Ellos, ella & yo

Da felixvillacis1

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Esta es mi historia... je, je, sonó como un documental. Disculpen, ahora sí. La verdad es que nunca creí que... Altro

Solo fue el primer año
El día que Dany llegó
El segundo año seguro sería mejor
Johan y Tiago
El accidente
¿Un psicólogo?
La fiesta de Navidad
El golpe
Despacho y decepción
Nuevo año, todo nuevo
Angie, Sami y Daniel
El hombre de ojos cafés
Se busca
¿Nuevo perro?
¿Papá o mamá?
Como mierda
Tutoría
Segunda llamada
Malas noticias
Malas decisiones
Mifepristona y Misoprostol
Pegados a la pantalla
Halloween
Talento
Seguridad
Noviembre
Verdades
Ama y haz lo que quieras
¿Papá?
Una bomba
Batalla
22 de diciembre
Noche Buena
Diarios
Año nuevo
No, papá
El último mes
El festival
Culpable
El día que Dany se fue
Como arena
Guayaquil
SEGUNDA PARTE
Calor Infernal
Un año del asco
San Panchito
La China
Laura, la burra, la potra y la pony
Diego, José y Ángel
Cinco veces mi nombre
Preocupación
Malas noticias
Partida
Paul
Mi casa es tu casa
Sin dolor
Profesores
6.99
Halloween 2.0
Empanadas
No somos nada
La última hoja del árbol
2017
Ojalá todos pasemos
Paul
A la cuenta de tres
El día que Ella llegó
Una historia escrita con lágrimas
Perdón
Gracias
Un día más con dieciséis años
El último año
¿Qué se supone que voy a escribir?
¿Todo cambia?
¿Cómo hacerlo?
Felicitaciones
Ellos, ella & yo
¿Qué nos sucede?
Diego
Hasta que todo se calme
Guillermo, Keyla y el miedo
Hasta el tope
Salgo de una puerta y entro por otra
Salgo por una puerta y entro por otra
Secretos
Volunteers
Seguir o no
Se acaba el tiempo
Noviembre
Montalvo
El baile con la mejor persona del mundo
Si no hay perdón
Echeandía
No te esperaba

Problemáticos

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Da felixvillacis1

Así nos tachaban. Con una chica embarazada y un homosexual viviendo en mi casa, sumándole que mi madre y yo éramos colombianos, fuimos considerados como un grupo problemático, libertino y dañino a la imagen del colegio.

—Bien dicen que ser guapos no los convierte en buenas personas —comentó una profesora un día mientras caminábamos todos por el pasillo.

Fue el comentario más idiota que escuché en toda la semana, sobre todo viniendo de una, entre comillas, profesional.

Ángel fue el primero en ser llamado por el psicólogo para hablar con él. Resulta que sus padres fueron a hablar al colegio a la semana siguiente a reclamar el por qué dejaban que los estudiantes anden por ahí saliendo entre chicos. Cuando se enteraron de que estaba viviendo en mi casa, armaron un escándalo porque Cristina también estaba con nosotros. El día que mi madre fue a hablar al colegio, aclaró que esta última había sido echada de su casa y Ángel llegó porque ya no se sentía bien en la suya y su misma madre le dio la opción para marcharse.

No saben cuántas veces estos dos le pidieron perdón a mi madre por el infierno que nos estaban haciendo pasar en una semana. Mi madre se convirtió en representante de ambos y los padres no tuvieron ningún inconveniente en dejarle serlo. Debieron ver el rostro de estos cuando vieron a sus padres, indiferentes.

Josuet también empezó a ir a reuniones con el psicólogo, pero de él nunca supe mucho. Lo que Cristina me decía era que él haría lo posible por conseguir un trabajo, apenas se graduara de colegio. ¿Era idiota? Faltaba más de un año para que nos graduáramos y seamos mayores de edad. Paúl necesitaba estabilidad pronto. Cristina dejaría de ir al colegio debido a su embarazo, pero gracias a una orden del vicerrector, ella no tendría que dar exámenes, en vez de eso, hacer muchos deberes. Era bueno porque ella a veces estaba muy cansada y tenía que reposar. Su barriga estaba muy crecida y parecía que ya iba a dar a luz, pero no. Según su médico, a finales de febrero sería el tiempo programado para que Paul naciera, mientras tanto, ella debía seguir una dieta y tomar las vitaminas necesarias.

En el curso los comentarios no se hicieron esperar.

"El trío bisexual"

"American Pie versión Guayaquil"

"Guayaquil Shore"

Un poco de mierdas más, pero que me da hasta pereza escribir aquí. Muchos nos criticaban, de una manera terrible, sobre todo a Cristina. Una vez que caminábamos en el patio, escuchamos lo suficientemente fuerte y claro lo siguiente:

—Ya me voy a preñar a ver si me exoneran en los exámenes.

