Atanea I: Heredera dorada

By PrincessGhia

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[Libro I Saga Atanea]. Mi vida habría sido como cualquier otra. Terminaría el colegio e iría a la universida... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII FINAL
Agradecimientos
Segundo Libro

XXV

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By PrincessGhia

Capítulo 25:
Por ella

La oscuridad era inmensa. Navegando en un eterno vacío. Quería gritar y moverme.

Me sentía más pesada, más cansada. No podía respirar profundo. No recordaba por qué estaba allí, tampoco recordaba quién era ni a dónde tenía que ir. No era nada. Era un átomo en el oscuro y solitario universo, sin destino y sin retorno.

De pronto, la pesadez me soltó y me elevé a lo que creí que era una superficie. Una luz cegadora me encandiló. De repente sí podía moverme. Escuché a alguien gritar. Me desplacé cada vez más arriba, hacia la luz, hacia la voz...

Claire... Claire, despierta..., reacciona...

Entonces el aire entró a mis pulmones de un golpe, como si hubiese estado ahogada en el mar durante horas. No estaba dentro del agua, sin embargo, estaba mojada y tenía mucho, mucho frío.

—¡Claire! ¡Vamos, despierta! —La voz era conocida, y percibí una mano en mi mejilla.

Sentí dolores punzantes en varias partes de mi cuerpo, pero no lograba localizar bien el dolor. Me dolía todo.

Al abrir los párpados me encontré con un cielo azul profundo encerrado en un par de iris.

—Eso, abre los ojos, Claire. Tenemos que movernos. —Finn habló ronco, con una mirada expectante.

Una de sus manos acunaba mi cara. Estaba tan frío como yo.

Abrí más los ojos y vi sus risos rubios cayendo mojados sobre la frente. Múltiples rasguños le decoraban el rostro, pero lo más notorio era una contusión en la frente, la cual expulsaba un líquido escarlata. Sangre.

Al ver su herida, reaccioné y me incorporé de golpe.

Los recuerdos llegaron como una inhalación.

Theo. El avión. Llegando a Atanea. Yo mirando expectante por la ventana. Finn a mi lado.

El golpe.

Lo miré frenética, tal como él me observaba.

—El avión fue atacado —explicó como si hubiese leído mi mente—. El piloto tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia, el avión apenas funcionaba. Te pegaste en la cabeza y quedaste inconsciente. —Hubo una oleada de preocupación en su rostro—. Te tuve que sacar en brazos. No reaccionabas, estaba tan preocupado, tan... —Dejó la frase sin terminar.

Me di vuelta inconscientemente, aún sentada en el suelo, sabiendo que el avión estaba justo detrás de mí. Percibía el olor a quemado.

El avión estaba más lejos de lo que creía. La imagen era como de película. La máquina estaba quebrada en dos. Pequeñas fuentes de humo surgían de diversos puntos. Había trozos de la nave esparcidos por todo el campo de visión. También había una silueta humana inmóvil en el suelo.

Estábamos en un pequeño claro, hacia un lado había una enorme colina rocosa y hacia el otro, comenzaba un espeso bosque. Los árboles del límite estaban chamuscados.

Del cielo caía una lluvia fuerte e incesante, lo que dejaba un olor a pino y hojas que se mezclaba con lo quemado. El cielo era gris, lo cual le quitaba color a todo. Todo era en tonos opacos y sin vida.

—Finn... —pronuncié por fin, y mi voz sonó irreconocible. Estaba ronca y afónica como si tuviera un resfriado. Me dolía la garganta al hablar—. ¿Dónde está Mike?

—Tranquila, está vivo.

Mi boca soltó una exhalación de alivio y una nube se formó frente a mí por el aire caliente que salía de mi garganta.

—Salió mejor parado que todos, casi no tiene rasguños. Está recorriendo el perímetro para saber hacia dónde es más fácil huir. —Su expresión se volvió más seria y cortante—. Debemos sacarte de aquí. Los lumbianos que estaban en el perímetro de Atanea fueron los que atacaron el avión, seguramente solo por cortar suministros. Se suponía que era una ruta segura. Pueden llegar en cualquier momento. Ven, párate, necesito revisarte ahora. —Finn se levantó extendiéndome su mano.

