Atanea I: Heredera dorada

Per PrincessGhia

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[Libro I Saga Atanea]. Mi vida habría sido como cualquier otra. Terminaría el colegio e iría a la universida... Més

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII FINAL
Agradecimientos
Segundo Libro

VIII

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Per PrincessGhia

Capítulo 8:
Hora de máscaras

En recepción no pusieron problema por conseguirnos un par de máscaras y una peluca para mí. Theo había dejado claro que mientras más precaución mejor, aunque no entendí por qué él no llevaría una estúpida peluca.

Dos horas después, una mujer del personal tocó la puerta para entregarnos los antifaces y una peluca de pelo negro.

Una de las máscaras era dorada, con un diseño de finas líneas alrededor de los ojos y la bordeaba un lazo trenzado del mismo color. En la parte de la frente, tenía una especie de cristal amarillo y hermoso. Era grande. Me la probé y me cubría los pómulos.

La otra máscara era negra con algunos detalles plateados. Por supuesto, aquella máscara tan simple quedaría para Theo. Y si no me gustara la dorada, no creo que a Theo le hubiera hecho ilusión ponerse algo tan delicado y con tanto detalle.

La fiesta era a las ocho de la tarde. A las siete y cincuenta ya estaba vestida y arreglada frente al espejo largo del baño. Llevaba puesto un vestido ligero y negro de verano que se ajustaba en la cintura y caía suelto hasta bajo los talones. Los zapatos eran negros con unas florecitas doradas que le hacían juego a la máscara y tenía un collar largo de estrellas brillantes.

Mi pelo rubio estaba oculto bajo la peluca. Había jugado con ella hasta lograr una trenza a cada lado de la cabeza, las cuales se juntaban atrás. Me maquillé sutilmente con dos capas de rímel. Antes de salir del baño me puse un labial rosa y sonreí al verme de morena, siempre había pensado en cómo me quedaría el pelo negro... y me gustó.

Cuando salí del baño, vi a Theo vestido con un pantalón negro de tela, una camisa blanca que le calzaba perfectamente a su cuerpo musculoso y una delgada corbata gris con un nudo desordenado y suelto.

—¿De dónde has sacado ese traje? —inquirí ladeando el rostro. Puso cara de pregunta—. No puede ser que algo tan estirado haya estado metido en tu maleta pequeña —me expliqué.

Sonrió de lado, abrochándose el penúltimo botón de la camisa. No me respondió.

—¿Tienes el bolso hechizado de Hermione Granger? —bromeé.

Theo arrugó la cara.

—¿Quién?

Caí en cuenta que quizás la saga más mágica de los humanos no era tan conocida entre los hummons. Me sentí ñoña.

—Uf. Nada —murmuré.

Theo movió el hombro una vez.

—Lo traje en el maletero del auto. —Arqueó una ceja y me escrutó, partiendo por el rostro y bajando lentamente hasta llegar a los zapatos.

—¿Qué miras? ¿No estoy bien para ir? —chasqueé, ampliando la falda del vestido con la mano.

—Estás bien. —Nos apreciamos mutuamente—. Aunque se ve mejor rubia, majestad, pero acepto ir con usted. —Hizo una reverencia de broma.

—Te estoy haciendo un favor, me insististe mucho —repliqué. Theo puso cara de arrogancia y me adelanté antes de que me respondiera algo que me haría ruborizar—: Ya, a ver, pongámonos las máscaras. —Hice un gesto con la mano.

Ambos nos paramos frente al mismo espejo. Theo se ató la máscara haciendo un nudo de forma hábil y rápida. Yo intenté anudar mi máscara con la mayor delicadeza posible para no arruinar el peinado, pero no tuve buenos resultados.

Al notar que la amarra se me enredaba con la peluca, Theo se puso detrás de mí, tomándome las manos con decisión y luego afirmando el listón. Hizo un nudo tan fácil como se lo había hecho a él mismo y me guiñó el ojo a través del espejo.

Tomó el pomo de la puerta para salir de la habitación y dobló su brazo, ofreciéndomelo.

—¿Lista para dejar de tener cara de amargada por un rato, princesa? —Giró levemente su cabeza.

—Sí, lo que sea.

La fiesta se realizaba en un gran salón en el primer piso, las puertas de entrada llegaban casi hasta el techo. A un costado brillaban unas letras luminosas: "Fiesta de máscaras".

Para entrar debíamos pasar nuestras tarjetas de la habitación por un sensor. Las personas que no eran huéspedes del hotel hacían una extensa fila para comprar las entradas.

