Atanea I: Heredera dorada

By PrincessGhia

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[Libro I Saga Atanea]. Mi vida habría sido como cualquier otra. Terminaría el colegio e iría a la universida... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII FINAL
Agradecimientos
Segundo Libro

XXI

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By PrincessGhia

Capítulo 21:
Captura

Salté de un golpe hacia Theo, que estaba tirado de costado sobre el pasillo del avión. Mike, Finn y la enfermera se agacharon a mi lado.

—¿Qué diablos le pasó? ¿Se desmayó? ¿Lo envenenaron? —pregunté frenética mirando de par en par de Mike hacia Finn y viceversa.

No podía creer que Theo estuviera tirado en el suelo, inconsciente e indefenso. La imagen me aterrorizaba.

La enfermera le tomó el pulso y revisó sus signos vitales con una extraña maquinita que había sacado de un maletín.

—Sus signos están estables y fuertes —anunció la enfermera. Solté un suspiro de alivio.

—El ritual contra los lumbianos... ¿Le hizo efecto? —conjeturó Finn, juntando las cejas y mirando a Mike.

—No... No... No lo sé —respondió negando con la cabeza y con su rostro lleno de confusión. Paseaba su ojo sano color avellana con desconcierto de Theo hacia Finn.

—Piensa, Mike. Lo conoces desde siempre —le pedí.

—¿Su madre? ¿Abuelos? —preguntó Finn, ayudándolo a pensar.

—Su madre murió dándolo a luz —explicó Mike con tristeza—. Y por lo que sé, sus abuelos paternos eran de Atanea. De sus maternos ni él sabe.

—¿Entonces qué? —pregunté inquieta mientras sostenía la mano de Theo.

El asunto me estaba desesperando. Theo era demasiado Theo como para estar tirado en el suelo como un cachorro indefenso.

—Claire. —Finn puso su mano sobre mi hombro intentando darme tranquilidad—. Apenas lleguemos a Ava hablaremos con el embajador del Consejo de Atanea que se encuentra ahí y sabremos la razón. Solo está dormi...

—¿Que quieres hacer qué? —interrumpió Mike, con una seriedad que casi nunca se veía en él—. No. Si saben que Theo se desmayó justo para el sedante hacia los lumbianos, creerán que es uno de ellos —susurró—. Lo encerrarán mientras hacen una investigación. Imagínate el escándalo. —Alzó sus manos, exasperado—. "El guardián de la princesa tiene sangre lumbiana" —articuló con voz periodista—, sería el fin y le lloverían las críticas al rey Archibald por haberlo escogido como guardián.

La enfermera que controlaba los signos de Theo nos miraba ocasionalmente. Me pregunté cómo harían para que ella y los pilotos guardasen el secreto.

—Mike tiene razón —declaré, y Finn afirmó con la cabeza, convenciéndose—. No podemos contarle a nadie, pero —bajé la voz—, recuerden que hay tres personas más en este avión.

La enfermera levantó la vista con notable incomodidad.

—No se preocupen, esto no es asunto mío —se apresuró a decir—. Soy profesional y no iré por ahí contando cosas que no me incumben de un paciente —declaró—. Mi trabajo es sanar gente, no cuchichear. Bajaré de este avión y me iré al hospital sin decir nada. Mi lealtad está con la nieta del rey Archibald. No es necesario que me ordenen mantener esto en completa discreción —aclaró de manera firme y decidida.

No podía saber si lo que decía era verdad. Sonaba muy honesta, pero en medio de una guerra no puedes confiar en la palabra de un desconocido. Sin embargo, no teníamos otra opción que creer en la anciana. Se me revolvió el estómago al pensar que estábamos dejando algo tan delicado en la confianza que le teníamos a una desconocida.

Los tres nos giramos a mirar a los pilotos. Estaban detrás de una media pared, por lo que solo alcanzábamos a ver la mitad de uno. Ambos llevaban unos enormes audífonos puestos y conversaban entre sí a través de sus micrófonos.

