Atanea I: Heredera dorada

By PrincessGhia

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[Libro I Saga Atanea]. Mi vida habría sido como cualquier otra. Terminaría el colegio e iría a la universida... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII FINAL
Agradecimientos
Segundo Libro

XV

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By PrincessGhia

Capítulo 15:
Hora del entrenamiento

Me encontraba en una habitación espaciosa, con paredes y piso hechos de una linda madera trabajada. Por una ventana entraba un árbol aromático que invadía un rincón. La pared a mi izquierda estaba tallada en su totalidad con dibujos que representaban la selva. Un enorme árbol frondoso crecía en el centro de la pared, como si fuera el rey, y en lo alto de la pared había un enorme sol tallado, igual al que había visto en lo alto del cielo ese día. El resto del tallado representaba abundante vegetación, algunos monos, aves y una sola pantera.

Me quedé observando a la pantera tallada; la expresión amenazadora de su rostro estaba tan bien lograda que su mirada penetrante te atrapaba. En esos ojos tan bien hechos, un sentimiento de culpa y remordimiento me atrapó, porque esa intimidante pantera tallada en la pared me recordó a Texa.

No había escuchado a nadie murmurar nada sobre ella, ni siquiera preguntar por ella, lo cual me parecía una falta de respeto... Una falta de todo.

Texa había muerto por mi causa, por protegerme. No podía borrar de mi mente la mirada valiente en su rostro justo antes de que la bomba explotara. Tan decidida, sin vacilación, como si estuviera orgullosa de morir en esa instancia. Me preguntaba si tendría familiares, amigos o lo que sea. No sabía nada de ella y tenía una fuerte necesidad de averiguarlo.

Luego mi pensamiento viajó hacia la misma batalla, pero hacia la mirada de Theo. Una mirada cargada de tantos sentimientos que me hizo despertar. ¿Qué fue lo que había despertado? ¿Qué era lo que había ocurrido? El recuerdo de la imponente energía saliendo de mí y salvando a Theo hizo que me diera un escalofrío.

¿Cómo diablos había hecho eso? Lo recordaba casi como otro sueño. Todo parecía confuso en esa habitación silenciosa. Era borroso.

Como cuando era niña, cerré los ojos e intenté encontrar alguna magia dentro de mí. Necesitaba saber si podía sentir algo, lo que sea, pero un golpecito en la puerta me sacó de mi penoso intento. Después de un "adelante", Joanne entró con algo enorme en sus manos.

—Princesa Claire, he traído su vestimenta para la cena de hoy, se lo ha enviado la reina —indicó extremadamente amable, como siempre, y con un tono de admiración al pronunciar la palabra "reina".

—Gracias, Joanne, pero mira. —Apunté hacia las tres maletas que descansaban en una larga banqueta de madera—. Mi mamá me envió bastante ropa... Y llámame Claire, por favor —solicité con un suspiro. Joanne solo debía ser algo mayor que yo.

—Oh, lo sé, princesa —contestó haciendo caso omiso a mi petición—. Es solo que, con todo respeto, no creo que en su equipaje haya algo adecuado para esta noche. En Séltora, los integrantes del castillo acostumbran a vestir sus mejores prendas para los banquetes, sobre todo cuando uno es el invitado de honor —explicó moviendo el bulto enorme en sus manos—. Y lo siento, me sentiría más cómoda llamándola princesa —admitió con una pequeña mueca.

Era tierna.

Me limité a sonreír, quise discutir más, pero sabía que no ganaría nada.

Entre eso, Joanne sacó el bulto de la funda. Era un largo vestido color azul oscuro, con un escote recto que llegaba hasta la clavícula y dejaba los hombros al descubierto. Tenía unas bellas piedras rusticas doradas en la parte de la cintura que formaban un cinturón y en la espalda colgaba en forma de adorno unas hojas doradas. Era elegante, pero de cierta forma combinaba con la selva.

—Al parecer es de su agrado. —Sonrió. Su amabilidad tocaba hasta sus ojos negros—. Necesito que se lo pruebe para saber si es de su talla.

Al rato, tenía puesto el vestido y Joanne afirmaba con alfileres las partes que sobraban de tela. Menos mal sobraba tela, porque con las estúpidas tallas estándares de los humanos, la ropa siempre me quedaba apretujada en las caderas.

Me miré en el espejo. Era un vestido precioso. Ni para mi graduación hubiese pensado en un vestido tan especial como ese. Sin embargo, una fiesta de ese nivel, entre todo lo que estaba pasando... Se me hacía ridículo.

Estábamos en guerra, gente matándose, gente muriendo por lo que sea que tuviera dentro, y yo estaba ahí parada con un estúpido vestido. Mi mal humor de repente floreció y quise concentrarme en otra cosa.

Observé trabajar a Joanne, era una encantadora chica de tez morena, ojos negros y bastante alta, al igual que la mayoría de los hummons que había visto en Séltora. Trabajaba con cuidado y con delicadeza, sin molestarme en lo más mínimo.

Alguien tocó la puerta, desviando mi atención. Miré a Joanne, pero ni siquiera levantó la vista.

—¡Adelante! —grité con cierta timidez.

Una cara familiar se asomó por la puerta; Finn entró con su luminoso pelo rubio y con una mirada cautelosa en sus profundos ojos azules. Me miró de pies a cabeza y su cara se puso roja. Supuse que se sintió algo incómodo por lo del vestido.

—Disculpa, Claire. Volveré más rato —decretó y se encaminó para salir de nuevo por la puerta.

—Finn, no importa, solo es un vestido —atajé haciendo una mueca desenfadada—.  ¿Qué pasa? —pregunté amable para que no se sintiera incómodo, pero creo que no dio resultado. Su cara de incomodidad cada segundo era peor.

—Venía a decirte que cuando termines acá —anunció y levantó su palma apuntando a Joanne—, es hora de tu primer entrenamiento. Mi padre me encargó que practiques conmigo hoy, porque Theo estará en reuniones de estrategia con el Consejo de Séltora durante varias horas —explicó hablando de corrido como si se estuviera aguantando el aire.

—¿En... Entrenamiento? ¿Yo? —balbuceé apuntándome a mí misma.

—Sí, tú. —Formó una pequeñísima sonrisa—. Tienes un poder inmenso que se manifestó hace unas horas, ¿no recuerdas? —Alzó las cejas y me miró con una expresión que quiso ser sarcástica, pero creo que era demasiado serio para eso.

Parpadeé lento y mi mandíbula se tensó ante el recuerdo. Varios flashes de lo ocurrido corrieron por mi mente.

«Sí, Finn, era tan fácil olvidar lo que pasó hace algunas horas...».

—Bien. Entrenamiento. —Asentí con la cabeza y mis labios se apretaron en una línea—.  ¿Dónde debo presentarme, guerrero?

—En mi patio de entrenamiento. Joanne te podrá guiar.

—Como ordene, príncipe —respondió ella.

—Bien, te espero. —Le echó otro vistazo a mi vestido antes de salir por la puerta y desaparecer con su usual rostro sin expresión.

—Su vida debe haber cambiado bastante en estos últimos días, princesa. Supe que usted no tenía idea de las extensiones ni de nosotros los hummons —conversó Joanne.

—Sí... bastante se queda corto. No sabía ni el verdadero nombre de mi mamá.

—Oh —exclamó Joanne—. Lo siento.

Sus palabras me dejaron pensativa. Nadie antes me había dicho lo siento, solo enfatizaban en que todo iba más allá de mí y que era mi deber cooperar.

Nos encontramos con Finn en un área de pasto verde del cual sobresalían algunas flores amarillas, tan típicas de la selva. Había algunas rocas gigantes repartidas por todo el patio. Medianos pilares de concreto delimitaban el área y al centro había un gran círculo hecho de arenilla. No podía creer que yo, la peor en deportes, estaba en un patio de entrenamiento, lista para entrenar con un príncipe. Todo eso bajo un caluroso y húmedo clima selvático que me mantenía transpirando sin siquiera mover un dedo.

Alguna voz en mi cabeza se rio de mí.

—Tenemos que partir con algo simple, pero requerirá de mucha concentración —explicó Finn. Juntó sus palmas y se sentó sobre el círculo de arenilla. Me senté al frente—. Debes cerrar los ojos y buscar una especie de electricidad dentro de ti.

«Electricidad. Súper...»

—Debes llamarla en tu interior. No saldrá sola fácilmente, ya que no la has desarrollado, pero cuando logres encontrarla, sentirás chispas, energía, poder, o como quieras llamarlo. No te detengas, tienes que hacerla fluir con concentración. Con eso partiremos —expuso mientras hacía gestos con las manos—.  ¿Lista?