—Dónde... ¿Dónde está el resto?

La realidad aún me aturdía y tenía el rostro empapado por la lluvia. Me castañeaban los dientes por el frío. Tenía un bombardeo en mi cabeza mientras intentaba respirar hondo para que mis neuronas hicieran sinapsis y pudiera pensar.

—Se fueron hacia el sur, para despistar a los lumbianos —explicó, como si estuviera diciendo algo totalmente obvio—. Cuando se dieron cuenta de que te sacaba de la parte de carga... enloquecieron. Después de insultarnos por haber sido tan irresponsables de venir, no dudaron en ponerse en marcha para ayudar.

Finn miró hacia una silueta inmóvil a unos cuantos metros de nosotros.

—Ese herido fue el único que no sobrevivió, el piloto realmente se lució en aterrizar el avión.

—Pero Finn..., hay una persona muerta... —balbuceé.

El agua corría por mis mejillas. Estaba abrumada. El avión se había caído, había un muerto, los lumbianos estaban cerca, los demás se habían marchado para hacer de carnada y distraerlos. Por mí.

Agité mi cabeza.

—Es demasiado. Esto no puede ser real. —Negué con la cabeza—. Tanta destrucción, enemigos, guerra, muertes... —dije en un sollozo estrangulado, rodeándome las rodillas con los brazos.

—Claire, siempre hay muertes en la guerra, es inevitable −explicó firme, como si quisiera hacerme reaccionar—. Lo importante es recordar por qué luchamos.

Posó su mano en mi barbilla y la levantó de manera lenta. Luego agarró mis dos manos y me puso de pie de un tirón.

—¡Claire! —Una voz se aproximó. Era Mike—. Joder, por fin despertaste. Tenemos que irnos de aquí. —Mike llegó a mi lado, me dio un fugaz abrazo y luego me chequeó rápido con la mirada—. Estamos en lo alto de un valle y pude ver señales de humo a lo lejos. Deben ser campamentos lumbianos, no deben estar tan cerca. Iremos hacia el oeste. Atanea no está a más allá de treinta kilómetros.

—Parece que estás bien —concluyó Finn, luego de hacerme un chequeó físico al cual no había ni siquiera prestado atención. Me dolía todo. Y nada estaba bien—. Mike, unos rifles sobrevivieron, ve por ellos. Iremos por el interior del bosque.

—Toma, Claire, estás helada. Cámbiate. —Mike me extendió lo que parecía un enorme impermeable medio roto.

Me quité rápido la sudadera mojada que tenía encima y me puse el impermeable, lo cual me confortó. Aunque era extremadamente grande (el borde inferior me llegaba a las rodillas), hizo que dejara de temblar.

Con las manos en los bolsillos de chiporro, con múltiples dolores a lo largo de mi cuerpo, y junto a Mike y Finn que llevaban armas cargadas colgadas de sus hombros, nos interiorizamos al bosque.

Archibald Relish, Rey de Atanea

—¡Libérenlo ahora! —ordené a dos miembros del Consejo: Robben y O' Ryan.

Mi mano derecha, Arturo Jatar, estaba a unos metros, tenso y en silencio.

—He dicho que liberen a Theo Jatar en este preciso instante —impuse con la autoridad que me correspondía.

Mi rostro bullía, pero me mantuve firme. No me verían flanquear.

—Mi rey, el juicio de Theo Jatar no ha finalizado. Aún está bajo investigación por posible conspiración con el enemigo. —Robben dirigió una mirada fugaz hacia Arturo.

—Tú mismo sabes que lo dejaríamos fuera de combate solo por protocolo. Sabemos que no es un traidor. ¡Estamos en plena guerra! —exclamé, golpeando la mesa con mi mano. Los dos miembros del Consejo pestañearon con asombro—. ¡Es mi nieta! —El rey Tyrone me había informado hace un momento que ella iba escondida en el avión que acababa de ser atacado—. No me hagan repetirlo. Se dirigía hacia acá sin autorización, sin protección —aullé, sacando todo el poderío que había aprendido durante mi larga vida.

—Señor... —Intentó O' Ryan.

—Nada —impuse con dureza y Robben amplió los ojos—. Si el reino Lumba logra capturarla, será el fin —bramé, mostrándome incuestionable.

—Pero Jatar...

—Jatar es el más calificado para ir en su rescate. ¡Quiero al mejor!

—Si usted está seguro, es como procederemos —respondió O' Ryan, con una expresión comprensiva, a diferencia de Robben, que se mostraba notoriamente en desacuerdo.

—Procedan de inmediato. —Tuve que empujar un nudo de angustia que subía por mi vieja garganta—. Equipen a Jatar con lo que necesite. Que se lleve a los mejores guerreros. La princesa es prioridad. ¡Tráiganla!

Robben y O'Ryan asintieron, dando una pequeña reverencia y salieron disparados de la sala de congregación.

Al otro lado de las pesadas puertas, escuché sus órdenes a viva voz para cumplir con el cometido.

—Rey —comenzó a decir Arturo Jatar, que había permanecido en silencio hasta entonces—. Lo siento. Sigo investigando la causa del desmayo de Theo. Su madre... —Se detuvo al darse cuenta de que bajaba las escaleras de mi trono y alzaba una de mis palmas.

—Ahora no, Arturo —lo atajé—. Ambos sabemos que tu muchacho no es un traidor, sino que es nuestro mejor agente. Que traiga a Claire a salvo.

—No fallará, rey, eso se lo puedo jurar —respondió obediente, antes de desaparecer por las mismas puertas que los otros dos.

Necesitaba a Claire a salvo, no solo por el hecho de que traía la fuente más riesgosa de poder, sino porque era una Relish, era mi nieta. Mi responsabilidad.

Claire Moore Relish, princesa de Atanea

Llevábamos horas caminando, siempre en silencio. Mis pies me ardían, ya casi no tenía frío gracias al impermeable y al extenuante ejercicio físico que estaba realizando.

Caminábamos en fila. Mike iba adelante, atento y vigilando que nuestro camino estuviera fuera del peligro. Luego venía yo, con la ansiedad instalada en mi pecho ante cualquier ruido extraño. Por último, Finn, con el arma en sus manos, espiando hacia atrás y chequeando la distancia.

No dejaba de pensar en Theo. No habíamos podido llegar a su juicio. Eso me desesperaba.

Y había muerto alguien en la caída del avión.

Por otra parte, estaba segura de que el rey de Atanea sabía lo ocurrido con el avión y que yo iba a ahí. El rey Tyrone de seguro le había dicho después de saber del accidente.

Me preguntaba si estarían buscándonos. Si habían enviado a un grupo explorador o algo a rescatarnos. Me inquietaba pensar en cómo nos encontrarían. Allí, sumidos en un espeso bosque, era casi imposible. No podíamos hacer nada para atraer su atención, puesto que atraeríamos al enemigo también.

—Finn, movimiento a las nueve cincuenta —anunció Mike en un susurro, deteniéndose y provocando que me estampara de golpe en su espalda.

—Lo veo —Finn contestó rápido—, giro en cuarenta y cinco grados, paso veloz, sin hacer ruido. Ahora.

El corazón me palpitaba en la boca. No había visto nada de lo que ellos sí, pero el solo hecho de pensar que un grupo de lumbianos nos pudiera encontrar, y que Mike y Finn tuvieran que luchar a muerte contra ellos se convertía en la peor pesadilla.

Finn me tomó de la muñeca y me empujó a caminar más veloz. Su paso y su agarre me hacían caminar con más facilidad, más liviana.

Se escuchó un pequeño crujido a nuestras espaldas. Finn se giró en redondo hacia la fuente del ruido, pero al parecer no alcanzó a ver nada en el espeso bosque.

Ese ruido sí que lo había escuchado. Tenía miedo, pero no podía romperme ahí. Debía luchar y poner mi vida en ello.

—Corran —aulló Finn en un susurro frenético—. Están detrás de nosotros. Sube, Claire.

Finn me subió a su espalda de un tirón. Corrieron a una velocidad no posible para un humano. Parecíamos borrones en movimiento. Apreté mis brazos y me agarré fuerte a los hombros de Finn.

Sus pasos se convirtieron en pequeños saltos. Se desplazaban a toda velocidad por el bosque, evitando ágilmente cualquier tronco tirado o roca que hubiese en el camino.

Finn se movía conmigo en la espalda como si yo no existiera, como si llevase una pluma en la columna.

Debía mantener los ojos abiertos para anunciar cualquier peligro que pudiera captar.

Los pasos se escucharon justo detrás de nosotros, apresurados e incesantes, cada vez más cerca. Parecía ser un par de piernas.

Solo oía la respiración agitada de nosotros tres y los pasos crecientes de quién fuera el enemigo.

De golpe, los pasos dejaron de escucharse, pero Finn y Mike siguieron corriendo.

Con un leve alivio, levanté la cabeza para mirar a nuestro alrededor. Y fue gracias a eso que pude ver cuando Mike chocó con algo.

Se escucharon huesos colisionar. Un golpe duro y hueco, en el cual ambas partes salieron volando y cayeron hacia atrás.

No era un algo. Era un alguien.

Theo.

Mi corazón saltó en el pecho, pero ya no era de adrenalina ni de terror. Finn me bajó de su espalda lento y con cuidado.

—¡Mike! —gruñó al erguirse levemente—. ¿Ustedes escapaban? ¡Joder, quería matarlos! Pensé que eran lumbianos escapándose como cucarachas.

Oh, cielos.

—¡Theo! —exclamó Mike, ronco, aún desde el suelo, como si no creyera lo que estaba viendo—. Estás aquí.

—Obvio que estoy aquí, ¿quién más? —bufó, levantándose del suelo. Parecía aturdido—. Pausaron el juicio por lo que pasó con el avión. El rey ordenó... Me liberaron por... Vine por...

Sus ojos volaron, buscando, como si de repente recordara quién más estaba con Mike. Y al dar conmigo, su expresión cambió rotundamente. Había alivio y otras cosas que no pude descifrar.

Permanecí quieta, con la boca medio abierta. Mis piernas se sintieron flácidas al encontrarme con los ojos pardos que brillaban bajo su pelo castaño oscuro.

—Vine por ella —terminó de decir.

Sin cortar la conexión visual, eliminó el espacio entre nosotros en un par de zancadas. Le extendí los brazos, llena de ansias por sentirlo.

Él respondió de la misma manera, recibiendo mis brazos. Sus manos llegaron a mi cintura, rodeándome, y me elevó. En el aire, me apegó hacia sí en un abrazo protector. Sus manos me sujetaban fuerte.

Enterré mi nariz en su cuello para sentir su aroma irresistible y característico. Menta, naturaleza y algo más.

Quise llorar. Llorar de alivio y cansancio, llorar por todo lo que tuvimos que pasar para estar ahí, pero me tragué las lágrimas para que no se diera cuenta.

Por fin lo tenía conmigo.

Sabía que el peligro no había pasado, pero él era mi lugar seguro en aquel mundo.

—Tu olor..., lo extrañé —murmuro rasposo, dejando mis pies en el suelo sin separarme de él.

—Bah, no se nota.

—Hasta extrañé tu ironía —agregó, separándose lo justo para verme. Formó una media sonrisa.

—No tenía con quién pelear, ¿sabes? —repliqué con una carcajada.

Theo dejó ver sus perfectos dientes en una sonrisa completa. Las gotas de lluvia le goteaban desde el pelo.

—¿Estás bien? —preguntó más serio, recorriendo mi rostro y cuerpo con sus ojos. Arrugó el entrecejo al ver todos los rasguños que tenía.

Asentí. Claro que estaba bien. Me dolía todo, pero estaba con él.

—Sí, muy bien —confirmé.

Ya no me importaba el dolor ni la lluvia. Ahora todo era más soportable.

—Theo —interrumpió Finn, se veía incómodo—. Me alegro de que estés aquí, que te hayan liberado.

—Gracias —respondió, soltando sus brazos de mi espalda. Por un momento vi sinceridad en sus ojos, luego su expresión cambió. Elevó el mentón—. La verdad es que estaba muy cómodo descansando en la puta celda, pero como siempre, me mandaron a salvarlos.

Finn dejó ver una pincelada de sonrisa y le extendió la mano a Theo, en forma de saludo. Theo respondió el saludo apretando su mano fuerte y breve.

—Maldito idiota, me tenías preocupado. —Mike se acercó y le dio un fugaz abrazo con una palmada de espalda. Theo hizo lo mismo, solo que su palmada sonó bastante más fuerte.

—¿Preocupado tú? —resopló Theo, elevando las cejas. Su brazo aún rozaba con el mío—. ¿Cómo crees que me puse cuando me enteré de que la famosa princesa y mi mejor amigo venían viajando a escondidas en el avión que atacaron los lumbianos en la periferia de Atanea?

Tragué saliva.

—Bien, viniste con refuerzos, ¿no? —Mike intentó cambiar el tema.

Tenía refuerzos. Un grupo de buenos guerreros que pusieron a mi disposición, ya sabes. Pero las horas pasaban y aún no encontraba a Claire, así que... los mandé en parejas a revisar la zona. Vine yo solo en esta dirección, vi las huellas que dejaron estúpidamente atrás —declaró, cerrando levemente los párpados—. Yo no tenía una pareja ya que éramos impar. —Su pelo oscuro estaba desordenado, pero no todo enmarañado como el de Finn, Mike y el mío—. Teníamos radios para comunicarnos, pero persiguiéndolos en su brillante carrerita, la radio se cayó no sé dónde.

—Tú también nos confundiste con el enemigo —le acusé. Me dolía la cara tanto que sonreía.

—Entonces volvamos por el camino que veníamos para encontrar la radio, así llamas al grupo para que lleguemos de una maldita vez a Atanea —indicó Finn, poniéndose nuevamente en marcha.

—¡Brillante, príncipe! —bromeó Theo. Elevó una mano y detuvo a Finn—. Excepto por una cosa. —Finn elevó las cejas en su dirección, esperando la respuesta—. Cuando venía corriendo como un puto tigre veloz detrás de ustedes, vi huellas frescas de otros hummons. Y... —Apretó sus labios—. Apostaría dos de los grandes a que eran de lumbianos. —Sonrió falso—. Iremos al puesto de vigilancia donde está el helicóptero que me trajo hasta aquí. A menos —se giró para verme otra vez—, que la princesa quiera seguir sintiendo adrenalina echando una carrera por el bosque.

Le entrecerré los ojos en respuesta.

Finn calculó sus palabras y, luego de dar un corto suspiro exasperado, asintió. Volvió a tomar su rifle del suelo y le extendió a Mike el suyo. Theo recogió el rifle que había volado cuando chocó con Mike y se puso a mi derecha.

—Pongamos a salvo a Claire —concluyó Finn, pasando por mi lado, dándome una pequeña sonrisita, de esas que nunca dejaba ver. Su pelo brilló con los pocos rayos de luz que comenzaban a aparecer en el cielo y las heridas de su rostro se hicieron más notorias. Después, sus ojos cayeron en Theo, no estaba segura si él también lo miraba, pero la boca de Finn pasó de una sonrisa a una línea recta.

—¿Creen que la princesa no puede con tanta diversión? Yo la veo como para varias carreras más —bromeó Mike, dándome un pequeño empujón amistoso al pasar por mi lado.

—Creo que necesito unas vacaciones —repuse.

—Creo que necesita un poco de su guardián —concluyó Theo con tono seductor.

Me derretí.

«No seas una niña estúpida».

Comenzamos a adentrarnos otra vez en el bosque. Theo iba muy cerca, nuestra piel rozaba una y otra vez.

Elevé mi mentón y le sonreí. El extendió su brazo libre y me rodeó por un momento para besarme el pelo.

Ah, cielos. Me gustaba. Mucho.

—Mientras caminamos acechantes por el bosque —habló Theo a volumen bajo—, me van a explicar cómo es que llegaron a ese avión, estúpidamente, sin decirle a nadie, contra todas las reglas y seguridad de la princesa.

Mike aceleró el paso.

Finn me miró por el rabillo del ojo.

Suspiré.

«Aquí vamos otra vez».


Nota: ¡G R A C I A S otra vez por leer! Ustedes, los que siguen Atanea capítulo a capítulo, son los que me hacen feliz de poder compartir esta historia. Nuestro querido Theo, irónico y sobreprotector, está feliz de estar de vuelta con ustedes y les da un guiño a todas/os los que lo extrañaron.

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