Estuvo muy fuera de lugar, pero Cristina lo escuchó y enseguida se sintió mal por ello.

—No les hagas caso, eso es todo —le dije, pero ella ni siquiera me escuchó.

—Este colegio es una completa mierda —dijo Ángel—. ¿Cómo pueden las mismas autoridades dejar que le hablen así a una chica embarazada?

Ninguno respondió a su pregunta porque en aquel momento se acercó a nosotros quien menos esperábamos.

—Trágame tierra y escúpeme en otro lugar —dijo Ángel al ver a Ariel acercarse.

Este estaba muy bien peinado, con aire de superioridad y luciendo más que bien su chompa de la promoción, Se detuvo en frente de nosotros, y estuvimos cerca de diez eternos segundos viéndonos las caras.

—¿Qué quieres? —preguntó Ángel, de una forma casi grosera.

—Hola, Ángel.

Este no respondió a aquello. Cristina y yo permanecimos en silencio.

—¿Crees que podamos hablar los dos solos?

—No, lo que sea que quieras decir, lo escucharán ellos dos.

Ariel asintió.

—Quiero disculparme, Ángel. Ya sé qué sucedió con tus padres y esto ha sido mi culpa. No sé qué decirte, de verdad, salvo que fui un idiota y que tienes toda la razón de estar molesto conmigo.

Ángel asintió.

—Pero no puedo olvidarte —continuó y en ese momento Ángel resopló—. No quiero que me odies, quiero ser tu amigo.

—Para —le interrumpió—. Ya te lo dije una vez, no quiero nada con nadie. Ahora, mucho menos contigo, así que déjame en paz. ¿Quieres sexo? Conmigo no lo vas a conseguir, punto. ¿Quieres a alguien guapo? Busca una aplicación, pon tu foto y te van a llover personas. A mí déjame en paz.

—No, Ángel.

—¿Cuál es tu problema? —preguntó Ángel, fastidiado.

—¿Cuál es el tuyo?

—¿Todavía preguntas? —replicó Ángel, furioso—. No te quiero cerca de mí, ya me has causado demasiados problemas.

—Perdóname, por favor.

—Yo no tengo que perdonarte, porque no te conozco.

—Sé que te he hecho daño, pero déjame compensártelo.

—Ah, ¿sí? ¿cómo? ¿Harás retroceder el tiempo y eliminarás mis conversaciones contigo? ¿Hablarás con mis padres para decirles que quien no dejaba de molestarme eras tú?

—Ángel...

—No me vas a devolver a mis padres ni su cariño hacia mí, así que grábate que no puedes solucionar nada. Lo mejor que puedes hacer es dejar de joder.

Ante aquella respuesta Ariel no pudo decir nada más, simplemente dio media vuelta y se fue.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí, pero no sé qué se cree que es. No puede venir así y ya a pedirme perdón. ¿Las personas siempre creemos que con solo decir perdón ya estamos listos para ser perdonados, o que obligamos a los demás a que nos perdonen?

—No lo sabemos, Ángel —respondió Cristina—. Solo debes estar tranquilo.

—No puedo estar tranquilo cuando mi familia no me quiere, cuando ahora soy indiferente para ellos. No puedo ni siquiera volver a la Iglesia, quisiera que todo esto ni hubiera sucedido. El beso, la fiesta... diablos, ¿por qué estás mierdas deben suceder ahora?

—La verdad es que solo tú tienes una respuesta para eso —le dije—. Tú siempre tienes una respuesta para todo y una solución. Recuerda que de todas las cosas buenas que has hecho no puede ser posible que tú pases momentos malos, no es ley de vida, así que ya verás cómo las cosas mejorarán.

No respondió a aquel comentario, solo asintió con la cabeza y seguimos caminando.

Fue aquel mismo día cuando me llamaron del departamento de psicología. Claro que yo ya esperaba esa reunión, porque estaban hablando con todos los miembros de, por decirlo así, mi grupo. Caminé algo nervioso hacia el departamento y cuando llegué la puerta estaba abierta. Asomé la cabeza y el psicólogo me hizo pasar de una forma muy amable.

—Hola, Darío, ¿cómo estás?

—Hola —respondí—. Creo que bien.

—¿Crees? —volvió a preguntar—. Toma asiento, por favor.

Le hice caso. Estaba nervioso, pero no sabía por qué. Quiero decir, yo tenía mis problemas, pero no tenía que ir al psicólogo, no al del colegio. Me propuse ser cortante con él y no dejar que su actitud me intimidara.

—Cuéntame, ¿te gusta este colegio?

—Da igual.

—¿Por qué da igual?

—Porque qué importa si me gusta.

—Bueno, como psicólogo a veces hago una clase de encuesta.

—Eso es genial.

Él me miró, un poco confundido por mi actitud.

—¿Te sientes bien? —me preguntó.

