su barriga. —¿Saben qué es lo mejor de estar embarazada?

—¿Qué?— Siendo la primera en cuestionar, María alzó la voz.

Con disimulo de que nadie ajeno a su hilera de sillas la viera, Amelia con cuidado estiró el cuello de su blusa, revelando el crecimiento notable que habían tenido sus senos. —Hasta parece que me las operé—Riendo por la expresión picara de una y por la indignación de otras, escondió su piel. —Con estas dos niñas podré dominar el mundo.

—Sácales provecho— Inquirió Natalia. —Luego de que nazca el bebé y empiece a mamar se irán.

—¿Qué piensas qué no les saca provecho? Seguro amamanta a ese niño de ochocientos meses todas las noches— María había hablado lo suficientemente alto como para ganar una mirada reprobatoria de parte de una de las madres anónimas que allí se encontraban.

Todas rieron, inclusive Carolina, que con tímidas campanadas acompañaba el dulce momento con algo de la alegría que habían considerado perdida al sentirse incompletas. Aguardando que el eco de ese chiste terminara, ella misma fue la que hizo una pregunta bastante necesaria. —Ami… ¿Por qué no vino Tomás?

—Bueno…— Pensativa, Amelia respondió. —Me dijo que tenía asuntos en el trabajo y se disculpó de mil maneras distintas. En parte me gusta— Con una sonrisa en sus labios, Amelia le dedicó una mirada a cada una de sus amigas. —Puedo estar más tiempo con ustedes y estoy segura que llorarán menos que él.

—“Es hermoso el milagro de la vida” “Dios bendiga a nuestro bastardo hereje que nace de la semilla del celibato y crece en un vientre blasfemo”— Con una grosera imitación del hombre que amaba, tanto en sus palabras refinadas como en su voz nasal, María nuevamente se mofaba.

Las risas otra vez volvieron, pero esta vez Amelia no rio. Su mente había divagado y quedado anclada a unas tierras muy lejanas, diferentes a las de esa clínica. El sanatorio, por más ostentoso que fuera carecía de algo de por más necesario; Aquella mano que a veces parecía gigante entrelazada con sus dedos, con su tacto firme pero delicado brindando un aura de protección. Los bebés lloraban mientras que en otro sector reían y en otra área babeaban, ni todo el estruendo de una tribuna de no bautizados podría haber hecho que olvidase aquella duda plantada.

Era la primera vez que él se ausentaba. Lo entendía, un control de rutina no era para nada alarmista o amenazante para ella, pero de igual manera el dolor de su vacío la carcomía mientras que la ausencia del padre de su hijo crecía. —Saben…—Intentando encontrar las palabras correctas, Amelia solamente soltó aquello que no podía obviar. —Gracias por estar conmigo.

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora