Convénceme ©

By monsalve2509

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Antes llamada, ¡Contigo no! Gabriel Monserrate es un hombre reservado y frío, que está cansado de su monó... More

Epígrafe y dedicatoria
Prólogo
Capitulo uno
Capitulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintitrés
Información
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
¡Nueva portada!
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta

Capítulo veintidós

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By monsalve2509

Capítulo 22

Salimos de mi casa, para dirigirnos al auto de Gabriel. El brazo del árabe descansa de manera posesiva en mi cintura, mientras nos hace caminar de manera suelta y relajada; como sí no se me dificultará caminar con la trampa mortal que estoy usando como zapatos.

—¿Ella es su mamá? —susurra contra mi oído el castaño, lo que me provoca cosquillas que olvido al momento de ver a la mujer que me dio la vida, venir hacia nosotros con pasos apresurados.

Oh, hasta hoy llego mi vida de soltera.

—¿Bianca? —Escucho la voz de mi madre como un eco lejano y futuro, donde yo estoy vestida de novia y ella me explica las múltiples posiciones del Kamasutra para mi noche de boda.

—Sí... —Mi voz sale trémula, tan extraña que tengo que toser para aclarar mi garganta.

¿Dónde están los alienígenas cuando uno quiere ser raptado por ellos? Mierda, si no son los extraterrestres entonces que se abra un agujero negro y me absorba.

—Hija... —masculla y observa a Gabriel de arriba a bajo—. ¿Monserrate?... Jhatkim Monserrate, que gusto volver a verlo —Mi madre lo saluda con una agradable sonrisa.

Diablos.

No sé que es peor, las amenazas de mi madrastra o la futura boda que mi madre va a planear. Quizás la segunda opción.

—Señora Uribe, el gusto es mío —dice Gabriel y toma la mano de mi progenitora y deposita un beso en esta.

Suelto un largo suspiro que causa una pequeña nuvecilla de vaho y me abrocho más la gabardina de mi madre; de pronto siento frío hasta en mis huesos. Mi mamá y el señor artista hablan y hablan, pero no logro escuchar lo que dicen ya que en mis oídos solo esta presente el sermón del cura en mi boda.

Dios, creo que me va a dar algo.

—Estás sudando —comenta mi madre y luego me pasa sus nudillos por mi frente—. Bueno, los dejo para que se vayan... Ah, señor, por favor, nada de dedos traviesos y mucho menos tengan sexo, Bianca aún es muy niña. Cuídela.

Gabriel asiente con el rostro serio, aunque estoy segura de que no aguanta la risa. Y yo no aguanto la pena.

Para sorpresa de los tres, tomo la mano de Monserrate y después beso la mejilla de mi madre a modo de despedida, para finalizar jalando al hombre de ojos grises hasta donde está estacionado su auto.

Necesito una taza de té o un vaso de vodka, lo que sea primero.

El magnate abre la puerta de copiloto y me ayuda a entrar —ya me comienzo acostumbrar a su anticuada educación—. Me siento, no sin antes acomodar el vestido para no pisarlo.

—¿Por qué estaba tan nerviosa? Su madre es una mujer dulce y risueña, no veo porque casi le da un colapso nervioso al verla —declara Gabriel al mismo instante que arranca el auto.

Bufo y me rasco el cuello.

—¿Te gustaría casarte conmigo? —pregunto y el árabe suelta una gran carcajada.

Frunzo el ceño y me cruzo de brazos.

¿Y ahora de qué se ríe?

—Esa propuesta la tendría que hacer yo, pero igual, acepto casarme con usted, Bianca —acepta, después coloca su mano en mi rodilla y me mira de reojo.

Oh, mi dios.

—Ah, que bueno. Porque te aseguro que mi madre ya debe estar planificando los colores de la decoración y eligiendo la iglesia —farfullo y miro con molestia su mano que traza imperceptible formas sobre mi rótula—. Nada de deditos traviesos... —manifiesto y le doy un manotazo.