—Quizás no se han dado cuenta del desmayo de Theo —repuso Mike, optimista.

—No podemos estar seguros —replicó Finn.

—Corrámoslo hacia detrás de un asiento para que no puedan verlo —sugerí en susurros. No quedaba más que pedirle al universo porque no se hubiesen percatado.

Finn y Mike movieron a Theo. La enfermera ayudó poniéndole una almohada bajo la cabeza. Me senté en el asiento cercano a él y la enfermera en una butaca al frente. Finn y Mike se sentaron en los primeros asientos para ver si lograban escuchar las conversaciones de los pilotos.

—Tranquila, princesa, deben quedar a lo más cinco minutos para que despierte —me animó la enfermera. Su cara se llenó de arrugas al elevar una sonrisa amable.

—Gracias... —balbuceé nerviosa.

—Mi hija tiene su edad, no me la imagino pasando por todo lo que ha tenido que pasar usted. —Apretó sus labios y continuó—. Alejándose de su familia, teniendo algo que no conoce en su cuerpo, y un ejército de locos de remate queriendo capturarla. —Negó con la cabeza y chasqueó con la lengua.

—Tengo a los mejores guardianes —repuse, formando una sonrisa. Gracias a ellos no estaba en una crisis de pánico constante al borde de un derrame cerebral por tanta impresión y estrés.

—Tienes solo un verdadero guardián, princesa —dijo un susurro ronco desde el suelo.

—¡Oh, cielos! —exclamé cuando Theo se levantó del piso de un solo salto.

Vaya. Era como un superhéroe.

—¿Qué mierda pasó? —inquirió, pasándose la mano por su desordenado pelo y mirando las botellas de agua tiradas en el pasillo. Su expresión iba de la confusión a la perplejidad.

Mike le contó, echando miradas a los pilotos para cerciorarse de que no estuvieran espiando. Theo lo escuchó de brazos cruzados, con un músculo de la mandíbula palpitando y el ceño fruncido. También le contó sobre la promesa de la enfermera de no decir nada.

—No puede ser real —masculló—. Es un error. No tengo ni una puta gota de esa jodida sangre en mi cuerpo, antes prefiero morir —espetó asqueado.

—Llegamos en diez minutos —anunció la piloto mujer por el alto parlante con voz neutral.

—Theo, nadie que no sea de tu absoluta confianza puede saberlo —dijo Finn—, pero envíale un mensaje a tu padre por el CodeMessage y cuéntale lo ocurrido. Quizás él tiene alguna idea de porqué la parálisis te afectó.

Finn estaba parado a mi lado y no mostraba ni una pizca de rencor hacia Theo. O era muy poco orgulloso o de verdad entendía el actuar de Theo, algo que yo no. Jamás podría justificar la violencia con algo tan estúpido. Excepto claro, cuando me atacó mi ex novio lumbiano, él se mereció toda la violencia del mundo... Igual que los violadores o los que maltratan animales.

Theo asintió hacia Finn y tecleó en su CodeMessage, tomando su consejo.

Finn se giró levemente y me echó una sutil ojeada.

—¿Estás bien? —me preguntó por lo bajo.

—Lo estaré cuando lleguemos a Ava y sepamos por qué la parálisis le afectó. —Miré hacia Theo una vez.

—Lo mismo digo —interrumpió Mike, que seguía nervioso. Luego me miró dedicándome una gran sonrisa y resopló, levantando las cejas—. Maldito Jatar, tenías que desmayarte —agregó con sorna—. Siempre queriendo ser un drama queen —se burló.

—Cállate, pedazo de idiota —balbuceó Theo en respuesta, mientras seguía escribiendo en su aparato.

—Por favor, tomen asiento y prepárense para aterrizar en el reino Ava —indicó la voz femenina otra vez.

Obedecimos en silencio y me asomé curiosa por la ventana. Podía ver verde, mucho verde y muchas plantaciones. Causales de agua por aquí y por allá.

—¿Ya cruzamos hacia el reino? —pregunté, entusiasmada por primera vez en el vuelo.