—No.

—¿Qué tienes?

—Problemas.

—No te hagas el chistoso, estoy aquí para ayudarte.

—¿De verdad? ¿Por qué las autoridades de este colegio se empeñan en decir que nos quieren ayudar, que se preocupan por nosotros, cuando son ustedes mismos quienes se encargan de hacer de nuestra estadía aquí un infierno?

—Debes calmarte.

—¿Por qué mientras usted está aquí hablándome como si tuviera problemas por tenderle mi mano a dos de mis amigos, no está en un salón explicando que todas las personas tenemos problemas?

—Darío, déjame hablar.

—Si está tan preocupado por mí y los demás a quienes ha llamado, vaya a los cursos y escuche la forma en que algunos profesores tratan a los estudiantes, escuche atentamente en los pasillos y el patio las cosas que se dicen de nosotros muchos alumnos. Porque ellos no están mal, sino nosotros.

Estaba furioso y triste a la vez diciendo esas cosas. No sé cómo explicarles esto aquí y ahora que lo estoy escribiendo, pero es frustrante que las personas piensen que sentadas en un escritorio y hablando de lo más normal van a solucionar los problemas que están afuera, donde se necesita la acción. Es como decir en las noticias que la policía tendrá una charla con los ladrones para que dejen de robar, pensando que así acabará la delincuencia.

—Mis compañeros y yo tenemos problemas, señor, sufrimos. Yo sé que todo el mundo sufre, pero el resto piensa que estamos para aguantar siempre sus comentarios estúpidos respecto a nuestra vida. Piensen en Cristina que no tiene a casi nadie, sin su familia. En casa le queremos, pero no es lo mismo. Piensen en Ángel, quien da todo de sí para los demás, pero quien tiene que pasar un infierno por algo que no fue su culpa.

—¿Qué hay de ti? —me preguntó.

—¿Perdón?

—¿Qué hay de ti?

—Tengo que lidiar con ellos —respondí. No sabía cómo explicarlo.

—¿Solo eso?

—¿Qué más puede ser?

—¿No extrañas Quito? De seguro tenías amigos allá, familia.

No respondí a aquello.

—¿Adónde quiere llegar con esas preguntas?

—A saber qué te tiene mal a ti.

—A mí, nada.

—No es cierto.

—Me mudé hace más de un año. No tiene sentido hablar de eso.

—Aunque no lo sepas, aquí sabemos muchas cosas. Sobre todo, si estás matriculado aquí.

—¿Y bien? ¿Qué sabe?

—Que tuviste muchos problemas en Quito y tu familia sufrió mucho.

—¿Y?

—¿Cómo te sientes respecto a eso?

—Estoy tratando de olvidarlo, pero sentarme aquí, casi dos años después de eso, no colabora.

—¿Tienes miedo?

Sentía mucho miedo, siempre.

—¿De qué?

—De que algo malo suceda.

Me miró un buen rato y no supe qué responder a eso. Mi madre no me había comentado nada respecto a si había tenido una conversación con él, así que estaba sorprendido. ¿Tenía miedo? Sí, mucho. Por alguna extraña razón, cada vez que salía temía toparme con aquel auto lujoso que tenía mi padre, peor aún, toparme con él. Ya estaba en la cárcel, pero eso no me hacía sentir seguro. Aunque fueran veces contadas, todavía soñaba con el festival y con los rostros de horror de todos. Me despertaba asustado y sudoroso, pero no sabía qué podía hacer. No quería preocupar a mi madre, porque ya tenía muchas cosas por las que preocuparse.

Miré al psicólogo y todavía esperaba una respuesta.

—Las cosas mejorarán —le dije—. No ahora, quizá no en mucho tiempo, pero lo harán.

—Es bueno que pienses en eso.

Asentí.

—Pero hay cosas que no podemos solucionar con el tiempo, tenemos que tratarlo.

—Cuando necesite tratarlo, le avisaré.

—Espero que sí.

Me levanté porque di por finalizada aquella conversación.

—Gracias por preocuparse, señor.

—No tienes que agradecer.

—Sí, es cierto. Es su trabajo.

No respondió a aquello.

—Estaré bien, lo prometo.

—Eso espero.

Respiré profundamente y di media vuelta. Antes de llegar al pasillo me detuvo diciendo.

—Darío. Si sientes que algo anda mal, apóyate en tus amigos. Ellos, aunque no sepan cómo, pueden ayudarte.

Asentí y me fui. Lucía grande entre tantos estudiantes pequeños, pero eso no significaba más. Mi miedo a veces era más grande que yo.

¿Qué más me quedaba? Quizá lo malo ya estaba pasando y las cosas mejorarían, pero no lo sabía. Navidad y año nuevo estaban a la vuelta de la esquina y deseaba con todo mi ser que las cosas mejorasen.

De verdad que sí.


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