El amplio salón estaba casi lleno, con música caribeña a un volumen agradable. Había al menos cinco bares para pedir bebidas. Todo estaba decorado con un estilo entre Mardi Gras y Maya. Del techo colgaban cientos de máscaras con luces. La fiesta era todo un éxito. La gente llevaba diferentes estilos de antifaces, desde las más extravagantes hasta unos simples de goma.

Después de observar el lugar, no sabía bien cómo actuar con Theo en una fiesta, por lo que, antes de que notara mi ansiedad, le pedí que fuéramos a una barra a pedir algo.

—Un margarita, por favor —le pedí al alegre muchacho mexicano que estaba atendiendo.

Theo giró su cabeza hacia mí y la volvió a voltear hacia el barman cuando estaba echándole un líquido transparente a la bebida.

—No sé... ¿No le vas a pedir la identificación? —Curvó sus labios hacia abajo. Después se puso serio de la nada—. Es menor de edad, campeón. El margarita sin alcohol —gruñó.

Le sonreí al pobre chico que botaba lo servido y empezaba de nuevo.

—Por favor —agregué, y el chico me sonrió.

Theo subió una ceja y apoyó un codo en la barra, mirándome.

—¿Querías emborracharte? No me digas que tenías ese plan tan brillante. —Ladeó la cabeza—. Eres una adolescente.

Hice una mueca.

—No seas raro —murmuré y le agradecí al chico cuando me entregó el vaso. Emborracharse no estaría mal, pero no era mi plan.

Después de recibir las bebidas, nos acomodamos en una terraza donde entraba aire. Conversamos un largo rato sobre mi vida (sí, no paraba de interrogarme sobre mi infancia y adolescencia), y me reí de las estupideces de la gente, como de un joven oriental que estaba bailando arriba de una pequeña tarima y resbaló cayéndose arriba de sus amigos.

La música se puso mejor y sentí ganas de bailar, a modo de liberar tensiones. Ya me había relajado, Theo era una buena compañía. No estaba en modo guardián duro y peligroso. Solo era como un chico rudo de veintitantos. Y era muy gracioso con sus comentarios medios crueles, medios irónicos.

—Vamos a bailar —se adelantó Theo en tono autoritario, como si leyera mi mente—. Y no es una pregunta.

Qué carajos.

—Eh... ¿También lees la mente? —Me preocupé, eso sería desastroso. Caótico.

Theo arrugó la cara.

—¿Qué? No —bufó con obviedad—. De todas las extensiones hay como tres hummons capaces de eso y muy a duras penas... Y lo lograron después de décadas de meditación... y otras cosas raras de gente mística y espiritual que no van conmigo.

—Cosas raras de gente mística y espiritual... —repetí y me reí.

Reflexionó un momento, escrutándome el rostro.

—¿Querías que te pidiera que bailemos? —su expresión cambió a una persuasiva.

Me removí.

—No exactamente —repuse, mirando al suelo—, simplemente pensé que quería bailar.

Levanté la vista y subí los hombros intentando demostrar desinterés.

—¿Me vas a pisar con esos tremendos pies? —preguntó, ladeando la cabeza para verme los zapatos.

Entorné los ojos con indignación.

—Yo no tengo tremen...

—Era broma. Vamos —me interrumpió y puso su mano en mi espalda para empujarme hacia una de las pistas de baile.

Bueno... Theo bailaba decente.

Más que decente, con sus manos entre mi cintura y la espalda, y sus movimientos seductores por naturaleza, pero en fin.

Di gracias a que mis amigas me obligaran a ir a clases de zumba con ellas el año pasado. La música caribeña era muy entretenida y fácil de bailar.

Las chicas que pasaban por nuestro lado se comían a Theo con los ojos, y él sonreía, pero creo que no por coquetear, sino porque la saliva que corría por las bocas de esas mujeres necesitadas le inflaba el enorme ego que tenía.

—¿Por qué no bailas conmigo, cariño? —le preguntó una morena despampanante de ojos celestes.

—Estoy ocupado —le soltó con desinterés y me pegó a su cuerpo.

Dios mío.

La multitud creció y de repente nos apretujamos más en el baile, hasta que estuvimos bailando uno contra el otro.

Ay, carajo.

No podía dejar de mirarlo, porque Theo era guapo, había que admitirlo, y si no fuera porque mi vida era un desastre con todo eso de la fuente de poder y el hecho de que él era un guardián, probablemente yo también hubiese babeado a lo lejos por alguien como él. Por él.

Pero no.

Y yo tenía novio.

