Convénceme ©

By monsalve2509

382K 20.8K 1.7K

Antes llamada, ¡Contigo no! Gabriel Monserrate es un hombre reservado y frío, que está cansado de su monó... More

Epígrafe y dedicatoria
Prólogo
Capitulo uno
Capitulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Información
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
¡Nueva portada!
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta

Capítulo dieciocho

9.3K 587 34
By monsalve2509

Capítulo 18

Contemplo su figura por un largo, largo rato, podría jurar que horas, pero eso sería exagerar.

—Gabriel, sin notarlo me has dicho más de lo que deseabas... —alego. La mirada del árabe se posa en mí y frunce el ceño—. Sí, me has revelado que ella es alguien especial... Importante en tu vida, con solo negarte a decir su nombre.

Los ojos grises de Gabriel se abren de par en par en una expresión de sorpresa.

—No. Ella es solo mi pasado —confiesa con aires enigmáticos y se baja del vehículo.

Lo sigo con la mirada, grabando cada uno de los movimientos tensos y apresurados del magnate. Gabriel es un hombre que tiene mucho control sobre si mismo, pero cuando pierde ese control, se vuelve un caso perdido.

Salgo del auto y de inmediato una briza gélida choca contra mis mejillas. Delante de mí una pequeña casa se puede ver, es demasiado pequeña y con dos paredes de vidrios oscuros que no deja ver el interior. ¿Otra casa de Gabriel? No me extrañaría. Guardo las manos en los bolsillos de mi chaqueta y me encamino a ese lugar. Monserrate me espera en la puerta, sigue molesto y algo pensativo. Me coloco a su lado y lo veo de reojo.

—Es una casa muy linda —susurro en un hilo de voz, que se mezcla a la perfección con el arrullo del viento.

No me escucha.

Sigue molesto.

Y, por sorprendente que parezca, abre la puerta y hace una pequeña y extraña reverencia invitándome a que pase de primera.

Gabriel es un hombre con modales de caballero de la época medieval; eso es excéntrico y muy atractivo.

Ingreso a la casa, que está igual o más fría que el exterior. El castaño cierra la puerta y prende las luces. Sí, el lugar está oscuro, aunque tiene dos paredes completamente de cristal. Lo primero que veo me deja anonadada y me hace soltar una que otra expresión de sorpresa; no, no es ningún cuarto rojo de placer o hay algún muerto; pero, en el suelo, repartidas de manera organizada y cuidadosa, hay un aproximado de quince esculturas medianas sin forma alguna aunque realmente preciosas. En una pared se pueden ver muchos cuadros, pequeños, medinos y grandes, algunos coloridos, otros en blanco y negro y tonos sepias. Y en la otra pared, que no tiene color alguno, pero sí un diseño extravagante y urbano de ladrillos rojos a la vista, hay un enorme cuadro —cuando digo enorme, quiero decir del tamaño de una mesa de ocho personas— de lo que parece ser... Bueno, la verdad no sé muy bien que carajos es.

—Horizontal... Dos personas desnudas en la oscuridad —masculla a mi espalda el árabe.

Asiento distraída y, como si fuera un perro, ladeo la cabeza para examinar mejor la imagen de la pintura. No es grotesca, vulgar o escandalosa, al contrario, se ve realmente hermosa, llena de amor y pasión.

Sonrío sin quererlo y sigo evaluando el lugar. El mobiliario es conformado por un gran mueble color avellana que se encuentra justo debajo de la gran pintura; también hay un sillón sin espaldar... Más parecido a un banco, pero acolchonado, situado al frente de una pequeña y discreta chimenea. Detrás de un corto muro horizontal se deja ver una hermosa cocina moderna de color oscuro. Y, sin mencionar un pequeño estante con libros, los pisos de madera reluciente y una diminuta mesa cerca de la chimenea.

Fantástico.

—¿La decoraste tú? —espeto observando las esculturas que no tienen formas y todas son de un esplendoroso color gris cemento.

—Sí... —contesta.

No lo veo a él, ya que está detrás de mí, pero sí noto su penetrante mirada en mi nuca, estudiando cada una de mis reacciones.

