—¿Con qué quieres comenzar? —consultó el doctor Ángelo— El primer alimento será de tu elección.
—No quiero hacer esto. —Movía mi cabeza, alejándome de ellos.
—Tienes que hacerlo, Sonnet. Tenemos que ganar el desfile macabro, tienes que hacerlo para ver a tu amiga. —Tricia insistió.
—Decide rápido. —El doctor vio el reloj en su muñeca—. Tengo que ir al hospital pronto.
—Proteína... —respondí.
—Proteína será. —Tricia caminó hacia la mesa.
El doctor sacó una carpeta negra muy ordenada de su maletín. La puso en la mesa.
—Aquí están todas las cantidades que necesita. No falles, Tricia. —Él la vio directo—. Es tu tarea.
—Está bien, doctor. —Ella confirmó, empezando a hacer mi alimento.
Abrió la hielera y sacó la bolsa de sangre. La abrió con un cuchillo y empezó a verter el denso líquido en la licuadora. El olor llenó el lugar.
—Mañana vendré a la misma hora. —El doctor se retiró con su maletín.
—Adiós, doctor Ángelo. —Tricia siguió preparando la sangre.
Luego de haber vertido la sangre, tomó el tarro de proteína y puso la cantidad del polvo necesaria, midiéndola con cucharadas. El sabor de proteína era de vainilla, de esas que olían tan fuerte que hacían que me doliera el estómago... y mezclado con sangre, el olor era tan asqueroso que me provocaba ganas de vomitar.
Lo sirvió todo en un vaso plástico grande. El color era medio cremoso y tenía burbujas. Lo acercó hacia mí, viendo hacia sus interiores.
—¿Quieres un sorbete? —preguntó.
—No lo sé... —Me daba asco la idea de ingerir el "alimento".
—A ver, prueba. —Tricia me acercó el vaso a la boca.
—Por favor —gemí disgustado.
—No seas así, Sonnet. —Tricia abrió sus ojos, retirando el vaso—. No me hagas hacer esto por las malas.
—¡Es imposible que tome eso! —exclamé—. ¡Por favor!
—No quiero que me lleves al límite, Sonnet. —Ella caminó en círculos—. ¿Qué puedo hacer para que te sientas más cómodo?
—No hay manera de que lo haga. Lo siento —negué con fuerza—. ¿Por qué quieren que tome esto? Eso no es un cambio físico que podrán ver los del desfile.
—No estás en posición de reclamar cosa alguna. —Tricia habló, seria—. No tienes por qué saber todo, tienes que cooperar y todos saldremos ganando. Si no quieres tomar esto... esperaré a que estés muriendo de hambre, y una vez que eso pase... ya no seré la misma.
—Está bien. —Respiré hondo—. Está bien...
Ella sonrió. Se acercó con el vaso. Sin pensarlo cerré los ojos y le di una probada a la mezcla. Sabía asquerosa.
—Espera... —Las ganas de vomitar incrementaron.
—¿Qué? —cuestionó levantando una ceja.
—No tan rápido, intenta de nuevo. —Aguanté las ganas.
Sentí el líquido entrar en mi boca. El olor a sangre llevaba mi garganta y mis fosas nasales. Se sentía muy extraño ingerir la sangre que una vez estuvo en el cuerpo de otra persona. ¿De dónde sacaban la sangre? ¿Acaso el doctor la traficaba, robándola del hospital? ¿Acaso mataban personas para esto? No pude más.
Vomité todo. Vomité el vaso y mi ropa. Salpiqué un poco a Tricia, quien retrocedió agresivamente y botó el vaso. El reguero en el suelo era enorme.
—¡¿Pero qué mierda hiciste?! —gritó furiosa. Yo seguía vomitando. Había trozos de la manzana que había comido flotando en el cremoso y pestilente líquido. No podía moverme. No podía escapar de la asquerosa escena.
—No puedo... —Me sentía asqueado por toda la situación.
—Mierda... —Ella se limpió la ropa—. Tienes que ayudarme a limpiar.
Se acercó y me soltó lo que me tenía cautivo.
—Tienes que bañarte primero. —Me jaló del brazo y me condujo hacia una de las puertas del pasillo. Era un baño con ducha.
Me empezó a desvestir. Estaba realmente cansado y débil, la falta de comer y el haber vomitado empezaban a pasar su factura. Volteé a ver al espejo. Estaba palidísimo. Me quitó la camisa.
—Yo puedo solo —aclaré.
—Está bien. Ahí tienes jabón y lo que necesites... te conseguiré ropa. —Ella salió del baño.
Me metí a la ducha. Todavía sentía el sabor a vómito y sangre en la boca. Me sentía sucio, muy sucio... me lavé todo el cuerpo. Tricia vino en unos minutos. Metió mi ropa en una bolsa de basura y la tiró.
—Mira. Tengo esta ropa. —Mostró mi nueva vestimenta. Eran unos jeans negros y una camisa negra con cuello de uve.
