Diosa de La Luna

By KalexAF

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En Londres, criaturas de apariencia humana, pero con poderes extraordinarios cohabitan con los mortales mante... More

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Príncipe de Las Tinieblas
PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS 1
PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS 2
PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS 3
PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS 4
PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS 5
PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS 6

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By KalexAF

Lavo mis dientes y me ducho de prisa, con los nervios a flor de piel. No logro sacar la imagen de mi mente y puedo escucharlo moverse de un lado a otro en la alcoba. Un cajón se abre y se cierra, una puerta cruje y luego se va.

Una cosa es sentir su aura, otra muy diferente es saber con exactitud lo que está haciendo. Es como si mis sentidos hubiesen aumentado, ¿es parte del ritual o por haber tomado su sangre? Que, por cierto, ¡ew! No puedo creer que tragué eso.

Termino de secarme y envolverme en una enorme bata cuando lo siento y escucho volver, salgo para encontrarlo con una toalla atada a la cintura y el pelo húmedo, sentado al borde del colchón. Debió ducharse en otro cuarto de la... espera, ¿dónde estamos?

—En el Monte St. Michel —responde, como si escuchara mis pensamientos. Aguarda un segundo, ¿puede hacer eso? ¿Leer mi mente?—. No, nena, no puedo meterme en tu cabeza, todavía.

—¡¿Qué?! —Se ríe.

—Por ahora, alcanzo a percibir tus emociones, lo único que hago es tratar de interpretarlas, dándole forma a tus pensamientos. Puedes hacer lo mismo conmigo, si te concentras.

«¿No es eso como una violación de privacidad o algo así?»

Su ceño se frunce, supongo que también captó eso. Claramente.

—Aprenderás a controlarlo —constata.

—No quise... —Sacudo la cabeza, no hago más que meter la pata cuando estoy a solas con él—. No me malinterpretes, por favor. —Camino hacia él, me detengo a un palmo de distancia—. En la torre, me tomaste desprevenida. Jamás se me habría ocurrido que me mostrarías algo así. No quiero que pienses, nunca, que yo no te aceptaría tal y como eres.

—¿Es así? Sentí tu miedo.

—Si fueras como yo, joven e inexperto, y vieras a la persona de la que te has enamorado transformarse en una criatura oscura, primitiva, de la cual posee el mínimo control, ¿no tendrías ni un poquito de miedo?

—Si lo pones así... —Alcanza mis manos, suspira—. No quiero que tengas miedo de mí, Luna.

—No eres tú quien me asusta.

—No te haría daño.

—Lo sé. Solo... dame tiempo para acostumbrarme.

—Bien, dime cómo te sientes.

—Me encuentro bien, teniendo en cuenta lo que pasó. Esa loca desquiciada causó muchos estragos, ¿cómo es que alguien tan vil comanda el Inframundo?

—Su reinado ha sido el segundo más largo de la historia. Ya conoces el dicho, hierba mala nunca muere.

—No hasta que alguien la arranque desde la raíz —replico—. ¿Kyanna se encuentra bien? —inquiero, si había veneno en mi herida, probablemente en la suya también.

—Sí, solo a ti te inyectó el veneno.

—Quería matarme.

—Pero no lo consiguió, ni lo hará —habla seguro, instándome a sentarme en su regazo.

—¿Hay... sufrimos muchas pérdidas? —Temo la respuesta.

—No, ninguna. Los sanadores actuaron rápido y teníamos buenos combatientes. Los heridos de gravedad se pondrán bien.

—¿Mis hermanos?

—Están bien, todos están bien —tranquiliza.

—¿Y ella... la Reina? —Seguro que volverá a terminar lo que empezó—. ¿Por qué te quiere a ti?

—No me quiere a mí, chérie. —Frunzo el ceño y lo miro—. Quiere algo que poseo. Intentaba ponerlo a salvo cuando ocurrió el ataque, sabía que vendría por mí, pero no pensé que sería tan pronto ni que se arriesgaría a un asalto público.

—Pudiste deshacerte de ella...

—Era una especie de clon. Es capaz de dividir su energía, le da forma física y es como si estuviera en el lugar. Pero, en realidad, está sentada en su trono, en los confines del Infierno.

—Era muy poderosa siendo solo un clon.

—Ya te puedes imaginar si fuera real. —Oh, Dioses, ¿con qué estamos tratando?

—¿Qué es lo que quiere? —Se queda en silencio—. ¿Arath?

Lo escucho suspirar, rodeándome con sus brazos, apoya su babilla en la curva que forman mi cuello y hombro.

—El último deseo de tu madre.

—No entiendo.

—Cuando alguien tan poderosa como tu madre está a punto de ser asesinada, tiene el derecho a pedir un último deseo. La Reina no iba a cumplir con preguntarle tal cosa, pero yo sí. De alguna forma se lo debía. Lo he guardado desde aquella noche. El deseo es contenido en una lágrima mezclada con una gota de sangre, la magia se encarga de mantenerla pura, no importa cuánto tiempo transcurra.

—¿Por qué Hascibe querría obtenerlo ahora, si ni siquiera habría considerado concederle su deseo de muerte?

—Descubrió que si consume la última esencia de un ser mágico, sería capaz de adueñarse del poder que pertenecía a la criatura. Cuando nosotros los vampiros tomamos una vida, no adquirimos poder, sino fuerza. Podemos ver recuerdos e incluso manipular la mente de los humanos, pero nada de esta magnitud.

—Es ambiciosa, el mal encarnado —concluyo.

—Desde que subió al poder se ha encargado de hacer y deshacer a su antojo. Lo quiere todo —confirma Arath.

—¿Dónde lo has ocultado? —pregunto, luego me retracto—. No, mejor no saber. Por lo que dices, es preferible que nadie conozca su ubicación. ¿Qué haremos a continuación?

—Por ahora, voy a devolverte esto —dice, apartándome y poniéndose de pie. De inmediato extraño su calor, a pesar de estar ahí mismo, mi necesidad por él ha aumentado sobremanera. Abre el cajón de su mesita de noche y saca algo. Al volver al lecho, se sienta apoyando su espalda del cabecero de la cama, me invita a mi posición anterior—. Solangel me lo entregó. —Me tiende el colgante de aguamarina y junto a él, un nuevo trozo de papel. Mi corazón palpita fuerte. Desdoblo el pergamino y en voz alta, leo:

Osar, atrevimiento audaz, manifiesto del poder.

Debajo, hay una inentendible figurilla a lápiz.

—Estuve pensándolo y la verdad es que no sé, si besarte hasta dejarte sin aliento por arriesgarte sin dudas a defender a otros, o zarandearte por lanzarte sin temor a enfrentar a la Reina —comenta intuyendo mi incógnita. Comprendo de inmediato el significado de las palabras escritas.

Mis acciones han ido revelando el resto de las partes. Con esta, son tres. Y, si no me equivoco, me falta una sola pieza.

—Creo que prefiero el beso —suelto sin más—. Quiero decir, ya sabes que... —El malvado se ríe, me callo la boca y muerdo mi labio, ¿cómo es que me pongo en ridículo tan fácilmente? Arath toma el collar de mis manos, lo abrocha en su lugar en un parpadeo—. Gra-gracias —tartamudeo porque se queda muy, muy cerca, observando mi rostro a detalle, sus dedos recorren el lateral de mi cara, toma una respiración profunda y sus luceros se oscurecen, dejando entrever el brillo rojizo—. Arath...

—Adoro cómo suena mi nombre en tus labios, a veces me imagino... —se interrumpe, parece que estaba a punto de hacer una gran admisión.

—¿Qué? Dime, por favor. —Mordisquea su labio, no aparta la mirada de los míos—. ¿Arath?

—¿Mmm?

—Bésame —pido, atrevida. El contacto de su boca no se hace esperar, se amolda a la mía como si hubieran sido hechas para este acto exquisito.

El beso es lento, torturador, mi piel comienza a arder. Sus dedos realizan el recorrido usual por mis brazos, me doy cuenta de que lo hace tanto para controlarse a sí mismo, como para tranquilizarme.

En dado momento, me coloca de espaldas sobre el colchón. Su boca traviesa hace un camino de besos por mi cuello, sus dientes afilados rozan la tierna carne.

«Muérdeme».

El pinchazo llega, el sonido de succión lo acompaña. Enredo una mano en su pelo, manteniéndolo sujeto. Con la otra, hago trazos sin sentido por su espalda descubierta. Su piel, usualmente fría al tacto, se torna cálida. Alcanzo el borde de su toalla, justo cuando se aferra a uno de mis senos por encima de la bata, trago en seco, eso no me es suficiente. No después de lo que me ha enseñado.

Tiro de la insulsa tela esponjosa hacia abajo y a un lado, despejando el camino, el nudo en mi bata es deshecho y lo siguiente que sé, es que estoy sintiéndolo piel a piel en cada parte de mí.

La anticipación se mezcla con excitación.

El calor de su lengua húmeda mitiga el escozor que produce la mordida una vez que tiene suficiente de mi esencia, esa boca talentosa se mueve por mi garganta, baja por mi clavícula, su aliento sopla en un pico endurecido, cierro los ojos, ansiando que pruebe más de mí, pero demasiado tímida todavía como para verlo apoderarse de un pezón y juguetear con la punta de su lengua.

Eso es... ¡vaya! Expreso mi gusto audiblemente, sorprendiéndome y, a él sacándole un gruñido. Su caricia se profundiza, sus labios encierran el brote endurecido y chupa. Jadeo. Se traslada al otro pecho y repite la acción. Mi parte baja, íntima, nunca jamás tocada y mucho menos vista por nadie más que yo, se encuentra empapada debido a sus caricias.

Allí, entre los labios, se produce un pálpito. Y luego otro, y otro. Entonces comienza a doler de la manera más deliciosa, contoneo las caderas buscando inconscientemente la fricción que podría darme alivio.

—Luna, douceur, intento ir suave y despacio contigo. Si continúas moviéndote así, no podré controlarme —advierte, enfrento su mirada, no hay rastro del violeta, es todo rojo.

—No lo hagas. No te controles. Muéstrate a mí tal y como eres. Te querré de todas formas.

Aquellas palabras lo enloquecen, se adueña de mi boca, me besa con alevosía, muerde y succiona, me adiestra y sigo su ritmo, mi cadera se balancea, rozando algo increíblemente duro y suave a la vez.

«Eso... eso es...».

Shsh, no iré tan lejos hoy, ma lune —expresa en un susurro, presintiendo mi inquietud—. ¿Quieres parar ahora?

—No, sigue. —Mi voz sale poco más alta que un murmullo. Ahora, cuando me besa, lo hace más despacio. Después de prestarle atención a mis senos, sus manos viajan al sur, rozando el interior de mis piernas, instándome a separarlas y hacerle espacio.

Confiando en que se detendrá si cree que es demasiado, me dejo guiar. Sus dedos buscan mi núcleo, tocándome con suma delicadeza, un gemido sale de mí, cortando el beso. Nuestros ojos se encuentran, da con ese dulce punto, no sabía que fuera tan sensible, ni que fuera capaz de hacerme sentir así.

Realiza círculos alrededor y sobre él, manteniendo su vista en la mía, como si se deleitara con las emociones que cruzan por mi rostro. Muerdo con fuerza mi labio inferior, ahogando otro gemido, eso lo insta a redoblar su esfuerzo, acelerando la estimulación. No puedo evitarlo, un gritito sale de mí.

Abro ampliamente los ojos ante la avalancha que me asalta, mi cuerpo tiembla y los gemidos brotan sin control. «¡Oh, mi Diosa! ¿Qué, en el mundo, es esto?».

Sea lo que sea, no quiero que se detenga. Es apoteósico. Sube y sube, llevándome dentro de una bruma en la que domina el deseo y la inminente caída se siente cerca.

—¡Arath! —Jadeo, incapaz de contener el vaivén de mi cadera. Es demasiado, no puedo, no puedo más. Bajo los párpados.

—Mírame —exhorta—. No tengas miedo. Estás aquí, conmigo, te sostendré. Déjate llevar.

Y lo hago.

Cabalgo las olas, viéndolo luchar con sus propias emociones, a él le gusta que me encuentre así, perdida en el placer. Por primera vez, puedo sentirlo, no oigo sus pensamientos, pero estos flotan hacia mí, solo tengo que atraparlos, intentar descifrarlos.

En este momento, experimentamos lo mismo. Todo lo que siento, él lo siente y viceversa. Es una conexión intensa.

La última ola me derrumba, cortándome la respiración por unos segundos. Cuando regreso a la realidad, él está tendido encima de mí, rozando mi brazo con sus dedos, su rostro escondido en mi cuello.

—Gracias, princesse, por confiar en mí.

***

—¿Lo harás? —pregunto a mi hermana mientras, junto a Kyanna, nos dirigimos al sótano.

—No lo sé. No... creo que sí —duda—. Tengo mucha curiosidad y, a la vez, miedo.

—¿Acaso es porque temes la reacción de mi padre? —indago.

Solangel afirma con un "sí" en tono bajo. Empujo la puerta y nos adentramos a la habitación donde nos esperan los demás.

—Craven parece intenso, pero te quiere y lo conoces desde siempre —señala Kya—. No creo que vaya a pensar mal si le dices que quieres conocer al Conde Lorian, después de todo es tu verdadero padre.

—Siento que si hago esto tiraría a la basura todo lo que Craven ha hecho por mí, todo el tiempo lo supo y en ningún momento me trató mal o por debajo de ustedes.