—Sí, lista..., creo —dudé.

¿Cómo diablos podía estar lista para esta locura?

—Bien, cierra los ojos y concéntrate. Llama a tu energía y dime si sientes algo.

Obedecí e hice lo que me pidió, pero me sentía ridícula. Ahí con los ojos cerrados, intentando encontrar algo que no sabía qué era. Me sentí una especie de Buda miserable. Se me escapó una risita.

—Concéntrate Claire, esto es real. Recuerda que estamos en guerra. No es un chiste —me regañó al descubrir la pequeña curvatura que tenía en mis labios.

—Lo siento.

Puse más de mi parte. Intenté visualizarme con una luz en mi interior, buscando encontrar ese poder del que todos hablaban. Lo llamé, me concentré en la oscuridad que rodeaba mi mente y me sumergí en lo más profundo de mí. No sé cuánto tiempo pasó, no sé si fueron segundos o minutos.

La percepción de la extraña energía me asaltó de repente, más fácil de lo que esperaba. Era un cosquilleo eléctrico en el pecho y en las manos. Intenté hacer crecer esa energía, pero la sorpresa me desequilibró y se detuvo.

Abrí los ojos de golpe, sobresaltada.

—¿Y? —Finn me buscó con la mirada.

—Creo que... Creo que sentí algo —expliqué confusa, mirando hacia mis manos y luego hacia él.

—Vaya, eso ha sido rápido —contestó con una sonrisa orgullosa—. Vale, ahora intenta mover esta pluma. —Depositó una pequeña pluma blanca entre nosotros—.  Concéntrate en ella, debes sacar de tu interior esa energía y guiarla hacia la pluma. Pero, por favor, Claire, hazlo suave. No te desesperes, respira. No queremos otra explosión de poder descontrolada como la que liberaste para salvar a Theo.

Me sonrojé por su pedido. Tomé aire para tener el ánimo y me concentré en la pluma. Intenté encontrar esa fuente de energía en mi pecho al igual que antes, solo que ahora con los ojos abiertos.

Después de varios minutos de un intento profundo, resoplidos, bufidos, suspiros y algunos regaños de parte de Finn, logré mover como tres centímetros la pluma.

—¡Eso, Claire, lo lograste! —me celebró, mostrando una de esas radiantes sonrisas que casi nunca deja ver, mientras yo estaba estupefacta mirando la pluma.

Yo la había movido. Yo.

—Quiero que lo intentes tú —lo reté.

Finn arrugó el ceño.

—¿Theo no te lo dijo? Esa habilidad de poder mental solo la han desarrollado los del reino Ava, una parecida, y bueno, los del reino Lumba —explicó apuntando mi pecho con su mentón—. El resto de los reinos solo pueden desarrollar habilidades físicas, como las cosas que has visto hasta ahora.

—Ah, sí, cierto. Me lo dijo con las otras mil cosas que me contó en ese momento y lo olvidé. —Hice una mueca.

Seguimos durante una hora intentando mover aquella pluma. Pude moverla siempre solo unos escasos centímetros. A veces me resultaba más fácil que otras. Sentía la energía revoloteando en mi pecho, queriendo salir, pero era difícil. No sabía exactamente cómo dejarla fluir. Finn intentaba ayudarme, pero como él no podía desarrollar esa habilidad, también le era complicado enseñarme. Cada cierto rato le daba risa mi expresión de desesperación y logré ver un par de veces sus dientes en unas carcajadas radiantes.

Finn era una persona extremadamente seria, no soltaba ni siquiera una broma. En ocasiones le murmuraba cosas que le podrían causar gracia, para que se relajara, pero apenas se soltaba y formaba una de sus sonrisas, y al instante volvía a ser el mismo indescifrable de antes y me presionaba para que volviera al trabajo. Era de esas personas que se esfuerzan al cien por ciento en todo lo que hacen. Mucha responsabilidad, determinación y constancia. Mal que mal, por algo había logrado ser el mejor guerrero de Séltora. Me daba la impresión de que cargaba con un gran peso de apariencia por ser el próximo rey.

El rugido de mi estómago desvió mi concentración. Ya no podía concentrarme más con tanta hambre. De hecho, el rugido fue tan fuerte que Finn lo escuchó, ya que se levantó y me tendió la mano.

—Es todo por hoy, princesa. Ya estás un escalón más arriba desde donde comenzaste —me animó, con voz cordial y formal—. Es hora de que vayas a comer.

Acepté su mano y me levanté del suelo con el trasero adolorido.

—Gracias... ¿Comer dónde? —indagué media tímida.

—Sígame, princesa. —La voz de Joanne me sobresaltó cuando apareció justo detrás de un pilar, como si hubiese estado esperando a que terminara.

Le sonreí y me giré una vez más hacia Finn.

—Gracias... por esto. —Hice círculos con mis manos entre nosotros—. Ha sido algo muy importante para mí.

—Tú eres importante, no me lo agradezcas, para eso estoy —contestó haciendo un asentimiento—. Pero debes armarte de valor y paciencia, todo esto recién comienza y tú eres la pieza clave. Es vital que sepas controlar lo que llevas dentro —añadió—. Ahora ve, yo debo ir a una reunión. —Sus labios formaron una línea y me limité a sonreír como respuesta.

Almorcé en un pequeño comedor sola. Bueno, con varios "meseros" o lo que sea, que caminaban de aquí para allá, pendientes de mí. Lo encontré fastidioso. No podía siquiera acabar mi vaso sin que alguien saltara a llenarlo. Sin embargo, había que destacar lo bueno, la comida estaba exquisita, era un estofado de carne con verduras. Me sirvieron el doble de la porción que usualmente como, pero me lo terminé todo. Mi estómago me lo agradeció.

Después de almorzar, caí rendida en la cama como un saco inútil. No me había dado cuenta de cuánta energía me quitaba el entrenamiento mental.

Comencé a divagar en mi mente y me pregunté dónde estaría Theo, no lo había visto en horas. El sentimiento de querer verlo crecía de forma exponencial. Pensé en lo que le había dicho sobre la nota.

«Qué vergüenza, cielos», me lamenté. Pero ya estaba hecho.

No sabía cómo mirarlo la próxima vez que lo viera. Creí que lo mejor sería hacer como si nada y esperar a que él sacara el tema.

Después de una larga batalla entre el corazón y el cerebro, caí felizmente dormida.

Joanne terminaba de arreglarme. No había tenido que hacer absolutamente nada. Ella se había encargado de traer todos los implementos para mi atuendo, incluso los zapatos y el maquillaje, y ahora ajustaba unos últimos mechones de mi pelo.

El vestido lo habían arreglado a la perfección. Hacía años que no me ponía algo tan formal. Creo que la última vez fue hace cinco años en una boda familiar.  El vestido se cernía en la parte de arriba, para más abajo abrirse y dar una hermosa caída desde la cintura hasta los pies. Las piedrecillas de la cintura y las hojas doradas de la espalda le daban un toque especial. Amaba ese color azul cielo oscuro del vestido. Ese color me recordaba un poco a los ojos de Finn.

Llevaba una trenza despeinada que caía por encima de mi hombro derecho. Joanne me había maquillado solo los ojos y los labios, poniéndome un poco de sombra oscura y un brillo claro. Tenía unos cómodos zapatos de tacón chino a tono con el vestido. Era un buen atuendo para ir a una cena en la jungla. Joanne tenía talento.

Cuando ya fue hora de ponerme en marcha, rodeé los ojos para mí misma. Le agradecí tres veces a Joanne por ayudarme. Jamás me acostumbraría a tener personas como si fueran mis asistentas, me molestaba eso. Joanne era una chica como yo.

Estaba echándome el último toque de perfume cuando alguien tocó a mi puerta tres veces. Joanne ya se había ido.

Genial, probablemente estaba atrasada y habían enviado a buscarme.

Abrí la puerta y me encontré con los maravillosos ojos pardos que tanto extrañaba. Theo estaba en un traje negro, con una corbata azul que le hacía juego a mi vestido. Su boca dibujaba una sonrisa coqueta y sus ojos una mirada traviesa, que luego de encontrarse con mis ojos, me escrutaron de la cabeza a los pies.

Mi estómago se tensó y retorció. Ahí estaba el maldito cosquilleo en el estómago. Sentí que el calor llegaba a mi cara, casi podía ver dos luces rojas relucientes en mis pómulos.