—Gracias —hablé—. En mi maletín traje más ropa.
—Sí, pero esto es solo por el momento. También tengo esta ropa interior que dejó Jael el otro día. Está limpia, la puedes usar. —Tricia dejó todo en la tapa del inodoro y salió.
Me vestí y caminé hacia la habitación blanca. Ella limpiaba con un trapeador.
—¿Qué esperas? —consultó molesta—. Ayúdame a limpiar la mierda que hiciste.
—Bien. —Tomé el trapeador y limpié el asqueroso líquido del suelo.
—Para el almuerzo es mejor que te propongas a comer bien. No puedes seguir así, tienes que superarlo. —Ella estaba disgustada.
—Muero de hambre, Tricia —dije—. Necesito algo sólido también.
—Ya hablamos sobre esto. —Ella habló más cortante de lo usual—. No empieces a exigir más de lo que tienes.
—Probaré con otro contenido para la sangre, entonces —comenté.
—Puedes ir a la sala. Tengo que hacer unas llamadas. —Tricia salió por la puerta roja—. Luego vengo.
Me dirigí hacia la sala, aún débil y asqueado. No podía creer que me quisieran alimentar con sangre. Me senté en el sillón negro. Me dormí rápidamente, hasta que Jael me despertó.
—Es hora de comer. —Me dio una bofetada—. Espero que no hagas un desastre a como hiciste con Tricia.
Me levanté y caminé a la habitación sólida. El estómago me sonaba del hambre.
—¿Qué quieres ahora? —consultó ajustándome a la silla.
—Aceite de oliva —hablé, pensando en que podía ser menos malo de esa manera.
—Buena elección. —Jael rio y caminó hacia la mesa metálica, para preparar el brebaje.
Activó la licuadora. Puso música rock en su celular, para, según él, darle ambiente al asunto.
—¿Dónde está Tricia? —pregunté junto al escándalo.
—Quién sabe. —Se encogió de hombros—. Pero hoy estaré a cargo aquí.
—Ya veo... —hablé.
—¿Listo? —preguntó vertiendo el contenido en el vaso.
—Sí —contesté nervioso. No sabía cómo iría a ser esta vez, pero tenía tanta hambre que estaba dispuesto a intentarlo.
—Aquí vamos. —Empezó a poner el vaso junto a mi boca y darme del líquido.
Sentía cómo entraba en mi organismo. Era frío... y a pesar de casi vomitar dos veces, logré empezar a tomarlo. Era un sabor metálico, que, aunque estuviera mal mezclado con el aceite por sus distintas densidades, era más resistible. Tomé el enorme vaso y mi estómago y cuerpo se sentían pesados. Era como si estuviera enfermo.
—Bien hecho. —Jael rio un poco más, sorprendido—. No pensé que lo hicieras. Había traído un balde y todo, por si acaso.
—Desátame. —Necesitaba salir de esa habitación.
—Está bien. —Él me desató y fuimos juntos a la sala. Él esperó un rato, sentado y viendo su celular.
El silencio fue algo duradero... diez minutos pasaron, y ni una palabra salió de la boca de los dos. De vez en cuando él me ojeaba, tal vez para saber si iba a reaccionar mal ante la sangre, y otras veces, tal vez para hacer un comentario... sin embargo no lo hizo.
Una alarma sonó en su celular. Se levantó y sacó un frasco de pastillas. De ahí sacó algunas y las tomó con un vaso de agua. Pude reconocer de qué se trataba. Él me volteó a ver. Sonrió, pero no mucho.
—Así son las cosas. —Guardó el frasco de pastillas.
—Me parece bien que te cuides, no es fácil —comenté... no sabía qué más decir.
—No es fácil, así es. —Él se sentó en el sillón de nuevo—. Pero bueno, aquí tengo una familia, y entre todos nos cuidamos. ¿Entiendes? Pero bueno, en resumen... fue una traición. Ha sido todo un proceso, esto de acostumbrarse a algo, el cómo te ve el mundo luego de todo.
—Lo siento mucho, Jael. —¿Qué más podría decirle? No teníamos nivel de confianza alguno.
—No lo sientas. —Él soltó una risa—. Ya que, a vivir se ha dicho—. Se levantó, recogiendo el maletín—. Me voy a vender algo, nos vemos en la cena.
—Nos vemos —concluí.
Me sentía algo enfermo... el estómago me dolía. Me puse a leer un rato, y me quedé dormido luego de haber estado viendo hacia el techo, pensando en la gran cantidad de problemas con los que estaba afrontando. Tantos problemas que no tenían nada que ver conmigo, de los que estaba aislado... problemas de los que no podría hacer nada al respecto. ¿Cómo estaría Serina sin mí? Esa era la pregunta que más me molestaba...
Los días y las noches pasarían a veces lento y a veces rápido... todo dependería del modelo, y de todo lo que tendría que aguantar.