—Aún no —contestó Theo a mi lado, pasando su brazo por mis hombros—. Mira bien hacia abajo, en cualquier momento.

Mike iba sumido en sus pensamientos mirando hacia el techo. La enfermera llevaba sus manos juntas sobre su regazo.

—¿También es primera vez que vienes? —le pregunté a Finn. Miraba hacia abajo por la ventanilla con la misma curiosidad que yo.

Negó con la cabeza.

—Venía cuando era muy pequeño, con mi padre —respondió y una ráfaga de amargura cruzó por su rostro. Me moría de tristeza al pensar que, quizás durante toda su infancia, un pequeño niño de ojos azules tenía que soportar el maltrato psicológico de su padre.

—¿Tu madre fue buena contigo? —No pude evitar preguntárselo. Imaginarlo sufriendo de pequeño me estaba matando.

Finn me miró extrañado, luego miró al suelo y elevó una esquina de sus labios.

—Sí, lo fue. Es la mejor madre —declaró y volvió a mirar por la ventanilla, rompiendo el contacto visual para no conversar más. Pero con eso era suficiente para quedarme más tranquila.

—Eres tan compasiva cuando quieres, princesa —susurró Theo y giré la cabeza.

—Siempre soy compasiva —refuté.

Cuando volví a mirar por la ventanilla, ahí estaba. En un abrir y cerrar de ojos, apareció un poblado en la tierra. Eran pequeñas casas de piedra, o eso pude diferenciar, y mucho verde. Parecía un pueblo de cuento de hadas. Era magnífico, como un típico pueblecito de Irlanda, solo que, al igual que en Séltora, todo era distinto. Todo era más mágico.

En tres minutos ya habíamos aterrizado y las puertas del avión se abrieron.

Abajo, aguardaba una hilera de personas a la derecha. Llevaban túnicas blancas que les llegaban hasta los talones. La mayoría eran pelirrojos, anaranjados o rubios-anaranjados.

A la izquierda, nos esperaba un hombre alto y pelirrojo como los demás. Este llevaba un traje elegante color mostaza. De su bolsillo sobresalía un llamativo pañuelo blanco en el cual llevaba colgadas varias medallas.

Parado junto a él, se encontraba un hombre castaño, muy delgado y aún más alto, desentonaba totalmente con respecto a la fila de pelirrojos y al hombre que se encontraba a su lado. No tenía nada de pelirrojo ni rubio, además iba vestido de un traje azul con botones dorados y tenía cruzada una cinta dorada de la cual colgaba una reluciente vaina de espada.

Estábamos en un campo abierto, pero había una larga línea pavimentada sobre la cual había aterrizado el avión. Más allá veía unas construcciones de metal con más aviones en su interior. El lugar estaba rodeado por enormes colinas verdes llenas de plantaciones.

Theo se posicionó a mi lado, en lo alto de la escalera para descender del avión. Finn y Mike se posicionaron justo atrás nuestro, a la espera.

—Cuando quiera, su majestad —murmuró Theo, estirando un brazo hacia los escalones.

Suspiré y me puse en marcha. «Otra bienvenida, genial». Ojalá pudiera saltarme todas las bienvenidas y simplemente conocer cada extensión como una turista.

Apenas mi pie tocó el primer escalón, tres de los pelirrojos que estaban en la fila elevaron pequeños acordeones y una entusiasmada melodía de bienvenida nos embargó.

Fabuloso.

Percibí que Theo se divertía con mi cara.

La melodía me recordaba a algunas de las canciones irlandesas que había escuchado en la radio cuando niña. Eran preciosas, tenía que admitirlo.

Bajé escalón por escalón con máxima concentración, con miedo a caerme y lograr una entrada de circo. Cuando mi pie tocó el suelo, la ruidosa melodía estilo irlandés cesó.

—Bienvenida, princesa Claire, fuente de poder, princesa de Atanea, nieta del rey Archibald. —Cantó el hombre pelirrojo a mi izquierda como si fuera un poema−. Mi nombre es Keane, presidente de Ava. Sea bienvenida a la extensión nórdica.

