Notas del Autor:
—¡Hola! Espero que estén disfrutando de la historia.
—A partir de este capítulo las cosas se van a empezar a poner bien... interesantes. Disfruten mucho.
Estamos frente a la puerta. Observo a los alrededores con cuidado, está oscuro... veo todo de una diferente perspectiva. Puedo mirar hacia la ventana de mi habitación. Gracias al ángulo de la luz de un poste de luz es fácil observar hacia los interiores de mi casa. No sabía esto.
Duke toca el timbre. Respiro profundo. ¿En serio estoy haciendo esto? Podría simplemente fingir un gran dolor de cabeza, podría pedirle a Serina que me llame llorando... todavía no es muy tarde.
Mi vecino abre la puerta. Tiene una expresión seria, seca. Sus ojos oscuros e indiferentes son los mismos que he visto desde lejos, pero de cerca llegan a ser un tanto intimidantes. Él se sorprende un poco al verme ahí.
—Buenas noches —dice.
—Hola tío, traje a mi amiga a ayudar también. ¿Está bien? —cuestiona Duke amablemente.
Mi vecino sonríe algo forzado.
—Claro. Adelante. —Él nos invita a pasar.
Entramos a su casa. Duke cierra la puerta detrás de mí. El lugar tiene una estructura parecida a la de mi hogar, justo después de la entrada hay un pasillo. La locación es un poco oscura, no me da buena vibra... siento que no pertenezco aquí, y me siento insegura.
—Así que... ¿en qué te podemos ayudar? —pregunta Duke.
Entramos a la cocina, es mucho más grande que la de mi casa. El piso está hecho de cuadros blancos y negros.
Hay una pequeña mesa blanca con cuatro sillas además de un mueble grande frente a la refrigeradora. La estufa está a la derecha. Todo es relativamente normal, pero está sucio. Huele un poco a humedad, no es muy agradable que digamos.
Más allá hay una puerta, igual que la de mi casa. Supongo que da al sótano. Me fijo en ella, miro cuidadosamente, perdiéndome en los detalles. Mi vecino interrumpe mis pensamientos con un golpe en seco en su tabla de picar, al parecer picaba una zanahoria para la cena.
—Lo que necesito es que me ayuden a transportar algunas cosas que tengo fuera de la casa, cerca de la cochera. Están algo pesadas... necesito meterlas al sótano, estoy por trabajar en algo importante. —Él sigue picando.
—Claro. ¿Vamos ya? —pregunta Duke, caminando hacia la cochera.
—Sí, vamos. —Gabriel deja de cocinar.
Veo la cocina, hay agua hirviendo casi desbordándose. Mi vecino está sudando. No sonríe, no me siento bienvenida. La ansiedad va en incremento...
Al caminar por la sala observo unos sillones viejos, algo descuidados. Empiezo a pensar, nunca lo he visto con alguna mujer, ni con hijos, ni con nadie. Es la primera vez que veo a un familiar, o siquiera algún contacto fuera de los otros vecinos.
Salimos por un ventanal de la sala hacia el jardín trasero, donde se encuentra lo que él quiere meter a la casa. Hay unas cajas de cartón con varios instrumentos. Hay barras de cobre, pinzas, y guantes que soportan altas temperaturas.
Aparte de todo, hay una caja más liviana, medio abierta. Me fijo rápidamente, sin tocarla. Dentro hay ropa o algo por el estilo... ¿acaso es un tipo de vestido? Es celeste... Toda esta combinación me parece muy extraña.
—¿En qué vas a trabajar? Se ve complejo —comenta Duke haciendo fuerzas, levantando una caja.
—Otra de mis esculturas. No eres el único artista en la familia —responde mi vecino cargando otra caja—. Todavía no empiezo, y será algo duro, pero gracias a ustedes lo haré esta noche.
Pasamos aproximadamente diez minutos moviendo todo. Él nos pide que lo vayamos dejando en la entrada del sótano.
—No hay problema en ayudarte a bajar todo, en serio —dice Duke.
—No. —Mi vecino interrumpe en seco—. No necesito ayuda, yo lo tomaré a partir de acá.
De repente escucho un golpe o algo parecido, proviniendo del sótano. Gabriel abre sus ojos. Camina hacia la alacena y enciende la licuadora.
—¿Y eso? —interroga Duke. Él también lo escuchó.
—¿Quieren tomar algo? —El señor pone fresas en la licuadora.
—Está bien. —Duke se sienta, me siento inquieta... mi corazón palpita rápidamente.
—Estas fresas son las mejores de la ciudad —asegura Gabriel—. Una gorda gota de sudor cae en el rojo líquido.
—Creo que ya es suficiente tío —avisa Duke—. Así estará bien, solo somos tres.
—Sí. —Él apaga la licuadora. Escucho otro golpe.
—¿Qué tienes ahí? —insiste Duke intrigado.
