Convénceme ©

By monsalve2509

382K 20.8K 1.7K

Antes llamada, ¡Contigo no! Gabriel Monserrate es un hombre reservado y frío, que está cansado de su monó... More

Epígrafe y dedicatoria
Prólogo
Capitulo uno
Capitulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Información
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
¡Nueva portada!
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta

Capítulo diez

11.2K 738 21
By monsalve2509

Cambio los canales, aburrida. Los viernes por la noche deberían ser divertidos, alegres, que sé yo, pero no aburridos y fríos.

Oh, cruel invierno, ya has llegado.

Estoy arropada con una cobija gruesa. Me remuevo un poco y cierro los ojos; no hay nada mejor para el aburrimiento que dormir, o bueno, eso creo yo.

Escucho unos leves golpes en la puerta. Gruño, pero no abro los ojos. Vuelven a tocar y yo nuevamente gruño. Me muevo con pereza para sentarme al mismo tiempo que abro los ojos; la puerta se ve tan lejana... Toc, toc, toc. Tocan otra vez, bendita sea, no me quiero levantar.

Solo espero que no sea cierto individuo de ojos grises y cabellos castaños...

—Pajarillo desplumado... —me llaman con voz cantarina.

¡Tomy! Me pongo en pie de un salto y camino dando pequeños saltos, hasta que llego a la puerta y la abro.

—Tomás —le saludo y abrazo.

—Bianca —dice él y besa la coronilla de mi cabeza.

Cierro la puerta y después me dejo caer de nuevo sobre el sillón, solo que está vez no lo hago sola.

—¿Qué vas a hacer dentro de quince minutos? —cuestiona mientras trata de peinar mi cabello con sus dedos, sin éxito alguno.

Ruedo los ojos.

—Nada, obviamente —respondo.

—Nunca haces nada divertido. Pareces una vieja, solo te faltan canas y arrugas...

—Ah, callate, que tu al igual que yo nunca haces nada —replico.

Niega con la cabeza y me da un pequeño golpe en la punta de la nariz con su dedo.

—Eso es cierto. Pero, hoy tu rutina va a hacer distinta. Te invito para una exposición de arte, ¿qué dices? Sé que amas ese tipo de cosas... —Me ve fijamente a los ojos, esperando mi respuesta.

—¡Vamos, vamos, vamos! —grito y aplaudo como una niña de cinco años a la que le han invitado a comer algodón de azúcar.

—Cámbiate, ponte algo más o menos... Elegante... El lugar al que vamos así lo a merita —Asiento y examino su vestimenta: camisa negra, jersey vinotinto, pantalones oscuros y zapatos relucientes.

—Claro —acepto y me levanto, desordeno su cabello y salgo corriendo a mi habitación.

Me meto en el ropero. Busco y busco. Después de un largo rato me decido por un vestido color lavanda de mangas largas, con un sutil y hermoso escote con forma circular en la espalda.

Voy al baño y me doy una corta ducha. Salgo y me visto. En lo que respecta a zapatos, me coloco unas botas de un tono gris con tacón. Me recojo el cabello en un moño alto y trato que ningún cabello se salga.

Listo, parezco decente y no una señorita que odia peinarse.

Me dirijo a la puerta y salgo a la sala.

Guau, te ves hermosa —Me guiña un ojo y se levanta, camina hacía mí y me observa de arriba a bajo—. Dentro de dos meses llegan a la ciudad los zombis, ¿vas a participar?

Con los zombis, se refiere a una carrera anual, donde el competidor tiene que correr para que los que están disfrazados de zombis no les arranquen unas cintas rojas que representan las vidas. Son 20k, con obstáculos y muchas veces en lugares especialmente escogidos: bosques, parques, lugares abandonados y carreteras.

Suelo participar en carreras; me gusta correr, siempre y cuando sea con obstáculos, sin ellos me da la real pereza siquiera mover el dedito gordo del pie.

—Oh, claro, claro —digo moviendo la mano distraídamente, ya que, trato de busca la gabardina de tono gris de mi madre.

—Lo tengo yo. No la ves en mis manos, Pájara ciega —ruedo los ojos y se la quito y me la coloco, el frío exterior debe ser horrible.

Jalo su mano y salimos a la calle. Sí, hace mucho frío. Me encojo un poco, pero mi amigo pasa su brazo sobre mis hombros y me atrae a él. Caminamos hasta la parada de buses, para esperar un taxi.

(...)

Entrelazo mi brazo con el de Tomy y, sostengo en mi otra mano la gabardina doblada de mi madre.

El lugar es pequeño. Con paredes blancas inmaculadas, los techos tienen diminutos detalles dorados que no puedo distinguir que forma tienen.

Hay pocas pinturas, la mayoría son abstractas y de personas desnudas, imágenes demasiado eróticas y reales para mi gusto, pero aun así debo admitir que son fantásticas. Lo que más llena el elegante salón son unas hermosas esculturas, grandes y pequeñas, de amantes, otras de mujeres u hombres, niños, animales, incluso esculturas que no le encuentro ni la menor forma, pero sin duda esas son las más hermosas.

—¿Quién es el artista? —pregunto en un susurro, que se mezcla con la suave melodía de violonchelo que suena.

—Es un anónimo, nadie conoce su verdadero nombre, ni cara ni vida. Solo su seudónimo... Aunque, sabes, tú lo conoces... —musita con una sonrisa de esas que dicen que él sabe de algo que yo no.

—¿Cuál es su seudónimo? —Tomás detiene nuestro paso.

Lucas Noruese —dicen a mis espaldas.

Siento como el ambiente baja unos grados, dejándome congelada, inmóvil; ni siquiera respiro y siento que todo mi sistema se ha detenido también, comenzando por mi corazón y terminando en mis neuronas.

—Señor Noruese o... Monserrate... Ya está lista mi parte —declara Tomás, besa mi mejilla y desaparece de mi vista.

Oh, Tomás, que hermoso te vas a ver después que te caiga a patadas en tu lindo y bronceado rostro.

—Señorita Bianca... —llama en un leve murmullo.

—¿Señor Noruese? —Me giro y levanto un poco la cabeza para verlo directo a los ojos—. Tú... Tú eres Lucas Noruese.

—Sí... —Sonríe de manera genuina. Por un momento quedo atrapada por esa sonrisa, pero rápidamente me recupero y lo fulmino con la mirada—, por favor no se enoje. Le estoy confiando un secreto que nadie sabe, nadie.

Suspiro y desvío la mirada.

—Ven, acompáñeme —expresa el castaño, a lo que yo elevo una ceja.

No me deja ni siquiera aceptar o rechazar. Me toma del codo y hace que camine a su lado, cuando lo sigo sin poner resistencia, el magnate coloca su mano en mi espalda y acaricia la piel desnuda que deja al descubierto el escote del vestido, lo que me provoca pequeños y agradables escalofríos. Su tacto es suave y frío... Suave y frío... Muy suave y frío, demasiado agradable.

—Me encanta este vestido —susurra contra mi oído y lo roza con sus dientes.

—Gabriel... —le reclamo.

Este individuo quiere ganarse un buen golpe en su bella y fina nariz.

El señor artista suelta un suspiro y acelera nuestro paso. Llegamos a la entrada y luego salimos; el frío de la noche choca con mi cuerpo. Me cruzo de brazos, buscando calor.

—Tranquila, dentro de poco estará en un ambiente cálido —murmura y después arruga el entrecejo—. Aunque... Mejor póngase su gabardina.

Lo hago, pero no porque él lo ordenó, si no porqué voy a morir congelada.

Caminamos por lo que parece un jardín... No, sí es un jardín, pero a oscuras; esta parte del jardín no tiene faroles ni bombillos ni nada que nos preste luz, solo la luna que está escondida detrás de una enorme nube.

Me freno, haciendo que el árabe también lo haga y ladee la cabeza a mi dirección.

—Camine —ordena.

No, no voy a seguir caminando.

Me siento como el ganado cuando lo guían al matadero.

Me cruzo de brazos y levanto lo suficiente la cabeza para verlo. Es increíble que aunque tengo puestos unos tacones de ocho centímetros, sigo siendo diminuta ante su figura.

—A dónde me llevas y puede que siga caminando —digo y elevo una ceja y frunzo los labios, en una especie de mohín.

—Si no sigue caminando la llevaré en brazos —Da unos pasos hacia mí y yo doy unos hacía atrás.

—¿Qué te cuesta decirme? Deja los misterios, no te quedan —gruño irritada y bufo.

Niega con la cabeza y se pasa la mano por el cabello; sus dedos y también el viento provocan que varios mechones castaños caigan sobre su frente.

—Acompáñeme, por favor... —sisea entre dientes con un tono casi inaudible, como si pretendiera no hacerse oír.

—Bueno... En ese caso... —No termino la oración porqué el cavernícola vestido de traje me carga en brazos como a una novia en su noche de bodas—. ¡Bájame! —Comienzo a removerme para que me deje en el suelo—. Voy a gritar si no me bajas en este momento —lo amenazo y lo golpeo en el pecho con mis puños.

El árabe entorna los ojos y una sonrisa se dibuja en sus labios.

—No, usted no va a gritar —habla lento y relajado, neutro; cómo si mi peso y mis forcejeos fueran plumas chocando contra su cuerpo—. Quédese quieta y, a cambio, prometo mostrarle mi taller, el lugar donde pinto y esculpo.

—¡No, bájame, no me dejo comprar por eso...! —protesto.

Aprovecha lo cerca y accesible que esta mi cuello, se acerca y acaricia con su nariz el lóbulo de mi oreja y luego deposita un beso debajo de esta. Me quedo quieta, inmóvil, como a un muñeco al que le han quitado las baterías. Ahora, sus labios bajan a mi clavícula, donde juegan con la piel sensible de ese lugar haciendo que una extraña sensación se expanda por todo mi organismo y que mi vello se erice. Muerdo mi labio y cierro las manos en puños en un vano intento de controlar las sensaciones que me hacen respirar entrecortada.

Mi respiración, los latidos de mi corazón y hasta la temperatura de mi piel me delatan. Me gusta como su boca juega en mi cuello y como su aliento acaricia mi piel.

¡Demonios, me gusta esa sensación!

Mis manos emprenden un camino por sus hombros hasta su nuca y mis dedos se entierran en su sedoso y suave cabello. Alzo el rostro y busco su boca, a los segundos sus labios están sobre los míos, moviéndose exquisitamente lento, pero sin llegar a besarme con profundidad. Gabriel me apretá contra su pecho y yo muevo mis manos a sus mejillas, incitándolo para que siga y no pare, sin embargo, soy yo la que pone fin a nuestro beso alejándome de su boca y escondiendo mi rostro en su pecho.

—Cómo si se fuera detenido el tiempo —confiesa en voz baja, lejana y pensativa.

Oh, Gabriel; jamás he estado tan de acuerdo en algo contigo.

Facebook:
Oresmin Sivira Monsalve
El enlace se encuentra en
mi biografía.

Continue Reading

You'll Also Like

185K 8.8K 50
"𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙢𝙪𝙚𝙧𝙚 𝙮 𝙡𝙖 𝙫𝙚𝙧𝙙𝙖𝙙 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙧𝙖𝙯ó𝙣 𝙥𝙤𝙧 𝙦𝙪𝙚 𝙙𝙚𝙟𝙖𝙣 𝙪𝙣𝙖 𝙝𝙪𝙚𝙡𝙡𝙖" "-𝙔 𝙖𝙡 𝙛𝙞𝙣𝙖𝙡 𝙚�...
1.3M 99.5K 80
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...
626K 31.7K 34
Melody Roberts es una chica muy sencilla, no es muy sociable y solo tiene una mejor amiga. Vive sola en un pequeño departamento, el cual debe de paga...
135K 5.9K 58
tus amigos llevaron a un amigo a tu casa desde ahi se conocen y pasar de los dias se van gustando