—Con deditos traviesos su madre se refería otras cosas que, tal vez, solo si usted desea, le muestro —aclara y sonríe con picarda—. ¿Por qué dice que su madre quiere, ya, planear nuestra boda?

Se escucha bien, nuestra boda... Me pego con la palma de mi mano en la frente.

—No la conoces. Ella es radicar y exagerada, te aseguro que ahora debe estar pensando que nos vamos a casar y todo eso. Además, ama las bodas —contesto y hago una corta pausa—. Me hizo jurarle que me casaría con mi primer novio, porque según ella el primer amor no hay que agarrarlo, sino amarrarlo.

Gabriel frunce el ceño y reduce la velocidad, para verme por unos extensos minutos.

—¿Primer novio? —dice y arruga la nariz—. Novio... —pronuncia mientras una sonrisa bastante estúpida, para nada de él, se dibuja en su cara—... Me encanta ese título.

Me ruborizo y abro la boca con exageración; debo parecerme a Dory.

—No, no, no. Lo que quería decir... —Chasqueo la lengua y entrelazo los dedos, jugando con ellos—. Es que como mi madre nos vio salir juntos debe pensar que somos pareja, cosa que no somos, por supuesto... Mi madre es muy imaginativa y por... —Me obligo a callarme mordiéndome la lengua.

Más me defiendo callada.

El castaño detiene, por completo, el auto. Dirijo la mirada al frente, pero no me encuentro con ningún semáforo, solo con una calle con luz tenue y nieve en la acera y en el pavimento. Gabriel coloca su mano en mi barbilla y me gira el rostro hasta que nuestras miradas se encuentran, para luego acerca nuestros rostros mientras su otra mano se vuelve a ubicar en mi rodilla. Cierro los ojos por reflejo y los rinocerontes en mi estómago arman una estampida. Con una ágil maniobra, su mano se mueve con cuidado hacía mi muslo y la otra viaja a mi mejilla.

Suspiro y me rindo a las suaves y pausadas caricias de sus labios sobre los míos. Me besa con calma, delicadeza y ternura, sin tratar de profundizarlo pero con sus manos colocadas estratégicamente, lo que es mucho más intenso que cualquier beso ardiente.

Pongo mis brazos en su pecho y, en contra de mi voluntad, le doy un leve empujón.

—Vas muy rápido —declaro jadeante.

Gabriel suspira.

—Bianca, eres una mujer que vale mucho y que cada vez deseo más —me tutea, lo que hace que sus palabras tengan un efecto más profundo.

No respondo. Solo muerdo mi labio y observo por la ventanilla, sin ver nada en concreto.

El árabe abre la guantera y saca un estuche de terciopelo negro y de forma circular. Oh mi dios, ¿eso que se vio al final del compartimiento fueron unas esposas? Monserrate sonríe de lado al notar que puede ver esas cosas de metal; mi rostro sorprendido me delató.

—Tome —El castaño pone el estuche en mi regazo al ver que no hacía ningún movimiento por agarrarlo.

Lo sigo observando de reojo, sin atreverme a encararlo.

Agarro la cajita y la abro, encontrándome con un collar y zarcillos de ¿zafiro? No lo puedo asegurar, solo puedo decir que son unas piedras preciosas de color oscuro.

Jadeo y acaricio el collar que está frío para mi tacto y que parece brillar como una estrella.

Nunca me han gustado las joyas, es más, ni siquiera suelo usar ni relojes. Pero esto es distinto, es tan fino y lujoso, que por un minuto me hipnotiza. Las piedras parecen unas gotas de agua y entre ellas, que son unas seis, arman un triángulo invertido.

—Por dios, Gabriel, esto es... Demasiado —Cierro el estuche y se lo devuelvo—. Suficiente con tener que pagar un vestido y zapatos que deben ser ridículamente cost...

