Dulce venganza •TERMINADA•

由 Thyfhanhy

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❝Luciana está dispuesta a vengarse de Luka Greisnar por haber jugado con su mejor amiga; pero no cuenta con q... 更多

♡ Antes de leer ♡
Sinopsis + aviso
Capítulo 0
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
I •TOBIAS•
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
I •LUKA•
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
I •MIKE•
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
II •TOBIAS•
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
I •TOTÓ•
Capítulo 46
II •LUKA•
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
III•LUKA•
III •TOBIAS•
Agradecimientos

Capítulo 4

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由 Thyfhanhy




Hacer que la casa quede decente nos toma más de cinco horas y eso es sólo ordenando lo principal, aún hay polvo y mugre por todos lados, ¿de dónde sale tanta basura?

La ayuda de Totó fue muchísima, ella es más activa que yo y sinceramente lo hace mejor, yo soy una floja en otra escala, al menos en ciertas cosas.

—Esta foto con Mike, ¿a dónde va? —pregunta, sacando de una de las cajas un portarretrato con una foto de nosotros. Ella solo lo vio una o dos veces por videollamada, pero ninguno de los nunca tuvo la iniciativa de ser también amigos—. Se ve muy gentil.

—Es el mejor amigo del mundo —respondo con nostalgia—. Mira —Saco de mi escote la cadena que no me he quitado para nada—, me regaló esto antes de venirme.

Ella se acerca y lo toma en sus dedos, lee la inscripción y sonríe.

—Que tierno —dice—. Me imagino que no ha sido fácil el separarse.

—No. Es como un hermano —murmuro, omitiendo la parte en que compartimos cama en algún punto hace tiempo—. Algún día tal vez venga y te lo presente como se debe.

Solo asiente y continúa sacando trastes. Mi habitación al fin queda relativamente ordenada y nos recostamos ambas en la cama, mirando al techo.

—Creo que ya quedó —aprueba, mirando a su alrededor apenas moviendo la cabeza—. Solo falta que organices tu librero. —Observa las dos cajas con libros—. Nunca me dijiste que leyeras tanto.

Me encojo de hombros.

—No se me pasó por la cabeza, la verdad. De por sí no es que cuando me presente diga "hola, soy Luciana y amo leer", simplemente pasa a segundo plano.

—Si se lo dijeras a los chicos con los que has salido, tendrías muchos libros de regalo —razona—, si es que no son tacaños.

Me rio.

—La mayoría de chicos solo pasan por mi vida como algo momentáneo, ninguno me conoce en realidad, no al punto de ser mis amigos y darme regalos.

—¿Y eso no te molesta?

—No... —Nos sentamos en el borde del colchón—. No busco más en un hombre, así que el trato es justo.

—¿No te gustaría algo serio con un chico? —cuestiona. En otra persona me molestaría esa pregunta, pero no en ella—. A mí me fue del asco con Luka, pero igual creo que la idea del amor sincero es bonita.

—Diferimos. El amor no es lo mío, no de momento, al menos, y ese momento será de varios años.

Con mi tono burlón pero firme doy por zanjado el tema y no se dice más al respecto. Mamá pide comida china y después de comer todos, Totó se va a su casa —mi madre sabía mucho de ella porque aún a distancia, le contaba cada día de mi "gran amiga lejana", así que de inmediato congeniaron—, acordando que nos veremos mañana para iniciar el cambio.

La casa es grande, tiene un gran patio trasero y mi ventana da vista de él, mi habitación queda detrás del garaje y hay un grueso árbol en el patio que tiene una deteriorada casita encima (más bien una pila de madera podrida), supongo que la familia anterior tenía algún niño pequeño y al crecer la abandonaron. Junto al árbol hay una caseta donde hay una podadora y otras cosas que yo creo que son basura: eso es un trastero.

Todas las casas del vecindario tienen una cerca en la fachada delantera, pero de resto están todas conectadas, así que nuestros vecinos están junto a nosotros. Ojalá sean amables y no tengan niños pequeños. El césped requiere cuidado; hasta donde tengo entendido, esta casa lleva ocho meses desocupada por lo tanto el jardín está muy desarreglado. Papá me pondrá a hacer eso a mí, lo sé.

Me pongo mi pijama y salgo por un vaso con agua antes de acostarme, con tan mala suerte que me encuentro a mamá.

—Lucy —llama—, necesito el taladro para colgar este soporte, ¿puedes traerlo? Está en la caseta del patio.

—Mamá, ya estoy en pijama —excuso—. Y es tarde para taladrar, molestarás a los vecinos.

—Solo son las ocho. —Miro el reloj y maldigo—. No seas grosera, solo trae el taladro.

Gruño y me dirijo a la puerta trasera que está en la cocina, al menos la noche no está tan fría y traigo mi pijama de pantalón largo; aun así, me abrazo a mí misma de camino a la caseta. Desde aquí veo el trastero de los vecinos de al lado, es como si compartiéramos un gran patio con todos... bueno, excepto los del otro lado que sí tienen una reja que nos separa. Deben ser algunos viejos amargados con gatos o algo.

Abro la puerta y un estruendo suena, creo que tiré algo al suelo, pero en mi defensa solo abrí la puerta, la acomodación previa de las cosas no es mi culpa. Cuando acaba el estruendo asomo la cabeza y con la mano busco alguna luz, doy con un bombillo colgado y jalo la cadenita para que encienda. Una débil y parpadeante luz alumbra la estancia y sí, un estante lleno de herramientas se ha venido abajo. Veo el taladro en la pared del fondo, el espacio no mide más de tres metros de largo, pero se ve tétrico por su escasa y parpadeante iluminación.

Entro dando pasos dudosos y me enredo con un rastrillo que hace que otro de los estantes ceda hacia el suelo, ocasionando un nuevo y mayor estruendo.

—¡Maldición!

Cierro los ojos con fuerza, esperando que el efecto dominó acabe para poder abrirlos. Cuando todo queda en silencio, abro un ojo y luego el otro, estoy casi enterrada en trastes y me pesa saber que tendré que organizarlo todo después.

Me siento en un intento de silla que hay en una esquina, analizando el reguero, pensando por dónde empezar a recoger o si solo cierro la puerta y espero a que el próximo que venga arregle todo pensando que así ha estado siempre.

—¿Estás bien? —Esa ligeramente conocida voz me hace levantar la mirada.

—¿Tobías? ¿Qué haces aquí?

—Estaba sacando la basura y escuché un ruido —explica—. Pensé que era algún delincuente o un zorrillo... y luego te vi allí entre los escombros.

—¿Supones que hay un delincuente y tu primer movimiento es venir a enfrentarte a él? Qué valiente de tu parte.

Sonríe ampliamente, con la transparencia de esas personas que agradan a todo el mundo por su buen corazón.

—Acá entre nos, esperaba con el alma que fuera solo un zorrillo.

Asiento en medio de una risa. Tobías se recuesta con un costado contra el marco de la entrada.

—¿Vives al lado? —pregunto.

—Sí. Supongo que tu familia son los nuevos vecinos de los que mamá ha estado hablando con las demás vecinas. Son unas chismosas.

—¿Cómo es eso?

—Por acá nunca nada cambia; los señores Frederson llevan viviendo al otro lado de tu casa toda su vida y nosotros estamos acá desde antes de que yo naciera —habla rápido, sin tomar aire—. Y desde que los Rogers se fueron de la que ahora es tu casa, había estado vacía. Su llegada es todo un acontecimiento. Bueno, para las tertulias de amigas de mamá es todo un acontecimiento.

—Interesante —murmuro—. Oye, te debo un paraguas.

—Es cierto —afirma—. Pero me lo das mañana, por ahora creo que es mejor sacarte de allí.

Miro a mi alrededor y el piso está lleno de herramientas, él está en el umbral y empieza a mover cosas para hacerme vía de salida.

—¿Siempre eres tan torpe? —cuestiona con burla.

—Ayer me dices gorda y hoy torpe —acuso—, eres el mejor para dar bienvenidas. Pero no soy torpe, eso se cayó solo.

—Sí, claro. —Bufa—. Eso dicen todos después de una travesura.

—Pues es cierto. —Finalmente la vía queda despejada y salimos de la caseta—. ¿A qué preparatoria vas?

—Midwest, al otro lado de la ciudad.

—Oh, hubiera sido demasiada coincidencia que aparte de vecinos fuéramos compañeros de clase. —Se sonroja y se ríe. ¿Por qué se sonrojará tanto?

¿A qué venías al cobertizo en todo caso?

—Por un taladro. —Trato de entrar nuevamente, pero él me lo impide—. ¿Qué?

—Yo lo saco, no queremos que las cosas se caigan solas de nuevo.

Entra y con mucha agilidad sortea las cosas en el suelo, toma el taladro de la pared y sale de nuevo, dejando desorden, pero no heridos. Sería muy abusivo que también le pidiera que organizara conmigo todo.

—Gracias.

—No hay de qué. —Mira hacia su casa—. Supongo que nos veremos por ahí —se despide—. Bienvenida al vecindario también.

—Adiós, Tobías.

Llevo el taladro a mi madre, quien al parecer no escuchó estruendo alguno de mi incidente en la caseta, y hace escándalo abriendo huecos en la pared en tres ocasiones. La imagen de mi cómoda cama y el solo pensar en dormir me llevan inmediatamente a mi habitación para encerrarme y caer en un profundo sueño hasta mañana.

Me acerco a mi ventana para cerrar la cortina y veo la ventana vecina que tiene la luz encendida: es la de Tobías, o eso asumo, pues se está desvistiendo con la cortina entreabierta. Mi alma adolescente no deja que quite la vista como haría una persona normal guiándose por el respeto.

Se quita la camiseta negra y su torso queda descubierto. ¿Estoy sonriendo de lado a lado y babeando? En efecto, estoy sonriendo de lado a lado y babeando. Se desabotona el pantalón y justo cuando se lo va a bajar... mira hacia acá y quedo congelada en mi lugar, recogiendo con dignidad mis babas.

¿Será que me vio? ¿Desde allá alcanza a verme?
Claro que me ve, si yo lo puedo ver, él puede verme.

Lo más sensato sería quitarme de aquí, pero siento que al más mínimo movimiento me puede descubrir (si no lo ha hecho aún), así que solo quedo con la vista fija esperando a que haga algo. Se acerca a su ventana y repara en que tiene la cortina abierta, así que la cierra sin ningún indicio que diga que me vio observándolo fijamente como una acosadora.

Luego de que estoysegura de que ya no me vio, me recuesto de nuevo con el corazón latiendo a milpor hora. Será difícil llevar bien este plan si todos los chicos son así enesta ciudad. Tobías no es de los que llaman mucho la atención con el rostro,pero ¡ese cuerpo! Debo quitar eso de mi mente, solo es el vecino y, además, porlo poco que hemos hablado, no se fijó en mí de esa manera y es tímido para migusto. Es decir, Tobías me agrada, puede ser un gran amigo, tiene una sonrisacálida y contagiosa, pero eso es todo.

Me despierto un poco acalorada porque son casi las diez y el sol da de lleno en mi cama. Al ojear la ventana con la intención de maldecir el calor que llega, recuerdo vagamente la última imagen que vi antes de dormir: la de Tobías al otro lado del jardín sin camiseta. Me río para mí misma y me dispongo a empezar bien el día.

Me ducho y me pongo ropa cómoda​; hoy iré a que me pinten el pelo de nuevo. No recuerdo qué me impulsó a perder mi rojo natural hace un año, pero ya qué, hoy volveré a él con la esperanza de no quedarme calva por tantos químicos y de regresar en unos años a mi pelo totalmente normal.

En la cocina veo de nuevo el​ paraguas y decido llevarlo, pero primero tomo un vaso de jugo y como un par de tostadas. Igual y Tobías no está, tal vez está en el super como ayer, pero alguien debe estar. Voy hacia su casa —por la puerta delantera— y timbro con el paraguas en mis manos. Es Tobías quien abre.

—Hola, Lucy.

—Pensé que no estarías. —Su imagen contrastada de un chico dulce ayudándome a sacar el taladro y luego sacándose la camiseta en la ventana desnuda me hace sonreír, pero sacudo imperceptiblemente la cabeza y continúo—. Traje esto. —Le paso el paraguas—. Gracias.

—No hay de qué. —Lo pone en una caja que hay junto a su puerta—. ¿Quieres pasar?

Quiero hacer más que eso.

Desayunar, por ejemplo, porque aún tengo hambre.

—No, gracias. —Suspiro—. Debo irme, me veré con una amiga, me pintaré el cabello.

—¿Te quitaras ese rosa resaltante?

—Sí... Es justo y necesario después de un año.

—Pues, ¿suerte? —duda—. O lo que sea.

—Suerte está bien. Adiós, Tobías, y gracias.

Me alejo y respiro hondo felicitándome a mí misma por negarme a entrar y distraerme. Quedamos con Totó para vernos en el centro comercial a las once, así que aquí estoy, faltan diez minutos y me siento en una silla de la plazoleta de comidas mientras llega.

—Hola, Luchis. —Llega por detrás y se ubica frente a mí.

—No te sientes, vamos ya porque esto dura varias tediosas horas.

Nos encaminamos al salón de belleza —donde una estilista que Totó conoce y recomienda— y luego de explicarle a la señora lo que quiero, me acomodo mientras me empieza a decolorar.

—Lucy. —Llama entre dientes.

—Dime. —No me muevo porque la señora ya me miró mal una vez cuando giré a buscar mi celular. Y si algo pasa, no quiero mi cabello mal tinturado.

—Es Luka, está allí en ese local de enfrente. —Giro la cabeza de sopetón hacia donde Totó me indica, ignorando el gesto de la peluquera. Mi amiga está de espaldas, encogida en su asiento—. ¡Disimuladamente, Lucy!

—Qué importa, a mí no me conoce. —Logro ver a más de cuatro chicos en ese local—. ¿Cuál es?

—El de camiseta negra del Guasón.

Lo ubico con la mirada y ladeo mi cabeza levemente entrecerrando un ojo para mirarle el trasero. Sonrío de lado y Totó me reprende.

—¡No lo mires así! —sisea.

—¿Aún te gusta? —inquiero, mirándola a los ojos.

—Claro que no... —Su tono y su mirada me dicen que no miente... eso y que su mueca de asco no me deja dudas—. Pero debes practicar tu sutileza.

—Entonces déjame —ordeno—. Tenemos con qué trabajar, Totó. Con ese trasero le hago de todo.

—Eres una salida.

—Irrelevante.

—Señorita, ¿puede voltearse? —pide con impaciencia la peluquera.

Obedezco y le sonrío a Totó por el espejo.

—Ya no me queda ni una duda de que va a funcionar —aseguro.

Va a ser bastante fácil, el problema será aguantarme las ganas de ese tal Luka. Dios, todos acá son así de... pervertibles. Aunque tal vez no tenga que reprimirme tanto, que vaya a desechar los desperdicios no quiere decir que no pueda disfrutar la comida antes.

—Vas a cogértelo, ¿verdad? —pregunta Totó, blanqueando los ojos.

—Ni siquiera lo conozco, Totó. —Me indigno, exagerando el tono y abriendo la boca en sorpresa—. Pero sí, es una opción que no voy a descartar aún.


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