Me sorprendí al escuchar la palabra "presidente". Había olvidado que la primera noche Theo me había contado que algunos reinos tenían reyes, otros presidentes y algunos tenían ambos. No sabía qué esperar de cada reino. Si el mundo que antes conocía era inmenso, ahora las zonas ocultas lo hacían aún más amplio. Tenía tanto por aprender y conocer, que no estaba segura si me alcanzaría la vida para ver todo.

El hombre me estrechó la mano a lo que le devolví el saludo. Apreté contenta su mano, feliz de ser la primera vez que no me saludaban con una ridícula reverencia. Pero la felicidad no duró mucho.

—Princesa, mi nombre es John, soy parte del Consejo de Atanea, embajador en Ava. Es un máximo honor conocerla al fin en persona. —El hombre desenvainó la espada, la posicionó en sus palmas con los brazos estirados frente a su pecho y bajó una rodilla. Realizó la reverencia como si su vida dependiera de eso.

—Gracias —solté rápido—. Mucho gusto, gracias por recibirnos —agregué torpemente, intentando estar a la altura de tanto protocolo.

—Princesa, ya le informaremos sobre los pasos a seguir mientras se encuentre en nuestro reino —habló Keane de nuevo—, pero ahora debe subir a una de las camionetas para llevarla a la fortaleza de Ava. Es peligroso que esté aquí a cielo abierto. No podemos arriesgarnos después del ataque en Séltora.

—Theo Jatar, guardián de la princesa —interrumpió Theo estirando la mano a modo de presentación.

—Bienvenido, guardián. —Keane le estrechó la mano rápidamente, después hizo lo mismo con Finn y Mike.

—Bienvenidos —saludó John, pero ni los miró.

El presidente Keane se volvió hacia mí otra vez, con una mirada expectante esperando a que me moviera.

—Yo me encargaré de los alicornios —interpuso Finn—, los seguiré volando.

El presidente Keane y John asintieron una vez sin decir nada y comenzaron a caminar hacia las camionetas, acompañados por dos de los pelirrojos de la hilera. Los pilotos habían descendido del avión sin que pudiera notarlo y caminaban junto a ellos.

Capté rabillo del ojo que Finn bajaba a los alicornios del avión ayudado por el personal.

Unos pocos metros antes de llegar a las camionetas, noté que ambos pilotos conversaban muy de cerca del presidente y John. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y miré rápidamente a Mike, y me respondió con una mirada llena de preocupación. Miramos a Theo, quien caminaba resuelto, aunque estaba viendo a los pilotos.

Inspiré profundamente cuando Keane y John se giraron, enfrentándonos. Nos detuvimos.

Oh, oh.

Los pilotos se acercaron a una de las camionetas, y antes de subirse, la mujer piloto nos dedicó una mirada de seriedad con algo más.

Mike hizo una especie de gruñido y mi cuerpo se tensó como una piedra.

Theo no mostraba ni la mínima pizca de preocupación, hasta parecía fastidiado.

—Theo Jatar —comenzó a decir John—, quedas detenido por orden oficial de un miembro del Consejo de Atanea para ser investigado por tu desmayo frente a la parálisis realizada contra los lumbianos. Estás destituido de tu posición como guardián de la princesa.

Theo se rio. Se rio.

—Pilotos bastardos de la gran mierda, ¡lo pagarán! —gritó Mike hacia la camioneta que pasaba a nuestro lado con los pilotos en su interior.

—De eso ni hablar —solté indignada hacia el presidente y John—. Es mi guardián, nadie se lo llevará hasta que pueda hablar con el rey Archibald —exigí con un leve desespero traicionándome en la voz.

—Con todo respeto, princesa, usted no tiene el poder para exigir aquello. Como miembro del Consejo, puedo ordenar la retención del acusado mientras se realiza la investigación.

