Convénceme ©

monsalve2509

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Antes llamada, ¡Contigo no! Gabriel Monserrate es un hombre reservado y frío, que está cansado de su monó... Еще

Epígrafe y dedicatoria
Prólogo
Capitulo uno
Capitulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Información
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
¡Nueva portada!
Capítulo veintisiete
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta

Capítulo veintiocho

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monsalve2509

Capítulo 28

La sien me palpita como si me fuera golpeado la cabeza en vez de la rodilla.

Mi diagnostico, una lesión de ligamentos cruzados, ¿qué es eso? Ni idea; la verdad no le presté atención al doctor, cuando explicaba, daba mi diagnóstico o cómo debería ser mi recuperación. El dolor me tenía poseída.

Me llevo las manos al abdomen y las entrelazo, viendo el techo. ¿Qué más puedo hacer? Cualquier mal movimiento me puede dejar discapacitada por meses.

Después de que el doctor terminó de tomar mis datos, me trasladaron en una camilla a la enfermería; un pequeño cubículo, tan minúsculo y pulcro que enferma, con olor a alcohol y medicamentos. Dios, no me mató el dolor, pero si lo hará esta asfixiante habitación.

Por el rabillo del ojo veo que la puerta es abierta y entra el ser del más allá, conocido por todos como Gabriel. Ladeo la cabeza para poder encontrarme con su mirada, que huye de mí agachando la cabeza.

Amo el poder que tengo en éste momento.

—¿Cómo sigue? —espeta clavando sus ojos por escasos segundos en mí—. ¿Puedo ahora? —Frunzo el ceño por un momento, hasta que caigo en cuenta a lo que se refiere.

—Bueno, teniendo en cuenta que no me puedo mover y que estoy casi sedada, es la mejor ocación y creo que única que tienes para hablar conmigo —respondo con voz lenta, intentando sonar sarcástica, fracaso total.

Él suspira, arrastra una silla y la posiciona a un lado de donde me encuentro, para luego sentarse y apoyar los codos en cada muslo.

—La única razón de que siguiera casado con ella es por mí hijo, Lucas...

—Tendrás que usar otra escusa. Eso de estar casado solo porque hay un hijo de por medio paso de moda hace unos cuantos años —interrumpo.

El árabe se relame los labios y se remueve inquieto.

—No es eso...

Suelto una débil carcajada que lo silencia de inmediato.

Es como si su carácter fuerte fuera huído al sur, a esconderse detrás de un sumiso y tímido Gabriel. O, tal vez, solo esta controlando su mal humor por mi estado.

—Bianca. Los abuelos de Lucas...

—Tus suegros —Vuelvo a intertimpir, pero esta vez una sombra de ira se asoma en sus ojos grises.

Ya esta volviendo el Gabriel que conozco.

—Déjeme dar mis argumentos y luego puede decir todo lo que le de gana —pide elevando la voz—. Disculpe —Se aprieta el puente de la nariz y respira profundo.

Sí, lo sé, puedo llegar a ser insoportable.

—Siempre es insoportable, Bianca —comenta. Mierda, lo dije en voz alta—. Los Le Barnett son una familia poderosa... —Hace una eterna pausa. ¿Será que no nota que esa pausa le quita credibilidad a su defensa?—. Cuando se enteraron de mi decisión, la de separarme de su hija, se pusieron histéricos y todo empeoró cuando se enteraron de la causa...

—¿Cuál es la causa Gabriel? —interpelo y trago saliva.

Tengo la boca y la garganta como un desierto, secas.

—Ella... Me fue infiel —Y allí esta, la vergüenza reflejada en su rostro. ¿Y cuándo ellos nos engañan a nosotras? Claro, ellos son machos pechos peludos y eso es un insulto a su orgullo de hombre.

—Pobre, como sí fueras sido un angelito... Lanza la primera piedra si estas libre de pecados, Monserrate —Arrastro las palabras; tengo la lengua dormida. ¿Es normal eso cuando un paciente fue sedado?

Él resopla, los huecos de su nariz se le expanden con cada respiración y sus ojos me ven con frialdad y molestia.

—¿Sabía que en mi cultura por una mujer responderle a un hombre, de esa forma, es duramente castigada? —comenta indignado.

¿Me debería asustar? ¿Sí? Pues no tuvo exito; suelto una carcajada burlona que parece el rebuzno de un burro.

—Primero: Esa es la cultura de tu padre... Es más, ni siquiera de tu padre, sino de tu abuelo. Segundo: Estoy segura que serias incapaz de lastimarme, ¿o sí? Tercero: ¿Castigo? Por dios, primero me dejo tatuar al pato Donald en mi trasero antes de permitir que una persona que no son mis padres me castigue —hablo con calma, aunque eso suene imposible de creer.

Solo cinco minutos, cinco minutos y me quedo dormida, estoy segura. ¡Condenados calmantes!

—Tiene razón. Jamás le lastimaría y así no fui criado. Pero créame que podría buscar otros modos de castigarle, sin hacerle daño alguno a su cuerpo o a su mente —dice en un tono insinuante, seductor.

Razono por varios segundos sus palabras... ¿En qué cosas extrañas piensa este hombre? ¿Castigos? Eso me suena a la época de la esclavitud... Exclavos... ¿Sumisión?... ¿Amos? Sí es lo que mi mente se imagina, ¡cielos Gabriel, eso no se le hace a una mujer!

Qué mente tan sucia la mia, cuando llegué a casa borrare todos los libros eróticos de mi portatil y celular.

—Gabriel nos desviamos del tema. Dejemos los orgasmos quietos y termina tus argumentos —¿Dije orgasmos? Padre santo, putos calmantes.

Diría que estoy sonrojada, pero gran parte de mis nervios ya deben estar dormidos. ¿Los nervios se duermen? No, la pregunta aquí debe ser, ¿los nervios tienen que ver con la coloración de la piel? Puede ser, lo más probable.

Gabriel suelta una suave risa y se pasa los dedos por la barbilla, acariciando su incipiente barba.

Mmm, provocativo.

Bostezo, abriendo la boca como si me fuera a tragar el universo. ¿Pena? ¿Modales? ¿Educación? Los deje en la aguja con la que me inyectaron los calmantes en el trasero.

—Termina —balbuceo, ya me duermo y Gabriel no ha llegado al punto.

—Ellos no permitirán que yo pisotee la reputación de su hija. De ellos. Han hecho de todo para que mi palabra y acusación no sea válida. Me han hecho quedar como difamador y me arrebataron el derecho de estar con mi hijo —Su tono de voz es alterado, más sin embargo prosigue con un semblante sereno—. Ellos me propusieron un trato, yo les daba todos los bienes que poseo en Europa, junto con la mitad de toda mi fortuna, y ellos dejarían que el proceso de divorcio finalice y permitirían la custodia compartida de Lucas... Claro, yo tenía, tengo que callar todo lo que Bonnie hizo...

—¿Y no puedes hacer algo en contra? —pregunto irritada.

Diablos, tengo sueño y siento que si me duermo me voy a perder de mucho.

—No tengo ninguna prueba de su infidelidad, solo un testigo, que jamás aceptó presentarse en la corte. En cambio ellos sí tienen pruebas en mi contra, con la que me pueden quitar no solo la mitad, sino todo lo que me ha costado conseguir. Esa es la razón por la cual el proceso de divorcio se detuvo... ¡No le iba a dar nada de lo que ne ha costado conseguir!—termina sus argumentos con voz suave y calma, como cuando un periodista da las noticias de alguna tragedia.

Entrecierro los ojos entorno a él.

¿Eso es todo?

Un hombre tan asquerosamente rico como lo es Gabriel, y toda su familia. ¿No puede comprar a la corte o juez? Vamos mejor por lo legal y más común, ¿traspasar todos sus vienes a nombre de otra persona? ¿Este individuo de verdad tiene cerebro? No le creo ni una palabra, tal vez por su anterior y prolongada pausa o por su serena molestia. Hay algo más. No dudo que lo anterior contribuyera, pero queda algo por fuera.

Los ojos se me terminan por cerrar,  aunque no pasa mucho cuando los vuelvo abrir, inculpando y presionando al árabe, que ahora acaricia mi cabello. Y sí, permito que lo haga. Poco a poco, siento como me elevo y caigo sobre una cama de plumas con sábanas de seda. No puedo evitar pensar en la cama de Gabriel. Me relajo, obviandome del mundo, de mi alrededor, de todo. Menos de los cálidos dedos que acarician mi cabellera.

(...)

Sientos unos pequeños golpes insistentes en mis mejillas. Abro los ojos de golpe, encontrándome con una imagen borrosa. Abro y cierro los ojos multiples veces, hasta que normalizo mi visión.

Es mi mamá.

—¿Qué... Qué paso? —Muevo el brazo, para cubrirme los ojos; mis articulaciones estan duras, gastadas, pesadas, como si les faltara algún tipo de engrasante.

—¿Cómo que, qué paso? ¡Has participado en una carrera cuando tenías más de siete meses sin siquiera mover tu trasero más de un kilómetro! ¡Debería castigarte! —Bufo, claro que me he preparado. Se pasa las manos por la cabeza mientras murmulla algo inaudible, para después lanzarme una mirada cansada—. ¿Cómo te sientes?

—Igual que una botella de agua aplastada por un auto —hablo, hasta mi voz esta lenta, parezco ebria.

—Es normal, te administraron unos calmantes muy fuertes —dice ella.

—¿Qué hora es?

—¿Quién es ese hombre que dijo ser conocido de tu padre? —ataca.

Abro la boca y la cierro, para volverla abrir y dejarla así, hasta que se me ocurra algo.

—¿Qué hora es? —Vuelvo a preguntar, como boba.

—¿Quién es ese hombre? —insiste.

—Yo pregunté primero —Acompaño mi contestación con una ceja alzada.

—¡Bianca respondé o te juro que llamo a tu padre y le cuento todo, hasta que salías con su jefe! —Dios, esta mujer esta furiosa.

—Era... ¿Luciano? —respondo, no obstante suena como pregunta.

Es en serio, ¿Luciano? El hermano de Gabriel, de tantos nombres en este mundo, ¿vine a dar ese? Mi madre no no me va a creer.

—No te creo —Lo sabía, ella ya conoció a Luciano y cualquier persona que lo vea sabrá que no es un chico que practique algún deporte o que le gusten los zombies—. Fue con ese hombre casado, con Jhatkim Monserrate, ¿cierto? —Su ceño esta fruncido y su boca parece el pico de un pato.

La puerta se abre de pronto, causando un gran estruendo y tumbando algunas cosas de una mesa que esta cerca de está.

Un hombre de abundante cabellera blanca poné un pie dentro, balbuceando continuamente las palabras: "La próxima vez voy al cine". Lo apoyo. El señor parece no notarnos aún, entra por completo y cierra la puerta, cuando mira hacía al frente es que al fin nos descubre.

Lo observo, me observa; mi madre lo ve, él la ve a ella. Así pasa un segundo hasta que el señor frunce el ceño.

—Lo siento. No vi que había alguien aquí... Se me ha caido un lente de contacto y no veo muy bien... Por eso también me caí y ahora tengo un raspón en la rodilla y en la mano; vine a buscar unas tiritas y no creí que hubiera... —Se calla de golpe al ver el tonto que hace al dar explicaciones a quien no las quiere y no le interesa oir.

Él me observa, recorriendo mi figura y concentrándose en mi pierna entablillada, pero no lo hace de una manera pervertida, sino más bien... Mmm, cómo explicarlo...

—Qué hermoso cabello tiene, niña. Esperó se mejoré pronto —masculla bajo, avergonzado; nos vuelve a dar la espalda y busca en unas gavetas hasta que sin hacer más ruido sale.

—Qué hombre más raro, ¡rarísimo!... ¿Viste sus ojos? —farfulla mi madre aún con la mirada puesta en la puerta.

Más raras nosotras, digo internamente.

—No, no los ví —contesto.

Ya olvidó la conversación que teníamos, por ahora.

—Era uno esmeralda y otro verde pino... —comenta un poco desconcentrada.

Se pone en pie y camina hacía el estante donde el señor estaba rebusque, que rebusque; toma mi bolso y saca de el mi (su) chaqueta negra, pero al hacerlo una carpeta de cuero negro que jamás había visto en mi existencia cae al suelo.

Eso me da mala espina.

Hola... Me disculpo por 163633029373719028849393 vez, de verdad, no pensé durar tanto tiempo sin actualizar... Pero estaba trabajando de mesera (los que lo han hecho saben que no es fácil) y luego empecé clases de nuevo... En fin, si querubines, escusas y más escusas...

Pero acá les traigo un nuevo capítulo, disculpen los horrores ortográficos que hayan... Lo publiqué tal cual, recién salido de fábrica y sin revisar...

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