Convénceme ©

By monsalve2509

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Antes llamada, ¡Contigo no! Gabriel Monserrate es un hombre reservado y frío, que está cansado de su monó... More

Epígrafe y dedicatoria
Prólogo
Capitulo uno
Capitulo dos
Capítulo tres
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Información
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
¡Nueva portada!
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta

Capítulo cuatro

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By monsalve2509

Después de la incómoda pregunta de Gabriel, todo se sumerge en silencio. Mejor así. Mi padre es un hombre muy celoso cuando se trata de mí; no quiero que sospeche algo de lo que busca Monserrate hijo.

Termino de comer y con una sonrisa me pongo en pie; sonrisa que desaparece al sentir unos dedos fríos rozar levemente mis piernas. Hago una mueca y tartamudeando me despido.

En el segundo piso, camino con prisas y entro a mi habitación. Dejo salir todo el aire que llevo conteniendo.

Gabriel, cada vez está más loco.

Me siento en la cama y me quito la ropa. Entro al armario y saco mi pijama; un mono y camisa de ositos verdes, muy cómoda para dormir. Me acerco al interruptor y apago la luz, saltando sobre el colchón, con una velocidad y agilidad envidiable, enciendo la lámpara que esta al lado derecho de mi cama.

Pero, mi tranquilidad y paz no dura mucho. Alguien toca la puerta de mi habitación, ¿será que no respetan el sueño ajeno? Me volteo y tomo mi celular en manos. Las nueve de la noche, ha pasado tan solo media hora desde que cené.

Me siento, con recelos de colocar los pies en el suelo, estoy descalza y el piso debe estar helado. Camino de puntas hasta la puerta, tomo la manilla y siento un escalofrío recorrerme la espalda. Suelto un suspiro. Al abrir, una figura masculina con un encantador olor a canela y a ¿pintura? Sí, ahora, en la media oscuridad mis sentidos se agudizan; entra sin pedir permiso.

—Pero qué demoni...

—Necesito hablar con usted —me interrumpe.

—Está es mi habitación, estaba por dormir —protesto colocando las manos en mi cintura.

Él arquea una ceja y me recorre con la mirada.

—Se ve sumamente hermosa en esa pijama —susurra en tono meloso—. Adorable e inocente, algo fascinante de observar.

Mis mejillas arden, pero con velocidad me repongo de su comentario y cierro la puerta.

—¿Cómo subiste? —le cuestiono. Dudo que mi padre le haya dejado subir.

Me cruzo de brazos.

—Fui a contestar una llamada y me he perdido —dice burlón.

—Sí claro... Comienza hablar, qué si mi padre te descubre aquí, te castra.

—Quiero arreglar las cosas —habla serio—. Primero, no debí ofrecerle dinero, ni mucho menos para algo como... Eso.

—Cierto. Tienes a tu secretaria —le recuerdo.

Sus ojos se abren en una expresión de sorpresa. El cinismo de ese individuo me deja fría, los vi y ahora se hace el sorprendido. Con rapidez retoma su postura firme y erguida, poniendo en alto su barbilla, viéndome con aire de grandeza; tal vez un gesto que hace cuando se siente acorralado.

—Olvida eso —no pide, no sugiere, sino que ordena con voz fría y seca.

—Gabriel, tu nivel de cinismo es altísimo —le reprocho y él solo hace una mueca.

Da tres pasos, seguro y firme, se posiciona al frente de mí, observando mis ojos. Se agacha un poco, quedando a la altura de mi rostro y coloca sus manos detrás de su espalda. Su cálido aliento choca con mi rostro y eso provoca que mi respiración se acelere. Su mirada baja a mis labios, lamiéndose los suyos con lentitud.

—Fue algo sin importancia —sisea.

Mi pulso se dispara cuando sus labios se mueven, rozando con su respiración suave los míos. Siento como la saliva se queda atorada en mi garganta y mi sangre bombea con fuerza, calentando y sonrojando mi piel.

—Respira —pide con calma.

Mis pulmones se vuelven a llenar con oxígeno, tal y como el lo pidió. Da otro paso y yo retrocedo dos. Mala idea, la pared me frena. Quedo acorralada.

—Gabriel... —Trato de advertirle algo, pero mi voz sale entrecortada.

En sus labios una sonrisa nace, una arrogante y triunfadora. Con suavidad, sus varoniles manos rodean mi cintura. Doy un respingo, que no logra más que agitarme, aún más. Mantengo la mirada fija en sus ojos, si la bajo, no respondo de mis acciones. Su boca se aproxima a la mía, reacciono y ladeo la cabeza para luego empujarlo.

—Lárgate —ordeno.

Entrecierra los ojos y frunce los labios. Levanta las manos hacía mí, pero yo con una mirada le advierto que no lo haga.

—Vete, anda a pagarle a una acompañante —gruño impasible.

Me sorprendo por usar un tono serio, pasar un día cerca de este hombre moldea mi humor.

—No tiene porque encontrarse celosa —dice por lo bajo antes de salir.

Gruño. Él se ha ido creyendo que estoy celosa.

Tranco la puerta y me dejo caer en la cama, arropándome desde los pies hasta la cabeza.

No me gusta que jueguen conmigo. Soy una chica inteligente; no estoy para que me usen. Soy un ser humano con sentimientos y estos merecen ser respetados, no votados a la basura o comprados como pretende Gabriel. Ese árabe solo quiere una cosa de mí, algo que no le daré ni en mil años.

(...)

El día de ayer no hice más que leer, los días domingo suelen ser aburridos, muertos. Me termino de colocar el jersey perteneciente al uniforme del instituto y paso los dedos por mi cabello, peinándolo; es difícil cepillar una cabellera de finos risos.

Agarro los libros de las materias que tocan los lunes y los guardo en mi bolso. Corro escaleras abajo y tomo en manos una manzana, como es usual, voy tarde al colegio.

En la sala me encuentro con mi padre despierto, él suele dormir un poco más.

—Buenos días, padre —saludo con una pequeña sonrisa.

—Hija, si quieres te llevo al colegio —propone quitando la mirada del periódico y posándola en mí.

—Claro —Dudo al momento de responder.

—Bueno, entonces esperame unos minutos. Un compañero está por venir a entregarme unas cosas —Se pone en pie, dobla el periódico y lo deja en el mueble, para salir a hablar por teléfono.

A los minutos una camioneta negra se estaciona al frente de la casa, de ella sale Luciano. Él observa a los lados y después saluda a mi padre, está vestido informal. Entran a la casa. Alfhear se detiene al verme, pero mi padre sigue su camino hasta que desaparece por las escaleras.

Clavo la mirada en el chico de ojos esmeraldas. Me causa curiosidad en donde llegó, con su sueldo de pasante ni en años podría costearse ese tipo de autos. Él nota mi insistente mirada y me sonríe, haciendo que unos hoyuelos sobresalgan en su rostro.

—Hijo, estos fueron los únicos papeles que dejo Jhatkim —Frunzo el entrecejo al escuchar el primer nombre de Gabriel—. Si quieres llamo a Jaime y le pregunto por los contratos y permisos.

—Tranquilo, mi padre se encargará de ello. Ahora solo necesito los presupuestos.

Mi vista se alterna entre los dos, sin entender ni una palabra. Mi padre y su trabajo, no comprendo como le llama la atención esas cosas tan aburridas, prefiero la medicina o en su efecto la historia. Dejo de escuchar un minuto y me pierdo de todo. Paso las manos por mi cabello, atrayendo la mirada de Luciano, el cual deja de ver a mi padre y pone toda su atención en mí.

—Bien, hace un momento hablé con su hermano, me dijo que dentro de quince minutos viene.

—Perfecto. Entonces me voy y le doy un aventón a su hija.

—Gracias, señor... —Mi padre cierra la boca al momento que Luciano le lanza una mirada oscura, claramente molesto.

—No gracias, puedo tomar el autobús —digo, rechazándolo. Me irrita la manera tan arrogante en la que vio a mi padre.

Unos firmes pasos se escuchan a mis espaldas y mi padre ve a esa dirección. A mi olfato llega el dulce y varonil aroma de Gabriel, volteo mi rostro, encontrándome con su figura elegante y poderosa, parándose a mi lado.

—Mejor vete a trabajar, por algo se te paga Luciano —La voz de Monserrate sale fría y dura cuando habla, que hasta mi madrastra posa su mirada en él.

—No es problema tuyo, sí trabajo o no —replica Luciano con tono sarcástico.

Gabriel apretá la mandíbula y tensa los hombros. Mi padre los observa a los dos con la cabeza gacha y yo con sorpresa, se están tuteando; no sabía que el árabe podría tutear a alguien y mucho menos dejarse tratar de esa manera.

—Vamos señorita Bianca, la llevo al colegio —El de ojos grises posa sus manos en mis hombros y me guía a la puerta, sin dejarme responder.

Me lleva a un porsche rojo, abre la puerta de copiloto y me adentra, haciendo presión en mis hombros. Cruzo mis brazos y le lanzo una mirada de odio a el castaño apenas se sienta a mi lado.

—¿Ahora que demonio te pasa? —le cuestiono.

Él niega con la cabeza y mantiene la vista fija en la carretera.

En todo el camino no habla, no se gira a verme, nada. Relamo mis labios y me armo de valor para romper el silencio, se puede sentir su humor de perro rabioso. Abro la boca, pero al instante de que realizo esa acción sus ojos grises se posan en mí y luego vuelven a la carretera. Me quedo callada, apreto los labios y desvío la mirada a la ventana, observando casas, jardines, carros, semáforos y alguno que otro árbol.

—No la quiero cerca de Luciano —Me vuelvo hacia él, mirándolo con estupefacción.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? Ah ya, te has vuelto loco por completo.

El auto frena de golpe, impulsándonos hacia adelante. Suelto un grito y cierro los ojos. Tengo puesto el cinturón, pero se detuvo tan de repente que juraría que casi salgo volando por el parabrisas. Abro los párpados y lo observo, mis manos y rodillas tiemblan.

—Por la razón de que es mi hermano y lo conozco muy bien.

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Oresmin Sivira Monsalve
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