SERENDIPIA PARTE I: MARIANNE

By escriencubierta

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Katheleen es una adolescente obediente, sumisa y callada. Durante sus veinte años, ha estado acostumbrada a c... More

Nota de autora
Capítulo 1: Marianne
Capítulo 2: La propuesta
Capítulo 3: Escapada a media noche
Capítulo 4: Éxtasis
Capítulo 5: Efectos colaterales
Capítulo 6: S.O.S
Capítulo 7: La caja de Pandora
Capítulo 8: Yo nunca
Capítulo 9: Celos... ¿y algo más?
Capítulo 10: Me gustas
Capítulo 11: Una extraña coincidencia
Capítulo 12: ¿Es muy evidente?
Capítulo 13: Una piedra en mi ventana
Capítulo 14: Mi primera vez
Capítulo 15: El hotel
Capítulo 16: Enséñame cómo hacerlo
Capítulo 17: De vuelta a la realidad
Capítulo 18: Cambiar es necesario
Capítulo 19: Tercera... ¿y última?
Capítulo 20: Vámonos de aquí
Capítulo 21: No te enamores
Capítulo 22: Gustos culposos
Capítulo 23: Vamos a la playa
Capítulo 24: Confesiones
Capítulo 25: ¡Feliz no-cumpleaños!
Capítulo 26: Otra desilusión
Capítulo 27: Emboscada
Capítulo 28: Mi primera pelea
Capítulo 29: Interrogatorio
Capítulo 30: Guerra entre sábanas
Capítulo 31: Una visita inesperada
Capítulo 33: Mi chica
Capítulo 34: Un mal presentimiento
Capítulo 35: Carta de despedida
Capítulo 36: El portarretratos
Capítulo 37: Un tal Alfredo Vargas
Capítulo 38: Algunas pistas e indicios
Capítulo 39: La pieza faltante del rompecabezas
Capítulo 40: Desentrañando la verdad
Capítulo 41: En ácido
Capítulo 42: Tocando fondo
Capítulo 43: Las consecuencias
Capítulo 44: Recogiendo mis pedazos
Capítulo 45: Un nuevo comienzo
Epílogo
A mis lectoras

Capítulo 32: Noche de ruleta

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By escriencubierta

En el camino a la discoteca, pude darme cuenta que el recelo que Marianne le guardaba a Alexis y Marcus no era injustificado. Los dos eran como un par de niños pequeños de ocho años: se distraían con cualquier cosa, decían cosas indiscretas, no controlaban sus impulsos y se comportaban de forma desmedida.

A tan sólo unas calles de distancia, tuvimos que detenernos. Me pasé para atrás y me senté en la mitad con el fin de ver si estando separados podían autorregularse más. Funcionó un poco, pero acabé siendo su objetivo de entretenimiento. Me hicieron varias preguntas personales, jugaron con mi cabello e incluso, tras haber hecho una broma, llegaron a tocar mis senos. Marianne observaba de vez en cuando a través del retrovisor; en sus ojos podía ver que me compadecía.

Cuando por fin llegamos, ellos abrieron la puerta y, sin decir más nada, se alejaron corriendo. Nos dejaron solas en el carro y yo no podía estar más agradecida por ello.

—¿Cuántos años tienen?

—Creo que Alexis tiene veinticinco y Marcus veintisiete.

—¿Es en serio? —exhalé con ganas.

Ella se pasó para atrás y me hizo un masaje en los hombros.

—Eres un ángel por haber soportado tanto. Yo los habría dejado botados a mitad de camino.

Me eché a reír.

—No deberías santificarme. Estaba tentada a hacer lo mismo.

Nos dimos un par de besos aprovechando nuestra soledad. Un vigilante no tardó en acercarse y tocar en la ventana con cierto afán. Marianne bajó el vidrio para escuchar al hombre.

—¿Van a entrar o no?

—Sí, ya vamos.

Nos bajamos del carro. Afuera de lo que aparentaba ser una bodega estaban dos guardias esperando para hacernos una requisa; tenían cara de pocos amigos. Estaba un poco extrañada ya que, de la primera vez que fui, no recordaba que hubiese tanta vigilancia.

—¿Qué es esto? —uno de ellos le preguntó a Marianne tras descubrir la bolsa plástica.

—Mira por ti mismo.

—Vamos a ver… —procedió a abrirla. Cuando se dio cuenta de que se trataba de drogas, aprobó con un gesto—. Déjenlas pasar.

Avanzamos hasta el portón donde se encontraba un guardia al cual pude identificar como el de la vez pasada gracias a su inconfundible cicatriz. Él le revisó la muñeca a mi acompañante.

—Qué sorpresa… Tú nunca vienes a la Noche de Ruleta.

—Bueno, siempre hay una primera vez —forzó una sonrisa—. Ella viene conmigo.

El guardia me colocó el sello.

—Que lo disfruten —nos abrió la puerta.

Mientras caminábamos por el largo pasillo, los recuerdos de aquella noche, varios meses atrás, empezaron a resurgir.

Recordé cómo mi corazón latía desenfrenado ante la incertidumbre de no saber hacia dónde nos dirigíamos. Recordé haber pensado mil y una cosas entre las cuales la que más predominaba era regresar a casa, pero había algo que me hacía seguir adentrándome. Sólo entonces pude entender que ese algo no se trataba de la adrenalina ni de la curiosidad; sino de Marianne.

—Cada Noche de Ruleta, los guardias de seguridad están más alerta que nunca por si algún agente encubierto intenta colarse. Mientras ellos se juegan la vida afuera, adentro es una puta locura —explicó—. Sólo vine una vez y no me quedaron más ganas de volver.

—¿Y qué hacemos aquí? —pregunté asustada.

—Voy a deshacerme de los cigarrillos.
Ella abrió la puerta y pude notar que había el doble o triple de personas que las que vi unos meses atrás. Todos estaban bailando de forma alocada y eufórica ante el son de una electrónica que retumbaba en las paredes del lugar.

—¿Puedes esperar aquí?

Me dejó en la misma mesa donde nos habíamos sentado la primera noche. A pesar de la gran masa de gente que vimos en la entrada, alrededor de mí no había ni un alma. Al parecer, todas las personas estaban concentradas en la pista de baile. Minutos después, mi acompañante regresó con una sonrisa.

—¿Cómo te fue? —le pregunté.

—Tuve que darles a probar un poco, pero les encantó. Pisaron la venta con la mitad del dinero y, cuando me den el resto, les entregaré todos los cigarrillos.

—¿Cuándo será eso?

Se encogió de hombros.

—Supongo que cuando reúnan fondos suficientes. Tendremos que esperar un poco más.

—Esto me da mal rollo —confesé.

—Lo sé —me dio la razón—. Parece que van a inaugurar el juego.

Un hombre alto, con rastras que le llegaban hasta la espada y una barba desaliñada, subió al escenario. Se colocó al lado de la DJ, le hizo una seña y ella silenció la música para dejarlo hablar.

—Señoras y señores… damas y caballeros… drogadictos y putas… ¡La Noche de Ruleta está a punto de iniciar! —la audiencia rugió y aplaudió con desenfreno—. Para participar, deben acercarse a la barra, pagar según la categoría que elijan y se les entregará un brazalete. Recuerden que ese es su boleto. Sin brazalete no hay juego.

—Creí que el “ruleta” era en sentido figurado.

—No, es bastante literal. Dentro de nada, sacarán las tres ruedas.

—¿Las tres ruedas?

Asintió sin mirarme.

—Este mes tenemos unos productos muy especiales. ¿Están listos para que lea los premios en cada categoría? —volvieron a gritar—. De acuerdo, veamos —la DJ le pasó una lista—. CATEGORÍA A: Esta es la más suave de todas. Aquí tenemos tequila, vodka, whisky, opio y marihuana —algunos abuchearon—. Tranquilos, que ya vamos para lo bueno. CATEGORÍA B: Éxtasis, metanfetaminas y hongos —varios aplaudieron—. Y por último… ¡Los pesos pesados! CATEGORÍA C: Cocaína, heroína, popper, LSD y… vloek. Así es. ¡La mítica planta africana! Se creía que era una leyenda, pero hoy la casa la ha conseguido para ustedes —todos enloquecieron.

Largas filas se formaron en un santiamén. Varias personas, incluso, se empujaron con tal de conseguir ser atendidas enseguida. Empecé a sentirme mareada al presenciar esa situación. Tanta gente, tantos tipos de droga, tanto daño… No podía ni imaginar en lo que el bar se iba a convertir cuando las drogas hicieran efecto.

—¿Podemos irnos a otro lugar?

Ella puso su mano sobre mi pierna.

—Apenas me paguen, nos vamos.

—¿Por qué tardan tanto?

—Oye, tranquila —me besó—. Todo va a estar bien.

—Si pudieras salirte de esta clase de ambiente, ¿lo harías?

Se quedó en silencio mientras pensaba su respuesta.

—Si tuviera elección, claro que lo haría: dejaría las drogas y otros tantos males. Tal vez mi vida sería mejor. Pero eso no va a suceder. No en este mundo, no en esta vida.

—¿Y por qué no? —tomé su mano—. Todos tenemos algún grado de elección sobre nuestros actos.

—Yo no —insistió—. Yo estoy encadenada a esto.

—¿Por qué lo dices?

—Porque… —desvió la mirada.

—Puedes decirme. Está bien.

—Necesito de esto, ¿sí? Necesito de las fiestas, las drogas, el sexo y las mujeres para mantener mi mente ocupada. Así es como evito pensar en ella —tragó saliva—. Realmente la amé, pero su recuerdo me está atormentando —su voz se volvió aguda—. De esta forma, aunque sea por un rato, puedo olvidarme de todo.

—Tal vez nunca entienda ese tipo de dolor —le confesé—. No conozco todos los detalles, pero estoy segura de que ella también te amaba. Y no habría querido que estuvieras así.

La miré: sus ojos estaban vidriosos.

—¡Marianne! —alguien la llamó.

Nos volteamos y descubrimos que se trataba de Deborah.

—Y la novia de mi primo —me miró—. ¿O debería decir exnovia?

Marianne aclaró la garganta antes de hablar.

—¿A qué debemos tu maravillosa presencia, Tami?

—Estaba vendiendo por allí en pequeñas cantidades, ya sabes, a algunos no les gusta dejar su destino en el azar. Cuando escuché que entre los pesos pesados está vloek, de inmediato pensé en ti —se cruzó de brazos—. No estarás vendiendo mi regalo, ¿cierto? Porque me costó mucho conseguirlo.

—Probé las hojas, pero no me gustaron —mintió—. Al parecer, lo sintético me va más. No podía dejar que tu regalo se echara a perder y se me ocurrió darlo a quienes sí puedan aprovecharlo. Y por supuesto, sacar un poco de provecho para cubrir mis necesidades personales. Espero que no te moleste.

Deborah se acercó a ella más de la cuenta.

—Sólo porque te guardo un poquito de aprecio, lo dejaré pasar —le susurró al oído—. Pero no quiero volver a escuchar que has seguido vendiendo. Este es mi territorio y esa era mi planta.

—No te preocupes —sonrió con tranquilidad—. Te prometo que no volverá a suceder.

Deborah retrocedió.

—Más te vale, Marianne. Más te vale —advirtió antes de irse.

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