—Deberías redecorar mi casa —bromeo, aunque sea cierto, debería ayudarme a acomodar los sillones que nunca se han movido de donde están y a buscar nuevas alfombras, cortinas, cojines, pinturas para las paredes, arte y... Mejor dejo de mencionar lo que hay que cambiar en mi casa, por qué si no tardaré todo el libro, digo, toda la vida.

—Cuando quiera —acepta y sus dedos acarician mi espalda.

Tan de improvisto y de manera tan delicada, que no puedo evitar jadear y cerrar los ojos. Debo admitir que la chaqueta que tengo puesta es algo gruesa, pero el calor de su tacto, quema como el fuego.

—Gabriel... —lo prendo.

—¿Qué? —contesta dulcemente y casi gruño al oír su voz tan lejos de mi cabeza; ya me he acostumbrado a que él me hable al oído.

—Deja tus manos quietas. Me hacen sentir como un caballo al que primero lo acarician para luego montar... —digo y callo al notar lo irónico de la frase.

Su calor se aleja y literalmente me siento abandonada y sola.

Así es mejor.

Gabriel pasa por mi lado, sin observarme y en dirección hacía la cocina.

—¿Quiere algo de tomar? —Ah, el árabe nunca abandona su educación y buenos modales ni aunque esté molesto y frustrado.

—No. Pero sí quiero algo que me caliente, voy a morir de hipotermia —susurro.

Sí, debo aceptar que exagero, ya que parezco un muñeco de nieve con tanta ropa encima, pero aun así siento frío.

El magnate sonríe de lado.

—Yo la puedo ayudar a encontrar calor —se ofrece.

Qué raro, este individuo lanzando indirectas...

—No, prende la calefacción... O la chimenea, mejor la chimenea. Nada mejor como el calor natural.

Él se encoje de hombros y me ignora.

¡Se atreve a ignorarme!

Coloco los brazos como jarras y opto por una postura más desafiante. Me sigue ignorando y se sirve un vaso con lo que creo es agua, jugo o quien sabe, los cristales tanto del vaso como de la jarra son oscuros.

—Mira Gabriel, prende la chimenea, tengo frío —demando irritada.

—Es muy mal educada, señorita —farfulla y me ve fijamente.

—Tú nunca usas el por favor, con permiso o gracias conmigo —reclamo, y siento mis mejillas calentarse por la molestia.

Él tose aclarándose la voz y luego suelta una corta y burlona carcajada.

—Lo hago por qué puedo y quiero. En cambio usted debería usar la educación conmigo, si desea que haga lo que usted quiera —replica con voz sumisa e inocente.

Este hombre está buscando desde hace semanas un buen golpe en su bella, perfilada y fina nariz.

Me doy la vuelta y camino hacia la chimenea, con cuidado de no tropezar con alguna escultura; aunque, después noto que se encuentran tan bien organizadas que ni un borracho podría tumbarlas caminando entre ellas. Orden y control, la justa descripción en palabras de Gabriel Monserrate, pero también hay que añadirle otras palabrillas.

Bueno, voy a prender la chimenea yo sola.

Me quito mis guantes de lana morados y los tiro por ahí... No suelo ser muy organizada cuando estoy molesta. Me agacho y examino la chimenea, tiene leña... Y tiene leña.

¿Cómo se prende una chimenea?

Mierda.

—Si gusta, puede agarrar algunas fresas de sobre el mesón. Yo termino de encender la chimenea —masculla.

No me hace falta levantar la mirada para saber que él se encuentra a mi lado y me tiende su mano para ayudar a ponerme en pie. Me levanto, con mi mano entre la de Gabriel y siento una ligera corriente que va desde mis dedos hasta la punta de mis pies y cabellos. No lo quiero soltar... Y él parece también rehusarse a hacerlo.

Mis ojos viajan a nuestras manos entrelazadas y, sin pensarlo mucho, me libero de su agarre y me voy a la cocina.

Mi respiración está por completo agitada y siento un cosquilleo en todo mi cuerpo, y sobre todo en mis labios, los que estaban anhelante de besar al árabe... Cosa para nada conveniente teniendo en cuanta que estamos solos en dios sabra dónde.