De todos modos, no me importaba estar apretada bailando entre la gente, sentía una sensación extraña y agradable.

Después de casi una hora de música movida y de comenzar a sudar, la música lenta inundó la pista de baile.

Estaba agotada, así que me giré para ir a la barra a tomar agua y no tener que pasar por ese incómodo momento en el que tenemos que decidir si vamos a bailar eso o no, pero Theo me tomó la mano.

—No seas cobarde, princesa. —Sus ojos se tornaron suaves y manipuladores—. ¿O te vas a ruborizar otra vez? ¿Tu corazón no lo aguantaría?

—Bah.

Me giré e intenté pensar si era lo adecuado, pero por más que lo intenté, no logré concentrarme en nada más que en su mirada sexi esperando mi respuesta.

—Qué insistente eres, pero bueno —accedí, curiosa por su petición.

Theo pareció orgulloso de mi respuesta.

—Es la peluca negra, me pareces otra chica —comentó divertido.

—Sí, no me digas a qué ex te recuerdo. —Hice una mueca con los dientes y mascullé—: Es perturbador.

Theo se rio y después posó una mano en mi cintura, atrayéndome con cuidado hacia él. Nos empezamos a mover al ritmo de la suave música mientras en el resto de la pista las parejas acarameladas se decían cosas al oído y otros se besaban.

Incómodo.

Volví a él y descubrí que no había dejado de mirarme. Entonces nuestro alrededor pareció desaparecer y sentí una especie de química palpitante, de esa que todos hablan a veces.

—Oye, Claire —atrajo mi atención—, el pelo negro no te queda tan mal después de todo, pero eres aún mejor sin esa jodida máscara.

—Qué tierno, gracias —respondí, pero no me salió el tono de burla que quería.

Una sonrisa se dibujó en sus labios y se le marcó la mandíbula, provocando que me temblaran las piernas. No supe la razón exacta de eso.

Una corriente agradable se desprendía desde la mano en mi cintura y luego viajaba por los brazos, tronco, hasta llegar a cada extremidad.

Él no tenía la sonrisa burlona usual, ni la típica mirada seductora, en cambio, me intimidaba con el pardo de sus ojos, logrando su objetivo.

«Basta», me detuve. Yo tenía novio, y esto no se veía bien. Y si seguía sería incómodo.

Me aparté de repente y clavé la vista en las personas que bailaban detrás de él.

—Voy al baño, ya vuelvo —murmuré.

¿Había una mejor excusa que esa? Probablemente, pero yo no recordaba ninguna.

Me fui sin mirarlo y sin esperar a que me respondiera.

No supe qué expresión había puesto, no quería imaginármela tampoco. No sabía si sentir pena o alivio por haber escapado de ese baile.

Me encaminé al baño que estaba afuera para no tener que esperar a las mujeres haciendo fila en el otro.

Abrí la puerta de golpe. Estaba vacío. Exhalé aliviada y me quité la máscara. Abrí el grifo y me mojé las manos y la frente.

De manera repentina, entraron dos hombres con máscaras rojas al baño.

«No puede ser, qué vergüenza, me equivoqué de baño», asumí y me dirigí a la salida, con ambos hombres mirándome hostiles.

Qué pesados.

Quise rodearlos, pero me cerraron el paso.

—¿Qué demon...? —Empecé a gruñir, pero me empujaron con violencia contra la pared.

Mi nuca chocó contra la cerámica, pero no me dolió, porque la adrenalina se había activado.

Solté un grito lo más fuerte que pude, pero me taparon la boca con una de sus asquerosas manos. Olía a grasa. Intenté sacarla de mi boca; mordí, arañé e intenté patearlos, pero ellos eran dos y yo solo una. Estaba inmovilizada contra la pared fría.

El pánico explotó en mi pecho cuando caí en cuenta de que eran lumbianos e iba a morir.

Me habían encontrado.

Theo... se había quedado en la pista de baile.

Cielos, no...

Mi corazón latía frenético y mi vista se puso borrosa por las lágrimas.

Uno de los dos hombres soltó el listón de su antifaz feo y pude ver su rostro.

Me quedé petrificada. Creo que mis órganos dejaron de funcionar.

Era él.

La confusión me arrasó unos segundos.

Su expresión era siniestra, muy distinta a la que conocía. Y su secuaz me tenía presionada contra la maldita pared, haciéndome daño.

Un escalofrío me recorrió toda la columna vertebral hasta hacerme temblar de pies a cabeza.

Era Brad, mi novio.


NOTA: ¡GRACIAS INFINITAS, LEO SUS COMENTARIOS!

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