—¿Se los he cobrado? No —replica—. Y sí, tiene razón, pase los límites con esto, pero tenga en cuenta que a mí no me cuentan nada... Solo úselas hoy —Sus últimas palabras son un ruego camuflagiado.

Trago saliva y me acomodo, dándole la espalda, para que él me coloque el collar. A los segundos, el frío de la cadena toca mi piel y yo cierro los ojos, después los dedos de Gabriel acarician mi nuca y bajan por mis hombros hasta llegar a mis antebrazos. Cuando creo que ya me puedo dar la vuelta, los labios tibios y tersos de el magnate besan mi hombro derecho con parsimonia.

Jadeo y me doy la vuelta, con el corazón desbocado y la respiración a millón, y me concentro en mirar por la ventanilla hasta llegar al teatro.

(...)

La melancólica y emotiva melodía de El Silencio de Beethoven compuesta por Ernesto Cortázar, suena inundando el lugar mientra el pianista deja el alma en las teclas negras y blancas y en el sube y baja de la canción; un aproximado de doce chicas, vestidas con tutú y mallas en colores oscuros, junto con unos tocados de rosas, plumas y ramas pequeñas en sus cabezas, danzan con suavidad y fluidez, estirando y recogiendo sus brazos mientras dan ágiles vueltas.

Gabriel esta sentado a mi lado, tan o igual de ensimismado en la obra que yo.

Nos encontramos en un balcón cercano al escenario, pero lo suficientemente lejano como para no aturdirnos o que se distorsione la música. Las paredes están pintadas de blanco con tallados en caoba, rojo y dorado, por otro lado el techo del auditorio del Teatro Princess of Wales es compuesto por una gran cúpula con murales abstractos y extravagantes, aunque sin perder la elegancia. Y debajo de nosotros —ya que estamos en lo que parece ser un primer piso—, hay un millar de butacas rojas.

La obra dura más o menos una hora y media, con piezas de Cortázar, Chopin, Beethoven y Tchaikovsky, al igual que múltiples bailarines con distintos vestuarios danzan al ritmo de las melodías.

Me levanto a aplaudir emocionada y con algunas lágrimas en los ojos, Gabriel hace lo mismo, claro esta, que sin las lágrimas. El telón se cierra dando por terminada la presentación. El castaño toma mi mano, provocando el ya tan conocido escalofrío en mi cuerpo, y nos guía a la salida. Siento ganas de quejarme; quería quedarme un rato más. Al llegar a la salida una horda de periodistas y fotógrafos esperan a ver a quien entrevistar y fotografiar, en conclusión, a quien pillar.

Después de perder a los hombres y mujeres con cámaras y grabadoras, nos dirigimos al auto en donde entro sin esperar la cortesía de Gabriel; me matan los zapatos y muero de frío, porque no tengo puesta la chaqueta.

Me acurruco en mi puesto y me abrazo a mi misma. El árabe prende la calefacción y acaricia los nudillos de mi mano los cuales están helados.

—Me gustó muchísimo la presentación, Gabriel —hablo y dejo salir un bostezo, que reprimo cubriendo mi boca.

—¿Tiene sueño? —pregunta y me lanza una mirada por el retrovisor.

Me encojo de hombros y me quito los tacones, al igual que desabrocho el collar y me retiro los zarcillos para luego guardarlos en el estuche.

Apoyo la cabeza en el espaldar del asiento y pongo mi atención en la carretera; edificios, negocios y personas es lo más interesante en la calle, no me emociona mucho que digamos la monotonía de la nieve. Los parpados se me tornan pesados y se cierran solos. Tomás me despertó a las cinco de la mañana, ¿para qué? Para nada, por ello tengo sueño a las nueve y tanto de la noche.

—¿Cuál es la clave de su celular? —Escucho a lo lejos una voz suave.

—No tiene clave... —balbuceo.

—Espero no le moleste dormir en mi cama —Oigo esas palabras en un leve murmullo antes de quedarme dormida.

Maratón 2/3

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