Tomo una fresa en cuando las veo y me la llevo a la boca. Su sabor agrio y dulce inundan mi paladar. Suelto un sonido de satisfacción. Tenía tiempo sin probar una, mi madre no les gusta y por eso no las compra y mi padre es alérgico a ellas, por lo que para comerlas tengo que comprarlas yo misma.

—No sabía que le gustaban tanto las fresas —Escucho su voz a un lado de mi cuello, tan bajita, ronca y suave como solo él lo puede hacer.

No contesto.

El castaño me da la vuelta de una forma delicada, con sus fuerte manos en mi cintura. Trago saliva y comienzo a respirar con dificultad, su cercanía se lleva todo mi oxígeno. Gabriel acerca una de sus manos a mi pecho, con cautela y observando mis ojos, sus dedos sujetan la cremallera de mi chaqueta y la bajan despacio, lento, tomándose todo el tiempo del mundo. Suelto un suspiro lleno de alivio y decepción cuando descubro qué lo que realmente quería hacer con su mano era bajar el cierre de mi prenda de vestir.

Gruñe molesto al ver que la camisa que tengo debajo es cuello de tortuga. Juro que me riera de su reacción si no me sintiera igualmente frustrada por esa condenada camisa.

—Una buena jugada, debo admitir —declara y desvía su vista a mis labios.

Que no me bese. Que no me bese. Que no me be... Al demonio, que me bese ya.

El árabe con sus manos en mi cintura, me hace retroceder el último paso que me quedaba para estar presa entre sus brazos. Agarra una fresa entre sus dedos y le da una mordida. Oh, mi dios. Trago saliva con dificultad y respiro profundo; este hombre quiere acabar conmigo. Se come lo que le queda de la fresa de un solo bocado y me mira con intensidad, despertando una parte de mí que nunca había sentido.

Vuelve a tomar otra fresa y me la ofrece.

—Cierre los ojos —ordena.

Lo obedezco por la sencilla razón que no puedo pensar con claridad, mejor dicho, ni siquiera puedo pensar en otra cosa que no sea en él.

La fresa acaricia mis labios, jugando conmigo. Jadeo. Su mano libre, con una sorprendente agilidad, se introduce dentro de mi camisa, tocando la piel cálida de mi cintura y espalda, de una manera suave. Entre abro los labios, buscando de alguna u otra manera el oxígeno que se escapa de mis plumones. Él vuelve a jugar con la fresa y mi boca, aunque, está vez la atajo con mis labios y la muerdo, sintiendo su textura y sabor.

Un pequeño suspiro es lo único que me muestra que Gabriel esta disfrutando muchísimo de su juego.

Abro los ojos con cuidado y lo primero que veo es el rostro complacido, serio y concentrado del magnate. Esto... Esto está mal, pero se siente muy bien. Me remuevo entre él y el mesón de la cocina, su cuerpo está muy pegado al mío, tan juntos, que puedo sentir algunas partes de su anatomía... Oh.

—Gabri... Gabriel, por favor... —ruego, aunque no sé muy bien que es lo que estoy pidiendo.

—¿Qué? —Su voz es como un eco lejano por lo bajo y terso que es.

—No... No... —balbuceo y su rostro se aproxima más al mío—... No lo hagas... —susurro. Sí me besa no respondo de mis acciones.

—¿Porqué? —Al formular esa pregunta su aliento roza sutilmente con mis labios.

—No... Quiero ser otra más, Gabriel —digo en un momento de lucidez entre mis revueltos pensamientos.

Continue Reading

You'll Also Like

566K 73.1K 77
*Fueron los libros los que me hacían sentir que quizá no estaba completamente sola, y tú me enseñaste que el amor solo es una debilidad.* Isis descub...
610K 26.5K 46
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...
191K 14.3K 26
Escucho pasos detrás de mí y corro como nunca. -¡Déjenme! -les grito desesperada mientras me siguen. -Tienes que quedarte aquí, Iris. ¡Perteneces a e...