—Mi padre es el mejor, y es tu padre también. No dejará de serlo porque decidas conocer al Conde —digo, rehuyendo a propósito la mirada de cierto vampiro, porque hacerlo me hace recordar lo que hicimos en sus aposentos hace solo unos días.

Temo quedar en evidencia, es inevitable sonrojarme al pensar en ello. También es imposible controlar la excitación que surge al pensar qué otras cosas podemos experimentar.

—¿Y si él no quiere verme?

—A veces te prefiero como antes, ya sabes, cuando eras más segura de ti misma —asalta Kya, mordaz—. Esta nueva tú tiene tantas dudas que me pone de los nervios —remarca, luego se acerca a Braden—. Hola, tú —saluda, con un beso en la esquina de sus labios. De reojo, observo a mi compañero, está conversando con Solangel. Al sentir el peso de mi mirada sus ojos vuelan a mí y me guiña.

Contengo la sonrisa y me acerco al podio, abriendo el Libro de las Sombras, salto hacia atrás cuando emite una luz cegadora y que ciertamente no espero. Las risas melodiosas llenan la estancia y se me hacen muy familiares. Ambos vampiros se ponen en guardia, Solangel se muestra asombrada porque, por primera vez, presencia la magia del libro sagrado. Kyanna, por otro lado, se acerca alegremente hacia las dos traviesas brujas que emergen del libro, e igual que la otra vez, permanecen detrás del podio, con sus cuerpos traslúcidos poco a poco viéndose más sólidos.

—Luna, Kyanna —hablan al mismo tiempo, saludando.

—Oh, hay vampiros aquí —chista con saña la rubia, Angeline, si bien recuerdo su nombre—. Quizá deberíamos volver —le susurra a la morena, parece no ser consciente de que todos escuchamos sus palabras—. Son seres despiadados, ¿recuerdas lo que le hicieron a la West Argent hace un tiempo?

—No, esos fueron los humanos —aclara Nerea.

—¡Ah! Entonces fueron los que masacraron una aldea de hadas de la luz para obtener sus poderosas esencias.

Ejem, en realidad, las culpables fueron las mismas que crearon el Libro de las Sombras —corrige Nerea, avergonzada—. Deberías callarte, nos estás haciendo quedar mal inculpándolos injustamente.

—¡Lo siento! —exclama la bruja, mirando a los vampiros que las observan incrédulos.

—¿Todo sobre la brujería incluye fantasmas? —inquiere Arath.

—Recientemente, sí —concuerdo—. Nerea, Angie, ellos son Braden, Arath y Solangel.

—Tu hermano, tu compañero y tu hermana menor —acierta la rubia, ¿cómo lo supo? No los señalé al presentarlos—. Acaban de susurrarnos algo al oído —dice en voz baja, luego se ríe y es como si cantara—. Estás muy cerca, lo has hecho bien, Luna.

—¿De verdad? —Esto me emociona, los últimos meses han sido una gran aventura, me alegro que esté dando frutos.

—Sí, ¿quizás podemos ayudarte en algo? —ofrece Nerea. Decido aprovechar la oportunidad, mostrándole los tres trozos de papel, ya unificados con sus respectivas frases. Los dibujos a lápiz desaparecieron tras darme una pista de a dónde debíamos ir. Sostiene el papel, llego a rozar sus dedos y me estremezco.

Se sintió muy real, para nada como un fantasma o una Sombra. Ambas brujas se miran y tratan de esconder una sonrisa.

—Había una silueta como de un lagarto en este —les informo.

—¿Segura que viste bien? Alguien está diciéndome que era un dragón —informa Angeline, la miro confundida—. Las otras Sombras —explica—. Ellas me susurran.

—De acuerdo, ¿y qué dicen acerca del nuevo reto?

—Tiene mucho que ver contigo. —Se dirige a mi hermana.

—¿Co-con m-mi padre? —tartamudea Solangel, llegando rápido a esa conclusión.

—No necesariamente, solo si quieres. —La bruja empuja a Nerea como si hubiese una broma de por medio y ninguno de nosotros la hubiese captado.

—Quizás debas ir al lugar más hermoso y recóndito de la tierra. No todos logran llegar a él, es imposible para los humanos y difícil para los seres mágicos —sugiere Nerea, con aire pensativo.

—Y los pocos que llegan, no se han enterado —agrega la otra bruja—. Los Dragones están extintos casi en su totalidad, su tierra es la más protegida. Puedes estar ahí y no saberlo, algunos pocos los han sentido, pero, ¿verlos? —Niega con la cabeza.

—¿Qué podemos hacer? —pregunto.

—Puedes hacer lo que quieras si realmente lo deseas —continúa diciendo Angeline, por un momento siento el impulso de zarandearla, justo ahora no necesito sermones o acertijos. Arath y Braden se acercan a ellas, atrayendo su atención, me veo confundida un momento hasta que me doy cuenta. Ambos tienen una sonrisa torcida, lo que Kyanna y yo llamamos sus sonrisas de marca, esas que hacen que las féminas hagan exactamente lo que ellos quieren.

Arath sujeta la mano de Nerea y Braden la de Angeline. Las observan directamente a los ojos, me dan ganas de arrancar de sopetón el agarre que Arath mantiene en la bruja, no importa si está muerta, no tiene que tocarla y mucho menos mirarla de ese modo.

«Respira. Cálmate, es para bien».

¡No!

Arath me mira, de inmediato se aparta de la bruja, dejándole todo el trabajo a Braden.

¿Acaso dije ese "no" en voz alta o será que notó mi inquietud? Se coloca a mi lado y toma mi mano, la lleva a sus labios para dejar un beso y, así como así, mi malestar se esfuma. Mueve los labios y comprendo que se disculpa, asiento quitándole importancia al asunto, pero lo cierto es que me ha gustado.

De pronto, Nerea sacude su cabeza y sus ojos se oscurecen.

—¡Tú! —Señala a Arath, evidentemente ha descubierto su estratagema. Nerea ondea su mano y Angeline sale del trance en que Braden la tenía inmersa. Me pregunto si Kyanna se sintió como yo, al echarle un vistazo, noto que sus ojos brillan, tiene los puños apretados y lanza dagas con la mirada a mi hermano.

—¡Wow! Haz eso de nuevo —pide Angeline—. Fue asombroso.

—¿De qué está hablando? —Kya le pregunta a Braden. Por un instante se ve preocupado por el estado de su novia, luego esboza una sonrisa y se acerca a ella, besa su frente y le susurra algo al oído, haciendo que mi mejor amiga luzca muy, muy mansa.

—Le he mostrado lo maravilloso que es lanzarse del risco más alto de una montaña. Pude hacer que sintiera lo que yo sentí en ese momento, nada más —dice, para que todos escuchemos.

—Nosotras no tuvimos una larga vida, experimentamos muy poco y todo tenía que ver con hechicería, sin ninguna dosis de adrenalina. —Angelina suena triste, me doy cuenta de que no quiero terminar así, viviendo bajo el régimen del Congreso y más tarde lamentándolo—. Confío en que cumplas tus metas, Luna.

—Nosotras debemos irnos, antes de que nos descubran, del otro lado también son un poco estrictos con eso de presentarse a los vivos —confiesa Nerea.

—¡Esperen! —Muy tarde, ambas se han esfumado y no tengo idea de qué hacer a continuación. Frustrada, me acerco al podio lunar para cerrar el libro y posponer la búsqueda hasta otro día. No es que me convenga, mi cumpleaños se acerca.

Para mi sorpresa, las hojas no están en blanco. Hay un conjunto de números y letras. Si no me equivoco... ¡Son coordenadas! Debajo han firmado con A y N.

—¿Alguien sabe localizar coordenadas? —inquiero hacia el grupo.

—¿Por qué? —pregunta Solangel.

—Me parece que las Sombras nos están ayudando después de todo, miren esto. —Señalo el texto una vez que todos rodean el podio.

—Latitud —indica Braden—. Y longitud. Necesitamos un mapa.

—Aquí hay algunos —comenta Solangel, yendo a un estante de libros, parece familiarizada con el lugar. Obviamente no soy la única que hace escapadas al sótano—. ¿Sería mejor un mapa mágico? —cuestiona, tiene un rollo en la mano y lo deja caer para sostener otro más pequeño, lo trae consigo—. Si buscamos una tierra desconocida para los humanos, probablemente las coordenadas no nos sirvan en un mapa común. —Tiene sentido. Abrimos el mapa en el suelo, Arath y Kyanna se quedan al lado del podio para repetirnos los datos mientras Solangel y yo observamos a Braden localizar el punto exacto.

—Debe ser aquí. —Braden pone un dedo en una mancha amarilla que simula una isla.

—Seguro está deshabitada, y si algún humano ha llegado allí, la magia habrá hecho lo suyo espantándolo —comento.

—Entonces, ¿cuál es nuestra próxima parada? —pregunta Kyanna.

—Las Islas Equínadas —decimos mis hermanos y yo a la vez.

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