Convénceme ©

By monsalve2509

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Antes llamada, ¡Contigo no! Gabriel Monserrate es un hombre reservado y frío, que está cansado de su monó... More

Epígrafe y dedicatoria
Prólogo
Capitulo uno
Capitulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Información
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
¡Nueva portada!
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta

Capítulo seis

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By monsalve2509

Corro de vuelta a la casa de mi madre; casi se me olvidaba algo. Entro a mi habitación y lo tomo, me desabrocho dos botones de la camisa del colegio y me coloco el collar en mi cuello.

Gabriel tenía razón, ese pequeño dije plateado se ve muy bien en mi cuello.

Salgo a trote de nuevo hacia la parada de bus. Aquí no puedo irme caminando al colegio y tampoco tengo a algún Monserrate que me lleve. Aquí, si el autobús se va, me toca tomar el metro y no llegar a la primera y segunda clase.

Por suerte, cuando llego a la parada, todavía no ha pasado el transporte del colegio.

Sentado en el suelo visualizo unos cabellos rubios. Salto en mi lugar por la alegría y corro hacia él.

—Tomy, Tomy —chillo atrayendo la atención de algunos compañeros.

Tomás o Tomy, como lo llamo por cariño, es mi mejor amigo desde... Bueno, desde que tengo uso de razón. Es un chico de cabello dorados, ojos azules y piel bronceada. Y gay. Sí, Tomás es gay y el mejor amigo del mundo.

—Oye, todavía me duelen las costillas —se queja y hace una dramática mueca de dolor.

—¡¿Qué costillas?! Tú tenías era sarampión —replico y él solo se encoje de hombros.

—Hay que ponerle drama al asunto —Finaliza dándome un leve golpe en la nariz con su dedo.

Dejamos de hablar porqué el autobús llega. Nos montamos y nos sentamos juntos. Durante los cincuenta minutos de camino, le cuento sobre la propuesta de Gabriel y nuestros encuentros, que no tienen nada de especial, pero que casi lo dejan sin aliento.

—Oh mi madre, te besó en el cuello... ¡Que rico y excitante! —brama en voz alta, atrayendo la atención de varias personas y provocando que mis mejillas se pongan como un tomate.

—¡Cállate! —le pido cubriendo mi rostro.

—Pajarito, no paraste de hablar de él cuando lo conociste, lo recuerdo. Y ahora te haces la dura cuando trata de conquistarte... Pájaro estúpido —comenta.

Lo fulmino con la mirada y agradezco que ya llegamos a nuestro destino.

Recuerdo que sí, le hablé mucho de Gabriel a Tomás; le comenté hasta el mínimo detalle, también recuerdo que no dormí por dos noches pensando en la última palabra que pronunció cuando se despidió la primera noche que hablamos.

«Espero volver a verla.»

Ay Gabriel, amé esas palabras.

Sacudo la cabeza y le doy otro mordisco a mi pan. Pan de pasas. No me gustan las pasas, pero su sabor sí, muy contradictorio lo sé.

Ya han pasado tres horas. Son casi las diez de la mañana. Por favor, que el tiempo pase lento y que a Gabriel se le olvide que hoy me tiene que raptar.

(...)

Después de las cuatro últimas horas de clases se hacen las dos y veinte minutos.

¡Dos y veinte!

Salgo con rapidez de mi salón en cuanto suena el timbre que indica la culminación de otra jornada aburridísima de clases. Siento una presión en el estómago, como si un huracán de mariposa despertará; no, no son mariposas, son más como elefante. Diablos, estoy realmente nerviosa y ansiosa.

Tengo dos opciones: la primera es huir en este preciso momento y la segunda es aceptar salir con Gabriel.

Pero la primera la descarto cuando siento el inconfundible aroma de el árabe. La combinación dulce y fuerte de la canela, mezclada con pintura fresca. ¿Pintura fresca? Ya es la segunda vez que noto ese olor en él.

Mmm, excéntrico y delicioso aroma.

—Señorita Torres —Me giro al escucharlo.

Oh. Santísimo. Cielo.

Gabriel está vestido con unos pantalones de jeans y una camisa negra con las mangas remangadas hasta los codos. Y siguiendo ese look relajado tiene puestos unos lentes aviadores que hace que su atractivo se acentúe aún más.

Bendita sangre árabe.

Me quedo tiempo de más observándolo. La ropa parece que fue hecha exclusivamente para él, ya que trabaja marcando sus puntos fuertes: brazos, pecho, caderas, piernas y estoy segura de que con ese pantalón se le marca un asombroso trase... En fin, debería estar prohibido verse así de bien.

El castaño tose llamando mi atención. Despego la mirada de su cuerpo y la centro en sus ojos; esos aviadores hacen que su rostro luzca perfecto.

Dios, ese hombre es el pecado en persona.

—Va a venir conmigo o la tengo que llevar en brazos —advierte inexpresivo. No bromea. Por lo que, acepto de buena manera acompañarlo.

Camino detrás de él hasta donde se encuentra su porsche negro, me subo y él lo hace después de rodear el auto, lo enciende y yo desvío la mirada a la ventana. No deseo verlo, estoy enojada.

Coloca música lo que hace que deje de observar por la ventana. James Arthur, es el que suena con su canción Impossible; interesante cambio de género musical por parte del magnate.

—Interesante, Gabriel. Nunca imaginé que escucharás algo que no fuera instrumentaría o clásica —La comisura de sus labios se curvan un poco.

—Hay muchas cosas que le causaría sorpresa. No soy como todos imaginan —declara en tono serio.

Lo miro por un largo rato, delineando sus rasgos con mis ojos. Sin dudas Gabriel es peligrosamente atractivo. Mis ojos bajan a sus brazos y noto que tiene algo de pintura en el codo.

—¿Porqué tienes pintura en el brazo? —pregunto frunciendo el ceño.

Se gira hacia mí por unos segundos y luego vuelve su atención a la carretera. Poco a poco una sonrisa picara y arrogante se dibuja en sus labios.

Diablos, mi castidad.

Después de unos minutos cambia de camino con brusquedad, doblando en una avenida algo desierta y haciendo sonar los neumáticos; lo que provoca que abra la boca y los ojos de par en par.

Me giro hacia atrás y no veo a ningún oficial.

Me vuelvo acomodar en mi asiento y suelto un bufido. ¿Para donde me lleva este hombre? Por el lugar en donde estamos no transitan muchos autos, hay muchas casas y muy pocos negocios. Se estaciona en frente de una de esas casa; una simple y normal casa de color blanco de dos pisos, hay una hermosa fuente en medio de un camino de piedra, que es rodeado por rosales blancos y una gran extensión de césped, también cuenta con grandes ventanales y pilares, nada fuera de la normal, aparte del jardín que es fantástico.

Se baja del auto y antes de que yo pueda girarme para abrir la puerta, él ya lo ha hecho y me tiende su mano. La acepto insegura. Me guía por el camino de piedras, agarrando mi mano con suavidad y acariciando mis nudillos con distracción; su agarre se siente extrañamente bien.

Llegamos a la puerta y puedo escuchar un leve gruñido cuando tiene que soltarme. Sostiene la puerta y con un movimiento de cabeza me invita a pasar.

Un agradable olor a canela llega a mi olfato; ya sé porqué siempre lleva ese aroma consigo.

Me quedo deslumbrada por unos segundos. Blanco, blanco y blanco. Todo es de ese color puro y pulcro: las paredes, los pisos de mármol, los muebles, las mesas, los jarrones, las esculturas, y pare de contar. Lo único que no es blanco son algunos cojines con estampados dorados, rojos y negros, los cuadros de artes y un enorme ramo de flores rojas.

Me vuelvo hacia el castaño y no puedo quitar la sonrisa de mi rostro.

—Tu casa es hermosa —Consigo decir al recuperar el aire.

—¿Quiere algo de tomar? —indaga.

—Sí. Agua —respondo.

Con otro gesto de la cabeza me incita a seguirlo.

Cuando entro a la cocina es el mismo tono blanco para todo. Este individuo tiene una rara obsesión por el blanco. Me sirve un vaso con agua y se sirve otro a él. Luego de beberse el liquido deja el vaso sobre la encimera, para después sacar de sus bolsillos dos celulares, unas llaves y un pequeño control, que deja ordenado en una esquina del mesón, donde minutos antes dejo los lentes.

—¿Para que me has traído a tu casa? —Mi voz suena recelosa.

Se encoje de hombros y se pasa la lengua por los labios, lento, sensual y provocativo; y, sin quererlo, imito su gesto, sin su sensualidad pero muy despacio. Él traga saliva y no despega la mirada de mi boca. Yo, por el contrario, observo sus ojos, notando como el color gris de estos se va volviendo oscuro.

—Usted pregunto por la pintura en mi brazo —dice, sin dejar de observarme.

Abro la boca para decir algo, pero el sonido de su teléfono me interrumpe; él se gira y a los segundos yo lo hago, lo primero que observo es un nombre en la pantalla «dane» y antes de que Gabriel lo agarre, logro ver la foto del contacto: una chica, una hermosa chica de ojos verdes.

Monserrate sale a paso apresurado de la sala para contestar el móvil.

Resoplo.

¿Quién es esa tal dane?

Después de lo que parece una larga y eterna hora, el árabe vuelve. Gracias al cielo, porqué ya no sentía mi trasero por estar tanto tiempo sentada. Al verlo de cerca, me pongo en pie de inmediato y camino hacía él. Su aspecto es alarmante. En tan poco tiempo su expresión y rostro envejecieron, su piel esta pálida, su cabello despeinado y en sus ojos se puede ver que esta en otra parte.

Oh, Gabriel, ¿qué ha pasado?

El castaño toma asiento y esconde el rostro entre sus manos. Me siento pérdida y fuera de lugar; me afecta de sobremanera su estado, se ve tan... Vulnerable.

Un quejido sale de sus labios.

Me dejo llevar por mi empatía y lo abrazo, rodeando como puedo su ancha espalda; él se tensa, aunque después toma mis manos y las besa.

—Perdone, joven Bianca, pero no podré llevarla a casa; tendrá que tomar un taxi —Libera mis manos con suavidad y se vuelve a ir por el pasillo por donde antes desapareció.

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Oresmin Sivira Monsalve
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