—¿Qué...? —titubeé como tonta—. ¿Viniste a buscarme? —le pregunté y carraspeé.

—Buenas noches a ti también, princesa —saludó, enarcando una ceja—. No me ves en todo el día y te sorprendes al verme. —Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza.

—Ah..., no... No es eso. —Sonreí tensa y pensé unos segundos—. Pues llegas tarde, ya deberíamos estar en la cena —le gruñí, pero se me escapó una risita tonta.

—¿Pensabas que te haría llegar sola a ese ridículo banquete? —inquirió, entrando a mi habitación como si nada y reparé en que llevaba un bulto colgando de su mano derecha—. No me perdería la oportunidad de entrar contigo y ver tu cara de incomodidad de cerca —agregó guiñándome un ojo.

—Muy gracioso. —Hice un mohín—.  ¿Y qué traes ahí? —interrogué apuntando el bulto con un dedo.

—Mis cosas —contestó con obviedad.

—¿Qué cosas? —Arrugué la frente.

—Mis cosas para dormir. —Su expresión cambió a una más seria—. Te dije que no volvería a perderte de vista, menos cuando todo el castillo está dormido. Nunca se sabe si puede haber algún infiltrado.

Pude pensar que era un chiste para incomodarme, pero no, estaba decidido.

—No te pongas nerviosa, cuando volvamos habrá un colchón muy lejos de tu cama para mí —explicó y amplió los ojos una vez.

Tenía mis manos hechas puño, lo miraba de par en par con mi corazón queriendo salirse del pecho... Pero no era de incomodidad.

«Solo está haciendo su trabajo, deja de emocionarte».

—No me pongo nerviosa —intenté decir con indiferencia, pero mi tono agudo me traicionó.

—Bien, como sea. Hay que bajar. —Theo dejó su bulto en el suelo y se paró en el umbral de la puerta, ofreciéndome su brazo tal como lo hizo antes de que fuéramos a la fiesta de máscaras en el hotel de Monterrey. —Sería un placer acompañarla esta noche, majestad. —El semblante arrogante y burlón estaba de regreso.

—Sí, sí, ya.

Caminé con decisión, esquivando su brazo y saliendo de la habitación con mi largo vestido.

Sí, estaba inquieta, muy inquieta, y no por el banquete.

No sé si esquivarlo se sintió bien o mal, pero percibí su mirada clavada en mi espalda. De todos modos me alcanzó rápidamente con sus zancadas y acomodó su paso al mío.

—Oye, no te hagas la ruda, me debes una respuesta. No se me olvida —dijo despreocupado mientras caminábamos. Volteó la cara para verme y yo corrí la mía hacia el otro lado.

Recordé lo de "gracias por la nota" y me ruboricé una vez más.

—Creo que no te debo nada y tú sí a mí, así que tú me explicarás primero. —Intenté sonar lo más normal posible, sin delatar mi nerviosismo.

Lo que me faltaba, ahora Theo me ponía nerviosa. Era culpa de esa estúpida pregunta que me había hecho. Y de la nota.

—¿Por qué se supone que te debo algo? —replicó con arrogancia.

—Uf, Theo, no te hagas el rudo —contraataqué con sus propias palabras y él soltó una carcajada— Recuérdalo... Salvé tu vida —afirmé, volteando mi cara hacia él y alzando las cejas una vez.

Theo cerró los ojos un momento y luego sonrió amplio. Se pasó la lengua por el labio inferior antes de hablar.

—Sí, lo hiciste —declaró coqueto y me dio un repaso descarado que casi provoca que me vaya de bruces.

Caminamos hasta la entrada del lugar donde se realizaba el banquete. Había dos guardias a cada lado de las puertas dobles de madera antigua. Se escuchaban incontables conversaciones en el interior con una suave música de fondo. Los guardias comenzaron a abrir las puertas al detenernos frente a estas, ambos me miraban ansiosos.

—Ya lo debes saber, porque es obvio, pero... —comenzó a decir Theo y se inclinó hacia mi oreja— estás especialmente guapa.

Las puertas se abrieron antes de que pudiera reaccionar y todas las miradas recayeron en mí.

«Hola, infierno».


Nota: GRACIAS INFINITAS UNA VEZ MÁS POR LEER HASTA ACÁ. Estoy ansiosa por leer sus comentarios. Por favor cuéntenme que les ha parecido.

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