—Mi proyecto. Todavía no les puedo enseñar —dice caminando hacia mí—. Creo que es hora de que se vayan, no puedo esperar por empezar.
•—Empezar Música—•
Mi corazón se congela al escuchar un espeluznante grito proviniendo del sótano. Es el grito de una muchacha. Mis ojos se ponen llorosos, tengo los pies anclados al suelo. ¡No puedo reaccionar!
—¡¿Qué demonios?! —exclama Duke abriendo los ojos con igual sorpresa.
De inmediato la expresión de mi vecino cambia por completo, a la de un psicópata. Sus ojos penetrantes ven a Duke con una profunda indiferencia. Es más grande que nosotros, y su cuerpo está ligeramente encorvado.
—No tenían que saber de esto... —concluye, se lanza encima de Duke y lo empieza a golpear.
Mi primera reacción es ayudarle. Intento quitar al corpulento hombre de encima de Duke, pero Gabriel me golpea en la cara contundentemente. Caigo al suelo, siento sangre en la nariz, y la adrenalina está al máximo.
—¡Lyra! —grita Duke. Señala los cuchillos de la cocina.
Me levanto y tomo uno. Mi vecino está asfixiando a Duke, observo las venas del cuello y cara tornarse azules. Sus ojos están desorbitados, y su mordida agonizante es difícil de aguantar. Empujo al agresor con todas mis fuerzas, le pego una patada y le doy el cuchillo a Duke tan pronto como puedo.
Duke toma el cuchillo, y lo clava en el corazón de su tío sin pensarlo dos veces.
—¡Ah! —jadea intensamente, mientras lo clava una y otra vez. Su mirada se ha transformado, está lleno de sufrimiento, algunas lágrimas salen de sus ojos.
La sangre me salpica la cara y el cuerpo. ¿Qué estoy viendo? No lo puedo creer, no lo quiero creer. Caigo al suelo de la impresión... mis piernas no dan para más.
—¡¿Qué acabas de hacer?! —exclamo llorando.
Duke está en silencio por unos segundos. Se levanta, resbalándose con la sangre. Se levanta de nuevo. Los gritos en el sótano se siguen escuchando. La escena es realmente grotesca.
Los cuadros blancos y negros están siendo opacados progresivamente por los litros de sangre, los cuales avanzan lentamente. Mi vecino está muerto.
Me levanto, estoy temblando. No sé qué esté pasando por la mente de Duke, quien está quieto, observando el cadáver de su hasta ahora supuesto tío.
Me muevo lentamente, tomando mi celular y llamando a la policía. Duke toma mi mano.
—Espera. —No puedo correr, los nervios y vulnerabilidad no me dejan avanzar. ¡No puedo gritar! Las lágrimas no salen, mi voz es inútil.
Él toma mi celular, todavía no había presionado el botón de llamar.
—Suéltame, por favor. —Son las únicas palabras que salen de mi boca.
—¡No seas estúpida! —vocifera a centímetros de mi cara. Me siento diminuta, es impredecible, terrorífico, inestable.
No me suelta la mano, camina junto a mí y mete el celular a la licuadora. La enciende.
—No podemos llamar a la policía, Lyra... —se calma, baja la voz y me suelta la mano—. Acabas de ser cómplice en un asesinato. Mira, te doy las gracias por salvarme la vida. Si no me hubieras dado el cuchillo, él me hubiera asesinado, y luego a ti... pero lo hiciste, y ahora él está muerto.
Estoy muda. No tengo idea de cómo funcionan las leyes en cuanto a defensa propia, no sé hasta qué punto fui culpable, no sé qué diablos sucederá, ni cómo probaré que soy inocente, que él quería hacernos daño.
—Tenemos que ir a ver quién está ahí. —Él camina, esperando a que lo siga—. Vamos, Lyra.
Hay varios seguros en la puerta del sótano. Mi corazón late a mil por hora. Hemos dejado el cadáver de mi vecino atrás, y los gritos se han disminuido con el tiempo. ¿Acaso Quinn se encuentra ahí? ¿Tuve razón todo este tiempo?
Abrimos el sótano. Hay unas tétricas escaleras de madera que suenan con cada paso que damos. El sótano es mediano, hay luz... pero no mucha. Apenas puedo ver lo que hay a los alrededores. Duke va detrás de mí. Un olor a heces y orina me impacta la cara.
Levanto la mirada al escuchar los gemidos de una muchacha. Lo que veo me deja perpleja. ¡Es Quinn! Está atada a una silla con cuerdas, está en el suelo, como si hubiera intentado escapar. Tiene cinta en su boca, que se ha movido un poco, dejando que pueda gritar, mas no hablar.
—¡Quinn! —exclamo con fuerza—. Tranquila... ¡Ya estás a salvo!
Ella está llorando. Empieza a negar con todas sus fuerzas cuando ve detrás de mí. Un golpe en seco me deja inconsciente.
A pesar de las señales, del terror, de los intentos... no pude escapar a tiempo.