—Estás haciendo el ridículo, no soy un puto traidor —le resopló Theo, con cara de asco—. Estoy de acuerdo en investigar por qué pasó eso, porque ni yo lo sé —gruñó—, pero por ahora debo seguir protegiendo a la princesa. El rey de Atanea me entregó la misión, así que te aconsejo que dejes la estupidez o esto acabará mal para uno de los dos y no será para mí —advirtió, apretando los dientes.

—Estará protegida en el reino Ava con sus otros dos guardianes. Luego le asignarán un nuevo guardián principal —declaró John sin ninguna gota de amabilidad.

—El rey Archibald no estará contento con esto —amenazó Mike.

—¡Silencio! —ordenó John con ojos cafés chispeantes—. Tú no tienes ningún derecho a opinar sobre este asunto, retrocede diez pasos y espera ahí.

—No le hables así —le siseé al tonto de John, porque ya me caía muy mal.

Mike lo miró desafiante por tres segundos antes de obedecer a regañadientes.

—Quiero comunicarme con mi abuelo —exigí otra vez, tomando la mano de Theo.

—Lo lamento, princesa, aquello no es posible de momento —contestó John, mirando nuestras manos unidas. Luego asintió en dirección a Keane.

Keane, en respuesta, hizo una extraña seña con sus manos hacia los pelirrojos con túnica que se encontraban atrás nuestro... Y comenzaron con la pesadilla.

Cinco de ellos se acercaron a Theo, elevando las manos a la altura del pecho. Sin tocarlo, hicieron que se pusiera de rodillas y lograron mantenerlo inmóvil. Su mano se separó de la mía y me sentí más vacía que nunca.

Antes de que Mike y yo pudiéramos lanzarnos sobre ellos, lo elevaron en el aire. Theo levitó con expresión enfurecida hacia las camionetas, intentando decir algo, pero no salía nada por su boca.

Lo introdujeron en uno de los vehículos, los pelirrojos se subieron junto a él y la camioneta se puso en marcha rápido hacia la dirección contraria de los pilotos, alejándose de mi vista.

—¡¿Qué harán con él?! —quise saber, furiosa.

—Será llevado a la prisión de Atanea mientras se realiza la investigación —informó John sin inmutarse.

Todo me dio vueltas. Theo estaría encarcelado y sería enjuiciado.

Escalofríos desagradables me recorrieron el cuerpo de arriba abajo. Comencé a sudar en frío. Mike se me acercó y me tomó el brazo. Su expresión era una mezcla de impotencia y furia, igual a lo que sentía yo.

No sé cuándo ni cómo me subí a una camioneta. Pero allí estaba, en el asiento trasero junto a Mike y John, el maldito, camino en dirección opuesta a la que se habían llevado a Theo.

De verdad quería poner un puño en la cara de John.

A pesar de estar con Mike, me sentí sola e indefensa.

—Lo siento, princesa —John intentó lamentarse—. Es mi deber hacer cumplir las leyes de Atanea. Si cabe la posibilidad de que uno de los agentes principales del rey tenga sangre lumbiana, debe ser retenido e investigado. Sobre todo si es el guardián de la princesa más importante en tiempos de guerra.

Era la princesa con la fuente de poder, era la nieta del rey de Atanea, el reino principal de todas las extensiones del mundo, y aun así, no había podido impedir que se lo llevaran.

Miré a Mike y pestañeó pesadamente con su ojo sin parche.

La impotencia creció todavía más en mí. Si bien no sabía cómo funcionaba la jerarquía en los reinos aún, me prometí a mí misma que revertiría la situación, recuperaría a Theo como sea. Theo cumpliría con lo que dijo, esto acabaría mal, pero para John.

Tenía que comunicarme con mi abuelo, o tenía que llegar a Atanea.

O ambos.


*Nota: GRACIAS por leer hasta acá, es algo tan, TAN importante para mi, ni se lo imaginan. Este giro en la historia me tiene nerviosa, ¿y a ustedes? ¡Quiero a Theo de vuelta!  LOS AMO.

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