El repertorio del chelista: 2

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N/A: Los siguientes hechos se sitúan en el internado "Buen Pastor", por ende, haremos una inmersión en PP.

¡Agradecería mucho sus votos y comentarios! Es la única forma que tengo para saber sí les gusta esta pequeña tira.

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Sabiendo perfectamente el motivo de su nostalgia, Tomás miraba el lustrado suelo que yacía debajo de sus pies. En cierto modo, aquellos mosaicos tan cuidadosamente lustrados, le recordaban a su propia vida; Limpios, fácilmente olvidables y, sobre todo, aburridos... Así podría resumirse su existencia entera.

Tras años sin penas ni glorias, la idea de que algo fuera de lo natural atacase su rutina era casi una insensatez. Levantarse, asearse, rezar, trabajar, comer y dormir... Pero, como un rayo en medio de una olvidable pradera, apareció una centella marcando por siempre la tierra, dejando huella. Alejada por unos cuantos muros y enfundada en un uniforme que no ayudaba a disimular sus banalidades, el poder eléctrico de una ninfa hacía vibrar el suelo, ese mismo que ahora pisaba.

Ese día hace varias décadas había sido muy especial; Pequeñas tardes de meriendas almidonadas y risas a base de piedras a un rio siendo arrojadas. Quizás le estaba dando mucha importancia, pero, ese preciso día, solamente hacía que su soledad se marcara aún más. Un cumpleaños es a veces algo tan insignificante, quizás una candela esperando a ser apagada por la fuerza de un deseo o también algo de por demás preocupante, un claro designio divino de que su mortalidad estaba aún más cercana; Pero jamás olvidable.

Seguía allí, parado a un costado de la puerta de su despacho... Esperaba casi con la misma fe de un no creyente que de repente apareciera una monja para notificarle una llamada. Quizás un pariente lejano que sumergido en la ambrosía de un recuerdo trajo a su memoria su polvorienta figura. Quizás un hermano preso de la necesidad de noticias por el miembro más devoto de su familia o, mejor aún, una madre llorosa que clamaba miel en cada "Te quiero". Pero no, al igual que en los años pasados, nadie llamaría.

Suspiró de manera triste, por más que nadie lo oyera. Atravesó lentamente su iglesia despidiéndose de las figuras de yeso y cera para luego persignarse en un gesto ya cotidiano que poco a poco se volvía autónomo. Por más que ese día solo fuera una prueba más de su soledad, tenía labores que cumplir, el mundo no paraba de girar por unas cuantas lágrimas derramadas y un grito sofocado por una almohada. Debía continuar.

Falseando una sonrisa de por demás sobreactuada, recorrió los descascarados pasillos del internado intentando que algo de su tristeza se borrara en cada paso. Las alumnas fueron saludadas y algunos de sus cordones fueron amarrados, las más pequeñas de ese recinto infestaban con sus gritos de júbilo el lugar, la infancia se presentaba y con ella la añoranza era aún más profana... Extrañaba a su familia.

Pero; ¿Ellos lo extrañarían a él? ¿Su presencia casi invisible sería recordada? ¿Alguien sí quiera habría marcado en su calendario su cumpleaños? No... Nadie lo sabía, algunos por un simple descuido, otros restándole importancia y, la mayoría de las que habitaban bajo su mismo techo, por ignorancia.

Nunca lo había mencionado, ni siquiera en forma de secreto... Le habían enseñado luego de horas de rezos sincronizados que la atención era solamente una cualidad más de la vanidad. Su mente le prohibía gritarlo, por más que su corazón pidiera entre latidos a ser escuchado. Una boca sellada y un alma atormentada a veces era un beneficio más de usar ese negro hábito.

—Padre Tomás, disculpe que lo moleste— Mencionó una monja apresurada que, sacudiendo su rosario en cada paso, había llegado a su lado con varios papeles en su mano. —Necesito unas cuantas firmas suyas—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora